La Jornada Semanal, 9 de julio del 2000



Carlos Montemayor

La poesía de Fernando Ferreira de Loanda

El maestro Carlos Montemayor, traductor de lenguas vivas, moribundas y muertas, dedicó toda su afectuosa atención al estudio de la obra de Fernando Ferreira de Loanda, poeta angolano de origen brasileño, y brasileño de origen angolano, cuya "patria es la lengua portuguesa". Kuala Lumpur y Ode para Bartolomeu Dias son dos obras fundamentales de la poesía contemporánea en lengua portuguesa. "Cuando el timón no respete ya tu voluntad, y vayas camino de la muerte"... "aguárdala en las colinas del sueño", recomienda el poeta navegante a todos los navegantes que esperamos el naufragio.

Sabio, agudo, el poeta Lêdo Ivo apuntó hace tiempo que Fernando Ferreira de Loanda trajo un rumor nuevo a la voz múltiple y enriquecida de los poetas brasileños de la Generación del 45:

...os poemas reunidos em Equinócio (1953), Do Amor e do Mar (Equinócio e Ode para Bartolomeu Dias 1964 e 1966), traziam para a poesia da nossa língua esse rumor novo e essa luz nova que distinguem os poetas de melhor estirpe.

Nesse rumor novo, o leitor atento ouvia, entre e nos versos, o barulho do oceano ųo fluxo interminável das vagas contra os costados dos navios.

(...los poemas reunidos en Equinócido (1953), Do Amor e do Mar [Equinócio e Ode para Bartomoleu Dias 1964 a 1966], traían a la poesía de nuestra lengua ese nuevo rumor y esa nueva luz que distinguen a los poetas de la mejor estirpe.

En ese nuevo rumor, el lector atento oía, en y entre los versos, el ruido del océano ųel flujo interminable de las olas contra los costados de los navíos).

En efecto, ese constante sonido del mar, que se agita en versos y poemas, también se convierte en el eco que oímos de nuestra propia travesía por los mares que recorre Ferreira de Loanda. En cada ciclo, en cada poema, en cada muelle, a través de sus ojos, como vigía solitario en la gavia, con las venas inflamadas por las navegaciones, miramos los puertos, las mujeres deslumbrantes.

Todo pareciera comprensible en los viajes, en los ríos, en las escolleras; en la voz clara, en los versos precisos que se agigantan y colisionan por su propio oleaje. Pero en ciertos momentos el poeta se esconde, se niega a ser visto; se resiste a llegar a los muelles donde lo esperan, a los puertos donde acaso no estará porque
en el fondo le es imposible detenerse y quedar al descubierto, fijo en un lugar. El Simbad, el navegante, el infatigable surcador del mundo, en una de sus facetas dirá:

Não vos falo das ruas da minha infância,

nem as nomeio,

para que ignorem a pequenez do meu mundo.

(No les hablo de las calles de mi infancia

ni las nombro,

para que ignoren la pequeñez de mi mundo).

 

En otro momento aclara:

 

Toda a poesía é máscara e sonhas decifrar-me

(Toda la poesía es máscara y sueñas descifrarme)

 

En otro poema recomienda:

 

ante a nudez, da mulher ou da palabra, vive:

não memorizes: ninguém te argüirá.

(ante la desnudez de la mujer o de la palabra, vive:

no memorices, nadie te argüirá.)

 

El poeta es un navegante que se aferra a la travesía y no a los puertos, que permanece en mar abierto y se oculta en el oleaje de los versos para que no lo detengan, no lo frenen, no lo expliquen:

 

Não me expliquem:

prisma, de mil faces,

sou insondavel, abissal.

 

A poesia não é um espelho;

é um estado momentâneo...

 

A clareza não a tenho à superficie...

(No me expliquen:

prisma de mil faces,

soy insondable, abisal.

 

La poesía no es un espejo,

es un estado momentáneo...

 

No tengo la claridad en la superficie...)

 

Pero el poeta, que permanece en el viaje, en el océano, vive, mira, piensa en la mujer, en la vida, en la poesía, mostrando las distintas facetas del prisma. En los mares irá evolucionando la reflexión del navegante que clama por los puertos que ama o recuerda. Trata de liberar la pasión que lo alienta: deseo de la mujer en los puertos, deseo del mundo, ansia del cuerpo del mundo. No sólo arrastrándose por los mapas y el mar, también sintiendo el canto, uniendo el verso con los mares y los caudalosos ríos:

 

...a minha mãe cantava...

fundo musical dos itinerários que sonhei

quando me debruçava sobre o infinito dos mapas e certas cidades se apegavam a mim como ventosas.

