Lunes en la Ciencia, 26 de junio del 2000


Tiempo y espacio en las urbes


Ciudades borrosas

Juan Soto Ramírez

borrosa Lo reconozcamos o no, un espacio urbano y cotidiano es un espacio complejo, por ello puede mirársele de distintas maneras. A diferencia de un círculo, cuyo centro puede ser visto desde 360 ángulos diferentes aproximadamente, las distintas formas de mirar la ciudad no pueden cuantificarse. Sería incalculable, no contaríamos con un número preciso porque los fenómenos sociales presentan infinidad de interacciones que es difícil determinar. La complejidad de la urbe está en su vida cotidiana, por lo que las ciudades borrosas están caracterizadas por dos aspectos básicos para su análisis: 1) los ciudadanos se han transformado en observadores en el espacio que pensaban propio; y 2) el tiempo se ha disuelto en el espacio.

Esto porque los puntos que servían como referentes para el tránsito y el encuentro se han modificado. El arriba, abajo, delante, detrás, izquierda y derecha se han vuelto móviles. Por ello en una ciudad borrosa la gente requiere de mayor información para establecer un punto de encuentro, ya no le basta con decir "nos vemos en la estación del Metro X"; "en el café Y" o "en el hotel Z", sino que debe precisar si debe ser adentro o afuera, abajo del reloj, hasta adelante, en los torniquetes o más aún, en la sala de espera o en la habitación 201. Algunos, los más ingenuos, atribuyen este tipo de fenómenos a una suerte de neurosis citadina que no sería algo más que la pérdida paulatina de referentes.

Al crecer, las ciudades se dilatan, como las pelotas que se exponen al Sol y entonces sus referentes fijos se mueven. Lo que se conocía como centro se ha multiplicado y lo que se conocía como periferia se ha desdibujado, haciendo de la ciudad un espacio poli céntrico y multi periférico, o sea borroso. Para el caso de nuestra ciudad, Alameda ya no designa un terreno poblado de álamos o un paseo con árboles, sino tres alamedas que sirven como tres centros en una misma ciudad: la central, que es la que más o menos todos imaginamos o conocemos, y sus dos hermanitas localizadas al sur y al oriente. El Periférico, que todavía hasta hace algunos años le servía de borde a la ciudad, ha sido tragado por ésta, por lo que su nombre es más simbólico que real. Lo curioso es que en algunas partes la atraviesa y en otras la rodea. Lo cual quiere decir que la ciudad se ha desparramado de manera dispareja, ese crecimiento del que todos hablan, pero nadie imagina, ha sido desproporcionado.

Esto hace pensar que para entender lo complejo de las ciudades, incluida su borrosidad, hace falta una perspectiva de altos contrastes que permita comprender el nacimiento de la ciudad como producto de la concentración de la sociedad en el tiempo y en el espacio. Es la concentración y no la proliferación lo que define las ciudades contemporáneas ya que, gracias a la primera, en el espacio urbano todo se ha amontonado. La noción de alto contraste, utilizada para el análisis del espacio urbano, cuenta con mayor potencialidad que la de no lugar, tan de moda entre los urbanistas quienes insisten en buscar en lo evidente, la fascinación. Los no lugares, más que ser marcos físicos, llamados pedantemente espacios de circulación, son lugar sin sentimiento o sentimiento sin lugar, desterritorialización pura o pura desterritorialización. Y tal vez los no lugares sean novedosos y llamativos para quienes no se habían dado cuenta que la afectividad siempre es lo que llena el espacio, que cada espacio cuenta con un cúmulo de afectividad que lo hace agradable, tosco, melancólico o tenebroso. Los llamados no lugares sólo lo son para quienes no están familiarizados con ellos y también para aquellos investigadores que han encontrado un nuevo campo de trabajo para obtener financiamientos.

El crecimiento demográfico, al menos espacialmente, obliga que las urbes se vuelvan borrosas, porque requieren diversos centros de la acción o límites convencionalmente imaginarios que impidan a los referentes para el tránsito y el encuentro, diluirse en la ficción. El volumen de la ciudad, provocado por la concentración, ha generado volúmenes y volúmenes de guías de uso rápido para encontrar personas, establecimientos, calles y avenidas. Por lo cual, la ciudad también se ha vuelto una situación incómoda por el amontonamiento. Lo cierto es que nuestra ciudad se ha vuelto más borrosa porque ha ganado complejidad, porque sus rasgos más distintivos permanecen ocultos, porque mientras más se habla de ciudad se entiende menos de ella. La ciudad es borrosa por naturaleza, porque se presenta como algo extraño a los ojos de sus habitantes familiares. Seguir pensando que el denominado pensamiento borroso no tiene aplicaciones prácticas implica no entender que a la ciudad no se le puede tocar sino sólo narrar, como a muchas cosas que están hechas de colectividad. Que la ciudad es un sentimiento, pero con tradición porque algún día se fundó en un tiempo y un espacio. cl

 

El autor es profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa.

 

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