Lunes en la Ciencia, 5 de junio del 2000
ƑQué pueden aportar los ingenieros?
José Luis Fernández Zayas
Aunos cuantos días de que se realicen las elecciones presidenciales más importantes de los últimos lustros, los partidos y los candidatos debaten los conceptos marginales de una nueva situación económica, más generosa y equitativa para los mexicanos. Discuten el porcentaje del producto nacional que deberá crecer, y las fracciones de esta misteriosa indicación de la felicidad que tocará al sector educativo, al fomento de la ciencia y la tecnología, y al sector privado, en forma de estímulos y créditos fiscales. El debate es útil, pero todavía no atiende a la ubicua y fundamental pregunta, Ƒquién y dónde producirá la riqueza que los mexicanos nos queremos repartir? ƑDe dónde saldrán los nuevos recursos?
El comercio representa para México (sumando
exportaciones e importaciones) por lo menos 22 mil millones de
dólares mensuales, lo que significa aproximadamente la mitad
del producto nacional. Con el número creciente de convenios de
comercio que se están consolidando, sumados a los que ya han
sido firmados, México se convierte, hoy por hoy, en el
país más vinculado con el resto del mundo en
términos de intercambio comercial. La estrategia se antoja
justa y oportuna, por nuestra enorme frontera con el país
más rico del mundo, envidiable posición
geográfica, riquísima biodiversidad, inmejorable clima,
abundancia de población hábil para el trabajo, variedad
edafológica, suficiencia de recursos naturales, rica historia,
sólidos valores familiares y sociales, avanzada
legislación y ansia de paz y progreso. Una expectativa
razonable, entonces, es que una buena parte de la riqueza que debemos
crear (y con ella, empleos y oportunidades de formar nuevas empresas,
sueldos para médicos y maestros, casas habitación,
transporte, entretenimiento y más bienes y servicios para
la economía nacional) provendrá de la actividad
comercial asociada al comercio entre los países. Lo que
entonces resulta verdaderamente negativo es que estamos mal ubicados
para sacar partido de la expectativa internacional: padecemos
carencias críticas en el abasto de agua, energía,
educación para los mexicanos jóvenes y, en general,
infraestructura (carreteras, vías férreas, puentes,
presas, protección contra catástrofes, desarrollos
comerciales, almacenes, comunicaciones electrónicas, normas de
calidad y muchas cosas más). Como bien se ha dicho, los
ingenieros no han hecho bien su trabajo.
Los ingenieros deben ponerse a trabajar, y a marchas forzadas. Nuestra infraestructura debe crecer para que podamos encarar apropiadamente nuestros compromisos internacionales, y producir la riqueza que el país demanda, y de paso, hacer viables las generosas propuestas de los señores candidatos. Lo que falta es el ambiente nacional que propicie el progreso, el marco de referencia económico que permita el resurgimiento de la tan prestigiada ingeniería mexicana, la que construyó las obras de riego del noroeste del país, la minería del norte, la industria del noreste, la agricultura, los puentes y las redes carreteras, el sistema de educación, los sistemas hidroeléctricos del sudeste, los conjuntos habitacionales, el abasto eléctrico y las telecomunicaciones, entre otras cosas vivas y palpables que cada día demuestran nuestra ancestral capacidad realizadora.
Ingenieros capaces hay, aunque muchos están ociosos, no por propia voluntad sino por falta de oportunidad. México tiene registrados unos 300 mil ingenieros en activo, y más, muchos de los cuales están en la banca, esperando a que quienes toman decisiones les permitan hacer el trabajo para el cual se han entrenado, en el cual tienen vasta experiencia. Otros tantos jóvenes hacen méritos para egresar de los institutos técnicos y universidades con capacidades similares. Muchos de ellos ya temen el desempleo. Hay muchos gremios de mexicanos frustrados por la deceleración de nuestra capacidad productiva, aun dentro del nuevo marco internacional; pero pocos están tan hartos de la carencia de oportunidades como los ingenieros, que más que los demás son indudables víctimas de un sistema económico que desprecia la capacidad nacional propia y privilegia las finanzas internacionales que nos dieron la Bolsa de Valores, el Fobaproa, la deuda pública y, más doloroso todavía, 40 millones de pobres.
Extraño parece nuestro país que tiene preciosos recursos humanos disponibles, mal aprovechados, mejor asimilados y más requeridos por las economías del Primer Mundo y los países emergentes en Europa y en el sureste de Asia, donde florecen ingenieros mexicanos. El nuestro es un país con sed de riqueza social, de mayor bienestar y seguridad nacionales, que deja inactivos a sus mejores productores de bienes y servicios.
Un país mal organizado, desequilibrado, que debiera aprovechar el cambio de administración federal para poner a sus preciosos recursos humanos a producir bienes y servicios, tan necesarios. Los mexicanos debemos decidir si nuestro futuro seguirá siendo de desequilibrio, inequidad y desperdicio, atentatorio contra nuestro país y nuestra riqueza natural, o si queremos que nuestros profesionales tengan la oportunidad, junto con la obligación, de producir las condiciones sociales para una vida más amable y pacífica, en congruencia con nuestras tradiciones, capacidades y limitaciones.
El autor es presidente de la Asociación Mexicana de Directivos de la Investigación Aplicada (Adiat)