 

Cantava na alegria do meu sangue quando molhei os pés no Índico,

era o murmúrio do Cuanza a passar sereno em Massangano,

o marulhar do Urubamba barrento, bordado com luas de prata,

varrendo os barrancos.

(...mi madre cantaba...

fondo musical de los itinerarios que soñé

cuando me recostaba sobre el infinito de los mapas y ciertas ciudades se pegaban a mí como ventosas.

 

Cantaba en la alegría de mi sangre cuando mojé mis pies en el Índico,

era el murmullo del río Cuanza al pasar sereno en Massangano,

el oleaje del Urubamba arcilloso, bordado con lunas de plata,

barriendo los barrancos.)

 

Pareciera, en distintos momentos, que el poeta Fernando Ferreira de Loanda se está reflejando en un mismo poema, precisando cada vez más el viaje que lo atrae, los sitios que mira y abandona, las mujeres con quienes quisiera haber estado al menos un instante irreparable y suficiente como la vida entera, antes de volver a partir. En sucesivas navegaciones algo imperecedero quiere encontrar. Sabe, como el viejo romano, que vivir no es necesario, que lo necesario es navegar:

 

As viagens foram feitas para mim.

Nasci com os mapas.

Os itinerários estâo na palma de minha mâo.

 

Sou sempre um estranho

forasteiro nas praias nunca repetidas

minutos na existência de mulheres jamais lembradas

nos portos nunca visitados segunda vez...

 

Nunca fui o alguém que fica, sou sempre o que vai

(Los viajes fueron hechos para mí.

Nací con los mapas.

Los itinerarios están en la palma de mi mano.

 

Soy siempre un extraño

forastero en playas nunca repetidas,

minutos en la existencia de mujeres jamásrecordadas

en puertos nunca visitados una segunda vez...

 

Nunca fui el que se queda, soy siempre el que se va...)

 

Varias emociones, sensaciones e ideas se reiteran a lo largo de su obra y en ocasiones se van convirtiendo unas en otras. Los puertos y los muelles son escalas de la travesía. Son a la vez realidades interiores y pensamientos. Son también la vida insustituible de hombres y mujeres. Son el destino, o la mujer que nos espera, o que ansiamos imaginar que nos espera. Y poema a poema la fuerza del mar se va acrecentando hasta convertirse en todo: la conciencia, la vida, el amor, la pasión, el recuerdo, el destino interrogante, el final de la vida.

Es la voz interior:

 

Uma âncora

na retina. E espumas

nas veias vagando.

E na insônia

um gajeiro na gávea

brumosa, guaiando.

(Un ancla

en la retina. Y espumas

vagando en las venas.

Y en el insomnio

un gaviero en la gavia

brumosa, llorando.)

 

El mar es la inmensidad que recorremos y la travesía otra vez el paso de nuestra vida. La navegación es la incógnita que transcurre, donde nos topamos con el destino. Por eso el náufrago se hunde en su propia alma:

 

afogado no grande sono,

no caos da própria alma

ųassombrada sombra alvadia,

sem agulha de marear,

por sob e por sôbre as ondas

numa das faces do prisma.

(ahogado en el gran sueño,

en el caos de la propia alma

ųsombra blanquecina y sombría,

sin aguja de marear,

debajo y encima de las olas,

en una de las faces del prisma.)

 

Poema tras poema la mujer adquiere contornos más precisos, va mostrándose con todas sus facetas de prisma y revelándose como una de las más bellas e intensas formas de entender el sentido del viaje y los mares, como puerto indeleble de la vida:

 

Quem são aquelas que ao longe vejo

me apontando no horizonte,

e que mundo lhes habita o olhar?

 

Fala-me da côr da insônia delas,

se lhes poiso nos sonhos,

se as possuo tôdas as noites

e se, quando dançam, é com o ausente que dançam.

(ƑQuiénes son aquellas que a lo lejos veo

apuntándome en el horizonte

y qué mundo habita su mirar?

 

Háblame del color del insomnio de ellas,

si en sus sueños me poso,

si cada noche las poseo,

si cuando bailan piensan que con el ausente bailan.)

 

Llega con ellas, las ama, y por fin descorre la cortina del mundo:

 

E de sob o teu corpo nu, nos lençóis de linho,

após o amor, nas madrugadas, o Sol se levantará...

(Y bajo tu cuerpo desnudo, en sábanas de lino,

después del amor, en las madrugadas, el Sol se levantará...)

 

Habla el navegante con ella:

 

Acorda para o meu amor, para as minhas mãos,

para o calor das minhas coxas,

para as noites que passaremos em claro,

para as noites onde não teremos passado nem ambições...

