La Jornada Semanal, 9 de julio del 2000



(h)ojeadas

Sísifo en Palacio

iván ríos gascón

Régis Debray,
Alabados sean nuestros señores. Una educación política,
Plaza & Janés,
España, 1999.

En su exhaustivo Diccionario del diablo, Ambrose Bierce definió al Político de esta manera: "Anguila en el fango primigenio sobre el que se erige la superestructura de la sociedad organizada. Cuando agita la cola, suele confundirse y creer que tiembla el edificio. Comparado con el estadista, padece la desventaja de estar vivo."

El trémulo edificio que refiere Bierce cuando habla del indomable rabo del Político, es aquella arquitectura diseñada con los mitos, las connivencias, las ingenuidades, los embrollos, las traiciones, los espejismos y las desilusiones que el hombre teje sobre el velo del pasado, el presente y el porvenir de las naciones; una gasa que, a su vez, se transforma en el tegumento existencial de la memoria colectiva.

El edificio, esa especie de falansterio dedicado al culto de las afinidades electivas ųen lo ideológico y político que, por una suerte de insignia secular, sella un pacto moral, mental, emocional, epidérmico y sanguíneo entre las huestes del romanticismo que más tarde habrá de corromperse por las perversiones del poderų, en realidad es un hotel de paso donde el tiempo suele operar la peor de las metamorfosis en sus desgraciados residentes: al salir de aquel encierro, los otrora huéspedes de la ilusión descubrirán que las rugosidades de su espíritu no se deben al paso de los años, sino que son las cicatrices de una lucha sin cuartel entre el cuerpo y la conciencia, cuando en retrospectiva vuelven a mirar los descalabros, las torpezas, la impostura y las debilidades que moldearon sus destinos. Ambrose Bierce tenía razón: la arrogancia del Político es una alquimia entre el idealismo, la ambición y la ceguera, porque en su cola se concentran los pigmentos con que se escribirá la historia.

"El pensamiento de un hombre es, ante todo, su nostalgia", escribió Albert Camus en El mito de Sísifo y, efectivamente, esa verdad podría ilustrar los dédalos reflexivos de aquel personaje condenado por los dioses a subir una roca hasta la cima de una montaña, sólo para que ésta ruede cuesta abajo una y otra vez: el trabajo inútil nos devuelve la nostalgia de lo que fuimos o quisimos ser; lo estéril de los sueños, una vez que se han cumplido, es la ineluctable vuelta atrás. Quizá es por ello que Régis Debray apunta en este ensayo filosófico-político disfrazado de libro de memorias, que "un revolucionario es en primer lugar un vigilante, un soñador al acecho, mucho más que el homo politicus en tiempo de calma. A falta de medios mecánicos de conservación y sin soportes de fijación, el sabor de la inminencia no es más memorizable que un perfume, mientras que únicamente esa ansiedad podría dar fe, como un original, de nuestras motivaciones pasadas. A ese vigía es al que habríamos querido serle fieles; con la vara de sus expectativas es con la que mediremos, más tarde, la amplitud de nuestros fracasos. Sin esos delirios desdibujados serían nuestros propios actos los que se volverían delirantes".

De modo que el hombre cuya biografía, a la distancia, parece como extraída de los anales de la epopeya ųDebray fue miembro honorario de la revolución cubana, amigo de Fidel Castro y el Che Guevara, mensajero de Salvador Allende, reo en una cárcel de Bolivia y colaborador del gabinete de François Mitterrand, más una respetable trayectoria intelectual exaltada por la producción de libros de arte y filosofía políticaų, luego de un obstinado círculo vicioso sobre los tópicos fundamentales de un ego ya marchito, llega a la conclusión de que la historia es la creación más acendrada en los imaginarios miopes porque "cada militante, cada colaborador e incluso cada elector, pudo colocar su pequeña historia en uno de los segmentos de la suya, proyectar su película en esta pantalla de ángulos variables y complacientes", al referirse a la generación mitterrand, una espuma que de acuerdo con Debray, elevó a Francia a la ilusión de un cambio radical en lo político, lo económico y social, cuando, a ciencia cierta, el porvenir mostró que, gatopardianamente, todo había quedado inalterable.

