La Jornada Semanal, 21 de mayo del 2000



(h)ojeadas

La prodigiosa vida de mr. bones

Miruna Achim

Paul Auster,
Tombuctú,
Anagrama,
España, 1999.

Al principio del siglo XX, el sociólogo alemán Georg Simmel describía la condición del hombre moderno en términos del privilegio de la vista sobre los demás sentidos. Tal relación es una consecuencia de la vida urbana. A lo largo del siglo XIX, la inusitada acumulación de gentes y mercancías, tanto en las grandes capitales europeas (París, Londres) como en algunas ciudades americanas (Nueva York, México, Buenos Aires, Río de Janeiro), ofrecía a la vista un espectáculo seductor y caótico a la vez. Si, como decía Goethe, cada uno de nosotros -y, podríamos agregar, cada cosa-, esconde un secreto cuya revelación nos volvería odiosos frente a los demás, la convivencia impuesta por la vida moderna vuelve apremiante que descifremos los secretos de los seres y de las cosas que nos rodean. Pero ¿cómo interpretar las claves incompletas o incoherentes que se dejan entrever a cada paso? Y ¿cómo soportar la certeza de que, a su vez, los demás nos espían y clasifican nuestros secretos? La lectura de la ciudad, con sus habitantes y sus cosas, no era ni obvia ni fácil en los primeros momentos de la modernización urbana, y mucho menos lo es ahora. A mediados del siglo XIX, Baudelaire se propuso convertirse en ``un caleidoscopio equipado de conciencia'', y cuenta la leyenda que difundió la moda de caminar por las calles parisinas al compás de una tortuga; tan dilatado paso le permitiría procesar hasta los detalles más ínfimos. Más de cien años después, en una de las películas del cineasta alemán Wim Wenders, la ciudad se mira a través de los ojos de una niña, a la velocidad relampagueante de un tren rápido. Nuestra modernidad urbana se rehusa a cualquier narración exhaustiva y se construye como la suma de todas las miradas que le coquetean, la interrogan, la espían, la interpretan.

Paul Auster (1947), infatigable y prolífico escritor norteamericano de la ciudad, se inscribe dentro de la tradición de Baudelaire, Edgar Allan Poe, Raymond Chandler y Wim Wenders. A lo largo de su producción, Auster ofrece una constelación de posibilidades, de modos de testimoniar y de articular el espectáculo de la cultura norteamericana de los últimos veinte años, en su simultaneidad aterradora, cautivante y estridente. En su guión para Cigarros (Smoke, 1995), un hombre toma una fotografía desde la misma esquina de Nueva York, a la misma hora, todos los días del año, en un vago afán de documentar imperceptibles cambios urbanos, pero también de encontrar las pequeñas variaciones dentro de su propia vida. En City of Glass (parte de The New York Trilogy), otro hombre recorre un área bastante restringida de Nueva York coleccionando desperdicios, paraguas rotos, pedazos de papel periódico, fotografías rasgadas, ramitas. Este arqueólogo de la vida urbana se ha propuesto escribir el desatinado diccionario que recupere el caos dentro de la aparente geometría de la ciudad y que dé expresión a lo babélico y lo fragmentario de nuestra cotidianidad.

Por lo tanto, los rumbos de Auster se circunscriben principalmente (aunque no de manera exclusiva) a la ciudad de Nueva York y al noreste de Estados Unidos, el vasto enjambre megalopolitano entrelazado por carreteras y entrecortado por el verde, cada vez mas reducido, de los suburbios. Sus personajes, más allá de toda definición burguesa de la normalidad, son profesores locos, artistas desempleados o fracasados, anarquistas que se dedican sistemáticamente a destruir todas las réplicas de la Estatua de la Libertad en varias ciudades estadunidenses, homeless, vendedores de tabaco, vagos. Aparentemente alter egos del autor (quien contempló las posibilidades del fracaso al principio de su propia carrera), sus protagonistas se vuelven a veces difíciles de seguir a través de sus complicadas huellas, o de los manuscritos inéditos o incompletos que dejan como testimonio de su paso por este mundo. Cada uno tiene su propio secreto; cada uno, su búsqueda de un punto desde el cual articular y dar sentido a su propia experiencia dentro de una realidad que rebasa los poderes de comprensión de cualquiera.