(Despierta a mi amor, a mis manos,

al calor de mis muslos,

a las noches que pasaremos en claro,

a las noches donde no tendremos pasado ni ambiciones...)

 

Habla con ella, sí, pero en verdad la intuye como un inminente destino:

 

Oh, saber que no desconhecido os teus seios

existem, como um põrto a minha espera!

(šOh, saber que en lo desconocido tus senos

existen, como un puerto que me espera!)

 

En "Neptuno", el dios de los mares desea convertirse en un ser humano por una mujer de tersos muslos:

 

No olvido fenecerá minha glória...

mas entre as suas coxas novos mundos

 

descortinarei...

 

Emanando alheio á divinidade

alento-me do viço das flôres

que as meninas atiram as ondas.

 

E o desfolhar sublima o meu ser.

(En el olvido acabará mi gloria...

pero en sus muslos nuevos mundos

 

descubriré...

 

Respirando distinto que la divinidad

me reanima la lozanía de las flores

que las niñas arrojan a las olas.

 

Y el deshojar sublima mi ser.)

 

En los tardíos poemas de Kuala Lumpur permanecen el mar, el destino, las mujeres, los viajes, pero ásperos ahora por la vejez de los hombres que siguen soñando con la travesía que no emprendieron:

 

Arrastado pela força que leva as aves a emigrarem, mudo e estático, quedava-se olhando os navios e os aviões que chegavam e partiam... Bêbedo, esboçava mapas, definia reentrâncias e, sob o peso do malogro, levantava o copo e brindava: ųKuala Lumpur, Kuala Lumpurų como algo intocável, muito além das fronteiras da razão. E aos amigos falava de Antuérpia, Trinidad, Hong Kong e Port-Said com intimidade e cores tais, do clima e do comércio, das ruas e das mulheres, dos prostíbulos e dos entardeceres...

(Arrastrado por la fuerza que lleva a las aves a emigrar, mudo y estático, se quedaba mirando los navíos y los aviones que llegaban y partían... Borracho, extendía mapas, definía latitudes y paralelos y, bajo el peso del malogro, levantaba la copa y brinda: ųKuala Lumpur, Kuala Lumpurų como algo intocable, mucho más allá de las fronteras de la razón. Y a los amigos hablaba de Antuerpia, Trinidad, Hong Kong y Port-Said con intimidad y colores tales, del clima y del comercio, de las calles y las mujeres, de los prostíbulos y de los atardeceres...)

 

Sólo en estos poemas de Kuala Lumpur aparece la imagen amarga de los que, sin pasión ni vigor, continúan el recorrido por el mundo y la vida:

 

Nas horas sombrias, nos aeroportos, os viajantes aguardam a partida, gado nos matadouros.

Chegam ou partem, cristalizando horizontes; uns, estátuas inconcluídas, exibem uma rosa amarela, mastigando chicletes, ou a impaciência na acidez do sangue,

agônico fermentar, sem nenhuma relação com os ventos caribenhos, outros, a curiosidade, o fastígio, o desespero da inércia ante a velocidade, a loucura da luz a violentar-lhes o olhar: o sol nasce para todos, assim dizem, nasce em todas as latitudes

e morre nas suas pupilas.

(En las horas sombrías, en los aeropuertos, viajeros aguardan la partida, reses en los mataderos.

Llegan o parten, cristalizando horizontes; unos, estatuas inconclusas, exhiben una rosa amarilla, masticando chicles, o la impaciencia en la acidez de la sangre,

agónico fermentar, sin ninguna relación con los vientos caribeños;

otros, la curiosidad, el fastidio, la desesperación de la inercia ante la velocidad, la locura de la luz que les violenta la mirada: el sol nace para todos, así dicen, nace en todas las latitudes

y muere en sus pupilas.)

 

La Ode para Bartolomeu Dias, uno de los mejores poemas de nuestro continente, es el centro de la poesía de Fernando Ferreira de Loanda, que desde aquí se expande como un poeta del mundo, no sólo brasileño ni solamente portugués. Refleja en su universo la grandeza de la travesía oceánica, el arribo a la vida y a la mujer, que es el arribo al destino. Aquí la muerte surge como la irreparable impotencia del hombre ante el timón de la nave que conduce:

 

Quando o astrolábio não mais te falar de estrêlas,

de meridianos, da calculada aproximação ou afastamento

da mulher amada que vês e sentes em cada uma que nos portos

ocasionalmente surge e se esvai...

