La Jornada Semanal, 23 de abril del 2000
Durante los
primeros años de la Colonia portuguesa, hacia 1500, las tierras
americanas bajo el dominio y control de Portugal formaban parte del
inmenso territorio disperso por el mundo, en el que esa nación europea
asentaba su imperio. Mientras la Colonia se consolidaba, a ambos lados
del Atlántico Sur el imperio portugués tenía cabezas de playa que
permitían un libre tránsito de personas esclavizadas entre las
ciudades de salida y entrada.
La colonización del Brasil fue relativamente tardía porque Portugal, después del descubrimiento, no se interesó inmediatamente por la colonización, mientras que su competidor europeo, España, inició sin tardanza el control militar de los territorios americanos que el Tratado de Tordesillas le asignaba y también el traslado de peninsulares para su proyecto de conquista y colonización.
Para sostener el trabajo en las Capitanías Hereditarias -algo parecido a los repartimientos que España imponía en sus colonias americanas- y al no contar con la población autóctona, Portugal introdujo miles de trabajadores que provenían de las costas africanas. El comercio ``negrero'' fue recomendado a los muy católicos reyes Fernando e Isabel nada menos que por Fray Bartolomé de las Casas, quien fuera sin duda el gran defensor de los indios. De las Casas obtuvo privilegios reales para transportar esclavos africanos.
Se decía
entonces, y se dice aún en los días que corren, que los esclavos
negros eran más fuertes. Era y es verdad; sin embargo, esto no se
debió a una supuesta superioridad racial (como se llegó a pensar),
sino a la severa y despiadada selección que se operaba sobre los
esclavos. En primer lugar, las personas capturadas en Africa y
destinadas al comercio en América eran escogidas desde su captura. Se
prefería a personas jóvenes y fuertes de ambos sexos. Después de la
captura, las personas eran conducidas a campos de concentración, donde
esperaban ser embarcadas rumbo a los mercados. Durante su permanencia
en los campos se operaba una segunda selección, pues no todos los
capturados sobrevivían a las condiciones de vida en el campo de
concentración.
Dadas las pésimas condiciones durante el traslado, eran menos los esclavos que llegaban a América que los que habían sido embarcados en Africa: los enfermos morían, y muchos se enfermaban en el barco. Tanto unos como otros eran arrojados al mar. Esto funcionaba como una tercera selección. Se calcula que entre el cincuenta y el setenta por ciento de la ``carga'' ``se perdía''. Al arribar a América, la personas capturadas eran depositadas en un nuevo campo de concentración, donde los que habían llegado esperaban un nuevo traslado a los mercados o a los lugares de trabajo. Durante esta concentración se operaba una cuarta selección, pues enfermaban o morían aquellos que no habían podido llegar en buenas condiciones.
La exposición al público, donde los compradores y futuros dueños de los esclavos seleccionaban a los que eran considerados más aptos para los trabajos a que estaban destinados, operaba como una nueva selección, la quinta. Todas estas etapas de depuración permitían que sólo llegaran a los campos de trabajo quienes tenían fuerza y resistencia para adaptarse a las condiciones laborales que se les impondrían. Así, la superioridad del africano se debía más a la lógica del régimen de esclavitud que a las supuestas ``ventajas de la raza''.
Debido al
enorme complejo de culpa que la sociedad brasileña tuvo que soportar
en su historia por el peso moral de la esclavitud, principalmente
después de su muy tardía abolición en 1890, tan sólo dos años después
de la abolición y uno después de la proclamación de la República, las
altas autoridades de la República, más específicamente el ministro de
Hacienda, Rui Barbosa, mandó ``limpiar la mancha negra de la
esclavitud''. Para tal efecto lo mejor que se le ocurrió fue reunir de
todos los documentos que durante más de tres siglos se habían
acumulado, los registros de aduanas, las matrículas de esclavos, los
asientos de las haciendas, y destruirlos.
Los lugares que más utilizaron esclavos fueron Minas Gerais, Río de Janeiro, Sao Paulo, Bahía, Pernambuco y Maranhao. Se calcula que, en 1830, 71.31% de la población se componía de blancos y ``caboclos'', y que 28.69% eran esclavos. Ya entre 1921 y 1923 la población brasileña se componía de 51% de blancos, 22% de mestizos, 14% de negros, 11% de caboclos y 2% de indios.
¿De qué parte de Africa provenían los esclavos de Brasil? Dentro de la incertidumbre que ocasionó la destrucción de los documentos relativos a la esclavitud, se sabe que al principio del comercio negrero las denominaciones de los esclavos eran genéricas: nagó, mina, angola, mozambique, pieza de Indias, negro de la costa, prieto, negro.