En su novela más reciente, Timbuktu (editada en 1999 y traducida al español como Tombuctú), Auster sigue la pauta de su propio éxito en sus obras anteriores: ciudades caóticas, gentes solitarias, búsquedas de sentido. Si se le puede encontrar una crítica al autor como fabricante de fórmulas, Auster es plenamente reivindicado por su elección de un protagonista extraordinario en esta novela. Su personaje principal es un perro, testigo atento y silencioso, que observa y escucha pero no puede hablar. Este pequeño defecto hace que los demás se abran y le revelen sus pensamientos y secretos más íntimos. Por lo tanto, a diferencia de las otras novelas de Auster, Tombuktú tiene un carácter oral, menos artificioso y más directo. Por virtud de su nomadismo -el perro cambia de nombre, amo y casa repetidas veces-, el enternecedor protagonista se vuelve nuestro lazarillo a través de varios momentos y espacios del imaginario cultural norteamericano.

Conocemos a Mister Bones por primera vez un día frío y lluvioso, en Baltimore, frente a la casa-museo de Edgar Allan Poe. Mr. Bones, un perro de unos ocho años, acompaña a un homeless moribundo y abandonado, Willy G. Christmas, quien, entre agonizantes suspiros y confusas divagaciones, comparte algunos recuerdos de su vida con su triste camarada. Nos enteramos poco a poco de que Willy, nacido William Gurevitch, es hijo de refugiados judíos de Europa del Este, que han venido a la tierra prometida no tanto para empezar ``una vida nueva, sino una vida póstuma, entre dos muertes''. Marcados para siempre por el signo del exilio y del fracaso, los padres se dedican a borrar estos penosos recuerdos de la vida de su vástago, a quien preparan para ser ``un perfecto niño norteamericano''. El chico nace y crece en Brooklyn, entre los iconos favoritos de la cultura norteamericana de los cincuenta: los chicles Dentyne y Blackjack, el acondicionador capilar O'Dell para sujetar bucles rebeldes, el jabón Ivory, el preparado de Aunt Jemima, Zippo, las revistas Look y Life, Cary Grant... Sin embargo, ninguna cantidad de O'Dell parece suficiente para sujetar el carácter inquieto de Willy, que se inicia en la contracultura a través de la revista Mad y de las canciones de Buddy Holly. En el '68, vive en carne propia el trauma nacional que acabaría para siempre con el mito de una nación de valores homogéneos, unida por el gran afán de consumo. Willy, ex estudiante de Columbia, hippie, adicto a varios alucinógenos, experimenta una gran revelación durante una película sobre saltamontes gigantes que atacan la ciudad de Los Angeles. En los comerciales, un personaje disfrazado de Santa Claus lo convence de aceptar su propia identidad como Santa y, a partir de ese momento, Willy adopta el apellido Christmas y se dedica a ayudar a los demás y a despilfarrar en donaciones la pequeña fortuna que le ha dejado su madre. Cada verano, Willy viaja con Mr. Bones a lo largo y ancho de Estados Unidos y cuenta sus aventuras en una epopeya inédita de mil 800 versos: sus llamados Versos vagabundos. Y cada invierno, Willy experimenta con nuevas formas de percepción y creación; la Sinfonía de los olores, el gran invento y fracaso de su vida, toma como punto de partida el agudo olfato del perro, al que invita a probar varios olores, desde calcetines viejos hasta espagueti a la boloñesa.

Después de la muerte de Willy y de algunos percances en las calles de Baltimore, Mr. Bones se encuentra a un tierno niño de diez años, Henry Chow, hijo del dueño de un restaurante chino (a pesar de las insistentes advertencias de Willy contra los restaurantes chinos, donde el perro podría acabar en un humeante envase blanco de comida para llevar). Henry, gran aficionado al beisbol, le cambia el nombre de Mr. Bones a Cal, en honor a Cal Ripken Jr. II, de los Orioles de Baltimore. El romance con el niño solitario y soñador acaba cuando el señor Chow descubre el escondite del perro entre frigoríficos oxidados en un jardín, y Cal huye antes de acabar como platillo exquisito para los paladares más refinados.

