* Iván Restrepo *

Promesas sexenales, desajustes crecientes

Una de las características de las administraciones sexenales, que los mexicanos hemos soportado en las últimas décadas, es la asombrosa capacidad para olvidar las medidas indispensables que eviten serios desajustes en el país.

Un ejemplo: hace medio siglo, el entonces presidente de la República don Adolfo Ruiz Cortines emprendió diversas acciones a fin de que la inversión pública fuera un factor clave para el sano desarrollo urbano.

Ruiz Cortines reconocía que la migración del campo y el crecimiento demográfico creaban serios problemas en las ciudades y, para evitarlos, debía aplicarse racionalmente el presupuesto federal con objetivos y metas precisas. Eso hizo en parte de su sexenio.

Quienes después desfilaron por palacio nacional hasta mejoraron las "bases programáticas" del gasto público y la planeación urbana. Mas la realidad fue diferente y las cosas se agravaron. Para muestra dos botones.

El primero lo ofrece un alto funcionario de Banobras, Víctor González Molina, al revelar que apenas 116 de los 2 mil 427 municipios del país cuentan con un plan de desarrollo urbano actualizado. El hecho de que menos de 5 por ciento de los municipios de México no dispongan de la mínima planeación, facilita el mal uso de los recursos públicos y la construcción de obras que muchas veces no son viables ni prioritarias.

Lo anterior se expresa en rezago en la infraestructura urbana: vialidades, transporte y drenaje; plantas de agua potable o para tratar las aguas negras provenientes de hogares. Como resultado, apenas existen 395 plantas de agua potable en todo el país y la quinta parte está fuera de servicio por desperfectos; mientras de las 914 de tratamiento de aguas negras, 200 no funcionan debido a diversas fallas.

Tampoco hay una política que evite la invasión de áreas forestales o impida los asentamientos humanos irregulares en sitios que no reúnen las condiciones para su sano desenvolvimiento y que siempre se convierten en cinturones de miseria, sin los servicios necesarios. Ahora que las lluvias provenientes del primer huracán de la temporada caen en varias partes del territorio nacional, se revela con crudeza cómo millones de personas viven en zonas de peligro.

El segundo botón de muestra lo ofrece el director de la Comisión Reguladora del Suelo del estado de México, José Salinas Navarro, quien afirmó que en las tres últimas décadas ha habido un crecimiento urbano desordenado en los 37 principales municipios de la vecina entidad. Además, existen más de 14 mil lotes ocupados ilegalmente mientras la mayoría de los asentamientos irregulares se encuentran en zonas de alto riesgo: a un costado de las vías del tren, en barrancas, riberas de ríos o presas, sobre áreas minadas, bajo lí-neas de alta tensión, sobre ductos de Pemex o en sitios propensos a derrumbes. No obstante, se calcula que cada día llegan a la vecina entidad mil personas en busca de un sitio para asentarse, pero la mayoría de las veces el lugar donde levantan su hogar no cuenta con los servicios básicos y seguridad.

Algo pasó en el estado de México, porque hace un cuarto de siglo, en 1975, el entonces gobernador Carlos Hank González prometió que ningún municipio de esa entidad crecería sin bases sólidas en el área urbana, que los habitantes del campo no serían ciudadanos de segunda y que la creciente inversión pública se aplicaría en programas destinados a adelantarse a los problemas.

Como muestran estos dos botones relucientes, que se repiten por toda la geografía nacional, los planes de desarrollo urbano quedan cada sexenio en promesas y el dinero público no alcanza para cubrir los déficit de servicios. Muchas veces se gasta en lo menos urgente o sirve para engordar las cuentas bancarias de funcionarios, familiares y contratistas.

Ahora seis candidatos a la Presidencia de la República buscan el voto ciudadano. Todos anuncian un auténtico desarrollo urbano. Igual hicieron los seis últimos mandatarios. Ninguno cumplió. Hoy los problemas son mayores y hay tal pobreza en las propuestas electorales, que no se necesita ser un experto para adivinar lo que nos espera: mayor deterioro urbano y rural.