La Jornada Semanal, 4 de junio del 2000



Guillermo Samperio

Ramiro Rangel de Morales

Guillermo Samperio nos cuenta las aventuras de ``Moralitos'' en el espacio cibernético. Los disquetes obsoletos del Word Perfect, el e-mail, el bíper (``periódico de aparato''), la página www.latinmartell.com, con su respectivo enter, las tarjetas de crédito sobrecargadas y un lapicito amarillo, forman el cuadro de esta comedia de equivocaciones.

Ramiro Rangel había entregado el anillo de compromiso a Marina Morales y acordaron la fecha del matrimonio. Pero como Marina era apasionada de la electrónica le regaló una supercomputadora de compromiso a Ramiro y reconfirmaron el vínculo matrimonial futuro. Ramiro Rangel utilizaba todavía una vieja computadora de dos drives en la que metía los anticuados diskettes del obsoleto Word Perfect, pero Marina Morales se la tiró a la basura al entregarle la ultranueva. Lo obligó a que contratara otra línea telefónica y ayudó a su hombre a que codificara un e-mail, instalándole el mejor programa de contabilidad y asuntos fiscales porque Ramiro era de esos contadores públicos que aún utilizaban la calculadora y se ponían un lápiz amarillo en la oreja para realizar su trabajo de asuntos contables.

Ramiro aceptó las iniciativas de Marina no tanto porque la amara, sino porque no podía resistirse al mando de Marina Morales, quien desde un principio se impuso dentro de la pareja. Cuando Ramiro observó cómo Marina había despedazado la vieja computadora y cómo los trozos, junto con los diez diskettes del Word Perfect, habían ido a dar a una bolsa negra de basura, el corazón se le comprimió. Pero sabía, sin saberlo, que Marina tenía razón y que era necesario renovarse o morir, como ella le había dicho.

Ramiro Rangel usaba un traje gris luido y brilloso, una corbata de caracoles azules con negro, lentes de fondo de botella y zapatos de rigor bostoniano. Marina Morales vestía minifalda negra que mostraba unas piernas largas, blusa bugambilia medio escotada, develadora de senos magnánimos, y zapatos de tacón rojos; cargaba un estuche de plumas platinadas dentro de una bolsa de cuero crudo, donde también iba una microcomputadora y dos teléfonos celulares. En ocasiones, hablaba al mismo tiempo por ambos celulares y a cada momento temblaba su bíper, ronroneando en su cintura. A lo que más llegaba el contador público Ramiro Rangel era, como ya se ha dicho, a un lápiz amarillo y a una atrevida tarjeta telefónica para hablar desde los teléfonos de las esquinas, lo cual le valía los comentarios mordaces de su prometida quien, sin preguntarle al novio, le atoró un bíper en el cinturón. Lo que más le maravillaba del aparatito a Ramiro Rangel era no tanto que ronroneara sino que por la ventana le dieran noticias de todo el mundo cada media hora, con lo cual se ahorraba comprar los periódicos vespertinos que su padre le enseñó a leer, aunque empezó a extrañar las fotos de las mujeres desnudas que alguno de los diarios portaban en la página número tres.

Sin que Ramiro Rangel, pues, lo deseara, paulatinamente se fue incorporando a la utilización del aparataje que Marina Morales le había impuesto, con la advertencia de que si no tomaba los cursos de electrónica pertinentes y si no se metía a navegar en los aparatos, no habría matrimonio y que ni pensara en la salida del amasiato. Entonces, Ramiro Rangel no tuvo otro camino que seguir el de su prometida. Tomó los cursos, empezó a navegar y se acostumbró a las vibraciones de ``periódico de aparato'' como él comenzó a llamarle a su bíper.

Bajo estas condiciones, Marina Morales se convirtió en Marina Morales de Rangel por lo civil, aunque los amigos contadores públicos del novio cuchichearon que más bien él se había convertido en Ramiro Rangel de Morales y le pusieron el sobrenombre de Moralitos. Como los invitados a la boda civil serían demasiados, la novia mandó poner pantallas de control remoto para que nadie se perdiera el momento de las firmas de los novios, los padres y la carretada de testigos que consiguió Marina Morales futura de Rangel. La boda por la iglesia se llevaría a cabo en cuestión de un par de semanas.

Ramiro Rangel de Morales se fue acostumbrado a navegar por internet y allí descubrió que podía ver mujeres desnudas a colores y a granel, a diferencia del periódico que antes compraba. Se volvió noctámbulo visitador de las páginas pornográficas de rubias, asiáticas y negras, hasta que se metió con las mujeres latinas, las cuales eran, al fin y al cabo, de su mismo origen. Un día antes de la boda por la iglesia encontró la página www.latinmartell.com, dio el enter y aparecieron, poco a poco, unas piernas largas, una minifalda negra que dejaba ver el pubis, una blusa bugambilia que mostraba unos senos derrochadores y la sonrisa de Marina Martell que no era otra que la misma Marina Morales. El medidor de visitas pagadas con tarjeta de crédito daba 1'173,485. Ramiro Rangel se puso a llorar, se quitó el lápiz amarillo de la oreja, realizó una multiplicación en dólares tomando en cuenta la cantidad del contador de visitas y se dio cuenta de que Marina Martell o Marina Morales era millonaria. Se limpió las lágrimas, se sacudió la nariz y mientras los mocos llenaban su viejo pañuelo, decidió presentarse a la boda y no le importó que le llamaran Moralitos o Ramiro Rangel de Morales.