La Jornada Semanal, 13 de agosto del 2000


Carlos López Beltrán

Hay un Neandertal en tu pasado

Con la mirada desorganizada por un par de tequilas de más, y adelantando las manos con énfasis, Eric, mi antropólogo amigo, me decía: ``Esa es la mancha original de los humanos, la culpa instintiva con la que despertamos a veces y que la iglesia católica articuló con gran destreza en su noción del pecado original.'' Hablaba de la extinción de los neandertal. Después de coexistir en el continente europeo hace como 30 mil años con las poblaciones de sapiens, estos hombres terminaron desapareciendo; al menos ese era el nuevo consenso científico. Dos explicaciones competían: la de la asimilación biológica por cruzamientos y la del exterminio. En El último Neandertal, Ian Tattersall se inclinó elocuentemente por la segunda opción, y Eric se ufanaba de haber él mismo colegido mucho antes, por ``rutas psicoanalíticas'', lo que la evidencia paleoantropológica ahora confirmaba: ``Descendemos de la alternativa más sanguinaria del género Homo; los sapiens somos caínes para los abeles neandertal, quienes sucumbieron por pacíficos.'' Siguió luego una larga y confusa disertación marca Eric (empapada de jipismo) sobre la sociedad ideal que hoy tendríamos de haber incorporado los valores (vía los genes) neandertales a través de una fusión de las especies. La agresividad e individualismo de los sapiens neoliberales habría quedado amortiguada por la afabilidad y el socialismo innato de los hermanos extintos. Intenté en vano convencer a mi amigo de que la caprichosa mezcla de su delirio utopista con las últimas noticias del resbaloso mundo de la paleoantropología sería más apreciada si la vertía en un guión cinematográfico que si intentaba tomar por asalto la academia. Nunca se decidió a hacer ninguna, y aún creo que debió seguir mi consejo, pues como se ven las cosas está más cerca cada día el momento en que veamos una superproducción en que se narre, según las preferencias sanguinarias o pacifistas del productor gringo, ya sea la guerra atroz entre los sapiens y los neandertal (donde el chovinismo nos hará los good guys), o la más edificante historia de la integración biológica y social de los dos grupos de homos.

Si hay un terreno de la ciencia en el que las teorías se ven una y otra vez amartilladas en moldes por los ídolos de la tribu, ese es la paleoantropología. La escasez de evidencia hace, por un lado, que bienamadas y arduamente construidas teorías (por ejemplo los árboles de descendencia) puedan venirse abajo con el descubrimiento de unos pocos horribles huesitos fósiles, y permite, por otro lado, mucha flexibilidad a los teóricos a la hora de interpretar sus hallazgos. Los neandertal, dada su amenazante cercanía, han sufrido gravemente en manos de sus descifradores. El primer esqueleto parcial en cuyo cráneo se identificaron como rarezas las características protuberancias superciliares de su especie (hallado en 1857 en una cueva en el valle del Neander, cerca de Dusseldorf), fue explicado como producto de severas patologías. Ya luego, enfrentados con la incontrovertible evidencia de que se trataba de un tipo de homo anatómicamente distinto de sapiens, que habitó las europas en tiempos no tan remotos, las teorías fueron y vinieron tratando de encontrarle su sitio. Ya bajo la égida de Darwin a fines del siglo pasado, los progresistas lo encontraron que ni mandado hacer como un eslabón en la línea que lleva de los homínidos más simiescos y más antiguos hasta los guapos y listos de nosotros, mientras que los partidarios de las ramificaciones (más acordes con lo que el mismo Darwin presumía) tendían a verlo como una línea evolutiva desconectada de la rama sapiens que fue llevada a la extinción por su incapacidad de adecuarse a cambios climáticos drásticos. Entre los presupuestos ideológicos más persistentes que terminaron por ser abatidos por la evidencia está el de que criaturas de aspecto tan tosco y brutal no podrían haber tenido ningún atisbo de cultura, religión, lenguaje. Hoy ya se acepta que eran humanos en casi todos los sentidos, y el debate ha migrado hacia la pregunta que desvelaba a Eric de si fueron llevados a la extinción por los sapiens que salieron de Africa para poblar el resto del planeta hace 40 mil años, o si pudieron haberse cruzado y confundido (biológica y culturalmente) con ellos. El dictamen de la genética molecular apunta a que no hay en los humanos modernos signos de que seamos producto de una hibridación tan reciente entre dos subespecies, y refuerza la hipótesis sangrienta. Pero un hallazgo reciente ha venido a reforzar al bando que apoya la asimilación. Se trata de los restos fósiles de un niño hallados cerca de Lisboa que al parecer poseen rasgos anatómicos intermedios entre sapiens y neandertal. A partir del sitio, el fechamiento, el tipo de artefactos asociados y demás indicios, se refuerza la noción de una hibridación. Quizá no sea en los genes donde haya que buscar la huella de ese proceso, pues pueden haberse disuelto y perdido los genes neandertal después de miles de generaciones. Tal vez un happy end científico haga que sea Disney en su película de verano y no Oliver Stone (asesorado por Eric) quien deba filmar la historia.

