La Jornada Semanal, 9 de julio del 2000



Bazar de asombros

EN COCULA CON NANDINO (I)

Hay muchas cosas que recordar en torno a la vida y la obra de Elías Nandino. Esta mañana celebratoria con flores, poetas, palabras y silencios, quisiera ahondar en la memoria para hablarles de mis encuentros con Elías.

En 1958 fui a verlo a su consultorio. Unos meses antes había aceptado formar parte del Jurado de un premio de poesía que se daba en Querétaro y que, ese año, por razones que se escapan de mi memoria y corren a refugiarse detrás del espejo, yo organizaba. Elías ya se había leído todos los poemas enviados al concurso y lo había hecho con gusto y paciencia (tal vez más con la segunda que con el primero). Caminamos por las calles del "Buen tono" y nos sentamos a comer en una de las cocinas económicas (sopa de fideos, arroz con un huevo, guisado, frijoles para "acompletar", postre, café y varios litros de refresco "Lulú") y hablamos y hablamos sobre el concurso, el poema premiado, Jalisco, Villaurrutia, Estaciones y "otras voces y otros ámbitos..."

Mucho había hecho Elías por los jóvenes escritores de ese tiempo: Pitol, Monsiváis, Pacheco, entre otros. La revista Estaciones, conservando una calidad estricta, era un lugar de iniciación y Elías apoyaba con consejos y estímulos a los muchachos. Monsiváis tiene la colección completa de Estaciones. Hace unos días me puse a hojearla y me detuve en algunas páginas que atrajeron mi atención en especial. Hay en ellas trabajos de casi todos los que ahora forman el canon de la literatura mexicana y, también, para nuestra fortuna, de algunos marginales que, por muchas y muy complejas razones, nunca accedieron a ese canon.

Hay algunos ųmuy pocosų anuncios en la revista y sé que los patrocinios oficiales fueron irregulares y menguados. En cambio, la generosidad de Elías no tenía límites e incluía invitaciones a copas, comidas y cenas a los poco prósperos y muy hambrientos y sedientos colaboradores.

El aspecto de las traducciones estaba bien cubierto por los jóvenes siempre atentos a lo que sucedía en otros lugares del planeta. No en balde, Elías los había puesto al tanto del espíritu de la generación de los Contemporáneos y de los riesgos representados por los nacionalismos excluyentes (uso esta palabra para protestar por el uso demagógico y reiterado de la palabra "incluyente". En la pasada campaña presidencial todo el mundo la incluye a tontas y a locas).

A su regreso a la provincia continuó sus tareas de enseñanza y apoyo a los jóvenes creadores. Revistas, talleres, recitales... todas estas actividades formaron los días de una ancianidad llena de vigor y de generosidad.

Elías Nandino no ejercía la profesión de médico por razones alimenticias. Era médico de cuerpo entero y de alma solidaria (o compasiva, que es mejor palabra). Se mantenía informado y cumplía sus obligaciones con precisión y alegría. Hubo un momento en que se convirtió en el médico del gremio intelectual y artístico, pero nunca descuidó a su clientela del barrio a la que, a veces, no le cobraba ni consultas ni análisis ni operaciones. Otras veces recibía a cambio de sus servicios una canasta de huevos, una gallina viva y llena de quejas o un cerdito dispuesto a vender su muerte con valor y estrépito.

Médico de cuerpos y de almas (muchas veces hablamos de sus colegas médicos y escritores: Chéjov, Duhamel, Cronin, Ramón y Cajal, Bulgakov, Marañón, Peón Contreras, González Martínez, Mariano Azuela... entre otros), su consultorio cubría un horario de cuarenta y ocho horas al día que, con las visitas a pacientes, llegaba a las setenta y dos horas. En su poesía y, sobre todo, en su prosa, se asoma el buen doctor siempre tan cerca del dolor humano, siempre cumpliendo los deberes del consuelo.

Nandino es un pionero de los movimientos de liberación de la sexualidad humana. Valiente y adelantado a su tiempo, sabía que sólo hay una sexualidad con manifestaciones diversas y que el mundo avanzaría hacia la igualdad y el respeto a todas las actitudes tomadas por los adultos en pleno uso de sus facultades y motivados por el placer, el deseo de comunicación y el imperativo del amor. Por estas poderosas razones era enemigo de la censura y defensor de las libertades esenciales de los seres humanos. Sus memorias son un buen ejemplo de esta actitud. Es claro que escandalizó a los de la doble moral, a los puritanos y a los sexistas. A pesar de eso mantuvo su lucha y se enfrentó a los desatentos y a los detractores.

Hugo Gutiérrez Vega

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