La Jornada Semanal, 27 de agosto del 2000 
 
Lourdes Quintanilla Obregón
 
Brodsky: entre Clío y Mnemosine
 

Para Lourdes Quintanilla, los dos libros de ensayos de Joseph Brodsky son “como abrir una ventana para respirar la libertad y dirigir una nueva mirada sobre el mundo”. Mandelstam, Tsvietáieva, Ajmátova, Frost, Auden, Spender, Cavafis, Walcott, Montale, Hardy y Rilke son algunos de los personajes de los ensayos admirativos del maestro ruso. Brodsky cree “en una democracia iluminada por la cultura y no como la mera igualdad ante la ley”. Basa esta afirmación en la idea de que debemos refugiarnos en la individualidad única y atrevernos a pensar por nosotros mismos. Sabemos que “el paraíso no es de este mundo, pero la poesía nos acompaña y, como decía Auden, hace que nada suceda”.

 

Joseph Brodsky, uno de los mayores escritores rusos de este siglo, es más conocido por su obra poética, la cual le hizo acreedor al Premio Nobel de Literatura en 1987, que por sus ensayos, en los que también se destacó como un refinado y sutil prosista. Dos textos fundamentales recogen una parte importante de su obra ensayística: On Grief and Reason y Less than One, que son como abrir una ventana para respirar la libertad, dirigir una nueva mirada sobre el mundo y aprender que la poesía, esa “forma de desobediencia lingüística cuyo sonido pone en entredicho el orden existencial entero” se aparta del cliché y de la repetición.

En sus ensayos, Brodsky nos conduce a través de las obras de Osip Mandelstam, Marina Tsvietáieva, Anna Ajmátova, Robert Frost y W.H. Auden, a quienes llama sus “sombras” como hombre y como escritor. También escribe sobre Cavafis, Walcott, Montale, Hardy, Rilke y Spender.

La poesía aparece como la reina del lenguaje, anterior a la historia; lo infinito ante lo temporal, forma de conocimiento intuitivo y revelado. La musa, hija de Zeus y de Mnemosine, dicta su voz al poeta que pacientemente rima y versifica y cuyo único deber es escribir bien. “La poesía ?dice Brodsky? es la suprema forma de locución humana en toda cultura.” El milagro es que evita el lugar común y la repetición, por lo que se distingue de la vida. La poesía, insiste, no es un mero entretenimiento, ni siquiera una obra de arte, “sino nuestra meta antropológica y genética, faro lingüístico y evolutivo”. A esta forma suprema dedicó Brodsky toda su vida. Durante veinticinco años de residencia en Estados Unidos fue ampliamente reconocido como uno de los grandes poetas en lengua rusa y un maestro en lengua inglesa.

Con su mirada poética discurre sobre la historia, el exilio, el tedio. Nos habla de sus viajes, de Bizancio y el monoteísmo, de la tiranía. Recuerda a Marco Aurelio y a Horacio. Particular atención merece lo que llama su “prisión”: el horror del comunismo que, en su óptica, no fue un simple problema político sino una regresión antropológica. El mal cubrió gran parte del planeta durante largos años a costa de millones de muertos. Sobre ello escribe una carta al presidente de la República Checa, Václav Havel, a quien le pide dar a las palabras su verdadero sentido, pues no se puede hablar de “pesadilla” en referencia a los años de las purgas comunistas si el horror también fue diurno. Tampoco, añade, es posible recomendar alegremente “nuevos entendimientos”, “responsabilidades globales” o “metacultura pluralística” y caer en la trampa rousseauniana: el hombre es bueno y sus instituciones son malas, lo cual es una evidente contradicción. La premisa del ángel caído funciona para los demagogos o para los inocentes. “No para usted, señor presidente, que debe conocer la verdad del corazón humano.” Al fin y al cabo Havel es un escritor, también sufrió la “prisión” y seguramente aprendió sus principios morales en su espléndida biblioteca y no en una escuela de derecho, comenta irónicamente Brodsky.

Porque el mal existe, es simplemente humano y más temprano que tarde nos encontramos con él. En “A Commencement Address”, el poeta se dirige a sus alumnos universitarios para prevenirlos y les recomienda refugiarse en la individualidad única, atreverse a pensar por sí mismos, estar con los otros precisamente desde la conciencia de lo singular, aceptar la propia responsabilidad y rechazar sobre todo la condición de víctimas. Brodsky jamás se asumió como tal a pesar de haber vivido en el seno de un régimen totalitario. Pensaba que “un hombre libre, cuando fracasa, no culpa a nadie”, y sabía que la dignidad humana está muy por encima
de determinismos históricos. Tuvo ejemplos notables, es cierto: Osip Mandelstam y Anna Ajmátova, la autora del magnífico Réquiem, a quien tanto admiró Isaiah Berlin. Pero el mal nos atrapa porque nos dejamos llevar por las consignas, odios y rencores de la mayoría, presentándose entonces como el bien.

