La Jornada Semanal, 23 de julio del 2000


CONFIGURACIONES

Hugo Hiriart

Prueba de la inmortalidad
del alma de Goedel

El Pierrot Lunar de Arnold Schoenberg es difícil de escuchar. Es para soprano y ocho instrumentos (aunque no tocan nunca más de cinco al mismo tiempo), pero la soprano, curiosamente, no canta, sino habla, es melodía hablada. La cantante observa el ritmo con un parlato musical que ``no debe ni siquiera recordar al canto''. Aunque, como digo, la pieza es ardua, hay algo fascinante en ella desde el primer contacto y si se persiste en oírla, se entrega, emociona y se hace admirable. Pues bien, cuentan que esta pieza fue estrenada en Italia en 1924 por Alfredo Casella y que el gran Giacomo Puccini hizo un viaje muy largo sólo para escucharla. Y, cosa rara, Schoenberg, tan orgulloso, recordó siempre este viaje de Puccini con agradecimiento. ¿Qué pensó Puccini cuando oyó el Pierrot Lunar?

Cuento esto porque la prueba de la inmortalidad del alma de Goedel que voy a exponer, puede ser que les suene a ustedes como puede conjeturarse que le sonó a Puccini la pieza de Schoenberg. Pero no por rara o complicada, sino al revés, curiosamente, por excesivamente simple y cristalina. Suele sucederle con frecuencia a quien empieza a estudiar lógica que las demostraciones les parecen demasiado simples. Sin embargo, recordemos, a modo de argumento de autoridad, que la prueba la propone Kurt Goedel, uno de los lógicos más picudos del siglo XX.

Antes de exponerla, un peloteo inicial de calentamiento, y sólo eso. El tema de la inmortalidad del alma se halla lejos de estar de moda. La palabra misma ``alma'' desagrada a muchos, hacen muecas de repulsa al oírla y declaran que ni siquiera entienden qué pueda querer decir. Es curioso que esta misma gente, de espíritu científico, se sienta en cambio muy cómoda con la palabra ``cuerpo'', que también es misteriosa, entre otras cosas por reclinarse en la palabra ``materia'' que, hoy por hoy, quién sabe qué quiera decir. Pero en fin, no quiero discutir esto. ``Alma'' es palabra teológica, tal vez por eso disgusta a tantos en estos tiempos laicos. En cambio, la palabra ``mente'' es universalmente admitida, por el toque de neutralidad que parece tener. Pero suena extraño hablar de ``la inmortalidad de la mente'', parece despersonalizado y general: la inmortalidad interesante es la de la persona, yo, tú, él, y la palabra ``mente'' parece incapaz de contenerla. Si eres religioso y tienes problema en concebir que tu alma separada pueda contener a tu persona, no te preocupes, estás en buena y santa compañía. Tomás de Aquino, explica Kenny, creía indudablemente que todo ser humano posee un alma inmortal, que sobrevive a la muerte del cuerpo y continúa queriendo y pensando en el periodo anterior a la resurrección del cuerpo que ansía. No obstante, Tomás de Aquino no creía que se pudiese sobrevivir, como la persona que se ha sido, en un yo distinto del cuerpo, porque no creía que las almas incorpóreas fuesen personas. Incluso tras la muerte, él creía que el alma era tal solamente porque había sido el alma de un cuerpo concreto. La supervivencia personal, según él, era posible sólo si el cuerpo ``tenía que resucitar''. Pero dejemos estas sutilezas teológicas, de las que Goedel en su prueba no se ocupa.

El argumento de Goedel figura en unas cartas a su madre,escritas entre julio y octubre de 1961, y corre así:

1) Si el mundo está construido racionalmente y tiene un sentido, entonces debe haber vida después de la muerte.

2) Porque ¿qué sentido podría tener crear un ser (el humano) que tiene tan amplio espectro de posibilidades de desarrollo propio y de relaciones con los otros y luego no permitirle que desarrollara ni la milésima parte de esas posibilidades? (Sería como alguien que, con mucho esfuerzo y gastos, excava los cimientos de una casa y luego deja que se hagan polvo sin construirla.)

3) Pero el mundo se manifiesta regido por la regularidad y el orden. Esto lo muestra, por ejemplo, la ciencia y sus explicaciones. Y orden es una forma de racionalidad.

4) Luego entonces tiene que haber vida después de la muerte.

En la prueba, tal como está expuesta, falta entre 2) y 3) una premisa, a saber: que en la vida terrena no se alcanza a desarrollar ``ni la milésima de las posibilidades humanas''. No me atrevo a ponerla arriba porque Goedel no la menciona. Pero con ella queda completo el argumento ¿Te parece conclusivo y fuerte? Si el mundo es racional, el alma tiene que (observa este ``tiene que'' lógico) ser inmortal. Punto. A mí me gusta mucho esta prueba, me recuerda las cosas que decía otro lógico picudo, el gran Leibnitz.



