EL DIA DEL TRABAJO EN PERSPECTIVA
En México, la conmemoración del Día del Trabajo ha tenido, a lo largo de los años, diversas lecturas y protagonistas y ha funcionado en buena medida como un indicador de la fortaleza o la crisis del aparato corporativo del régimen priísta.
Durante décadas, las celebraciones del primero de mayo formaron parte de los rituales políticos del presidencialismo mexicano: con el desfile de sus afiliados, los organismos laborales oficiales mostraban su lealtad y obediencia al mandatario en turno y refrendaban el "pacto histórico" entre el movimiento obrero y el régimen. Como protagonistas de esas manifestaciones figuraban, más que los trabajadores en sí mismos, las organizaciones obreras vinculadas orgánicamente al Estado como la CTM, la CROM, la CROC y el Congreso del Trabajo, entes corporativos que operaban a la vez como instrumentos de control político y como mecanismos de apaciguamiento social y redistribución de la riqueza. Así, las concurridas caminatas del primero de mayo ponían de manifiesto la capacidad del aparato corporativo para uncir a los trabajadores al Estado, para contrarrestar cualquier intento de disidencia o democracia sindical y para aportar al partido oficial una considerable masa de votantes cautivos.
Sin embargo, la crisis económica recurrente que ha padecido el país durante casi 20 años, los estragos que ha producido la política neoliberal aplicada en los tres últimos sexenios -basada en la contención salarial y el desmantelamiento de los derechos y prerrogativas de los trabajadores- y el despertar de una conciencia cívica y democrática entre la sociedad condujeron al definitivo descrédito de las corporaciones obreras oficiales, dedicadas a asegurar a cualquier costo la aplicación de una serie de medidas económicas que resultaron lesivas para sus agremiados y que evidenciaron la supeditación de tales organizaciones y de sus directivas a los dictados de la clase en el poder y de los organismos financieros internacionales.
La debacle del corporativismo obrero resultó evidente a partir de 1995, momento de aguda crisis económica e institucional del país: desde entonces, las directivas del sindicalismo charro y del gobierno priísta se han visto obligados a suspender el tradicional desfile del primero de mayo y han optado por refugiarse -ante el temor de que el descontento social convierta el antiguo ritual en una multitudinaria muestra de repudio al régimen y su política- en auditorios cerrados donde los actos del Día del Trabajo puedan ser celebrados de manera controlada. En tanto, cada primero de mayo una serie de organizaciones obreras independientes se han volcado a las calles para exigir la construcción de un nuevo sindicalismo libre y democrático y un cambio en la orientación económica del país.
Ciertamente, la ruina del movimiento obrero oficial no significa automáticamente el establecimiento de un nuevo modelo de organización sindical ni la mejora inmediata de las condiciones de vida de millones de asalariados, pero sí representa un factor auspicioso en el proceso de democratización del país y en la ruptura de las redes clientelares y verticales que posibilitaron la existencia de un régimen de partido prácticamente único en México. Ahora, el reto de los sindicatos independientes -en momentos en que las viejas estructuras corporativas todavía dan coletazos desesperados- consiste en cobrar una identidad propia, en superar los vicios del pasado y en convertirse en una alternativa real para la defensa de los derechos de los trabajadores. De ser así, el sindicalismo mexicano podrá contribuir efectivamente en la transformación democrática e institucional del país y estará en capacidad de influir, para beneficio de la sociedad, en las profundas transformaciones económicas que se registran a escala internacional.
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