Cree el poeta en una democracia iluminada por la cultura y no como la mera igualdad ante la ley, pues los buenos libros nos abren los ojos y nos procuran un cierto refinamiento. No parece descabellado encontrar en la visión brodskiana el esbozo de una utopía después de los horrores del siglo xx, y no cabe duda de que, en gran parte, acierta cuando piensa que somos lo que leemos. Brodsky no es ningún ingenuo; sin embargo reconoce, como Albert Camus, que con el mayor esfuerzo sólo se podría disminuir aritméticamente el dolor humano. El paraíso no es de este mundo, pero la poesía nos acompaña y, como decía Auden, “la poesía hace que nada suceda”.

“Quienes han sufrido el mal devolverán el mal”, dice el poeta y nos recuerda a los schoolchildren de su admirado Auden, que vigilados sin cesar se resignan, lloran y esperan que algún día termine todo para formarse en la escuela de la tiranía que estructura la vida con su seguridad social y sus instituciones policiacas, y que pretende la adhesión incondicional de sus súbditos. “La idea, dice, es convertir a cada ser humano en su propio burócrata.” Y piensa que no está muy lejano el día en que esto suceda. Le horroriza la burocratización de la existencia individual venga de donde viniere.

En las sociedades modernas reina el tedio, tema al que Brodsky dedica un agudo ensayo. Y se pregunta: ¿cómo domesticar el tiempo? Es imposible escapar al sentimiento de que somos finitos e insignificantes aunque podemos aturdirnos para escapar de una u otra manera. Pero la pasión es nuestro privilegio y está cargada de emociones, alegrías, temores, compasión. Brodsky afirma la vida una y otra vez a lo largo de todos sus ensayos, puesto que sólo tenemos una y ya sabemos cómo termina. Pero aconseja, siguiendo una vez más a Auden: “Confía en tu dolor.”

Para Brodsky, la experiencia estética es profundamente individual, autónoma, excepcional. “Un ser humano, desde el punto de vista antropológico, es una creación estética antes que ética.” El arte nos invita a modificar nuestra propia vida. Un poema de Rilke recuerda a un torso escultórico. “No hay fragmento en él que no te mire, puedes cambiar tu vida.” Porque vivir, si bien se mira, se desenvuelve entre luces y sombras, en diversos planos, y buscamos armonía en el fondo mismo de las tinieblas del corazón humano, en la insatisfacción, el deseo, la pasión, para encontrar tal vez un breve instante de equilibrio en medio de la fragilidad. Su visión estética guarda distancia y contempla el mundo como representación. Brodsky admira mucho a Schopenhauer, a quien recomienda leer mientras más pronto mejor, pues su “voluntad” escapa al racionalismo de todos los sistemas. Tal parece, sugiere, que las fuerzas ciegas de la existencia sólo pueden ser expresadas por medio de la poesía.

Y el poeta nos invita a un “nomadismo espiritual” íntimamente unido a la individualidad y la experiencia estética. La historia, al fin y al cabo, es “ausencia” y a él le interesa la presencia indestructible y eterna de la poesía. En un magnífico ensayo, “Profile of Clío”, musa del tiempo que no se repite, nos entrega sus reflexiones sobre la ausencia. Distingue hechos e interpretaciones, las cuales tratan de explicar racionalmente y en línea recta ese pasado para encontrar en él las coordenadas no sólo para el efímero presente sino también para el futuro, tal vez para complacer a nuestro instinto de conservación. “No hay que olvidar?dice? que el solo hecho de nombrar un acto es ya una interpretación.” Es cierto que no puede evitarse, pero sugiere que sería deseable acompañar un sumario para advertir al lector: según el marxismo…, el estructuralismo…, el freudismo… De hecho, cada generación interpreta y reinterpreta la propia historia y entonces hablar de leyes, principios e intentos de predicción es completamente inútil. “Es paradójico porque casi siempre la historia nos toma por sorpresa.” Nadie imaginó la primera guerra europea, comentaba Paul Valéry, aunque había muy buenos historiadores en Francia. Nadie se imaginaba tampoco la caída del comunismo, ni siquiera los distinguidos sovietólogos. Todos los comentarios son a posteriori.

Para el poeta, uno de los acontecimientos más lamentables en nuestra cultura fue la polémica entre politeísmo y monoteísmo, innecesaria en su opinión. Le parece fatal la subdivisión entre a.C. y d.C., pues se suele olvidar que Clío también se encontraba entre los paganos derrotados. “Temo, ?comenta? que el destino del politeísmo en manos del monoteísmo cristiano fue el primer legado de la arbitrariedad y al mismo tiempo de la idea de determinismo histórico.” De la fascinante visión estereoscópica del mundo poblado de dioses, se transitó a la visión monoscópica.

