JUEVES 20 DE JULIO DE 2000

* Desde el 28 de julio en Oaxaca, la suma de tres décadas de trabajo 


Fotografiar por la vida, exposición de Jorge Acevedo

* La cultura alejada del folklore, materia de trabajo del cronista de movimientos populares

FOTO-5 Luis Hernández Navarro * En la carretera que une Izúcar de Matamoros el pasajero que ocupa el asiento delantero derecho de un Volkswagen sedán abre la ventana, saca medio cuerpo y enfoca el lente de su cámara. Sin dudarlo dispara el obturador. La imagen queda grabada. Sobre el papel aparecerá un pequeño camión que transporta unas enormes tazas con forma de elefantes, para animar alguna feria de pueblo.

El fotógrafo se llama Jorge Acevedo. Tiene cincuenta años de edad y desde hace treinta toma fotos. Originalmente autodidacta, estudió primero cine  y después, en 1988 en Florencia, perfeccionó sus conocimientos sobre la profesión de toda su vida. Se dedica a ver y a conservar en instantáneas lo que ve. Este 28 de julio, en el Centro Fotográfico Manuel Alvarez Bravo de Oaxaca inaugurará su exposición Fotografiar por la vida.

Desde 1972 trabaja en el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Su obra, sin embargo, desborda la producción que realiza allí. Acevedo es un artista de la calle y, desde hace catorce años, del campo. Es un cronista de los movimientos populares, un documentador de la vida diaria de los ciudadanos de a pie.

La historia gráfica de la insurgencia magisterial entre 1979 y 1985 tiene en él a un autor central. Quien se tome la molestia de revisar la multitud de libros, artículos, folletos, carteles y volantes publicados sobre la pelea de los pobresores para democratizar su sindicato y conseguir mejores salarios encontrará más fotografías suyas que de cualquier otro artista. Muchas de las imágenes que documentan ese movimiento provienen de su cámara, y con frecuencia fueron reproducidas sin dar crédito al autor.

Durante más de cinco años, Acevedo participó en las protestas de los mentores pertenecientes a la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) en el Distrito Federal, Oaxaca y Chiapas, a veces como fotógrafo y en ocasiones como manifestante, acompañado por quien ha demostrado ser su más fiel compañera: su cámara. Soportó las interminables reuniones para concertar acuerdos para la acción, presidió asambleas y caminó las calles de la ciudad, al tiempo que retrataba las jornadas de lucha. Y sobrevivió a todo, lo que ya es mucho decir.

FOTO-3Su incursión en el fotoperiodismo no se circunscribió a los maestros de la CNTE sino que incluyó a muchos de los movimientos populares emergentes. Durante la década de los setenta irrumpieron en la vida política del país asociaciones de pobres urbanos, sindicalistas, campesinos, defensores de los derechos humanos y mujeres buscando recuperar sus organizaciones sociales, obtener el reconocimiento de las autoridades y conseguir la solución a sus demandas, al tiempo que protestaban contra la represión. Fue un terremoto que sacudió al país y sentó las bases para su democratización, a pesar de que sus protagonistas principales eran, regularmente, tan vulnerables como invisibles. Jorge Acevedo documentó esta resistencia y ayudó a darle una visibilidad permanente. Apostó por la memoria contra el olvido, sin tener que renunciar a la calidad, al manejo de la técnica y al arte. En 1985 haría lo mismo con los sismos que sacudieron la capital de la República y la conciencia pública.

En 1986, Acevedo abandonó la ciudad de México, siempre como fotógrafo, y, más rápido que despacio, entre tertulias en el Bar Jardín, cervezas en San Felipe del Agua, reconstrucciones de su vida personal y viajes a las comunidades, permutó su piel chilanga por un pasaporte oaxaqueño sin perder su vocación cosmopolita. Inevitablemente, sus tiempos, sensibilidad y rutinas se transformaron y con ellas, el conjunto de su obra. No dejó de mirar abajo pero los paisajes de la vida cotidiana, la cultura alejada del folklore, el mundo del trabajo y la recreación se convirtieron en la materia principal de su quehacer.

La muestra Fotografiar por la vida es la sumatoria de tres décadas de trabajo, la síntesis del gran proyecto de su vida, el testimonio de sus desilusiones y fantasías. Llega a ella después de 26 exposiciones individuales, de colaborar con museos comunitarios indígenas, de publicar libros y colaborar en revistas como Ojarasca y México en la Cultura de Siempre.

Jorge Acevedo ha construido una casa de imágenes en blanco y negro, en la que hay habitaciones para los excluidos y lugar para su trabajo y la pobreza no está reñida con la dignidad. La ha levantado con oficio, calidad y pasión. Una vivienda visual que, al meter la vida en un click, se transforma en evidencia de la multiculturalidad de nuestra realidad.