La Jornada Semanal, 23 de abril del 2000



Regina Crespo

500 años de Brasil

Regina Crespo nos habla de las ``rimbombantes y burocratizadas iniciativas gubernamentales'' hechas para celebrar los 500 años de la llegada de Pedro Alvares Cabral a las playas de ``Porto Seguro''. Por su parte, el gran monopolio televisivo brasileño está creando un clima de ``histeria histórica'' que evita una reflexión a fondo sobre el pasado, el presente y el futuro de nuestro amado, humillado y ofendido continente brasileño. Regina Crespo propone al gobierno de Cardoso que aproveche esta efeméride ``para la elaboración de una agenda de discusión que analice los 500 años de historia nacional y presente proyectos para el futuro''. La maestra Crespo es la coordinadora de este número del suplemento dedicado a Brasil.

La celebración de los 500 años del descubrimiento de Brasil ha estimulado la programación de una serie de eventos conmemorativos, dentro y fuera del país. A las tradicionales, rimbombantes y burocratizadas iniciativas gubernamentales, se han sumado eventos de carácter reflexivo y crítico, además de una fuerte y quizás inusitada agenda en los medios masivos de comunicación. A lo largo de todo el año 2000, los brasileños serán verdaderamente bombardeados con fiestas, conmemoraciones, muestras, exposiciones, programas informativos y otros productos culturales relacionados no solamente con el viaje fundacional de Pedro Alvares Cabral en 1500, sino con el espacio normalmente poco frecuentado de la historia patria, oficial y no oficial. Paralelamente, el público internacional también tendrá acceso a algo de esta gran celebración: las grandes cadenas de televisión como el Discovery Channel han producido varios documentalesÊsobre temas brasileños y el Ministerio de Educación del país invirtió en la realización de series didácticas de televisión, que distribuirá en escuelas y cadenas educativas extranjeras. Asimismo, los convenios institucionales permitirán la realización de festivales de cine y música, y exposiciones de artes plásticas en museos europeos, estadunidenses y argentinos.

Todo este afán conmemorativo se inserta indudablemente en la rutina oficialista -y muchas veces populista- de los gobernantes, y en el insaciable mercado cultural, que constantemente está buscando novedades con que nutrirse. Sin embargo, es importante observar que el tema ha tenido una repercusión significativa entre la población.(1) Según evaluaciones pesimistas, tal hecho se debe sencillamente a la propaganda de los medios de comunicación. A final de cuentas, no se puede olvidar que en Brasil las desigualdades sociales se han encargado de aumentar el abismo cultural entre los habitantes. En este sentido, el interés circunstancial por la historia del país que se está dando sería resultado de la presión de los propios medios de comunicación, que estarían imponiendo productos culturales novedosos a una población sin grandes posibilidades de acceso a los bienes culturales y al ejercicio de un saludable sentido crítico.

Aunque tal visión se apoye en elementos difíciles de cuestionar, es posible pensar en términos más optimistas que el boom de tantos eventos conmemorativos ha generado un genuino interés de la población brasileña por temas normalmente apartados de su realidad cotidiana. En este sentido, la gran audiencia que los recientes programas y novelas de televisión de temática histórica han conquistado no solamente comprobaría que los ``productos culturales nacionales'' tienen un potencial mercadológico nada despreciable sino que, principalmente, confirmaría el potencial crítico y la capacidad de elección del público, que sabe escoger mejores productos cuando tiene la posibilidad de hacerlo.

Para apoyar esta visión basta decir que, paralelamente a la acción de las cadenas de televisión -principalmente TV Globo, que, además de las novelas, películas y programas especiales, ha insertado en su programación diaria las llamadas ``cápsulas informativas'' sobre temas de la historia nacional-, el medio editorial ha visto crecer la oferta de libros sobre temas que hasta hace poco se consideraban aburridos. En ese sentido, al lado de los libros de ``autoayuda'', las novelas místicas y esotéricas y los bestsellers norteamericanos, que tradicionalmente ocupan los primeros lugares entre los más leídos del país, se observan varias obras de difusión acerca de temas como el viaje, el descubrimiento y la llegada de los primeros colonizadores a Brasil, sus aventuras y desventuras en la nueva tierra. Asimismo, ha aumentado la oferta de obras de distintas filiaciones teóricas, dirigida a los lectores más especializados, acerca del periodo colonial e imperial y sobre la vida cotidiana en las varias etapas de la historia brasileña.