Cal/Mr. Bones recorre unos prodigiosos 150 kilómetros para llegar por fin a la tierra prometida del imaginario norteamericano: lo encontramos de nuevo en Virginia, tomando el sol en el césped impecable de los Jones, una perfecta familia norteamericana (papá-piloto, mamá-guapa-ama-de-casa, niño y niña). Ha llegado a la América de los suburbios, los garajes, los centros comerciales, los Volvos, los Plymouth Voyagers, los cortadores de césped, las casas prefabricadas para perros, las latas de atún y los macarrones con queso. No podría hallarse más lejos de sus vagabundeos con Willy pero, por qué no admitirlo, Mr. Bones se deja seducir fácilmente por la opulencia y el brillo que lo rodean en su nueva vida, y se pregunta sobre la cordura de su viejo amo, que rechazaba tales lujos.

El precio de su ingreso a la nueva comunidad de privilegiados le parece al principio bastante razonable. Primero, tiene que pasar por un minucioso proceso de domesticación, que involucra a peluqueros y veterinarios, jabones y tijeras, dietas y pastillas antiparasitarias:

Tampoco lo alarma demasiado el siguiente paso hacía la ``normalidad'': la operación que lo deja sin su orgullo masculino y, sobre todo, sin entender por qué ha dejado de gustarle la coqueta perra de los vecinos. Mucho más mortificante es el cambio de nombre a Sparky, ``mote cursi e infantil, diminutivo afectado'' que poco tiene que ver con su carácter melancólico. Con el tiempo descubre otras molestias más severas: el ruido aterrador de la máquina que, domingo tras domingo, mantiene el césped en su irreprochable estado, y la casa prefabricada para perros que lo condena a horas de soledad, aburrimiento y desesperación. En el mundo de los Jones, regido por los objetos que consumen, Mr. Bones/Sparky puede existir sólo como un objeto más dentro del rompecabezas de nombres y cosas que tanto admiraba al principio. Sparky llega a ocupar su lugar designado como mascota perfecta en la parodia/anuncio comercial de una familia perfecta. Si la lógica del consumismo depende de lo desechable de cada cosa, es necesario preguntarse: ¿cuál puede ser el destino de las gentes o de los perros que se dejan gobernar por esta lógica?

Tombuktú no es, sin embargo, un tratado marxista sobre las relaciones de consumo, ni Auster un crítico demagógico y despiadado del capitalismo. La novela contiene momentos poéticos de verdadero asombro ante lo nuevo y lo moderno -el esplendor de la ruedas de una bicicleta o el encanto de unos pantaloncillos de fibra de poliuretano de un ciclista, por ejemplo-, y celebra el espíritu inventivoÊque crea las cosas. Al mismo tiempo, no podemos olvidar que el mundo, tal como lo encontramos en Tombuktú, se nos presenta principalmente a través de la mirada de Mr. Bones, el caleidoscopio equipado con la conciencia de un perro; inteligente, atento y sensible, pero un perro. En la distancia de esta mirada caben la perplejidad, la crítica, la ingenuidad y la ternura con respecto a los nombres, las cosas y las fuerzas que dan sentido a nuestra vida humana. No podemos dejar de sonreír ante la confusión de Mr. Bones cuando un apasionado Henry le habla de beisbol; el perro simplemente no puede entender cómo seres tan fantásticos como los ángeles, los gigantes, los tigres y las urracas pueden combatir entre ellos. Mucho más incomprensible para Mr. Bones es el concepto de las vacaciones familiares. Los Jones han decidido pasar sus vacaciones del thanksgiving day en Disneylandia y Mr. Bones...

El perro piensa que podría llevarlos a lugares mucho más bonitos que conoció durante su vida con Willy. A pesar de su gracia, la confusión de Mr. Bones es una escalofriante llamada a la sobriedad. En su asombro, el perro desenmascara nuestros iconos más consagrados, los que parecen dar continuidad y sentido a nuestras vidas: los cereales de todas las mañanas, los dibujos animados de la niñez, los valores familiares, los benévolos agentes que nos ahorran la congojosa tarea de organizar nuestro tiempo libre o el embarazo de encontrarnos con los demás. Detrás de la continua agitación se esconde un gran vacío: el abandono de un homeless en las calles inhóspitas de Baltimore, la desilusión de un ama de casa que convierte sus frustraciones en el impulso de seguir consumiendo. Más allá del remolino de nombres y marcas nos acecha el paralizante miedo a la soledad.