Si bien el hilo conductor de Alabados sean nuestros señores es el método literario que Gustave Flaubert estableció en La educación sentimental, incluido el tratamiento con que en algunos pasajes Debray aborda al personaje de sí mismo ųel del ingenuo y el decepcionadoų, lo cierto es que este extenso volumen abre al lector una infinidad de senderos reflexivos, oposiciones y sospechas, cuando el revolucionario se transforma en el ideólogo, el ideólogo en el político y éste en el apóstata, y la prosa se arriesga en afirmaciones viscerales, autos de fe simplistas y manuales de militancia elemental, cuyos ejes son el escepticismo y el reflejo pavloviano de la negación de la caída.

Para Debray, la historia es un ágora donde sus personajes se desbordan en la seducción de sus desatinos y virtudes. Todos ellos: Castro, Guevara, De Gaulle, Mitterrand y el propio Debray se descubren, conforme el libro avanza, como las piezas de una paradójica puesta en escena de los ideales revolucionarios que el tiempo se ocupó de trastocar y destruir, y ahí están, como paradigmas del simulacro universal, las contradicciones del sistema cubano, los fracasos de la desaparecida Unión Soviética, el mito caudillista de De Gaulle, las tentaciones francesas de la globalización, la entropía mediática que sirve a todos los regímenes para distorsionar la realidad, pero, sobre todo, está la percepción de lo histórico y social, la imagología y la falsedad del discurso ideológico, las dos caras de la información y la insania de los amores colectivos por el líder. Todos estos son fenómenos que se han engendrado en las sociedades como efecto de un vertiginosa integración comandada por los imperios que detentan la hegemonía económica y política porque, sin duda, la ideología es lo más próximo a morir, ahora que el poder se enfrenta a los resortes infranqueables de la mundialización.

En consecuencia, de aquel periodo comprendido entre los años cincuenta y los setenta Debray rescata los sueños de heroísmo de las generaciones que, arropadas por el espejismo de la participación, se volcaron a la defensa a ultranza de una revolución como subterfugio moral y moralizante, como carnet de identidad y resistencia intelectual a la barbarie, no obstante que ese anhelo, bajo un extraño vuelo de parábola, muy pronto comenzara a mostrar las grietas del desastre. Y siguiendo las huellas del autor, contemplaremos la rudeza del entrenamiento de la guerrilla cubana, una especie de deporte combativo que escamoteaba las genuinas condiciones de la batalla a sus legionarios; las diferencias tangenciales entre Castro y el Che Guevara, el primero un político condescendiente y carismático, el segundo un guerrero por naturaleza:

En la especie, Castro estaba como pez en el agua. Guevara se mantenía en la orilla, o por encima, como un extraño atravesado por furtivos impulsos de ternura. Como si se hubiera construido su propia ciudadela; él mismo dos comandantes, dos estilos de mando, dos visiones del mundo: la constructiva y la sacrificial. Sarcástico y poco demostrativo, el Che se atraía a los hombres dándoles las menos pruebas de afecto, y Fidel los capturaba por una exuberancia comunicativa. Fidel confía en el contacto lírico, el Che en el poder del ejemplo. El cubano establece la diferencia entre una causa y un programa, digamos entre lo que exige la doctrina y lo que permite la realidad. Es un político. Quiere durar. El argentino todavía prefiere lo imposible a lo posible. Es un místico. Quiere morir.

Visiones de conjunto, análisis del mito que Debray proseguirá hasta el egotismo de Mitterrand, no sin lamentar las patéticas escaramuzas que sus gestiones en la administración del socialista francés generaron entre intelectuales y políticos: discusiones, críticas, reclamos por su paulatino desapego ųafirma categóricamenteų con el príncipe.