 

quando o leme não mais respeitar a tua vontade,

e teu fôr o caminho da morte,

rotos os sapatos e a esperança,

velas arriadas e desbotado,

aguarda-a nas colinas do sono.

(Cuando el astrolabio no te hable más de estrellas,

de meridianos, de la calculada aproximación o distanciamiento

de la mujer amada que ves y sientes en cada una que en los puertos

ocasionalmente surgen y se desvanecen...)

 

cuando el timón no respete ya tu voluntad,

y vayas camino de la muerte,

rotos los zapatos y la esperanza,

con las velas arriadas y desteñido,

aguárdala en las colinas del sueño.)

 

En el centro del poema aparece una confesión esencial: la poesía es otro destino tan arduo como enfrentar el océano. O mejor: la travesía del océano, que pareciera embestir todos los destinos humanos, contenerlos, explorarlos, hace iguales al marinero y al poeta:

 

Oh, saber-me poeta como te sabias marinheiro, a domar as palavras como o fazias com o vento e o mar,

alheio ao encanto das sereias ou às advertências divinas!...

(Oh, saberme poeta como te sabías marinero, domar las palabras como lo hacías con el viento y el mar,

ajeno al encanto de las sirenas o a las advertencias divinas...)

 

Se conjugan en Ode para Bartolomeu Dias el viaje y las ondas del océano y la tempestad para rasgar el Atlántico. Y como en todas las épocas de sus poemas, aquí, en esta oda, el viaje, el viajero, la voluntad y la fuerza del navegante, se funden en la sangre misma. La poesía es un escudo, una verdad que consigue ponerse a salvo en la conciencia de los hombres:

 

Ah, Bartolomeu Dias, meu Ulisses lusíada,

eu te sagrarei na pedra, com a palabra ou ante Deus!

Do aotrora te lançarei ao porvir e não há tempestade

que te abata mais uma vez.

(šAh, Bartolomé Dias, mi Ulises portugués,

yo te consagraré en la piedra, con la palabra o ante Dios.

Desde el pasado te lanzaré al porvenir y no habrá tempestad

que te abata otra vez.)

 

Sí, fuera de la grandeza de la Ode para Bartolomeu Dias, afirmó que la poesía es un estado momentáneo. Un estado fugaz como las olas y la espuma en el mar. Súbita y fugaz en el océano de los destinos, en la inmensidad primordial de los mares en que cada ola no es la misma y cada espuma es única. En la inmensidad primordial de la vida en que cada verso no es el mismo y cada deseo surge nuevo y único. Recordemos:

A clareza não a tenho â superficie;

é necessário uma faca para fazê-la fluctuar;

...sou quarto crescente na lua cheia.

 

Não me expliquem pelas palavras...

(No tengo en la superficie claridad,

es necesario un cuchillo para hacerla saltar.

...soy cuarto creciente en luna llena.

 

No me expliquen por las palabras...).

 

El poeta es cuarto creciente en luna llena, una luna que empieza apenas a crecer cuando es plena; o mejor: porque ya es plena, empieza a crecer. No expliquemos la poesía de Fernando Ferreira de Loanda por las palabras, sino por lo imprevisto, por lo que intuimos, por el prisma que no tiene su claridad en la superficie y que sólo un cuchillo de luz puede atravesar para que salten al aire sus colores eternos. Esos colores, de pronto visibles, no son ya la claridad que nadie explica, no son ya la callada e invisible luz que nos mira y comprende. La voz del poema no es ya la luz silenciosa e invisible: vino desde ella, pero ya no es ella. No expliquemos el poema por sus palabras, sino por la luz silenciosa de la que se ha alejado, por la fragancia que acaso ha quedado en alguna parte, la fragancia que adivinamos detrás, alrededor, en el regazo del mundo.

Hacia esa fragancia y claridad que no están en la superficie, hacia ese silencio que apenas intuimos, hay que dirigir la travesía y surcar el mundo. Porque no estamos en una parte de la tierra, sino en el corazón, en la respiración, en la sangre de todas las partes del mundo. No estamos en la aldea donde cabe una infancia o una pregunta, sino en el aliento de donde nacen todas las aldeas y todos los deseos. Parten hacia allá, hacia ese aliento, para siempre, incesantes como el mar, los poemas de Fernando Ferreira de Loanda; surcan su propio océano, llamándonos desde su inmenso deseo, desde puertos donde el sol se eleva por fin con el fulgor de la mujer que hemos esperado, que hemos amado, con el fulgor que pareciera el de nuestros brazos y nuestros labios, porque es el fulgor de los mares y puertos en que quizás estamos, en que quizás (lo sabemos honda, profundamente) no volveremos a estar.