* Abraham Nuncio *

Fox y la búsqueda en los anticuarios

En sus actividades de campaña en Monterrey, el candidato panista Vicente Fox Quesada halló un clima propicio.

La víspera de su mitin multitudinario en la Gran Plaza, Mario Vargas Llosa había dado una conferencia magistral en el Tecnológico de Monterrey (Tec) para promocionar su espléndida novela La fiesta del chivo (me recordó, por la forma de aproximarse a la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, menos a los clásicos latinoamericanos sobre el tema que al retrato que hace Rizchard Kapushinki del dictador etiope Haile Selassié I en El emperador). Vargas Llosa relativizó el carácter de "dictadura perfecta" que le atribuyó hace un sexenio al régimen priísta, pero condicionó el advenimiento de la democracia a su desplazamiento. Días después sería más explícito en cuanto a Fox: una preferencia electoral que no le incumbe. En Monterrey dijo que la lectura permite elevar la conciencia. A veces ni la lectura ni la escritura, como en su caso y en el de muchos de los grandes escritores latinoamericanos, ambos ejercicios permiten arribar a esa segunda potencia del conocimiento.

A Fox también le benefició, en principio, el trato que Tv Azteca (Ƒo Tv Tlaxcalteca?, digo, sin ánimo de ofender a los hombres y las mujeres oriundos de Tlaxcala) dio a Rosario Robles, la jefa de Gobierno del Distrito Federal, invitada también por el Tec para ofrecer una charla. Robles fue rudamente cuestionada por un grupo de estudiantes. Luego se supo que éstos eran una contraclaque armada por la propia Tv Azteca. El típico tiro por la culata. Salinas de Gortari se fue, pero Salinas Pliego se quedó para acosar política y hasta ilícitamente al PRD. La Ley Federal de Radio y Televisión obliga a las emisoras radiales y televisoras a sujetarse a varias normas --entre otras a difundir programas culturales-- que, por supuesto, se pasan por lo más alto del arco. Ahora, Tv Azteca inaugura el porrismo informativo.

Suerte distinta corrió Vicente Fox a la del recio Maquío Clouthier hace 12 años. Entonces, los panistas dijeron que a su mitin habían concurrido 100 mil personas y El Norte contabilizó, lupa en mano, menos de 20 mil; ahora no hubo controversia entre las cifras panistas y la percepción de ese diario.

Como es común con los candidatos a la Presidencia, las referencias de Fox, en su discurso en la Explanada de los Héroes (un acto envidiable por aquellos que se han inscrito en Luz y Sonido), fueron en extremo generales. La ocasión anterior ya había dado muestras de ello. Su visita coincidió con un plantón de los barzonistas para exigir la extensión del programa Punto Final. El plantón fue reprimido, pero Fox, que se ha dicho barzonista, no dijo esta boca es mía. Ahora tampoco en torno a varias demandas (entre otras, la de que se cumpla el decreto original por el que la Federación donó la superficie de lo que fue la Fundidora de Monterrey al gobierno del estado).

En su discurso, Fox, como ya es costumbre, se mostró gritón y demagogo. La oratoria no es su fuerte, pero sus asesores no le han podido decir que no pretenda ser lo que no es. A sus escuchas les pidió que imaginaran, con el cambio que ofrece, un país de utopía donde habría universidades en el campo. Ya hay algunas, empezando por la de Chapingo, pero yo me imaginé otras: la Universidad Autónoma de Sombrerete, la Universidad Tecnológica de la Lacandona, la Universidad Universo del Valle del Mezquital y, en Nuevo León, el Instituto Tecnológico y de Altos Estudios del Doctor Arroyo.

La verdad, cada que me informo de lo cambiante e inagotable de las promesas de campaña de Vicente Fox, no puedo evitar lanzarme a los anticuarios. Desde hace unos meses ando buscando aquel escritorio con numerosas gavetas --o al menos una réplica-- que fue de Manuel González, compadre y pelele de Porfirio Díaz. Todo mundo conoce la anécdota: estando Porfirio Díaz en el despacho de su compadre le confía que él no busca quedar de nuevo en el poder. Manuel González empieza a abrir y cerrar con cierta obstinación las gavetas de su escritorio en la actitud de alguien que no halla algo extraviado. Al fin, intrigado, Muñoz Ledo le pregunta: "ƑQué tanto busca, compadre?". "Pues al pendejo que se lo crea, compadre", le contesta González.