Fabrizio Mejía Madrid


TIEMPO FUERA


FOX Y LAS NUBES

No me lo estoy inventando. El pasado 14 de julio, en la presentación de su propuesta cultural, Fox marcó su raya con la educación básica: "Yo me formé leyendo las señales de las nubes y los avisos de la buena tierra del Bajío: yo aspiro a ser, en compañía de ustedes, un estadista que permita la búsqueda de nuestras indispensables verdades, la fiesta de nuestra belleza y la plena restauración de la cultura, que es lo único que permitirá florecer a nuestra Suave Patria." Analicemos la frase. Según mi propia experiencia, es difícil "formarse" en la "lectura" de las nubes no sólo porque antes de que termines de leer una posible letra ya se te hizo borreguito, sino porque hasta la fecha no conozco a nadie que haya encontrado en una nube una representación completa de Macbeth (fragmentos sí, por supuesto). A lo más que llega uno es a: "Mira, va a llover" o "Mira, esa nube está panzona." O sea que lo que se dice formativas, no son. Luego viene lo de "la fiesta de nuestra belleza". La imagen que me sugiere es la de una pasarela de nuestras deformidades: en el momento en que la representante de Santa Tepocata pasa del "traje típico" al "traje de baño", los locutores comienzan a hablar de "belleza interior" y a criticar la imposición de los patrones occidentales de belleza en nuestras ardientes tierras altiplanas. Sobre la "plena restauración" de la cultura me surge sólo una duda: ¿cuándo se abrogó? ¿Se referirá Fox a ese momento sublime de marzo de 1997 cuando el alcalde panista de Aguascalientes mandó sacar a Juárez de los nombres de tres calles para ofrendarlos a su humilde persona: "Alfredo Reyes Velázquez", por el nombre con el que le bautizaron sus amantísimos padres, "6 de agosto de 1996", por el día que ganó las elecciones, y "1 de enero de 1997" por el día glorioso de su toma de protesta? ¿O será por el mismo alcalde que decidió, el 3 de marzo de 1997 y a petición de la Unión de Padres de Familia, retirar las fotografías de pecaminosas que Carlos Llamas Orenday intentó exhibir en la Casa de Cultura de Aguascalientes? ¿O es una licencia poética?

Sigamos. Por increíble que parezca, en el mismo discurso nos dio su definición -trémula- de cultura: "La Cultura (la mayúscula es de Fox): el tembloroso dibujo de alguno de nuestros hijos y el Hombre en Llamas de Orozco. Una estela maya, un adolorido poema que viene de Chiapas, un refrán popular." No obstante su precisión, me quedan preguntas: ¿por qué imagina que nuestros hijos tienen el mal de Parkinson o que la falta de asientos confortables en Chiapas genera necesariamente "poemas adoloridos"? ¿"No por mucho madrugar amanece más temprano" equivale a "Muerte sin fin"?

A continuación, salta el compromiso de Fox: "En mi gobierno la política cultural se sustentará en el irrenunciable derecho a la libertad de expresión y creación." Vaya valentía (hasta arrancó una ovación nutrida): presentar como "avances democráticos" lo que son elementales derechos constitucionales. Más le hubiera valido comprometerse a no matar a alguien. Yo mismo lo habría ovacionado. Pero no todo es demagogia. Hay propuestas. Atención a la musicalidad de las frases: "Las embajadas y consulados deben hacer de la cultura una ventaja comparativa de nuestra política exterior. El mundo de hoy, el mundo de los próximos años y de las próximas décadas, exige nuestra comparecencia alegre y pacífica pero también enérgica y digna." No, pues qué bueno.

Todavía hay más propuestas en el mismo discurso (así de generosa es la formación en la Universidad del Nubarrón): para promover la lectura -a confesión de parte, relevo de pruebas- hay que construir más bibliotecas públicas, y para acercar la cultura a todos hay que hacer más museos, uno en cada estado de la Federación, según se entiende. No es que no se le haya ocurrido que el fomento a la lectura tiene que ver con la formación de gente que lea y no con los edificios que contienen libros para hacer la tarea, sino que algo había que proponer. Lo de los museos se entiende por sí mismo: uno que contenga la orgullosa historia del jaripeo en Aguascalientes hasta la llegada del íntegro y valiente estadista Alfredo Reyes Velázquez. No es que lo adivine, sino que me baso en lo que el propio Fox dijo en 1996 cuando inventó "Cervantes por todas partes", el Festival Cervantino para pobres: "También mucha internacionalidad, grupos mexicanos, sobre todo muchos guanajuatenses y además, va a integrar grupos y espectáculos de rancho y de comunidad rural que hoy los tenemos de primerísima línea. Superará fácilmente las 500 mil [personas] y todas ellas de niveles rurales y colonias populares, a cambio de las cuarenta y cinco mil que ven el Cervantino." Cuatro años después de enunciar esa línea central de su política cultural, Fox dijo del sistema de becas para creadores: "Me interesan las grandes orquestas mexicanas, pero igualmente me siento fuertemente comprometido con el trabajo y la voluntad de ese joven que en algún pueblo aprende a pulsar la guitarra." Mis impuestos canalizados a comprar las obras completas de Guitarra fácil. No, pues los espectáculos de comunidad rural sí que pueden ser de primerísima línea, ¿no?

Pero hay algo en Fox que sí me parece peligroso para la cultura: la continuidad del antiintelectualismo del PRI. Fox es la apología de lo rudimentario, es un hombre "sencillo" que tiene una supuesta sabiduría primordial que viene de la experiencia directa con las nubes, que confunde las buenas intenciones con la puerilidad. En personajes bastos como Fox hay un discurso antiintelectual, un rechazo a la razón, un desdén por la letra, la instrucción y los argumentos que de ella derivan. Más allá de las inocencias de su poética, el que haya equiparado a las nubes con la letra impresa augura, si no un tormentón, sí algunos relámpagos de agosto. Ojalá que así sea.