Este miedo explica en parte el gran éxito de Mr. Bones como camarada y confidente. El camino hacia otras personas está obstruido por reglas de conducta, tabúes y rutinas, pero se da de manera fácil y cómoda con un perro. Así, los oídos de Mr. Bones se vuelven los depositarios sigilosos de infinidad de pensamientos y cavilaciones que les negamos a los demás. Si en los primeros años de la modernidad parecía necesario proteger nuestros secretos de los ojos indagadores de los otros, en estos momentos agonizantes de una modernidad despiadada y egoísta parece mucho más difícil aguantar la indiferencia y el abandono de quienes nos rodean. De ahí la gran necesidad de abrirse, de saberse escuchado, de hablar sin parar, urgencias compartidas por todos los amos de Mr. Bones. El resultado es una novela compuesta por muchas voces, donde, entre las carreteras de asfalto, las ciudades de vidrio y los anuncios comerciales, se vislumbran raros momentos de ternura, candor y esperanza.



e n s a y o

Entre las gotas y los ríos

Nuria C. de Grammont Lara

Roger Bartra,
La sangre y la tinta (ensayos
sobre la condición postmexicana),

Océano,
México, 1999.

La sangre y la tinta constituye una serie de ensayos que giran alrededor de una misma preocupación: la condición posmexicana. Roger Bartra describe, con una sonrisa irónica, las actitudes controvertidas de una realidad paradójica, aplastante e incierta. Nos presta sus ojos para poder mirar la esencia de aquello que todos los días vivimos y nos conmueve.

Mediante la dialéctica establecida entre una ``cultura de la tinta'' y una ``cultura de la sangre'' nos muestra lo que parece inevitable en una época que se tambalea a cada paso, tal vez por la incertidumbre de un fin de milenio que empapa no sólo la imaginación de los espectadores, sino la cultura, la economía y la política. Vivimos sumergidos en una crisis que no solamente afecta a las más altas esferas de gobierno: también la cultura se ha corrompido y se encuentra atrapada entre el neoliberalismo y la masificación.

Este doloroso proceso fue exhibido por un hecho que marca un importante punto de partida: el levantamiento neozapatista de 1994. Las tensiones chiapanecas afectan las redes que definen la identidad nacional, ponen en duda el sistema modernizador del que somos parte y descubren una extraña sensación de nostalgia posrevolucionaria. Los indios han puesto en tela de juicio los preceptos básicos con los que se rige nuestra sociedad y han abierto un pequeño agujero de luz sobre la democracia. Desdeñados y vistos como salvajes arraigados a sus tradiciones sin sentido, los indios han logrado convertir al país en una arena en donde se debate el futuro no sólo del Estado, sino también de la cultura y del país. Como diría el autor, a partir de algunas gotas de sangre se han derramado litros de tinta.

El problema de la identidad nacional ha salido a flote y se ha convertido en un tema de moda que a todos nos preocupa e interesa. Un dilema que para muchos sólo tenía carácter regional, posee dimensiones que rebasan su esfera y que muestran la ambivalencia nacional. Vivimos amenazados por el espectro de la decadencia, y más que encontrarnos en el principio de una nueva película, estamos presenciando el agitado desenlace de un ciclo turbulento que, una vez desencadenado, no tiene freno.

La izquierda mexicana ha sido parte de este vaivén posmoderno y Bartra se pregunta si la existencia de este grupo es necesaria para lograr un cambio histórico democrático. También cuestiona el quehacer intelectual de estos tiempos inciertos, que más que dar frutos para la comprensión de los movimientos de la sociedad mexicana, se dedica a describir efemérides y se desvincula de su verdadero cometido: la búsqueda del entendimiento.

Otros temas de interés en el libro tienen que ver con la condición de los exiliados y los migrantes, en la que Bartra nos ofrece un poco de su propia condición y sentir. También, a partir de una serie fotográfica, nos brinda el espejismo de la figura indígena, que nos aflige, nos provoca y nos llena de añoranzas. Por último, nos explica cómo crea, ordena y escribe sus reflexiones y sus andares, para escapar de la ``jaula hermenéutica''.

La sangre y la tinta está cargado de una gran melancolía, y podría decirse que ese es su móvil, la fuerza que lo anima y le da vida. Para los curiosos que siguen los pasos de esta sociedad o para aquellos que sólo quieren percibir algunos destellos de realidad, la lectura de este texto puede ser una buena invitación a reflexionar.



n o v e l a

Exiliados de sí mismos

Betina Keizman

Milan Kundera,
La ignorancia,
Tusquets Editores,
México, 2000.

