La Jornada Semanal, 21 de mayo del 2000



José Luis Rivas

Todo está lleno de dioses

En este luminoso ensayo, el poeta José Luis Rivas hace un preciso recuento de la vida y la obra (ligadas indisolublemente) de Yorgos Seferis, nacido en Esmirna en 1900 y muerto en Atenas en 1971. Entre otras aventuras vitales corrió la del Premio Nobel que le entregaron los suecos en 1963. Además de poeta, Seferis fue diplomático eminente, demócrata convencido que se enfrentó a los siniestros espadones golpistas y defensor de la cosmovisión que se desprende de la lengua demótica. A este homenaje mexicano a Seferis acuden desde el ``uranós'' de los dioses, los poetas de la generación griega de 1930, Elytis, Katsímbalis, Miller, T.S. Eliot, el helenismo, la democracia, García Terrés y los fanariotas llegados a Grecia cuando se hundió la megali idea y resurgió la Grecia que siempre descubre el thálassa.

Yorgos Seferis nació hace un siglo (para ser precisos: el 29 de febrero de 1900) en Esmirna y falleció el 20 de septiembre de 1971 en Atenas. En 1963 le fue otorgado el Premio Nobel de Literatura; la Academia Sueca premió de esa manera al más eminente de los escritores de la ``generación de 1930'' en Grecia. Toda la vida de Seferis aparece desde el principio puntuada por signos de excepción. Señalemos dos hitos solamente: nació con el siglo XX y a su sepelio lo acompañó una movilización inmensa que se manifestaba, así, contra la dictadura del 21 de abril. De camino al Primer Cementerio de Atenas, miles de personas entonaron en la ocasión uno de sus poemas musicalizados por Mikis Theodorakis: ``Negación''.

Yorgos era un niño feliz y campante en su ciudad natal antes de la Catástrofe, y todo parecía abocarlo a seguir los pasos de su padre, Stelios Seferiades, jurista de talla internacional, cuando la declaración de la primera guerra mundial obligó a la familia entera a expatriarse en Atenas. Es la primera de una serie de partidas que abundaron en su vida, iluminando por anticipado un verso del que sus compatriotas harían una consigna: ``Adonde quiera que viaje, Grecia me hiere.'' Yorgos hizo sus estudios secundarios en la capital griega y a los dieciocho años marchó a París, donde se inició en el derecho. Katsímbalis, ``el coloso de Marussi'' del relato epónimo de Henry Miller, lo recuerda de estudiante, encerrado en su pieza, murmurando poemas durante horas enteras. Y aquel profundo conocimiento que adquirió de la poesía moderna habría de trasminar su obra al punto de que a sus primeros textos se los califica de ``poesía pura'', y a su autor se lo compara con Valéry, Laforgue o Rimbaud. Durante su estancia en París se enteró del incendio de su ciudad natal y de la suerte de los refugiados, hecho que lo marcó sensiblemente. Una vez diplomado, en 1924, Seferis permaneció un año en Inglaterra antes de abrazar la carrera diplomática, la cual se vio coronada, al final de su vida, con el puesto de embajador en Londres. Su itinerario lo llevó a conocer antes un amplio número de capitales mediterráneas: Alejandría, El Cairo, Angora, Constantinopla, Beirut... Pero si es cierto que sus múltiples obligaciones restringieron el tiempo que le dedicó a su obra poética, también hicieron de él un testigo lúcido y nostálgico de las pruebas a que se vio sometido su país en esa época. Seferis permaneció por completo al margen de las manifestaciones apresuradas. No es sino hasta 1931 cuando se decidió a publicar su primera obra: Estrofa, especie de tajamar que abrió las compuertas de la literatura griega, confinada, por lo que hace a la poesía, en las pálidas imitaciones del romántico Kariotakis o del pesimismo cavafisiano. Esos primeros versos, señalados desde su aparición, resultaban innovadores en virtud de su lenguaje sobrio y musical, de carácter resueltamente demótico, y rematado por perfectas rimas. Están divididos en una serie de poemas breves, simbólicos, de materia muy densa. ``Seferis -escribió Linos Politis- no es un poeta fácil y su reputación ha crecido poco a poco, con trabajo. Pero no es oscuro. La lengua que habla es difícil, pero en ella su voz es clara y directa. Sentimos que ha elevado a su expresión perfecta eso que no podía ser dicho de otro modo.'' Así pues, uno de los poemas de la colección, ``Negación'' -al que antes aludimos-, es acogido por el gusto popular a lo largo de varias generaciones, lo mismo que su Logos erótico, especie de ensoñación acerca de una antigua pasión, y de desesperanza asimismo por un tiempo perdido. Seferis revelaba en Estrofa su rechazo a todo desbordamiento literario, su lenta composición de cada poema, bajo la vigilancia de su estricto rigor expresivo; eso explica la influencia de su poco voluminosa obra sobre sus contemporáneos.

