La Jornada Semanal, 6 de agosto del 2000



R.H. Moreno-Durán

la donna e mobile

Rosa Frohlich


Frente a los muslos jónicos de Rosa Fršhlich nada puede la solemnidad académica del profesor Raat (muy pronto convertido en profesor Unrat, esto es, ``Basura'') y cae derrotada en el camerino de El Angel Azul. R. H. Moreno-Durán analiza los rasgos principales del personaje de Heinrich Mann llevado al cine por la inmensa Marlene. Nuestro colaborador estudia además al profesor Basura, patético Pigmalión destrozado por su Galatea y al alumno Lohmann, ángel vengador que pone en la picota del ridículo a Basura y a todo el sistema por él representado. ``La Alemania del periodo guillermino vivió de esta forma una paideia al revés'' que se desplomó en la locura de la Gran Guerra.

La oscura fascinación que se desprendía de su vulgaridad, aliada a su belleza, cautivó al viejo profesor. De ahí que la ira con que inicialmente él la abordó, tras acusarla de corromper a sus alumnos, se convirtió pronto en un sentimiento lastrado por una incontenible voluptuosidad. A partir de ese momento, el implacable y nada condescendiente profesor Raat -apellido que pronto se vuelve Unrat, esto es, Basura- quebró la férula y se convirtió en el esclavo feliz de la reina del cabaret. De la perturbadora mujer muchos celebraban su ``abnegación'', virtud que sólo provenía del hecho de que su padre era enfermero. Siempre manifestó ciertas debilidades por los señores mayores -el profesor tiene cincuenta y siete años de edad-, y con ellos llegó a menudo ``a ser realmente más amable de lo que la policía tolera''. Inició su carrera como cantante y bailarina en tabernas y cabarets desde antes de cumplir los dieciséis años, pero la vida le mostró muy pronto el lado menos amable cuando su mentor, atraído por su belleza y valiéndose de su inexperiencia, la hizo suya y la preñó. Ahora, sin embargo, es la reina indiscutible de la noche en El Angel Azul.

¿De qué forma la farándula menos presentable corrompe a la rígida Academia? La perdición del profesor Basura se debe, paradójicamente, a su estricto sentido de la disciplina y del deber. Su inquebrantable y casi dictatorial magisterio constituía el terror del Instituto, y no sólo de sus alumnos sino también de sus colegas. Y su ingreso en el mundo deletéreo y gozoso de los bajos fondos obedece, curiosamente, a un excesivo celo por mantener el orden en las aulas. El alumno Lohmann, sorprendido mientras escribe un poema vulgar, lo introduce en la senda del envilecimiento. Lohmann era hermoso, escribía ``a la manera de Heine y amaba a una señora de treinta años''. El poema, dirigido a la cabaretera Rosa Frohlich, quedó cojo a falta del cuarto verso: ``Nada hay ya en ti de tu pureza extinta./ Pero eres una artista soberana;/ y si te ves alguna vez encinta...'' ¿Quién sería esa mujer -se pregunta el profesor-, que seduce a los menores? Nada sabe de ella y por eso, noche tras noche, se dedica a visitar los antros más sórdidos de la zona del puerto sin que nadie pueda ofrecerle la menor pista que lo aproxime a dar con quien ha terminado por convertirse en una obsesión. Sin embargo, su tenacidad le ofrece un lugar entre la abigarrada concurrencia de un cabaret llamado El Angel Azul y que, por lo que ve, es el antro preferido de los noctámbulos.

Y no se equivoca. Allí, a tenor de la algazara de los parroquianos y canciones de baja estofa, descubre a tres de sus alumnos -Lohmann, Ertzum y Kieselack-, quienes, al verlo, se burlan de él, pues se encuentran en una jurisdicción en la que todo mundo es como el profesor: Basura. Luego, al enfrentar en el camerino a Rosa Frohlich, la ira se transforma poco a poco en simpatía y pronto oscuros sentimientos gobiernan la voluntad del viejo. La cantante lo invita a brindar con el vino que Lohmann le había regalado y más tarde, mientras conversan como si fueran amantes, la mujer se cambia de ropa para su próxima salida a escena y, semidesnuda, coloca en manos del profesor las calientes bragas que acaba de quitarse. Su suerte está echada.