Así, Alabados sean nuestros señores se interna en los páramos de la grandeza y la miseria de Occidente, y se pasea entre las frustraciones y las ilusiones perdidas de América Latina y los cánones del léxico militante: la Espera (como dilación de las glorias personales), el Aura (la virtud del auténtico monarca), la Comparación (los razonamientos de la analogía histórica),
la Elección (la participación proselitista para conseguir el cambio), la Intelectualidad comprometida (un oficio ingrato y azaroso, sobre todo cuando se trata de actuar ante la oposición), el Enemigo (el juego sucio y las trampas de la fe), los Entornos (las atmósferas turbias al interior de los partidos), la Izquierda (la necesaria reflexión sobre sus ensoñaciones y paradojas), las Alturas (la tentación de los políticos y su posterior fracaso), la Ilusión (como génesis de todo intelectual y militante), la Incompletud (los vacíos que genera el furor y el desencanto), más otros fenómenos que siempre, afirma Debray, acabarán por hacer más turbia la ataraxia de un hombre que, por desgracia o por fortuna, ha podido alcanzar el estatuto de "anguila del fango primigenio" de la que hablaba Ambrose Bierce.

Alabados sean nuestros señores o la educación política de Régis Debray no es un tratado sobre las rupturas ideológicas sino un testimonio de la somatización política que opera en las genealogías utópicas, cuando la utopía es un concepto que se ha desvanecido inexorablemente *

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P O E S I A


LOS POETAS INVENTAN EL MUNDO

Guadalupe Bucio Gaona

Antonio Deltoro
Poesía reunida,
UNAM,
México, 2000.

...Persigo algunas palabras... Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema...

Pablo Neruda

ƑDe qué color es la vida? Qué más da: cada cual la pinta a su manera. Puede ser un día gris de añoranza, azul de vida plena, rojo de problemas, anaranjado de ganas por lo distinto, negro de tráfico, verde de amor naciente, ocre de preocupaciones cotidianas, o blanco de alegrías insospechadas. Y en cualquier situación que el lector viva, le caerá bien un baño de palabras iluminadas por los colores de la imaginación de un poeta que sabe inventar el mundo: Antonio Deltoro.

Deltoro nació en la ciudad de México el 20 de mayo de 1947. Estudió economía en la unam; ha colaborado en la Revista de Bellas Artes, la Gaceta del fce, Mesa Llena, Sábado de unomásuno, Vuelta y La Cultura en México; ha trabajado como editor en la uamIztapalapa. Fue Becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en el año 1992-1993. Ingresó al Sistema Nacional de Creadores Artísticos en 1994. En Poesía reunida, encontramos el trabajo de dieciocho años de creación poética: Algarabía inorgánica, 1979, Hacia dónde es aquí, 1984, Los días descalzos, 1992 y Balanza de sombras, 1997.

Su poesía se acerca a las cosas bautizándolas, al separarlas de la generalidad de objetos y darles una nueva forma de existir, de ser: "El agua sale de la manguera llena de ojos dispersos/ como plumas de pavo real. /La boca marina de la ducha es como un pescado gordo y con espinas."

Utiliza la palabra como vínculo sagrado entre la especie humana y la literatura, la palabra espontánea, sin las estructuras fijas del poema que la sujetarían como corsé a un mundo donde todo se mueve y cambia, en un contexto vivo y lleno de sorpresas cotidianas que nos llenan de asombro: "Cansado o vencido salgo otra vez a la arena,/ a la seguridad caliente, a los niños y a los perros,/ a las mujeres costeñas."

Dice Huidobro que los poetas van siempre hacia adelante, que su tarea no es reflejar el mundo como si fuera un espejo, sino crear, reinventar, dar un paso más allá de lo cotidiano. El artista, el poeta Antonio Deltoro recoge las enseñanzas de sus antecesores creando un mundo de palabras que recogen sensaciones; siente nostalgia y soledad, contempla las cosas de uso común y encuentra la forma de transmitir ese sentimiento con palabras conocidas, que al escribirlas las trastoca y las hace nuevas, diferentes: "En la calle está el teléfono/ como un santo numérico/ en su ornacina plástica./ Del otro lado del espejo/ está presente tu ausencia."