A juzgar por las aportaciones culturales africanas y por su presencia en ciertos momentos históricos, Arthur Ramos sostiene que es muy grande la contribución de los africanos a la cultura brasileña, y es un hecho que se constata cada día. El arte, en todas sus formas, fue un campo de la cultura brasileña profundamente impactado por la presencia africana. También la cocina y las religiones populares: candomblé, umbanda y pajelana son elementos siempre presentes en la vida cotidiana.
Por ser más
conspicua la presencia africana en los cultos, conviene detenernos un
poco en este aspecto de la cultura brasileña. Los grupos africanos de
mayor presencia en Brasil fueron los sudaneses y los bantús. Los
sudaneses se dividían en dos grupos. Los que ya se habían convertido
al Islam en Africa (hausás, peules, mandingas, fulahs, tapas o nupés,
minas, geges o jejes) eran del norte de Nigeria y del norte de Africa
(desde el Atlántico hasta el lago Chad y Sierra Leona). Otros esclavos
eran registrados como provenientes del Sudán del Alto Nilo (nagós,
ewés, ketos, fanti-ashanti, yorubas). Estos esclavos llegaban del sur
de Nigeria, Benin y Gana y no se habían convertido al Islam. Los de
cultura bantú eran denominados angolas, congos, cabindas o cambindas,
benguelas y mozambiques. Provenían, como sus denominaciones indican,
de las regiones que hoy son los países de Angola, Congo,
Mozambique.
Durante la época de la esclavitud, la Iglesia Católica insistía en que los esclavos fueran bautizados, asistieran a misa y profesaran el culto cristiano. Mientras iban a misa y rezaban cumplían con la parte cosmética del ritual, pero también recurrieron a sus fuentes de inspiración mística, todavía muy fuertes, y se dedicaron a construir religiones que aún hoy existen y crecen. Los cultos que introdujeron en Brasil fueron varios, pero con el paso del tiempo se redujeron a dos principales: el candomblé y la umbanda. Ambos son creaciones del pueblo brasileño, y son creencias religiosas de importancia. Sin embargo, los estudiosos Roger Bastide y Renato Ortiz ven diferencias fundamentales entre ellas. Para Bastide, ambas son religiones africanas que, en su proceso de consolidación y permanencia en Brasil, se ``conservaron'' como habían sido en Africa. Ortiz asegura que, de hecho, no se trata de religiones africanas trasplantadas, sino de creaciones autóctonas, criollas, brasileñas. Reconoce una profunda diferencia entre el candomblé y la umbanda, y sostiene que la lógica de esta diferencia radica en que, por un lado, el candomblé justifica su importancia en las raíces africanas y se aleja de religiones extrañas a esa influencia, tales como el catolicismo, por ejemplo; por su parte, la umbanda busca abarcar cada vez más todo tipo de influencias que permitan aumentar su importancia como religión. Además, los periodos de formación de ambas religiones son diferentes, puesto que el candomblé se ha formado de manera más o menos continua durante siglos, mientras que la umbanda llega a su forma más elaborada apenas en este siglo, alrededor de los años cuarenta.
Las
divinidades adoradas por el candomblé se ``presentan'' en las sesiones
de culto: son los orixás africanos que, se cree, toman posesión
de las personas. En cambio, en la umbanda estas divinidades son
``representadas'' por espíritus de otro tipo: unos personajes
imaginarios denominados ``caboclos''. Además, la umbanda recibe
influencias del catolicismo, del espiritismo kardecista, del ocultismo
y de la cábala. Ortiz se niega a usar la noción de ``sincretismo''
para referirse al fenómeno, y prefiere -acertadamente- la de
``síntesis''.
Hoy en día los
brasileños -lógicamente no todos (inclusive me temo que pocos)-
sienten el enorme orgullo de las múltiples e incontables aportaciones
culturales africanas. Ellas constituyen un patrimonio cultural único e
invaluable, que pertenece a toda la sociedad brasileña. El actual
``movimiento negro'' brasileño es una imitación del paradigma racista
norteamericano de los años sesenta, el Black Power. Sus
integrantes consideran que la esclavitud en Estados Unidos y en Brasil
no fue muy diferente y piensan que, a pesar del celo colonial y
católico, en Brasil las personas pudieron construir religiones,
costumbres y sociedades, lo que no fue permitido en Norteamérica. Los
blacks tropicales denominan ``afro'' a toda persona que tiene
algún vestigio de mezcla racial, criterio empleado para señalar a los
negros en los Estados Unidos. La palabra ``mulato'' ha caído en
desuso, también por parte de los que han heredado poca melanina, para
quienes, en las grandes ciudades de Sao Paulo y Río, los mulatos se
convierten poco a poco en negros. Me da la impresión de que, en
algunos años más, las relaciones raciales en Brasil se asemejarán al
modelo no deseable de las de Estados Unidos.