La Jornada domingo 30 de abril de 2000

VENTANAS Ť Eduardo Galeano
La madre

Galeano Un hombre solo, prisionero del deseo, caminaba en la intemperie. Las suaves colinas del campo, no lejos de Montevideo, se hinchaban en perturbadoras curvas de pechugas o muslos. Paco miraba a lo alto, queriendo fugarse de la tentación carnal, pero allá arriba las nubes se movían de a pasitos, hamacándose, ofreciéndose, y también el cielo negaba paz a sus ojos.

La hermana de Paco, Victoria, dueña de la chacra, le había advertido:

-No. Guiso de gallina, no. Las gallinas no se tocan.

Pero Paco Espínola había estudiado a los griegos, y algo sabía de estas cosas del destino. Sus piernas caminaron hacia el territorio prohibido, y él, obediente, se dejó llevar.

Largo rato después, Victoria lo vio venir desde el galpón. A paso lento, Paco traía un bulto colgando de una mano. Era una gallina difunta. Victoria le salió al cruce, hecha una furia. Paco alzó una mano, pidiendo silencio, y contó la verdad.

El había entrado al galpón, en busca de sombra, cuando vio una gallina de plumaje rojizo. Le echó unos granos de maíz. La gallina se sirvió y dijo:

-Gracias.

Entonces, se acercó una gallina del color de la nieve, que también era bien educada y comió y agradeció.

-Pero después vino ésta -contó Paco, revoleando a la degollada. Paco le había ofrecido unos granitos y ella, sin tocarlos, había alzado la cresta. ''ƑTú no comes, querida?''. Y la gallina le había clavado sus ojos desafiantes y le había dicho: ''Andate a la puta madre que te parió''.

-šNuestra madre, Victoria! šNuestra madre! -gimió Paco, y abrazó a la hermana.

Ella comprendió.