Las sorpresas nacen página tras página, las horas transcurren en la compañía de un hombre que vive el presente con imágenes maravillosas, dichas en voz baja, apenas susurradas en el ojo, pero con la capacidad de hacernos reflexionar. La vida se siente descubierta en sus más mínimos habitantes, como en un escarabajo: "En el escarabajo lo duro y lo blando se condenan/ a viajar unidos hacia su condición de piedra./ Por dentro la vida lima a la muerte. En los cables: Separados por idiomas y mares los zapatos de los/ niños se columpian/ trazan en el aire su magnífica danza, la incitación/ al viaje. En la arena: La arena es un vampiro, un cadáver de rocas/ un muerto vivo."

Nada escapa a la mirada del poeta, ni siquiera los días de la semana. El martes, es "el absurdo mezquino, el ver por todos lados lo ya/ visto; la muerte utilitaria". Del domingo dice: "Me siento solo como un dedo al que le faltara una mano./ El domingo es un híbrido, un animal con pies/ de sábado y cabeza de lunes". El jueves es un día especial para el poeta: "Los jueves el tiempo se detiene, surgen la poesía y los/ amigos,/ es un día de piernas fuertes y de mirada serena en donde/ por las noches transcurren muchas vidas."

Un hombre ama y expresa ese sentimiento de diferentes formas, pero cuando el poeta ama, hace del amor un canto de sonidos íntimos, de suspiros y anhelos que no esperan reposo, que se dan sin importar el tiempo o el cansancio: "Ojos de búho, tus pezones en la noche iluminan/ mi insomnio, quiero entrar por tus pupilas,/ sumergirme en la laguna negra, en el cráter poblado/ de humedades/ donde los gritos resuenan: las obscenidades vienen/ también con la ternura."

La vida, el camino y un poeta que no pierde la capacidad de asombro ante el mundo globalizado, donde lo general parece absorber a lo particular, donde los grandes problemas económicos y políticos parecen eclipsar los momentos felices escondidos en las piedras, los edificios, los insectos, la comida, los amigos, los amores, los fracasos. Afortunadamente existe el verbo, para nombrar y renombrar lo nombrado, y felizmente existen los poetas, que nos transportan a ese mundo fantástico que ellos inventan y nos descubren al quitar la manta oscura de lo cotidiano y volverlo distinto y siempre, siempre, nuevo*



N A R R A T I V A


PERIODISTAS DE HISTORIETA

Marco Antonio Cuevas Campuzano

Óscar de la Borbolla,
Asalto al infierno,
Editorial Patria,
México, 1999.

Hablemos de la realidad: El mundo, tal y como es concebido individualmente, se basta para plantear situaciones cuya observación minuciosa da pie a la construcción de eslabones que, entrelazados, dotan a un periodista de la materia prima para la realización de reportajes extraordinarios que desafían el prejuicio establecido de la lógica. El mundo real es así: absurdo, relativo, ambiguo e ilógico (claro, salvo las excepciones inmersas en la abstracción de las leyes indiscutibles de la física, la matemática, la química, la astronomía, etcétera).

Para el periodista Óscar de la Borbolla (1966), la transgresión que realiza de la realidad para insertar en ella quimeras que sin embargo guardan un prurito de proporción con la misma, es un acto consciente que busca a toda costa una reacción de un público que al mismo tiempo se refleja y está contenido en estos escritos.

El germen de esta obra se encuentra en una palabra que el autor utiliza para referirse a "un mundo paralelo a éste, un territorio donde cualquier cosa es posible": la ucronía. Y la esencia de esta palabra es, a su vez, referencia directa de una denuncia, personal primero, y después colectiva, contra los medios masivos de comunicación; esos gigantescos generadores de violencia, crimen y falsas palabras. Entonces, lo que el periodista pretende es "destruir la realidad, esa realidad que en nuestro tiempo es la única que propiamente existe"; es decir, combatir, por medio del reclamo y la crítica, la mentira y el decorado que parecen ser los únicos patrones de medida para las relaciones, pragmáticas y banales, de los seres humanos en sociedad. Así, la ucronía es el conducto por el cual el periodista ejerce su derecho de libertad de pensamiento y de palabra, y es el método por él revelado como vocación profesional y que ha dado sentido a su vida... Pero en los hombres se deben juzgar las acciones, los hechos, y no la ideología o las palabras.