Nuevamente podría decirse que el público consumidor de los bienes culturales -en este caso el público lector, evidentemente el sector más elitizado del mercado brasileño-, es víctima de las modas. La moda del año 2000, estimulada por una asociación entre la industria cultural y las instituciones gubernamentales, es la historia de Brasil.

Si pretendemos reflexionar específicamente sobre este tema, tenemos que considerar una de las características básicas que la producción cultural brasileña fue desarrollando a lo largo del siglo XX: la colaboración entre el Estado y la industria cultural para la consolidación de una cultura nacional, evidentemente transformada en cultura oficial.

Hasta los años treinta, reflexionar sobre temas como la identidad nacional, la cultura brasileña, la existencia o no de un carácter nacional, la definición del hombre brasileño y la evolución política del país, era tarea prácticamente restringida a los intelectuales, con muy poca repercusión social, incluso entre los intelectuales políticamente comprometidos. En cierto modo, el Estado Novo de Getúlio Vargas expandió el espectro de la acción de los intelectuales, al emplear a varios de ellos en la consolidación de su proyecto ideológico nacionalista. Durante el Estado Novo, Vargas prácticamente inauguró en Brasil una política de masas de carácter tutelar. Tanto él como las élites intelectuales consideraban que el pueblo brasileño era políticamente inepto y, por esa razón, dependiente de la acción socializadora de los intelectuales. El monopolio de los medios de comunicación por parte del Estado (y su control a través del Departamento de Imprenta y Propaganda -el temible DIP) impedía la contrapropaganda de los opositores, al mismo tiempo que generaba una difusión sistemática de su proyecto político-ideológico: unidad nacional, armonía social, intervencionismo económico y centralización política.(2)

En este contexto, el arte pasó indudablemente a ser una de las armas de propaganda del régimen.(3) Aunque el control cultural no fue completo, sí se puede pensar que hubo un predominio de las ideas estadonovistas en la consolidación de un Estado que se organizaba a partir de las élites y que lograba legitimarse entre las capas populares. Estas se sentían incluidas y representadas, aunque de manera subalterna, en el gran proyecto nacional de Getúlio Vargas, en donde arte y política tenían orientaciones coincidentes.

El régimen militar que se implantó en Brasil en 1964 retomó algunos de los elementos del getulismo, al constituir un fuerte aparato de censura de las manifestaciones artísticas e intelectuales, apoyándose ideológicamente en una especie de ``patriotismo de resultados'' (fundamentado en el elogio de las conquistas de un gobierno que se benefició de una época áurea de crecimiento económico, teñido de nacionalismo). Asimismo, recurrió a slogans altamente truculentos, que no permitían e incluso incriminaban a la crítica (el slogan ``Brasil, ame-o ou deixe-o'' se volvió emblemático de las tinieblas políticas y culturales de los eufóricos años setenta). Finalmente, el régimen militar se apoyó en los medios de comunicación electrónicos, principalmente la televisión. Gran parte del avance televisivo se debió al régimen militar, que consideró que las telecomunicaciones estratégicas apoyarían la consolidación de su política de desarrollo e integración nacional. Bajo el dominio de los militares, el Estado invirtió fuertemente en el sector, lo que culminó, en los años ochenta, con la implantación de la comunicación por satélite que hoy en día cubre prácticamente todo el país. El gobierno militar no sólo propició el desarrollo tecnológico del medio, sino que también impuso un rígido sistema de reglas para su funcionamiento. La Rede Globo fue la compañía que más creció en el periodo, debido principalmente a su capacidad para mantener buenas relaciones con el gobierno.

En ambos periodos históricos mencionados se puede observar la colaboración entre el gobierno autoritario y los medios de comunicación. Tanto en el Estado Novo de Vargas (1937-45) como en el régimen militar (1964-85), esta relación funcionó como medio de difusión privilegiado del proyecto nacional dominante. En ambos periodos, dadas sus características político-ideológicas, las celebraciones y homenajes cívicos adquirieron un estatus especial y un papel básico en el mantenimiento del régimen.