La ignorancia, última novela de Milan Kundera, recuerda, en algunas aspectos, a El libro de mi madre de Albert Cohen. Ambos autores se proponen invocar lo que cada uno entiende como una de las experiencias más traumáticas y decisivas que atraviesa un individuo: en el caso de Cohen la muerte de su madre, y en el de Kundera la experiencia del exilio. La asociación puede parecer arbitraria porque mientras Cohen recurre a la emotivísima fuente de los recuerdos y a un lenguaje que se convierte en verdadera encarnación del dolor, Kundera toma el hilo de la razón e intenta, una y otra vez, pensar. A pesar de esta diferencia, en ambos libros es evidente que las experiencias complejas son múltiples e infinitas y que para aprehenderlas es necesaria la repetición, la mirada que vuelve a ver lo mismo, la conciencia que reincide en la pregunta inicial. Por eso se trata de textos tercos, redundantes, que, como el encantamiento de la fórmula mágica, la ilusión del salmo repetido o la reflexión obstinada, buscan concretar la epifanía que permita discernir y transmitir la experiencia. Porque de eso se trata La ignorancia: es la novela del exilio y de la nostalgia, pero también de la imposibilidad de transmitir o aun abarcar las experiencias. Parte de una situción histórica que engarza este libro con el resto de la obra de Kundera: los protagonistas son dos checos que vuelven a su país en 1989, después de la caída del comunismo. La voz del narrador, con su condición de omnisciencia y su interés por la nostalgia, el tiempo y la memoria, desanda la historia de los dos personajes que, sin haber vivido el exilio como una experiencia exclusivamente dolorosa, se enfrentan a la circunstancia del regreso como a un momento nodular de sus vidas. Ninguno vuelve para quedarse y en eso se diferencian de la ``epopeya fundadora de la nostalgia'': Ulises regresando a Itaca. Con el telón de fondo de las asignaturas pendientes y de los recelos familiares y políticos, los personajes se enfrentan a la pregunta sobre su propia identidad y a la certeza de que sólo podrán regresar a la patria si sacrifican (``amputan'' dirá Irena) los veinte años vividos en lejanía. También Josef intuye que el regreso es imposible porque su mujer, a la que aún ama, está enterrada en Dinamarca y nada hay de ella en Checoslovaquia: la tierra es también el lugar en donde tenemos a los muertos del corazón -esa es la respuesta de Josef. Pero la historia de los dos desterrados trasciende los límites de sus circunstancias y se convierte en una historia sobre el deseo como brújula del propio destino. Irena y Josef lo ignoran todo sobre ellos mismos y es el regreso a la tierra y la experiencia de la pasión y el deseo lo que los acerca al conocimiento.

El mismo deseo de conocimiento guía la voz narradora en su indagación por los intersticios de las historias, más o menos ejemplares, de los otros destierros. Es hora, nos sugiere la novela, de dejar de ``exaltar el dolor de Penélope'', de dejar de``menospreciar el llanto de Calipso''. La nostalgia, el olvido y el exilio están también tejidos con la materia de lo falso y del error. Así, la posible gran historia de amor de Irena se funda en una identificación equivocada y Mileda, su única amiga en Praga, posee un secreto al que le ha entregado la vida.

La reflexión de Kundera supera los límites de lo que se entiende por exilio o por añoranza. Desde el segundo capítulo, en el que elabora una extensa exégesis sobre el significado de la palabra ``nostalgia'', teje la red que enlaza el regreso y el sufrimiento, la añoranza y el ignorar. La ignorancia es la condición de la nostalgia, pero también de la vida misma. Esa parece ser la apuesta mayor de esta novela, cuya primera edición en español se ha adelantado a la edición francesa, hecho que, aparte de recordarnos la problemática relación que el escritor tiene con un sector del medio cultural francés, es una muestra de que las ausencias y las distancias también están en la lengua del texto, y de que su memoria también ha sufrido los embates de lo posible.



FICHERO

Ensayo

Los cinco soles de México. Memoria de un milenio, Carlos Fuentes, Col. Biblioteca breve, Editorial Seix Barral, México, 2000, 430 pp.

Ensayo (antropológico)

Cholula. La ciudad sagrada (The sacred city), texto de Ana María Ashwell, ensayo fotográfico de John O'Leary, edición bilingüe, Volkswagen de México, Puebla, México, 1999, 149 pp.