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Fabrizio Mejía Madrid

TIEMPO FUERA

Libros y yoghurt

El mismo día que Stephen King anunció que su primer libro sin editorial había recolectado casi medio millón de dólares vía internet, la Editorial Planeta en México declaraba desierto su concurso anual de primera novela. Ambos hechos están relacionados por algo más que la coincidencia en el tiempo: desde hace ya varios años las editoriales en todo el mundo han asumido que la edición de libros puede ser un negocio convencional. Como no lo es, las dificultades han surgido y, con ellas, un desencuentro entre autores y el valor de los libros y, en la otra esquina, los estantes y las utilidades.

En una nostálgica nota publicada en el New York Review of Books, Jason Epstein, uno de los grandes editores de Random House, condensa lo que ha sido su experiencia de los últimos cincuenta años en una anécdota: ``Mi oficina, con paredes verde olivo, pisos de parquet desgastado y un balcón de Julieta que daba a un patio, había sido una recámara de la vieja casa de Madison y la Calle 50, y algunas veces, al llegar a trabajar, me encontraba con que uno de nuestros autores había dormido ahí, no siempre solo. Hoy, si un autor quisiera pasar la noche en mi oficina, en un edificio en la Thirth, sería detectado por el staff de vigilancia. Los autores ya no entran sin ser anunciados. Son escrutados por las cámaras de video del lobby y se les cuelgan gafetes en las solapas.''

El negocio de los libros ha cambiado en esencia. No sólo porque la vieja editorial con las oficinas llenas de autores han desaparecido para dar paso a esas oficinas receptoras de manuscritos y evaluadoras de utilidades, sino porque todo a su alrededor ha tendido a hacerlas a la medida del mercado: homogéneas, contables, tediosas en la búsqueda del mejor vendedor. Uno de sus efectos es la difuminación de sus catálogos. Antes, un autor pertenecía a una editorial porque sus obras serían parte de un catálogo que podía comprender a Kafka, Auden y Borges, o a Fuentes, Leñero y Monsiváis. Autores valiosos no significaban bestsellers -¿quién podría vender a Eliot como si fuera un yoghurt fat free?-, sino clásicos que, no obstante que se vendieran poco pero permanentemente, daban a la editorial su peso cultural. Hoy, así como las editoriales buscan a los bestsellers del mes, los autores buscan el contrato más jugoso. No hace mucho, las finanzas de las editoriales recaían en su catálogo y los bestsellers eran tomados como un accidente afortunado. Hoy, la expectativa de vida de muchos de los libros valiosos declina al ritmo de la búsqueda de ganancias rápidas: duran menos en los anaqueles que un yoghurt. Los nuevos autores son los más perjudicados: si no cumplen con las expectativas financieras del momento, su proyectos futuros carecen de interés a los ojos de los nuevos editores....

