La Jornada Semanal, 30 de julio del 2000


Bazar de asombros

LA INMENSA MONARQUêA DEL SOL

Odysseas Elytis pertenece a la llamada generación de 1930. Junto con Nikos Engonópoulos, Andreas Embiricos, Nikos Gatsos y Takis Sinópoulos, consolidó los rasgos característicos e intransferibles de la poesía griega moderna. Es claro que esta ardua empresa tenía sus antecedentes en los poetas del Eptaneso, Solomós, Kalvos y Valaoritis, que lucharon a favor de la independencia griega y defendieron con denuedo la lengua del pueblo, el dimotikí impuro, contaminado y cargado de historia social y de bellezas expresivas enriquecidas por el uso, por el constante contacto humano. Reconocían, además, la influencia del genial Constantinos Cavafis, que había logrado una transparencia inusitada con su verso libre y con las voces del griego alejandrino. Mientras Cavafis renovaba la palabra poética desde la capital del mundo helenístico, Kostís Palamás, en territorio helénico, sentaba las bases de una poesía nacional fiel a esa continuidad hecha de rupturas que es la tradición griega.

Otra presencia fundamental para la generación fue la de Yorgos Seferis, el poeta de Asia Menor que roturó los campos para que en ellos creciera fuerte y lozana la poesía neohelénica. En su voz se escuchaban los ecos de los líricos, de Eurípides, del renacimiento cretense, de los poemas guerrilleros conocidos como ``kléfticos'' y de los poetas demóticos del Eptaneso.

Como la poesía griega moderna es una de las más ricas y variadas de Europa, conviene recordar a otros poetas que giraron en torno a la generación de 1930 o que siguieron su propia ruta. Me refiero a Ioannis Ritsos, Nikiforos Bretakos, Livaditis, Karouzos, Kavadías, Sajturis, y a los que han continuado la tarea de dar forma y contenido a la poesía griega moderna, entre otros, Sikelianós, Kalas, Várnalis Ouránis, Karyotakis, las poetas Melisanthi, María Poliduri, Maia María Roussou y Kiki Dimulá; Varvitsiotis, Patrikios, Denegris, Anagnostakis, Kaknavatos y, a su muy personal manera, ese genio que abarcó y mezcló todos los géneros, Níkos Kazantzakis.

Odysseas Elytis recibió el Premio Nobel en 1979. Para esa época ya había escrito sus libros fundamentales: Orientaciones, Sol el primero, Canto heroico y fúnebre por el subteniente caído en Albania, Dignum est, El árbol de luz y la decimocuarta belleza, María Nefeli y Seis y un remordimientos para el cielo, entre otros. Paralelamente construía una obra en prosa llena de fuerza lírica y de una pausada sabiduría. En ella figuran trabajos sobre su poética, la poesía en general, la cultura helénica, sobre pintores como Theófilos y poetas como Embiricos. Francisco Torres Córdova se ha echado a cuestas la urgente tarea de traducir al español esta prosa de excepcional belleza y de sorprendente precisión. El crítico Savidis hace esta paráfrasis de una declaración del poeta: ``Elytis, interesado en hallar las fuentes del mundo helénico, preserva en sus propias palabras el mecanismo de la construcción mítica, más que las figuras de la mitología.'' Esto implica que en su poesía la palabra hélios (ilios en demótico) significa simplemente sol y nada tiene que ver con el cochero del carro celestial recorriendo los cielos de la aurora a la atardecida, conduciendo sus briosos pegasos. El mismo Savidis lo ubica en una corriente llamada ``poesía moderna del Mediterráneo'', en la que figuran García Lorca, Char, Camus, Ungaretti, Montale, Quasimodo, Cavafis y Seferis. Por otra parte, la influencia de Paul Eluard y su limpidez metafórica caló hondo en la poesía de Elytis, como lo hizo también el contrastado bagaje de imágenes, sueños, figuras simbólicas y palabras nuevas del surrealismo, fundador no sólo de una estética sino de una nueva ética profundamente libertaria y, por lo mismo, opuesta a los llamados ``valores espirituales'' de una sociedad agobiada por las convenciones, la doble moral y la noción burguesa de respetabilidad.