Ensayo (literario)

El Oriente en la poética de Octavio Paz, Víctor Sosa, Col. Los nuestros, Serie Cuadrivio, Secretaría de Cultura/Gobierno del Estado de Puebla, Puebla, México, 2000, 92 pp.

Límites de la muerte de Virgilio. Hermann Broch: más allá del lenguaje, Manuel Capetillo, Col. Las horas situadas, Editorial Aldus, México, 1999, 177 pp.

Vergüenza de los héroes. Armas y letras de la guerra entre México y Estados Unidos, Vicente Quirarte, Colección El tule, núm. 2, Ed. Umbral, México, 1999, 78 pp.

Historia

El proceso a Jesús. Cristo libre de su cruz: el peso de la historia, Paul Winter, Col. El ojo infalible, Muchnik Editores/Editorial Océano de México, México, 2000, 320 pp.

Narrativa

Bailando en la oscuridad, José Agustín, Col. Para leer en libertad, núm. 5, Ciudad de México, México, 2000, 95 pp.

Diario de Lucía. 1939: un año clave del México cardenista en las vivencias de una joven, Kathryn Blair, Col. Diarios mexicanos, Editorial Planeta, México, 2000, 132 pp.

Diario de Mercedes. La guerra entre México y Estados Unidos en palabras de una joven de la época, Silvia L. Cuesy, Col. Diarios mexicanos, Editorial Planeta, México, 2000, 164 pp.

Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, Philip K. Dick, Col. Para leer en libertad núm. 4, Ciudad de México, México, 2000, 303 pp.

Los siete locos, Roberto Arlt, prólogo de Mirta Arlt, Colección Biblioteca Clásica y Contemporánea, Editorial Losada, México, 2000, 300 pp.

Nutrición

La biblia de la nutrición óptima. La nueva medicina del futuro, Patrick Holford, Col. Para estar en el mundo. Para estar bien, Editorial Océano, México, 2000, 362 pp.

Poesía

Carmina Burana. La poesía de los goliardos, prólogo, selección, traducción y notas de Carlos Montemayor, Editorial Planeta, México, 2000, 151 pp.

Espuma negra, Oscar Wong, Serie José Yurrieta Valdés, UAEM/Editorial La Tinta del Alcatraz, México, 2000, 45 pp.

La espiral del agua, Manuel Capetillo, Col. Letras mexicanas, Fondo de Cultura Económica, México, 2000m, 303 pp.

Lágrimas de la poesía mexicana (antología), selección y nota introductoria de Manuel Andrade, Editorial Planeta Mexicana, México, 2000, 127 pp.

Revista

Casa del tiempo, núm. 16, mayo 2000, vol. II, época III, textos de Ana Rosas Mantecón, Silvia Denise Peña Betancourt, Frida Saal, Eliane Menasse, Dafne Cruz Porchini, entre otros, Universidad Autónoma Metropolitana, México, 72 pp.

Equis, núm. 25, mayo de 2000, textos de Carmen Boullosa, J.M. Servín, Naief Yehya, Esther Seligson, Luis Enrique del Angel, entre otros, Ulises Ediciones, México, 75 pp.

IPN. Ciencia, Arte: Cultura, núm. 31, mayo-junio 2000, vol. II, nueva época año 6, textos de Adolfo Guzmán Arenas, Héctor Calderón Benavides, Virginia Alcántara Méndez, Jorge Juanes, Mario Méndez Acosta, Verónica Hernández López, entre otros, Instituto Politécnico Nacional, México, 80 pp.

Origina, núm. 87, mayo 2000, año 7, textos de Víctor Sosa, Julio Chavezmontes, Ramón Pieza Rugarcía, Héctor Zagal, Bernardo Hernández, Alvaro Cueva, Gerardo de la Cruz, Miguel çngel Avilés, entre otros, Gilardi Editores, México, 80 pp.

Tierra adentro, núm. 103, abril-mayo del 2000, textos de Carlos Monsiváis, Felipe Garrido, Alberto Blanco, Agustín Cadena, Benito Gámez, Carlos Pellicer, entre otros, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 80 pp.

Sexualidad

Guía de sexualidad para jóvenes, The Diagram Group, Col. Para estar bien, Editorial Océano, México, 2000, 185 pp.