Las ucronías que constituyen Asalto al Infierno observan gran semejanza con la columna periodística, en lo referente al preámbulo que Óscar de la Borbolla hace para introducir al lector en su relato. Y mientras las historias se debaten, fantaseando, en el perímetro de la realidad, la virtud de la ucronía se halla en el terreno de la originalidad para plantear la cuestión del paradigma de un mundo que destruye por completo el tiempo y el espacio verdadero y los vuelve inverosímiles.

El autor se apoya en un tono de reflexión constante que nos conmina a desligarnos del mundo concreto para instalarnos, de una buena vez, en el trajín de un universo de imaginería superflua. Una constante en las historias de Óscar de la Borbolla es que lo ilógico adquiere coherencia de manera muy natural. Pero todo lo que aparentan ser las ucronías lleva un trasfondo propio, el cual, para ser descifrado, requiere de leer entre líneas.

Al leer Asalto al Infierno, se tiene la viva sensación de haber sido testigo de las aventuras de un personaje de historieta de dibujos animados, al que todo termina saliéndole, si no conforme a lo planeado, de cualquier modo bien. El alto grado de insolencia y humor negro de estas historias provoca una irascible reacción en el lector, pues lo que soportamos con mayor dificultad es vernos inmersos en un juicio a nuestra propia persona, y cada hoja de este libro se esmera en juzgar a quien lo lee. No será extraño escuchar reproches para el periodista por esa pretendida pose de sabelotodo impertinente que se esfuerza en plasmar en cada frase u oración. Sin embargo, y a pesar de que los medios hagan dudar de la infalibilidad del fin, para encarar esa ardua labor de denuncia pública, no basta con describir al hombre mediante el uso de metáforas y analogías: es menester explicarlo y arrancar de una buena vez ese falso pudor que no nos permite referirnos con "la forma llana del lenguaje" a los actos más profundos, sencillos, tiernos o afectuosos de la naturaleza humana. La imposición de unos "giros poéticos" para encubrir la verdad en las palabras (y en donde lo artístico no tiene nada que ver), es una manera más de mantener el decorado en la comunicación humana *



FICHERO

LOS LIBROS QUE LLEGAN A NUESTRA REDACCION

* La pasión del descontento y otros ensayos, Angélica Prieto Inzunza, Universidad Veracruzana, México, 1999, 174 pp.

ensayo (literario)

* Juan Rulfo: del páramo a la esperanza. Una lectura crítica de su obra, Yvette Jiménez Báez, Fondo de Cultura Económica, México, 1994, 301 pp.

ensayo (político)

* Guerrero bronco. Campesinos, ciudadanos y guerrilleros en la Costa Grande, Armando Bartra, Ediciones Era, Col. Problemas de México, México, 2000, 178 pp.

* La sucesión presidencial en el año 2000 y su contexto, Ana Alicia Solís de Alba, Enrique García Márquez y Max Ortega (coordinadores),

narrativa

* Detrás del vidrio, Sergio Schmucler, Editorial Era, México, 2000, 164 pp.

* El winchester de Durero, Rafael Zequeira Ramírez, Universidad Veracruzana, Col. Ficción, México, 1999, 87 pp.

* El Zarco, Ignacio Manuel Altamirano, Universidad Veracruzana, Col. Clásicos mexicanos 6, México, 2000, 342 pp.

poesía

* Espiga de junio (antología). Carlos Pellicer, edición, prólogo y notas de Yvette Jiménez Báez, El Colegio de México/Fondo de Cultura Económica, México, 1998, 384 pp.

