Lunes en la Ciencia, 24 de abril del 2000



La apertura de la actividad científica

Alejandro Canales

El discurso que pronunció el científico brasileño Sergio Henrique Ferreira al recibir el Premio México de Ciencia y Tecnología 1999, en febrero pasado, sintetizó los retos y dificultades de la actividad científica en la región latinoamericana. La distinción, instaurada desde 1990 por el Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República, le fue concedida por su larga trayectoria y sus aportaciones en el campo de la farmacología.

Uno de los aspectos que resaltó el doctor en medicina de 66 años fue la desigual condición de las naciones ante el fenómeno de la globalización en marcha: mientras que es madre para los países industriales es "madrastra para las naciones subdesarrolladas, que tienen pocas innovaciones que vender". La precisión tiene importancia porque la pronunció un investigador al que se le reconocen méritos en un país distinto al suyo y que conoce las desventajas que se enfrentan en la región. Pero, además, porque la hizo frente al presidente Ernesto Zedillo, que unas semanas antes había calificado de globalifóbicos a los opositores a ese proceso.

En la sesión plenaria de la 30 reunión anual del Foro Económico Mundial, realizada en Davos, Suiza, el 28 de enero pasado, el presidente Zedillo tuvo una extensa participación en defensa de la globalización. En su intervención destacó, entre otros aspectos, el hecho de que recientemente se había formado una alianza de fuerzas de muy distinto tipo, pero todas ellas opuestas a una mayor apertura de las economías a la inversión y, en general, a lo que se conoce como globalización.

Los motivos, señaló el Presidente, que se exponían para ser globalifóbicos eran muy diversos, pero les era común la palabra "protección". Una protección invocada para diferentes aspectos: los derechos de los trabajadores de los países subdesarrollados, el medio ambiente, la soberanía, la identidad, etcétera. Desde su perspectiva, "algunos de esos motivos sí aluden a una causa o preocupación legítima, pero, a mi juicio, están siendo erróneamente planteados al situarlos en el debate sobre la liberalización del comercio. Se trata de preocupaciones que aluden a problemas de la vida real, que son muy complejos y que no pueden resolverse obstruyendo el comercio".

La formación de grandes bloques económicos y la integración de economías es un proceso en marcha y es, tal vez, el rostro más visible de la globalización. Pero tampoco se pueden soslayar los componentes culturales, políticos, tecnológicos y científicos del mismo proceso que están hoy presentes y que sí, efectivamente, son motivo de preocupación. De ahí, tal vez, la aclaración del investigador brasileño de que, sin padecer globalifobia, reconocía las distintas implicaciones de la globalización para unos u otros países; especialmente por lo que significa la apertura de sectores estratégicos a la inversión privada y sus repercusiones en la actividad científica.

La globlalización es un término tan impreciso como inevitable. En las discusiones actuales se advierte su dispersión conceptual, pero también el hecho de que "se utiliza a menudo con un propósito ideologizante con el fin de cautivar el imaginario social con la idea de un mundo que pareciera moverse al solo impulso, 'políticamente neutral', de la tecnología". (La sociedad mexicana frente al tercer milenio I. Colección: Las ciencias sociales. UNAM-CH, 1999).

Está claro que la actividad científica no puede estar ensimismada en un país e ignorar el entorno. Por el contrario, existe un intercambio constante de los avances en las diferentes áreas del conocimiento, una alta sensibilidad al contexto internacional, un dinamismo y un impulso conjunto. Sin embargo, también se deben reconocer las diferencias de los sistemas científicos y tecnológicos por regiones, su lugar en el desarrollo de conocimiento y de las innovaciones.

Durante la Conferencia Mundial sobre Ciencia que se llevó a cabo en julio de 1999 en Budapest, Hungría, se anotó como uno de los puntos del preámbulo de la Declaración sobre la ciencia y el uso del conocimiento: "La mayoría de los beneficios de la ciencia están distribuidos desigualmente, como resultado de asimetrías estructurales entre países, regiones y grupos sociales, así como entre sexos. Mientras el conocimiento científico se ha convertido en un factor crucial en la producción de riqueza, tanto más se ha vuelto inequitativo. Lo que distingue la pobreza (sea individual o nacional) de la riqueza no es sólo que se tienen menos oportunidades, sino también que se está excluido de la creación y los beneficios del conocimiento científico".

Precisar y reconocer las condiciones de los sistemas científicos de cara a amplios procesos de liberalización e integración económica es imperativo, si no se desean perpetuar las desigualdades. No es fortuito que, actualmente, entre las naciones, sea motivo de discusión y polémica el asunto de la propiedad intelectual y las normas que regularían la transferencia de tecnología. Es difícil pensar en una actividad científica altamente competitiva, con reconocimiento internacional, si está cimentada en un frágil aparato y en donde los recursos siguen siendo el principal problema. La disminución de los fondos (recuérdese el reciente recorte presupuestal de 100 millones de pesos a Conacyt) va a contraflujo de la vitalidad y la solidez de los aparatos de ciencia y tecnología.

[email protected]


Inicio