Como todos los poetas mediterráneos, Elytis busca la luz, el esplendor de lo real, la generosidad y la cotidiana sorpresa de los ``alimentos terrenales''. Por eso su poesía de la época de Sol el primero se manifiesta en el tono eufórico del disfrute de la naturaleza y de todos sus emblemas. Publicado en 1942 y en momentos trágicos para Grecia y el mundo, tiene su correspondiente en Matisse pintando sus obras más vitales y alegres bajo los horrores de la ocupación nazi. Por ese tiempo, dice Savidis, Elytis lamentaba los excesos de la poesía de compromiso y de protesta que ``cometía el error de ponerse a competir con los acontecimientos y de superarlos en el horror, en lugar de contrabalancearlos''. Por todo esto, resulta paradójico que el Canto heroico y fúnebre para el subteniente caído en Albania, fruto de la experiencia guerrera de Elytis en los días del avance de los superarditti mussolinianos, haya alcanzado tanta popularidad, que sus versos estaban en los labios de muchos combatientes. Tal vez se deba, dice el crítico brasileño José Paulo Paes, a su carácter de poema ``participante'', que es algo muy distinto a las obras de simple propaganda. Así se hermana con la poesía de resistencia contra la crueldad nazi escrita por Eluard y por Aragón en Francia.

Natalia Moreleón ha dedicado sus mejores esfuerzos a la difusión de la cultura helénica y a la traducción de textos fundamentales de la poesía moderna y contemporánea de la madre Grecia. Hace años tradujo Sol el primero de Elytis y ahora nos entrega una nueva versión del resplandeciente poema y de las ``variaciones sobre un rayo de sol''. Traductora fiel y cuidadosa del Canto heroico y fúnebre, en los poemas de Sol el primero se deja contagiar del entusiasmo elytiano y de su exultante elogio de la luz, los colores y la vida misma:

dicen los primeros versos de un poema que convoca a la estrella vespertina para que brille con fuerza especial, nos diga que ``el odio es superfluo en las calles del cielo'' y nos permita, al final de la noche, anunciar la inminencia de la aurora, pues a esa hora se vuelve estrella de la mañana.

A lo largo del poema, el encomio del mundo (``siempre original'', decía Svevo) y de la vida se vuelve a veces vertiginoso, casi enervante (leyendo estas intensas palabras pienso en algunos momentos del Martirio de San Sebastián, la obra de Debussy basada en el poema de D'Annunzio): ``Oh cuerpo del verano desnudo quemado/ carcomido por el aceite y la sal...'', y en otra parte del poema nos dice: ``Ahora se quema el cielo inmenso/ las frutas se pintan la boca/ los poros de la tierra se abren poco a poco/ y junto al agua que gotea silabeando/ una planta enorme mira de frente al sol.'' Aquí están el verano de fuego, el encuentro de los cuerpos desnudos, la naturaleza toda y los hombres de ojos asombrados, bajo la inmensa monarquía del sol.

En el poema está presente el sol de todos los rumbos de Grecia. Elytis lo ve y lo siente en Corinto, en las inmediaciones del ``abuelo olivo'' cuando llegan ``las golondrinas niñitas del viento'' (``de escritura hebrea'', las definía José Gorostiza), en las islas y en los caminos del mar que siguen y siguen hasta el punto en que se juntan los azules. Por esos caminos anduvo la Bubulina de Spetses, patrona y capitana de uno de los barcos de la flota griega en la lucha contra la ``Sublime Puerta'', mientras en los huertos del monte el sol se paraba en las piernas del ``esbelto muchacho imberbe y la jovencita en el terreno aledaño se bronceaba lentamente con las hortensias''.

Muy bien captó Natalia el tono celebratorio del poema mítico y gozosamente humano de Odysseas Elytis, uno de los más grandes poetas líricos del siglo que está muriendo. Por eso le estamos tan agradecidos los lectores de poesía, los que sentimos la vida y ``construimos, soñamos y cantamos'', pues aunque Thanatos acabe siempre asestando el golpe de gracia, es Eros el que gana la partida y brilla, aunque sea por un momento de oro, bajo la limpia mirada de Sol el primero.

Hugo Gutiérrez Vega
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Antesala

