Lunes en la Ciencia, 5 de junio del 2000



Desarrollo tecnológico, educación superior y ciencia en tiempo de elecciones


ƑEl compromiso de los candidatos?

Gustavo Viniegra González

Casi todos los candidatos a la Presidencia de la República y sus potenciales electores quieren un cambio, pero poco se aclara en qué consistiría dicha transformación y menos aun cómo afectaría al desarrollo de la ciencia, la tecnología y la educación superior. Conviene, por tanto, usar los medios públicos de comunicación para formular las posibles alternativas y esperar las respuestas de los aspirantes.

Feggo-Candidatos Todos queremos salir del atraso y frustración en que hemos vivido desde hace casi 20 años, cuando el país entró en una gran crisis originada por una política insensata de gasto público y endeudamiento, desconociendo los riesgos que representan las fluctuaciones inesperadas del mercado exterior. Nos gustaría que la economía creciera a un ritmo mayor del 5 por ciento anual para crear suficiente riqueza que se distribuyera ampliamente en forma de empleo bien remunerado. Que disminuyeran: la ignorancia, la insalubridad y la inseguridad. Pero, Ƒcómo será posible lograr esos cambios tan deseados? En estas breves líneas me atrevo a proponer que una decisión clave es escoger entre seguir con el modelo actual de país maquilador, es decir, ensamblador de manufacturas y exportador de materias primas baratas, o escoger la ruta espinosa y difícil, pero más redituable, de nación competidora; usando versiones propias de la tecnología avanzada para producir, consumir y exportar manufacturas con alto valor agregado; retenido en alta proporción dentro del territorio nacional.

Para la primera estrategia el nivel necesario de ciencia, tecnología y educación superior es mínimo. Principalmente se requieren cientos de miles de obreros no calificados, decenas de miles de técnicos medios y algunos cientos de administradores competentes, pues gran parte de la tecnología se compra o se paga en forma indirecta, ya prefabricada. Para la segunda estrategia se necesita contar con un sistema bien articulado de ciencia, tecnología y educación superior que, en colaboración con la industria local, encuentre y desarrolle las versiones adaptadas de la tecnología avanzada mundial. Compitiendo así con las naciones asiáticas como Corea del Sur, Taiwán, China, India, Indonesia, Malasia y Singapur, y conquistando el mercado de productos tan diversos como los aparatos electrónicos, la maquinaria pesada, el sector siderúrgico, la petroquímica y la nueva ola de productos genéricos de biotecnología.

A las naciones asiáticas les está tomando cerca de 20 años pasar de su condición de ensambladores a productores de aparatos. Pero en América Latina, y en México en particular, no hay planes concretos para lograr esa meta en un tiempo semejante. Esto se nota en la evolución de índices tales como el coeficiente de innovación (número de patentes registradas por mexicanos por millón de habitantes) que se ha desplomado de cerca de 11 en 1982 a casi 4 en 1998. En el estancamiento de la inversión industrial para el desarrollo tecnológico, que no ha pasado de 200 millones de dólares anuales (menos del 0.05 por ciento del PIB) y a la falta de superávit importante en la balanza comercial, que ahora comprende transacciones cercanas a 260 mil millones de dólares (mayores del 60 por ciento del PIB), pero rara vez genera ganancias superiores al 1 por ciento del PIB. La falta de ganancias en el comercio exterior no se debe a un fracaso de las metas perseguidas, pues México fue el país que aumentó más rápidamente sus exportaciones en el mundo (más del 14 por ciento anual) en la década de los 90, sino más bien al tipo de metas buscadas: exportación de manufacturas ensambladas o materias primas con bajo valor agregado y con alta dependencia de las importaciones de materias primas intermedias, maquinaria y tecnología. Por eso, el gobierno federal ha procurado compensar la falta de ganancias de la balanza comercial con la importación de capitales, mediante altas tasas bancarias de interés y eso ha conducido a la ineficiencia de la banca privatizada, que acumula interés sobre interés en el IPAB (Instituto de Protección al Ahorro Bancario), pero coloca muy pocos préstamos para el fomento industrial.

Para ilustrar la importancia de una decisión política a favor del fomento industrial, podemos imaginarnos a un gobierno comprometido que decidiera duplicar la inversión anual en ciencia y tecnología (2 mil millones de dólares anuales) simplemente porque en vez de dedicar dos puntos porcentuales al pago de la deuda del IPAB, los dedicase a préstamos blandos o capital de riesgo con bajas tasas de interés para el desarrollo tecnológico industrial. Sería otra forma de subsidiar a la iniciativa privada con fondos públicos, pero ahora, al sector de punta en las manufacturas para desarrollar patentes propias, en vez de un cheque en blanco para los banqueros que no pueden fomentar la industria. No se haría nada nuevo en el terreno de la competencia internacional, porque todos los países industrializados subsidian directamente el desarrollo tecnológico aportando capital de riesgo de muy bajo costo. Simplemente nos pondríamos al día con nuestros competidores de Europa, Norteamérica y Asia. El impacto del crecimiento acelerado del capital de riesgo para desarrollo tecnológico puede ser muy grande. Puede ser la semilla de un despegue económico con un valor agregado mayor de nuestra economía, es decir, ganar mucho más dinero por cada millón de dólares del PIB. Los candidatos tienen la palabra: ƑA qué le apuestan? ƑA más de lo mismo en la maquila? ƑEstarán dispuestos a cambiar hacia la competencia? ƑQué medidas prácticas proponen?

El autor es profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa

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