* Historia de los nombres, Daniel Mir, Universidad del Estado de México/Editorial La Tinta del alcatraz, Serie José Yurrieta Valdés, México, 2000, 43 pp.

* Paseos cantáridos, Cecilia Isabel Velasco, Universidad del Estado de México/Editorial La Tinta del alcatraz, Serie José Yurrieta Valdés, México, 2000, 56 pp.

revistas

* Alforja, núm. 12, primavera 2000, textos de Francis Mestries, Evodio Escalante, Armando Uribe Arce, Leticia Luna, Sergio Loya, entre otros, México, 154 pp.

* Economía, sociedad y territorio, núm. 6, julio-diciembre de 1999, vol. 2, Catherine Bidou-Zachariasen, Crescencio Ruiz Chiapetto, Georges B. Benko, Alicia Lindón, entre otros, El Colegio Mexiquense, México, 370 pp.

* Istor, núm. 1, verano del 2000, textos de Jean Piel, Adam Jones, Jean Meyer, Rafael Rojas, Mauricio Tenorio, José Antonio Aguilar, Varun Sahni, entre otros, División de Historia del Centro de Investigación y Docencia Económicas, México, 150 pp.

* La voz de la esfinge, núm. 2, abril-junio del 2000, segunda época, textos de Eduardo Langange, Jorge Esquinca, Luis Armenta Malpica, William Ospina, Odetre Alonso, Will Rodríguez, Elizabeth Vivero, Gabriel Barrón, entre otros, Editorial Paraíso Perdido, Jalisco, México, 62 pp.

* Líneas de fuga, núm. 3, abril-junio del 2000, textos de Philippe Ollé-Laprune, Xhevdet Bajraj, Roberto Sosa, Faraj Bayrakdar, Susan Howe, entre otros, Amigos del Parlamento Internacional de Escritores, México, 95 pp.

* Luna córnea, núm. 18, 1999, textos de Ana Elena Mallet, Mauricio Molina, Patricia Gola, Alfonso Morales, Ana Casas, entre otros, Conaculta, México, 234 pp.

* Mala Vida, núm. 20, primavera de 2000, nueva época, año V, textos de Jorge Esquinca, Adela Iglesias, Álvaro Mutis, Francisco Rebolledo, Sergio Valero, Cristina Gómez, José Ángel Leyva, Francisco Hinojosa, Edwin C. Roldán, entre otros, Edición de Revistas Independientes del País/Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 25 pp.

* Mala Vida, verano del 2000, nueva época, año V, textos de Alan Sandocal, Ricardo Venegas, Juan Pablo Picazo, Alejandro Alonso, Mónica Reveles Ramírez, Olivia de la Torre, Andrea Miranda, Héctor Gally, entre otros, Edición de Revistas Independientes del País/Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 25 pp.

* Novedades educativas, núm. 113, mayo 2000, año 12, textos de Sonia Scaffo, Silvia G. Pignat, Fernando Onetto, María Teresa González Cuberes, Bernardo Blejmar, Ema Wolf, María Celia Labandeira, entre otros, Ediciones Novedades Educativas, Buenos Aires, Argentina, 69 pp.

* Pasto Verde, núms. 41-42, enero-mayo del 2000, año 7, textos de Sixto Cabrera González, Naty Rigonni Olivo, Jorge A. Esparza, Plinio Soto Muerza, Paula Martínez Gil, Mario Islasáinz, entre otros, Veracruz, México, 52 pp.

* Pauta, núm. 74, abril-junio del 2000, Vol. XVIII, textos de G.K. Chesterton, Juan José Arreola, Jorge Fernández Granados, Carlos Cruz de Castro, Ricardo Miranda, entre otros, Educal, México, 112 pp.

* Periplo, núm. 8, abril del 2000, textos de Gustavo Lupercio, Pedro Hernán Bravo Varela, Virginia Leyva, León Plascencia Ñol, Zazil Rosete, Cecilia Urbina, entre otros, CoDx Diseño Editorial, Jalisco, México, 32 pp.