LETRA S
Julio 6 de 2000
Autoerotismo y salud sexualls-manuela
Aléjame de las malas compañías,
Procúrame placer que no conlleve penas,
Líbrame de las rutinas ajenas,
Protégeme de las enfermedades sexuales,
Enséñame a amar mi cuerpo
y a nunca más despreciarlo,
Amén.
 
CARLOS BONFIL

 

Autoerotismo, masturbación, onanismo, vicio solitario, éstas y algunas otras voces populares (manuela, chaqueta, puñeta), denominan lo que sin duda es la expresión más antigua de la estimulación sexual, aquella que no requiere para su satisfacción máxima de la intervención de una segunda persona (la pareja), aun cuando el estímulo sensorial compartido procure goces todavía mayores.

Durante siglos, algunas religiones han condenado esta práctica de exploración, goce y valoración del cuerpo humano. La idea de la pérdida o desperdicio del líquido seminal tuvo siempre una carga simbólica muy fuerte. Para el taoísmo en China la práctica de la masturbación significaba un debilitamiento físico y espiritual del individuo; para la religión náhuatl era simplemente un obstáculo para la procreación o "siembra de gentes", mientras que en la Biblia, recibe una condena más severa y un nombre específico, onanismo, en referencia a Onán, personaje castigado con la muerte por permitir que "su simiente se derramara sobre el suelo".

Con el tiempo, el estigma que pesa sobre la masturbación dejó de ser exclusivamente religioso para volverse condena social o desajuste psicológico. Lo que primero fue pecado, se volvió desorden moral, y luego tara mental, rodeándose de los mitos y defectos que le atribuía la imaginación popular. En algunos lugares, al niño que juega con sus genitales se le siguen dirigiendo las amenazas más absurdas, se le pronostica la locura, la ceguera o la sordera, o la aparición de vellos en la palma de la mano. En la Inglaterra victoriana, y hasta hace no mucho tiempo en hogares muy conservadores, era costumbre cubrir el cuerpo de los niños al dormir con verdaderas corazas de lana, desprovistas de aberturas a nivel de los genitales, para inhibir cualquier tipo de manipulación corporal. Al menor signo de una erección involuntaria, al sujeto infractor (niño o adulto) se le instaba también a someterse a la rápida terapia de una ducha helada, cancelando así toda tentación masturbatoria.

A pesar de todo esto, al autoerotismo se le revalora hoy como un elemento importante y necesario para el desarrollo del desarrollo psicosexual de las personas. No sólo enriquece la vida sexual de individuos y parejas, sino que se ha demostrado su utilidad terapéutica en personas de la tercera edad o en individuos con algún problema de disfunción sexual o de discapacitación física.

Los sexólogos Alfred Kinsey y Hite señalaron la popularidad del autoerotismo en la población joven estadunidense (95 por ciento de los varones incurre en ella con regularidad, comparado con un 63 por ciento en jóvenes universitarias). Contrariamente a los hombres, en quienes se advierte una disminución en la práctica después de la adolescencia, en las mujeres esta autoestimulación aumenta en la edad madura. De las mujeres no casadas, de 40 a 60 años, 50 por ciento admite incurrir en ella, mientras sólo 30 por ciento de mujeres casadas recurre a formas de autoerotismo. De todos los tipos de actividad sexual femenina, la masturbación ocupa el primer lugar como método satisfactorio para alcanzar el orgasmo.

La masturbación, individual o compartida, siempre ha sido una barrera natural contra la transmisión de infecciones sexualmente transmisibles (ITS), pero con la aparición del virus de inmunodeficiencia humana (VIH), dicha práctica cobró una relevancia mayor como forma indiscutible de sexo seguro. Se recomienda incluso a los jóvenes la masturbación con condón a fin de familiarizarlos con su uso y descubrirles su potencial erógeno. Con precauciones mínimas (evitar el contacto del esperma con las mucosas de la pareja) la masturbación compartida deja de ser una mera práctica de estimulación pre-coital, de juego erótico como complemento de las caricias, para volverse a menudo alternativa muy válida a la cópula o penetración sexual.

Tomó muchas décadas de educación sexual liberar a muchos individuos de los complejos de culpa relacionados con la masturbación e inducidos por una moral represiva. La amenaza del sida, y la reactivación del moralismo en materia sexual, creó nuevos sentimientos de culpa. Muchas personas seropositivas consideraron que con el sida como supuesta sentencia de muerte (erradicada hoy en parte por las nuevas terapias), terminaba también cualquier actividad sexual realmente satisfactoria. Para estas personas, y sus parejas, la masturbación ha significado un modo muy placentero de mantener una idea afirmativa de la relación sexual. Por un lado, se rompe con la hegemonía de la cópula como modo privilegiado o único de satisfacción erótica, y por el otro, se exploran múltiples posibilidades de una sexualidad basada en el placer y la ternura, y no ya en el imperativo social y religioso de la reproducción. Muchos hombres que rechazan el uso regular del condón por considerarlo incómodo o inhibidor de la respuesta sexual, recurren ventajosamente a la masturbación, lo cual es siempre preferible a su recurso a prácticas copulatorias no protegidas.

Por su parte, las mujeres pueden incluir la masturbación como un elemento importante en su negociación sexual frente a hombres muy renuentes a utilizar el condón. Es evidente que una pareja responsable que no rechace el uso del preservativo, e incluso lo disfrute, no requiere limitarse a la masturbación individual o compartida. Sin embargo, las amenazas de nuevas enfermedades de transmisión sexual han permitido valorar las opciones al coito y el recurso a modos diversos de estimulación erótica.

En la población homosexual masculina, la masturbación solitaria o compartida ha sido un factor esencial para limitar el número de nuevos casos de infección por VIH/sida. Para las lesbianas ha sido ciertamente un factor clave de reducción de riesgos. Uno de los mayores obstáculos en la prevención de enfermedades ha sido justamente la persistencia de tabúes religiosos y sociales que siguen estigmatizando la práctica de la masturbación. De la misma manera en que se condena el uso del condón, se evita hablar de autoerotismo. Una misma insensibilidad, una misma indiferencia, prefiere exponer a los jóvenes al riesgo de nuevas infecciones, antes que reconocer la nula eficacia y las desventajas de los dogmas y las reprimendas morales en materia de salud sexual.