* Carlos Bonfil *

En compañía de los hombres

Películas como la francesa Solo contra todos, de Gaspar Noé, o la independiente estadunidense Swoon, de Tom Kalin, poseen la capacidad de perturbar al espectador largo tiempo después de abandonar la sala. No son filmes de acción frenética; su factura es muy sencilla, a menudo están sobrecargadas de diálogos, y no siempre recurren a una violencia gráfica, o en todo caso, ésta es siempre menos fuerte que la tensión sicológica que contienen y a su vez generan en el público. Estas cintas no llegan con frecuencia a las salas comerciales; se exhiben en un foro de la Cineteca o, en el caso de Swoon, en las salas de Cinemanía. Por ello, cuando un producto verdaderamente extraño y fascinante como la cinta independiente de Neil LaBute, En compañía de los hombres (In the company of men, 1997), se aventura por los circuitos comerciales, es preciso advertir oportunamente su presencia y procurar verla rápido, ante la posibilidad muy real de que no sobreviva allí más de una o dos semanas.

Como en las cintas mencionadas, el tema central es aquí el desprecio. Con una diferencia esencial: ese sentimiento no conduce aquí al crimen, sino a una crueldad mayúscula que el espectador descubre paulatinamente, horrorizado ante la idea de poder albergar él un sentimiento parecido. O la de convivir con quienes a su vez pudieran desarrollarlo.

Recuerde el espectador una cinta de Hitchcock, Pacto siniestro (Strangers on a train, 1951, basada en un relato de Patricia Highsmith). Dos hombres (Robert Walker, Farley Granger, un sicópata y un hombre ordinario) planean deshacerse de sus mujeres, asesinando uno a la del otro. Piense ahora en una cinta protagonizada por el fallecido River Phoenix, El amor es un juego cruel (Dogfight, Nancy Savoca, 1991), en la cual un joven muy atractivo apuesta con sus amigos que seducirá a una joven poco agraciada y hará que se enamore de él, con el propósito de burlarla y erigir como trofeo su desdicha. En compañía de los hombres combina a su modo estas dos tramas, reproduciendo el esquema de la pareja viril en busca de una revancha perversa.

Desde el inicio el móvil es claro. El joven ejecutivo Chad (Aaron Eckhart) acaba de ser abandonado por su mujer y busca cobrarle al género femenino esa ofensa. Convence a un compañero de trabajo muy apocado, Howard (Matt Malloy), para que lo secunde en la faena. En un plazo de seis semanas habrán de seducir, cada uno por su lado, a una misma joven, la cual deberá poseer el mayor grado de vulnerabilidad posible, a fin de que la humillación infligida sea verdaderamente memorable. Hasta aquí la sinopsis.

Lo sobresaliente es cómo una historia que pudiera calificarse de misógina (el director, también guionista, no vacila en promover chistes de ese tipo), rebasa muy pronto esa categoría para presentar un relato de crueldad cuyo blanco incluye a los dos protagonistas yuppies y a su estilo de vida, a su existencia laboral que transcurre en aeropuertos, pasillos, oficinas y cuartos de baño donde se socializa como se puede, y donde poco importa incursionar en un sentimiento distinto al propio. La vida inocua en compañías corporativas situadas en ciudades despersonalizadas. Aquí, Fort Wayne, Indiana. La uniformidad y la rutina con toda su capacidad de desquiciar a un ser humano y producir un sicópata ansioso de hacer daño.

Neil LaBute maneja con sobriedad un tema difícil. Las actuaciones son formidables, de modo especial la de la joven elegida, Christine (Stacy Edwards), quien logra transmitir con pareja intensidad su condición vulnerable y la dignidad que para sus verdugos es inalcanzable. La broma cruel consiste justamente en el reclamo de los protagonistas ("Queremos recuperar algo de dignidad en nuestras vidas"), y en su modo de procurar este objetivo: demoliendo la dignidad ajena. Pero En compañía de los hombres dista mucho de ser un relato ejemplar; su desenlace ofrece una vuelta de tuerca estupenda y totalmente alejada de cualquier corrección política. No hay en la cinta una condena explícita de las conductas, sólo una simple exposición de la fragilidad humana, como en la escena de la reparación imposible: en un auto, frente a su víctima, Howard expresa a un tiempo arrepentimiento, amor, miedo y una violencia verbal desesperada. De una semana a otra, en una acción casi agendada, con el cálculo de un calendario de vejaciones programadas, el director marca las transiciones con una banda sonora estridente, punzante como la humillación siguiente que no escatima a nadie. LaBute presenta este relato de maldad con una precisión de relojería, como un engranaje de escenas contundentes, necesarias incluso en su carácter insoportable. Esta película independiente fue premiada en el festival de Sundance por su construcción dramática. Habría que añadir que su inteligencia reside en su habilidad para confrontar al público, de modo inclemente, con su propia fragilidad y con su propensión inconfesable a la crueldad y a la indiferencia.