Viñetas heroicas (I). Este antesalista (h)ojea el material dispuesto para realizar su columna y de pronto tropieza con el agradable folleto en verde que anuncia las actividades del Palacio de Bellas Artes para el mes de agosto: ``Jueves 3. Danza, 20:30 horas. Ballet Nacional de México. Guillermina Bravo, dirección.'' Claro -recuerda el que escribe-, esta es la temporada (de dos funciones dos) del Nacional en el Palacio de Merengue. Hay algo inmóvil en el anuncio; algo que habla de continuidad pero también de congelamiento. Siento que un escalofrío (me) recorre la columna. Hace veinticinco años trabajé con el Nacional como jefe de foro o algo así; la inquietud y el ajetreo por estas presentaciones se apoderaban de la Compañía desde meses antes. Había que estrenar obras, armar escenografías, pintar mallas, comprar micas para la iluminación, preparar las cintas de música para cada coreografía. En la agenda brillaban con plumón de colores los días de montaje de escenografía, ensayo general y noches de función. Guillermina, magnífica e imperturbable desde la creciente ceniza de su cigarrillo Benson y Hedges consumiéndose en su mano derecha hasta alcanzar un tamaño insoportable, como el valiente personaje de Martín Luis Guzmán, hacía sugerencias que parecían órdenes en su cavernosa voz cuya fuente de origen estaba en el centro del pecho, en su huesudo esternón que vibraba como un diafragma de amplificador... Hay algo profundamente conmovedor en la eterna lucha de este grupo de danza contemporánea contra la indiferencia, el ninguneo y el hambre. El despliegue de energía, trabajo serio y talento no es equivalente a la acogida que social y culturalmente recibe el Nacional. Es el colmo que sólo se le dé una temporada de dos días al año en uno de los escasos teatros de México donde se pueden montar con dignidad las ambiciosas coreografías de los mismos de siempre (Federico Castro -chaparrito pero taconeador-, Jaime Blanc -el único bailarín que ha leído más de dos libros en su vida-, Luis Arreguin -un extraterrestre que se esconde de Jaime Maussán en la compañía de danza- y Lydia Romero -quien ha vuelto a su alma mater después de protagonizar una de las innumerables escisiones que ha visto pasar la Compañía). El Nacional tiene su público fiel, que ha ido aumentando conforme logra hacerse visible en los raquíticos espacios que le otorgan. Dejando a un lado sus intermitentes viajes a Europa, ¿cuántas funciones dará el Ballet Nacional al año en este país? ¿Veinte, treinta? Bueno, pues ahora tiene usted, lector/a a quien se le mueven solas las patitas cuando oye hablar de danza, la oportunidad de pasar a ser un/a fan más de ese selecto club de los que han visto al Ballet Nacional e inmediatamente se vuelve adicto/a a él. Las funciones serán este jueves 3 y viernes 4 de agosto en el elefante de mármol a las 20 hrs.

Para Carlos Mapes, Octavio Hernández, David Arrevillaga y Luis Tovar

Cuidado de edición, ¿qué es eso? Otra de las actividades editoriales que está en peligro de extinción es la de quien cuida la edición. Este trabajo resulta equivalente al de quien ejerce el control de calidad en los talleres de impresión. Los modelos de rendimiento neoliberal llaman a esto calidad total, como si hubieran descubierto el agua tibia. No se trata de contratar un capataz que ande picándoles las costillas a los trabajadores para que rindan más. Quien realiza el control de calidad en la primera etapa del proceso, es decir, desde la lectura de originales hasta la salida de las páginas (aunque sean virtuales) hacia la preprensa, puede o no ser el editor. Lo importante es que conozca la obra, la serie o colección dentro de la que va inserta, los criterios generales que la editorial ha establecido; quien cuida la edición está al pendiente de cosas al parecer nimias pero que más tarde (a veces demasiado tarde) saltan al la vista como errores garrafales. Por ejemplo, alguien recordaba cómo la mitad de una serie de anuarios estadísticos estatales apareció simplemente sin identificación en el lomo. ¿Recuerda usted cuál es el lomo? Exacto, es esa parte del libro que sirve para identificarlo cuando usted lo mete en el librero. Si usted tiene en el suyo ocho robustos tomos con el lomo en blanco y no posee la prodigiosa memoria de Jorge Luis Borges o Juan José Arreola, le informo que seguramente esos volúmenes corresponden a dichos anuarios; lo que no podría decirle es cuál corresponde a qué estado de la República, ni a qué año, ni el número dentro de la serie; es más, no lo sabrá usted, porque no voy a decirlo, quién editó los multicitados. ¿Por qué sucedió esto? Porque no había quien cuidara la edición, o sea, quien comprobara que toda la información que debe llevar un libro en su presentación estuviera allí. Al diseñador se le olvidó, el jefe de talleres no revisó el negativo, los que arman negativos lo hacen mecánicamente... Y así, hasta que alguien se dio cuenta, ya impresos y distribuidos, que los volúmenes llevaban el lomo en blanco. Lo que dijimos del buen corrector de galeras es también válido para quien cuida la edición: deben ser como los buenos árbitros de futbol, si hacen bien su trabajo nunca se notará, nadie se dará cuenta salvo porque el libro quedó impecable. Un buen director editorial, un perspicaz dueño sabría valorar a quien permite que un libro sea lo más impecable posible. Por ejemplo, siguiendo el caso de los lomos, lo que se espera de ellos es que, aparte de permitir la rápida identificación y clasificación del texto, toda la información quede a la misma altura, con el mismo tipo de letra, el mismo grueso y la numeración correcta. Esto es parte del placer del buen bibliófilo: contemplar su biblioteca y ver que el objeto que adquirió para obtener información o placer, también le proporciona belleza como objeto en sí. En México hay muchos bibliófilos pero pocos directores o dueños inteligentes o generosos. (Continuará.)

Carlos García-Tort
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