¿Qué ha ocurrido? Todo puede deberse a la preponderancia de las cadenas de librerías dentro de los centros comerciales que dependen de que les surtan bestsellers cotidianamente. Al principio no parecía mal que cada mes apareciera un nuevo libro de chismes políticos, la novela de una película taquillera o consejos de superación personal y cosmética naturista. El problema comenzó cuando ya sólo se podía publicar si eras Carlos Cuauhtémoc Sánchez. Esta confusión entre negocio y edición fue el motor de la homogeneidad. Si hoy una novela ubicada en Europa del Este gana premios y fama, inmediatamente otros tres autores ubican sus historias en el borde del Danubio. Esa es la locura del nuevo mercado. Y de las editoriales: cada día más impersonales, su negativa a promover ``autores no consagrados'' -whatever that means, si en tu catálogo no tienes a Joyce- las enganchó a las determinaciones del mercado. Como si fuera cualquier producto, las empresas editoras apuestan a ``lo seguro'' y eso, en cualquier caso, es una apuesta por la homogeneidad y el tedio.

Nada en la forma en que se hacen los libros coincide con las nuevas determinaciones del mercado. Las razones son conocidas: es casi imposible encontrar una novela clásica que no haya sido rechazada por veinte editoriales, escupida por los críticos y desdeñada por los lectores. Incluso hay extremos, como el de Kafka, en el que el propio autor quiere destruir la lectura póstuma de su obra. La forma en que se construye el canon de lo que es bueno y malo leer es muy distinta de la simple aceptación de los mercados y, también, la forma en cómo se hacen los libros está lejos de la producción masiva de yoghurt. Los criterios para publicar o no una obra no pueden descansar sólo en las utilidades. Pero tal parece que ese es el nuevo síntoma. Como en el resto de los mercados que imponen sus criterios sobre los de la ética, el gusto o la justicia, el de los libros tiende a la concentración. Entre 1986 y 1996, las utilidades de los libros representados por los treinta mayores bestsellers en Estados Unidos duplicaron su monto, pero el sesenta y tres por ciento de éste dependió de tan sólo seis escritores: Tom Clancy, John Grisham, Stephen King, Dean Koontz, Michael Crichton, y Danielle Steele. Así, estos autores empezaron a pedir mucho más que simples porcentajes de regalías en sus contratos y las editoriales comenzaron a ofrecerles tanto por conservarlos que sus utilidades se redujeron. De igual forma, los editores como esos tipos raros que leen y sugieren cambios a sus autores, decayeron a los ojos de los escritores de bestsellers : si su único papel en la vida era recibir el manuscrito, formarlo en páginas y enviarlo a la imprenta, ¿qué tal sustituirlo por un agente comercial y publicitario?

No sé si haber seguido fielmente la reglas del mercado haya conducido a un suicidio a los editores y a las casas editoriales. Lo que sí sé es que hoy no hay ningún Max Brod.



Naief Yehya

La traducción en la era de las máquinas inteligentes

Cambio ciberdemográfico

Hoy, cuando un político quiere enfatizar que sus ideas son modernas, invariablemente recurre al gastado cliché de prometer acceso a internet a todo mundo, especialmente a los desposeídos. Esto es cierto tanto en la Mongolia exterior como en Washington. El futuro pertenece a quienes están conectados y en últimas fechas muchos de los nuevos cibernautas no son angloparlantes y esto está trastornando el orden del ciberespacio. El monopolio del inglés en la red está a punto de disolverse, ya que hoy menos del cincuenta y cuatro por ciento de los cibernautas tienen por lengua materna el inglés. Para el 2005 este número bajará a menos de cuarenta y tres por ciento. En seis años los usuarios no angloparlantes de la web aumentarán en un 150 por ciento, la mayoría de los cuales estarán en la cuenca del Pacífico y en América Latina. Si bien esto no implica que haya un cambio auténtico en la balanza de poder en el mundo virtual, sí quiere decir que en la era de la globalización los mercados se están tornando en un complicado mosaico multicultural y un botín políglota que querrán explotar quienes hacen negocios a través de internet, especialmente las grandes corporaciones multinacionales con intereses en diversos países. La urgencia de poder entenderse con gente de diversos orígenes y nacionalidades a través de un medio audiovisual ha dado lugar a un revitalizado renacimiento de la vieja utopía de crear infalibles y veloces máquinas traductoras. No hay que olvidar que buena parte del empuje para el desarrollo de las computadoras electrónicas durante la guerra fría se debió a que había militares que soñaban con máquinas que tradujeran el ruso y que descifraran los códigos secretos del enemigo. El visionario Alan Turing pensaba que una efectiva prueba para demostrar que una computadora podía pensar sería hacerla traducir. Las computadoras probaron ser útiles para muchas cosas menos para esos fines. Hoy no son los intereses militares sino los comerciales los que han rescatado a la traducción maquinal del basurero de las tecnologías fracasadas. No obstante, los obstáculos para crear una máquina capaz de entender una frase en un idioma y convertirla a otro son enormes ya que traducir un idioma es mucho más difícil que descifrar un código secreto.