En este contexto, es interesante analizar el fenómeno de las conmemoraciones del quinto centenario del descubrimiento de Brasil. Partamos de la premisa de que el gobierno de Fernando Henrique Cardoso forma parte de un periodo de normalidad democrática, aunque su estabilidad económica, política y social esté bajo la amenaza constante de crisis internas y externas. En ese caso, los instrumentos de legitimación ideológica, como las grandes manifestaciones cívicas del getulismo o la llamada política del ``Brasil grande'', difundida en las escuelas y los medios de comunicación por los militares nacionalistas, no tendrían por qué recibir una atención especial. Un gobierno de inspiración demócrata social como el actual podría, al contrario, aprovechar la efeméride del descubrimiento para la elaboración de una agenda de discusión que analizara la historia nacional en estos 500 años y planteara proyectos a futuro.

Sin embargo, es curioso observar que la posibilidad de reforzar su legitimidad sin el recurso a iniciativas de corte populista se le fue de las manos al gobierno. En abril de 1999, a un año del evento, el presupuesto para las conmemoraciones se redujo de cincuenta a doce millones de reales, lo que hizo que el presidente Fernando Henrique Cardoso orientara a sus organizadores a que realizaran una fiesta ``buena, bonita, barata y para muchos''. La comisión ejecutiva pasó a ser dirigida por el ministro del deporte y turismo, Rafael Greca (actualmente bajo sospecha de fraude y corrupción), quien anunció que se deberían popularizar los festejos y garantizar el apoyo de la iniciativa privada para la ejecución de proyectos. La filosofía cambió; las propuestas que un grupo de intelectuales vinculados al Itaramaty habían formulado fueron consideradas elitistas y dispendiosas y se pasó a exigir a cada estado de la federación por lo menos dos grandes proyectos que garantizaran retorno financiero, a través del turismo y la creación de empleos.(4)

La opción de una fiesta ``buena, bonita, barata y para muchos'' refuerza la permanencia de una visión prejuiciada acerca del pueblo. Si Vargas lo veía como políticamente inepto, Cardoso no abandona un cierto paternalismo que, en última instancia, acaba por nutrir un proyecto social excluyente. Lo que es bueno, barato y para muchos, acaba por justificar un contexto de recortes de presupuesto y de establecimiento de otras prioridades.

Lo interesante es que, al mismo tiempo que el gobierno federal parece querer deslindarse de una tarea ideológica esencial, abre espacio para que otros actores se presenten. En ese sentido, aparte de la actuación espectacular de la televisión, de la profusión de producciones cinematográficas de carácter histórico y de las múltiples ofertas del mercado editorial, se están organizando eventos de crítica y reflexión. El espacio académico se presenta como el más tradicional para ellos, pero no los restringe. Se han formado movimientos populares, étnicos y culturales para reflexionar sobre qué representaron estos 500 años de historia que, para algunos de ellos, se traducen en 500 años de conquista y opresión.

Curiosamente, el espacio oficial de la conmemoración puede servir como un punto de partida importante para la reflexión. En ese sentido, es posible considerar este año de festejos de manera optimista, a pesar del peso de las modas, de la interferencia de los medios de comunicación y de lo ideológico de las festividades oficiales. Es una oportunidad que los brasileños deben aprovechar para colocar en el centro de los debates una reflexión aguda sobre los múltiples significados de estos 500 años de Brasil.

(1) Baste con mencionar que en el carnaval de Río de Janeiro de este año, varias escuelas de samba eligieron temas relacionados con los 500 años del descubrimiento.

(2) Consúltese Maria Helena Capelato, ``Estado Novo: novas histórias'' en M. C. Freitas (org.) Historiografia brasileira em perspectiva. S. Paulo, Contexto/Universidade S. Francisco, 1998, p. 183-213.

(3) El caso de Heitor Villa-Lobos es paradigmático en este sentido. El consagrado compositor llegó a organizar grandes espectáculos de canto orfeónico de inspiración nacional-populista en estadios de futbol y en plazas públicas. Sus canciones procuraban infundir en las masas los ideales de trabajo, civismo y disciplina. Así, estos eventos acababan por funcionar como un canal eficaz de propaganda de las realizaciones del gobierno de Vargas (Cf. Capelato, op. cit., p. 194).

(4) Cf. O Estado de S. Paulo, 21-IV-1999.