Muy abrupto resulta su cambio de hábitos: al visitar noche tras noche a Rosa, descuida lo que consideraba su obra magna: un tratado sobre las partículas gramaticales en la poesía de Homero. Ahora, entre botellas de champaña y discursos sobre el orden, se apodera del camerino. El profesor y la cabaretera se han vuelto tan íntimos que todo es posible entre ellos: sonríen, discuten, la mujer lo golpea, lo insulta y baila alrededor suyo, en medio de la enfermiza alegría de quien a pesar de todo es el amo. A los habituales del lugar no les cabe duda alguna: El Angel Azul ha caído en manos de Basura. Es él quien selecciona a los clientes que pueden acercarse a Rosa, aunque la mayor parte son marginados, en especial sus alumnos Ertzum y Kieselack. Nada puede hacer en cambio contra Lohmann, el indómito, ``el peor de todos, el alumno rebelde cuya elegancia constituía una humillación para la autoridad pobremente retribuida; Lohmann, que llevaba su desverguenza hasta no designar nunca a Basura por su apodo...''

La doble vida del profesor se impone y ni siquiera la amonestación del director del Instituto causa efecto. Al contrario, eso le permite a Basura justificar cultural y filosóficamente su ludibrio. ¿Qué tiene de malo mantener a una amante? ¿Acaso el gran Pericles no tenía por concubina a la célebre cortesana Aspasia? Estos ejemplos no satisfacen al director, y Basura, estimulado por la ira que su actitud desata, hace explícitos sus argumentos: ``El hombre versado en humanidades puede prescindir de la superstición moral de las clases inferiores.'' Y como él se mueve con increíble agilidad en dos mundos -el del pedagogo y el del proxeneta-, quiere unificarlos con su reconocida fuerza de carácter. Y lo que antes hizo en la Academia lo hace ahora en el cabaret: pone orden y establece unas reglas de juego de las que él es el único árbitro.

A causa de una truhanería de los estudiantes el escándalo llega hasta los tribunales, y lo que comenzó como un proceso por daños en la propiedad pública termina convertido en un juicio que cuestiona la moralidad individual y social de los involucrados. Y una nueva bofetada se le profiere a la rígida sociedad alemana de comienzos de siglo: el reputado profesor y la hembra de cabaret se casan. A partir de ahora, ella será la señora Rosa de Basura. Y si el bajo mundo ha contaminado al alto orbe intelectual, algunos factores se invierten: Rosa quiere que su marido le enseñe alguna lengua muerta y cuando se entera de que el griego es más difícil que el latín, opta por el griego. Y el día en que la cantante puede pronunciar por fin algunas partículas gramaticales de la Odisea, el profesor no cabe en sí de la dicha y se siente un nuevo Pigmalión: Basura le ha insuflado espíritu y belleza al barro.

Pero la vida de la pareja es tan intensa y los gastos tan reiterados que pronto los fondos económicos del profesor se agotan. Los acreedores no le dan tregua y una vez más Rosa encuentra la solución en las clases particulares. Pero pronto esos alumnos, por lo general comerciantes y potentados, caen bajo el influjo de la bella mujer y las lecciones degeneran en fiestas, luego en orgías y, finalmente, el hogar se transforma en un casino. La ciudad entera está al tanto y los más prominentes miembros de la sociedad se convierten en habituales contertulios, entre ellos el propio jefe de policía. Varias fortunas y reputaciones se van al traste pero la siempre atractiva presencia de Rosa le quita dramatismo a esos hechos. Y es ella quien lleva las cosas al extremo de cultivar y estimular la obscena pasión de ver cómo, gracias al juego y al placer clandestinos, se arruinan los mayores enemigos del profesor. Una torcida voluptuosidad preside la venganza: la mujer corrompe a Basura pero Basura corrompe a la ciudad y pisotea esos valores que en las aulas, los foros y los púlpitos todo el mundo defiende. Pero, no obstante tal complicidad, Rosa lleva una doble vida que el profesor se niega a admitir. Ella ``se entrega al adulterio con todas las precauciones y todo el ceremonial de una mujer seriamente casada'', pese a lo cual nadie puede apostar por un amante específico. Es entonces cuando reaparece el estudiante Lohmann, a quien ella ``se había empeñado en conquistar precisamente por ser el único hombre que le estaba prohibido''. Muy difícilmente el joven rebelde puede ocultar su repugnancia por esa mujer a quien antaño le escribía salaces poemas, así como el odio que siente por su corrupto esposo. No obstante, un mezquino incidente introduce a la policía en el asunto, tras lo cual la situación inicial se invierte: es el estudiante quien, al llevar a su maestro a la picota pública, pone de presente la fragilidad e impostura de todos esos valores que Basura identificó con su apodo. La Alemania del periodo guillermino vive de esta forma una paideia al revés y pronto el afán totalitario y la Gran Guerra le demostrarán al mundo el alcance de sus enseñanzas.