Traductores humanos vs. Máquinas políglotas

A la traducción maquinal le conciernen dos campos distintos: la traducción de textos escritos y la del lenguaje hablado. Este último es un problema muy grande ya que involucra dos áreas poco desarrolladas de la computación: la traducción y la interpretación de la voz. Cualquiera que haya experimentado con alguno de los muchos programas de traducción que actualmente pueden usarse en internet tiene una idea del nivel de incoherencia e ineptitud que estos programas pueden tener. Los más populares de éstos son www. babelfish.altavista.com, www. freetranslation.com y www. systranet.com entre otros. Hoy, a diferencia de hace unas décadas, el principal problema de la traducción por computadora ya no son las limitaciones de memoria ni la velocidad de procesamiento, sino los problemas de lógica, fonética y sintaxis. Sin embargo, se han logrado progresos notables al realizar traducciones en contextos específicos. Por ejemplo, si se limita el vocabulario a un área técnica específica, como para traducir manuales, los resultados pueden ser bastante sorprendentes; en cambio, si se trata de traducir sin un contexto delimitado, el resultado es generalmente muy fallido ya que el significado no reside en las palabras individuales sino en las frases. Esto de entrada es un progreso notable, ya que mientras un traductor humano puede traducir alrededor de dos mil palabras al día, una máquina con un procesador pentium III de 700 mhz puede hacer por lo menos unas 50 mil. Es de esperar que por lo menos en áreas de traducción estrictamente técnica la máquina sustituirá muy pronto al hombre. Esta no será la primera vez que la computadora reemplace a un trabajador que hace una labor intelectual; de hecho, la palabra computadora se refería hasta mediados de los años cuarenta a las personas, especialmente mujeres, que se ganaban la vida haciendo cálculos equipadas de una rudimentaria sumadora.

Borradores de traducción o traducciones borrosas

Uno de los principales intereses en la actualidad es crear tecnologías baratas que puedan crear de manera inmediata borradores de traducción (o gisted translations) que puedan ofrecer una idea precisa pero no exacta del contenido de un documento para que el usuario decida si requiere de una traducción profesional. Con esta tecnología se podrán traducir fácilmente y con bastante eficiencia textos, páginas de la web, sitios completos, emails, chats y newsletters. Para realizar esto diversas empresas están desarrollando sistemas sofisticados que cuentan con diccionarios y reglas lingüísticas y que no requieren de la intervención del hombre para interpretar la estructura del texto original y generar una traducción basada en las reglas del idioma al que se traduce. Idealmente, este proceso consiste en fragmentar las frases complejas, identificar las partes, resolver ambigüedades y sintetizar la información en los componentes y normas del otro lenguaje. Existen tres tecnologías para llevar esto a cabo: directa, que consiste en traducir palabra por palabra, lo cual a menudo da resultados hilarantes: transfer, que es un análisis semántico de la frases y una transferencia al otro idioma en función de un juego de reglas específicas; e interlingua, en el que el texto es convertido a un lenguaje intermedio o metalenguaje del cual puede a su vez traducirse a cualquier lenguaje. No hay duda que aun las traducciones maquinales precisas perderán el tono y las sutilezas del original a cambio de la velocidad y la claridad. Así, la era de la abolición de las diferencias de lenguajes se anuncia también como la era del newspeak planetario, un idioma al que, como en 1984 de Orwell, se le eliminarán palabras de versión en versión para hacerlo cada vez más preciso y eficiente.

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