LUNES 29 DE MAYO DE 2000

 


* Hermann Bellinghausen *

El timón y la sombra

ƑCuánta luz se necesita para escuchar una historia? Poca, muy poca, ninguna incluso. Tener ojos cerrados no es estar a ciegas, y esa noche, como en los cuentos por interpósita persona de Conrad, sin luna ni nube ni otra loma que las olas a la redonda, fosforescentes a veces, una figura indistinguible de la sombra dueña comenzó su relación, tan breve que se consumió como un suspiro en el puño de la brisa nocturna, no lejos de la costa de Trinidad, en California.

"La tripulación dormía. El propio capitán Morgan, siempre insomne, había apagado la linterna de su camarote. Estábamos solos, el mar y yo, el timón en mis manos y las olas encadenadas pero rabiosas. Después de una semana de navegación sin avistar las costas el rugido del mar se incorpora al ritmo de la cabeza, a la respiración, al balanceo de las piernas, y es inaudible. Respirábamos a oscuras, el mar sacudido y mis bocanadas de tabaco. El buque era insignificante para el océano, las olas encrespadas apenas sentían nuestra presencia, tímida cáscara de nuez entre gigantes. La erupción de la tormenta tomó cuerpo en una silueta inmensa, más negra que la sombra, allí mismo frente a mi cara mojada por la espuma rápida que despedazaba la proa".

Como aconsejado por el relato, alguien de la audiencia instalada sobre la vieja galerna encendió un cigarro. El viejo marinero parpadeó con el fuego fatuo del cerillo, pero apenas tomó un respiro para, como las olas en la playa, descargar su peso de una vez.

"Se levantó la sombra a pocos metros de cubierta, alta al grado de ocultar una porción importante de las constelaciones que me hacían compañía en la guardia. Era la marejada de los mitos y las pesadillas de los navegantes transpacíficos, la cola agonizante del monstruo verde de los japoneses, la ballena asesina. No tuve tiempo de llegar al miedo. De tan repentino el sobresalto, me atonté como un bendito, pero mis dos manos giraron con fuerza el timón en 180 grados. El buque se ladeó, oí el maderamen crujir como un trueno común pero espantoso, y mientras mi cabeza flotaba sonriente y ligera, mis brazos torcían los músculos como gatos que pierden suelo y buscan de inmediato reorientarse para caer sobre las patas. Eso fue todo. Arrojado por encima de la cresta, quizás impulso de una corriente previa, o alzados por los dedos misericordiosos de la noche, el buque libró la marejada y no chocó contra el agua sino que fue recuperado por la superficie con una caricia. El timón tenía otra vez mis manos a las 10 y 10 y la distancia parpadeaba plana, negra como el cielo imperturbable".

Las últimas palabras del marinero las devoró la noche, inmóvil sobre los pasajeros que aún escuchábamos.

"A la mañana siguiente no encontré cómo comunicar al capitán de la que nos habíamos librado, y de no ser por las noticias alarmantes de maremoto e inundaciones que nos radiaron de la costa, cualquiera hubiera dicho que soñé o sufrí alucinación o delirio. De Morgan para abajo, todos supusieron que la suerte llevó el buque fuera de la ruta de los titanes. Fuimos pluma y no buque por un instante, pero nadie me preguntó, nada dije, y nadie supo".