En 1932, Seferis publica en edición de autor Cisterna, poema único compuesto de un centenar de versos, dictados por un sentimiento casi filosófico de la muerte y pletóricos de imágenes sombrías. Así, con sólo dos libros, alcanza una perfección difícilmente superable, a la que sigue un silencio de tres años antes de la aparición de Mithistórima (1935), obra que marcó una nueva orientación y consagró a la ``nueva poesía'' en Grecia. (De ese mismo año data su participación en Nuevas letras, revista que reúne a los principales representantes de esa poesía renovadora.) Liberado a partir de entonces de las obligaciones de la rima, Seferis inaugura un lirismo propiamente helénico, matizado de citas que toma en préstamo a los clásicos, sin jamás apartarse de los horizontes de la Grecia moderna. En esos veinticuatro poemas concentró a veces, al modo de las canciones populares, sus elementos predilectos (``la luz ática'', la mar y los pueblos marítimos, el amor y el dolor, la espera) y levantó un balance simbólico para los griegos de la posguerra: despojados, desarraigados, alimentados ``con el amargo pan del destierro''. En 1940, precisamente antes del estallido de la guerra, publica su Cuaderno de ejercicios, que bajo la modestia de su título encierra importantes textos de su juventud que había conservado inéditos, como los de Stratis el marino, portavoz del poeta; obras dotadas, además, de visos proféticos, pues evocan ya los ``millares de rostros pálidos'' que la ocupación iba a multiplicar en la capital. En 1941 Seferis acompaña en Egipto al gobierno griego, y los años negros, el alejamiento, el sentimiento de desgracia, alimentarán la mayor parteÊde sus poemas de Diario de a bordo I, al que siguió Diario de a bordo II (1944-1945), reflejos del callejón sin salida que él mismo vive en carne propia (``el poeta, un vacío''), a la par que sus compatriotas: ``un bosque de amigos asesinados, nuestro cerebro''. Volviendo los ojos al pasado, compone un largo poema acerca de un rey desaparecido, simbólico, El rey de Asina, que apenas se menciona en la Ilíada, precisando que si habla mediante parábolas ``es sólo porque son más fáciles de entender''. Durante la Liberación fue testigo del ``diciembre rojo'' de Atenas que iba a desencadenar la guerra civil en el país; dos años más tarde se aprecia, en Cisterna (1947), que su conciencia ``de una amargura eterna'' inspira un largo poema a la manera de Eliot en el que se mezclan referencias antiguas y actuales y donde el pasado y el presente se enlazan en una misma sensación de eternidad, como la alternancia de la luz y la sombra en el impulso esencial de la vida. Vinieron los años itinerantes por el Mediterráneo (de una estancia en Chipre trajo el tercer volumen de su Diario de a bordo (1955), inspirado en el drama que conocía la isla); luego, ya nombrado embajador en Londres (donde desempeñó el cargo durante cinco años, desde 1957), sólo se manifiesta mediante conferencias y traducciones, en tanto que su obra se propaga por el extranjero, suscitando numerosos estudios y reconocimientos. Definitivamente retirado del servicio diplomático en 1962, regresaÊa Atenas, de donde apenas salió. Tras dar a la imprenta Tres poemas escondidos (1966), testamento elíptico de toda su vida de poeta, se abstuvo de todaÊpublicación con el fin de no apoyar a la dictadura militar instaurada en 1967, hasta su contribución a la obra colectiva de los Dieciocho textos (1970). Su desaparición física fue experimentada como un duelo nacional por el pueblo griego: sin ver llegar el final de las pruebas de Grecia, había muerto aquel que expresara mejor su ``muy antiguo drama'', y que, colocado en el cruce de dos culturas, de dos mentalidades, había sabido reunirlas en un estatuto universal. Dejó tras de sí un diario fiel de su vida cuya probidad y sensibilidad sólo iluminan y confirman su obra.

La lucidez de Seferis, su predilección por las ideas encarnadas, su recomposición, a lo largo de su marcha espiritual, de la sustancia misma del paisaje griego, apuntalaron desde siempre sus actividades de crítico literario y de traductor. Además de introducir en Grecia las obras de autores de la envergadura de Paul Valéry, T.S. Eliot (a quien descubrió en 1931 y cuya obra tradujo al griego casi en su totalidad), Ezra Pound, William Butler Yeats, Henri Michaux, Paul Eluard..., consagró también importantes ensayos a las figuras del helenismo (Kalvos, Cavafis, Palamás y sobre todo Makriyánnis, héroe iletrado de la Resistencia que siempre fue para Seferis un modelo), ello sin dejar de ensayar teóricamente sobre los grandes textos de la Antiguedad que conocía a la perfección. Todos sus artículos, conferencias, ensayos sobre los problemas del lenguaje y la creación y sobre los autores que lo influyeron fueron reunidos, según un criterio cronológico, bajo el título general de Ensayos. ``Presentarlos en este `desorden' -escribe Selma Ancira en el texto que acompaña a su versión española, titulada El estilo griego- podría redundar en perjuicio de la comprensión de su obra. Por eso hemos decidido agruparlos de manera distinta.'' El orden que le ha dado a este magma efervescente que es la obra ensayística de Seferis es sin duda alguna un acierto: K.P. Cavafis-T.S. Eliot: El sentimiento de eternidad (``que incluye ensayos sobre lengua, literatura, escritores, artistas e intelectuales griegos''), y Todo está lleno de dioses (``temas literarios pero también están presentes la música, los libros y una antiguedad arqueológica siempre actual''). Así, de la mano de una lectora apasionada como pocas, entramos en el laberinto de Seferis, pasando -como escribe Carantonis- ``por Solomós, Makriy-Makriyánnis'', hasta llegar ``a la simplicidad de Cavafis y el mundo lleno de sugerencias de Eliot''. Porque los Ensayos seféricos son, ante todo, ``un desciframiento de esas grandes figuras del helenismo con las que, en forma directa y múltiple, está ligada su poesía.'' A más de todos los aires, procedentes de todos los puntos de la rosa náutica, que impregnaron su obra, obra de un poeta griego ``que ha sondeado el sufrimiento universal de ser hombre'' (Yves Bonnefoy).

Todo está lleno de dioses (el que suscribe lo dice con plena convicción). Así pues, ahora contamos con la primera reimpresión de los dos volúmenes iniciales de El estilo griego de Yorgos Seferis, y con la primera edición del tercer tomo. Esto lo han hecho milagrosamente posible en México el Fondo de Cultura Económica y Selma Ancira; demos a ellos las más cálidas gracias. Como escribió Rilke: