La Jornada Semanal, 9 de julio del 2000
(fragmento)
Ena Evia Ricalde
I
Engranaje de sombras en el río de la sangre,
círculo imperceptible de susurros amargos.
ƑQuién va a morir de noche?
ƑQué pupilas verán por vez primera?
Sólo el silencio y yo nos escuchamos.
II
Centellea la noche como ala de pájaro
y miro el espejismo de la vida que huye.
La hierba se estremece al tacto de la luna
y yo siento los poros como espinas.
III
Ángeles infantiles, ciudades submarinas
tranvías delirantes,
lámparas que agonizan
con su líquida voz tornasolada
sueño que canto y grito mis angustias:
solitario dolor desgarra las sombras
ųmis vigíasų
tendré que acostumbrarme a los demonios
mientras termina agosto y sus sudores...
Verde conquista
Verónica Gaymer Alcayaga
Soy el siglo que cayó de bruces;
tú, el sueño
de los últimos reyes.
Yo vengo del fin del mundo;
tú, de los comienzos.
A la altura de las ramas
espíritus del monte
dijeron que nos esperaban.
Desplegaste tus ojos
enseñándome la guarida de los escualos.
La profundidad del Caribe
en tus labios.
Para llegar a mi cuerpo
invocaste antepasados
pidiéndoles joyas
que en el tiempo enterraron.
Extendiendo tu voz,
sobre plataformas sagradas
dijiste a Dios:
Sin armas y sin batallas.
La intimidad verde
abriéndome el alma,
me entregué a tus entrañas
y respiraste en mí.
Insomnio dos
Claudia Sosa
Extraviada,
con mi árbol castrado de nuevo,
los labios regresan al principio.
Esta sed
ųdesierto, tormenta, desiertoų
no asegura mi voz,
no permite el silencio...
šcuánto eco!
Un corazón palpitante,
lo único que entiendo.
Mi mano delinea un cuerpo
al que pertenezco
mis dedos perfilan cada encuentro.
ƑPor dónde es la salida,
en qué agua me reflejo?
A la sombra de un vacío
mis pies, mi piel, mi boca toda,
suspiran al recuerdo.
ƑCuánto tiempo?
Tu agua ųaguja que no sientoų
traspasa silencios que engañamos.
La humedad incansable
se apodera:
agua...
Ƒde dónde vengo?
El escondite febril amenaza:
la fuente que avanza y calla,
la mano que no grita,
la voz que camina y se detiene.
ƑQué cielo es éste?
Un gato atraviesa este insomnio,
y en su piel acerada
me permite el llanto.
(Para el principio)
Idea del jardín
Yolanda Pantin
I
Cobra cuerpo el jardín
el nombrado, el que he soñado
en mis poemas. Estar en casa
con Lucky y los míos,
entrada la mañana y que nadie
me perturbe con sus voces.
Sembrar híbridos, catleyas, como
mi padre en Turmero. Es mi deseo.
II
Me dicen que he cambiado. Es cierto.
El chancleteo. Ya no espero, ni tolero.
En la oficina. Tantas. Quejas.
Contra el jardín, pasos,
taconeos. Son ciertas las matas
que he sembrado. La pérgola, el vivero.
Alguna vez. Contra toda realidad.
Reclamo de la desmemoria
(Mirando paisajes de China desde un arco de piedras saledizas)
Lourdes Rangel
Nunca digas que después de tantos años sin tocar los paisajes de mi nombre, llegaste. Porque el lugar al que crees haber llegado no es la Mongolia donde no había luto blanco y sí fuego reconocido en sí mismo.
Éramos uno solo con su espejo en todas las cosas.
No digas nunca que has vuelto a mirar los ojos de alce de la bella mujer que habías abandonado, pues su mirada ya es incapaz de imitar el Río Azul y su piel ya no es tan suave y lisa para inspirar historias de la noche.
Como cuando emprendiste la lectura de los bosques del norte.
Debes saber que desde mayo está de duelo y cultiva algodón para no acordarse de la penumbra.
Y que se mira en su reflejo de taza pequeña y aguas nigromantes.
Por eso ya nunca vuelvas a decir que has retornado. Este sitio silencioso, apartado de las calles anchas de Pekín, pasando el Río Amarillo cantante, no es el destino al que tú querías arribar.
Hoy, nuestro corazón es un libro en blanco, de una madera amargada donde es posible comenzar una nueva historia y puedes escribir con tus labios, que agonizaban de cambiar tantas veces de corriente, para que nos convirtamos en personajes que piensan en la palabra llegar.
Así que nunca digas que regresaste, porque ya han mutado veinte veces de piel los arroyos que resuelven el paisaje, porque hemos sufrido desdenes y fuertes soles, porque de este lugar ya se ha marchado la mitad de los hombres hacia Occidente.
Y, finalmente, no puedes decir que llegaste: el hombre que se fue y me dejó el alma llena de naranjos en flor y hojas de té para no dormir la noche y dictar los nuevos frutos, ya nunca volverá.
Maloficio de bruja
Reyna Echeverría
Colgaremos medallones de San Cristóbal en el coche.
Ella abrió la vendimia de este aire con olor a muerte y flotan en las avenidas humores de conjuros.
Es misteriosa esta necesidad de llorar.
Con un traje de concreto se ha vestido al miedo para que no crezca en carne.
Nuestra lógica hecha añicos caminará por los huesos como un mal de ojo.
Religiosa y natural avanza entre la bruma de su Cuarto Mundo.
Toma un café mientras observa el deambular de
polvos, dientes,
plumas, cráneos.
Ha comprado un amuleto para evitar su sombra.