Se niega Brodsky a aceptar el principio lineal y unidimensional de la “ausencia”. Virgilio es el responsable, al menos en literatura, de “aplicar este principio a sus héroes, que nunca regresan, siempre parten”. Al hacerlo revela una cierta irresponsabilidad con el pasado, siempre ligada a la idea de existencia y que tiende a balancear con una proyección hacia el futuro. El poeta ruso sugiere evitar la idealización de los griegos; sin embargo, al menos ellos creían que había un origen, un retorno y buscaban un cosmos en este mundo sublunar.

Cuando escribe sobre Bizancio, Brodsky se ocupa del politeísmo “como un sistema de existencia espiritual en el cual cada forma de actividad humana, ya sea pescar o contemplar las estrellas, es santificada por deidades especiales y constituye una profunda experiencia individual”. Del monoteísmo al poder absoluto no había más que un paso y de allí todos los males que sufrió la “Tercera Roma” heredera de Bizancio, antiindividualista por excelencia. Todos iguales ante el tirano en turno. Y el poeta insiste una y otra vez: “La vida humana es sagrada, porque cada vida es única.” El politeísmo puede ser considerado como una forma de democracia, pues si bien se mira hay tantos dioses que reclaman nuestros favores que se vuelven más humanos.

Volvamos a Clío. Los hechos pretenden explicarse objetivamente para evitar dejarse llevar por la pasión. En nombre de la ciencia, ni siquiera se nombran las emociones y, entonces, ¿para qué sirve la historia ?se pregunta Brodsky? si se conjura el lado oscuro e inhumano? “Objetividad ?dice el poeta? no quiere decir indiferencia ni tampoco es una alternativa a la subjetividad.” Porque todos nos proyectamos inevitablemente en nuestra forma de conocer y ninguna investigación escapa al solipsismo. En la física contemporánea, por ejemplo, los científicos lanzan preguntas desde lo finito a lo infinito y no siempre obtienen respuestas; hay que volver a empezar, siempre puede surgir lo imprevisto. Todos los saberes suscitan nuevas preguntas, no hay certezas. Brodsky piensa que “sólo la incertidumbre nos pone en guardia porque es como la vida”. Clío se oculta y se revela en el tiempo y eso demuestra su falta de vanidad, mientras que la historia monoteísta y escatológica, que no es más que “nostalgia repetitiva”, pretende todavía modelar el futuro. Por ello teme que la única ley de la historia sea el azar, que puede empero surgir en cualquier momento, por más ordenada que parezca la vida de una nación o la de un individuo.

Y el poeta entonces se convierte en nómada para escapar a las teorías racionalistas y unidimensionales y evitar un idealismo obsoleto que se pudo tolerar en el siglo xix, rabiosamente positivista. “¡Seamos nómadas!” en nuestras lecturas sobre la historia tanto como lo somos en la gran literatura, aconseja. “Una de las mayores alegrías es pasearse por la historia.” Posar la mirada en nuestra propia Antigüedad, nuestro propio Medioevo, nuestro propio Renacimiento y así sucesivamente, habitar los siglos libres de cronologías y de bancos de datos, vivirlos como nómadas felices que van de un lado a otro por el tiempo, por Clío. Acompañemos en su curso irrepetible a la musa que, como digna hija de la memoria, evoca a los que ya se fueron, de ninguna manera culpables de nuestro presente que muy pronto se convertirá en ausencia.

En una conferencia, “The condition that we call exile”, el poeta habla de los millones de hombres de quienes pocos se ocupan y que han abandonado su lugar de origen. ¿De qué privilegio goza el escritor? Vive en la nostalgia, le molesta no ser reconocido, se enfrenta a una lengua diferente, mas “si hay algo sobre el exilio es que enseña la humildad. Se puede dar un paso más ?insiste Brodsky? y sugerir que el exilio es la última lección de esa virtud”. Al fin y al cabo el escritor no debe olvidar que es como todos los seres humanos, “un grano de arena en el desierto”. El poeta piensa que refugiarse en el pasado es inútil; el exiliado sí puede hablar de la opresión, pero sólo para no jugar con la idea de una sociedad perfecta. Nada más.

Joseph Brodsky fue ante todo un poeta y como tal vivió en una “tremenda incertidumbre”. Desconfiaba de todas las ortodoxias, de todos aquellos que pretendían ser poseedores de la verdad y en su arrogancia proponían el mito de la solución.

El siglo XX  fue trágico en la antigua Unión Soviética pero ya pertenece a la “ausencia”, mientras que Osip Mandelstam, Marina Tsvietáieva, Anna Ajmátova y Joseph Brodsky echan raíces con la “presencia” indestructible e imperecedera de su poesía.