* León Bendesky *

Voto inútil

En un sistema democrático no debería poderse hablar de la existencia de un voto útil y, por lo tanto, de otro voto que fuera inútil. La decisión de cada ciudadano en el momento de depositar su voto en la urna el día de la elección expresaría el valor de ejercer su derecho a escoger al candidato de su preferencia. Esta preferencia debería bastar como forma de manifestar la utilidad de emitirlo, puesto que es un respaldo a una propuesta política con la que uno se identifica o a la que, cuando menos, favorece por encima de las demás. Por eso, aunque no se alcance la victoria electoral, el voto no puede ser inútil, ya que a pesar de ser minoría, se mantiene vigente esa posición política dentro de lo que se puede llamar el espacio de poder. Aunque es claro que, como decía Vince Lombardi, no hay sustituto para la victoria.

En esta campaña electoral por la Presidencia se ha usado la noción del voto inútil como forma de convencer a los electores que el concederlo a un determinado candidato sería equivalente a desperdiciarlo, pues éste sería incapaz de reunir suficientes votos para ganar la elección.

El sustento de esta idea es que la única forma de verdadera transición a la democracia en México es la alternancia de los partidos políticos en el poder, lo que equivale a la derrota del PRI. No cabe duda que esta posición es muy atractiva y parece haber ganado muchos adeptos.

De ese gran atractivo se ha ido nutriendo esta idea de ejercer el voto útil, o sea, entregarlo a quien tiene mayor posibilidad de ganar desde la oposición. Vicente Fox usa abiertamente este argumento basado en el carácter de la campaña que desarrolla arropado por el PAN. Para ello ha sido redituable exhibir los vicios y las taras del sistema político priísta y sus efectos nocivos en las condiciones de vida de la población. Pero de esta postura no se deriva la imagen de un solo país deseable desde la perspectiva de la transición. Eso es lo que se plantea desde la campaña de Cuauhtémoc Cárdenas. Reconozcamos que las diferencias entre ambas propuestas no son menores entre sí y frente a aquélla que se mantiene de manera oficial desde el gobierno. Los debates recientes, los formales y los informales, deben haber servido para evidenciar estas distinciones. Y sólo conviene detenerse un momento para darse cuenta que la transición en México no tiene el mismo sustento de aquéllas que suceden, por ejemplo, entre laboristas y conservadores en Gran Bretaña o en la experiencia chilena.

El asunto del voto útil tiene un atractivo no menor en un entorno en el que se ha acumulado el cansancio social con respecto al predominio político del PRI. Un partido y un predominio que se desgastan de modo rápido, pero aunque con ello se deteriora su capacidad para gobernar, no necesariamente constituye razón para perder las elecciones. Aquí confluye, entonces, otra cuestión. Esta tiene que ver con la capacidad de entrometerse con el voto desde el gobierno y el aparato político del mismo partido que está bajo su control. La democracia depende de una buena organización del proceso electoral y de un sistema confiable para contar los votos. Pero depende, también, de la manera en que esos votos llegan a las urnas. Lo primero puede legitimar las elecciones; lo segundo las hace, cuando menos, inequitativas. La desigualdad electoral es un vicio de la democracia, así ocurrió en 1994 y de una manera que tuvo que ser aceptada públicamente por quien fue electo Presidente, y no debería ocurrir en esta ocasión, pero al parecer no hay garantías suficientes de que ello sea así. Esta es otra tentación para no ejercer un voto inútil.

La alternancia es un atractivo muy grande después de más de siete décadas de gobiernos de una misma organización política y en un país en el que hay muchos desencuentros y muchos agravios. Eso pesa hoy mucho sobre Francisco Labastida, pues le es difícil sostener su propuesta de continuidad que surge del mismo grupo en el gobierno y desde el PRI al que se le ha querido hacer una cirugía plástica. El debate del viernes pasado fue una prueba de la vulnerabilidad de esa posición, pues para muchos es difícil creerla. De tal forma, el hecho que las encuestas muestren que existe la posibilidad real de que el PRI pierda las elecciones y que los candidatos de la oposición lo asuman así, sería una razón de más para utilizar bien el voto y sacarle el mayor provecho.

La alternancia está a la vista como nunca desde 1988. El voto que cuente para definir el resultado electoral parece estar al alcance de la mano de los electores. Pero el país se piensa de maneras distintas y eso amplía la noción de utilidad del voto. Con el lápiz en la mano a punto de marcar la boleta el 2 de julio la cosa será cómo sacarle provecho al voto sabiendo que seremos los mismos que lo emitimos quienes tendremos las consecuencias.