La Jornada Semanal, 9 de abril del 2000


Luis Tovar

Wajda, el premiado

Munk, Ford, Kawalerowicz, Has, Polanski, Zanussi, Zulawski, Kieslowski, Holland, Bugavski, Skolimowski y otros directores polacos forman, al lado de Wajda, el cuadro general de una de las grandes cinematografías del mundo. Wajda concedió a la Academia de Hollywood el honor de aceptar un premio que el director hizo extensivo a todos sus compañeros cineastas. La mejor manera de festejar este homenaje es ver de nuevo Heroica, Faraón, Los de la calle Warska, Manuscrito encontrado en Zaragoza, Cuchillo en el agua y otras películas que fueron haciendo el rostro del cine polaco junto con Canal, Cenizas y diamantes, Cenizas, La boda y Lotna (valiente yegua de la heroica y masacrada caballería polaca). En su cine, Wajda siguió el consejo del poeta Herbert: ``repite los viejos encantamientos de la humanidad, fábulas y leyendas, pues sólo así alcanzarás la bondad''

Antes de la caída de los gobiernos socialistas que, hasta hace algunos años, mandaron en los países de Europa del Este, los creadores artísticos rumanos, polacos, checoslovacos, etcétera, debían elegir entre unas cuantas opciones, todas igual de terribles: o se plegaban a los lineamientos que las autoridades ordenaban -con lo que su obra no tardaba en convertirse en un panfleto ideológico, en un mero vehículo para transmitir ideas que apoyaran el stablishment-, o difundían su obra clandestinamente, con lo que pasaban a formar parte de una suerte de resistencia cultural contra el Estado, que podía desembocar en una mazmorra, en el ostracismo, en el exilio o en la muerte.

Pero si la (i)lógica de esta relación del Estado con la comunidad intelectual del pueblo al que gobierna podía sostenerse, por ejemplo, en el caso de escritores o pintores, resultaba totalmente imposible tratándose de cineastas. El escritor podía hacer circular algunos ejemplares de su obra con un riesgo muchísimo menor del que implicaba dar una función clandestina de cine. Este acto, multitudinario por necesidad, difícilmente podía ocultarse a los miles de ojos de los omnipresentes miembros de los servicios de inteligencia. Y, por supuesto, más complicado que exhibir una película non grata a los intereses de un gobierno, era el nada sencillo hecho de filmarla.

Esta fue, en términos generales, la realidad que hasta hace algunos años le tocó vivir a Andrzej Wajda, el cineasta polaco que en marzo pasado recibió el Oscar de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas de Estados Unidos, en reconocimiento a su trayectoria fílmica. Con toda seguridad, la estatuilla recibida no es el premio más importante de los muchos que Wajda ha merecido, pero sí es el más famoso, el más mencionado en los medios masivos de comunicación y, por consiguiente, el que más gente recuerda, independientemente de su valor marginal frente a la Palma de Oro francesa, el Oso alemán y el resto de los galardones que conforman el llamado ``circuito de festivales fílmicos''.

Si de premios se trata...

Canal, la segunda película dirigida por Wajda -la primera fue Generación, filmada en 1954-, obtuvo en 1957 el premio especial del jurado del Festival de Cannes. Dos años después, la inolvidable Cenizas y diamantes ganó el premio Fipresci del Festival de Venecia. En la década de los setenta, Wajda se llenó de premios: Paisaje después de la batalla ganó, en 1971, el Globo de Oro italiano; ese mismo año, Los abedules se llevó en Moscú la Medalla de Oro; en 1972, el Festival de Valladolid le entregó a Wajda una medalla por su trayectoria fílmica, y al año siguiente La boda -una de las cintas más memorables en una filmografía llena de películas inolvidables- obtuvo la Concha de Plata; en 1975, el Festival de Chicago premió a La tierra de la gran promesa con el Hugo de Oro, película por la cual Wajda obtuvo, además de otros tres premios internacionales, el de Director en el Festival de Cartagena; El hombre de mármol ganó el Premio Fipresci en Cannes en 1978, y al año siguiente el Primer Premio del Festival de Belgrado; en el mismo 1979, el Festival de La Rochelle le dio a Wajda un reconocimiento a su trayectoria fílmica.

La década de los ochenta no fue diferente: en 1980, la ya mencionada El hombre de mármol ganó el premio de la crítica en Cartagena, y al año siguiente se llevó la Palma de Oro y el premio del jurado ecuménico en Cannes; en el mismo 1981, El director de orquesta obtuvo el Sello de Oro del Festival de Belgrado, y un año después (o lo que es lo mismo, diecinueve años antes que Hollywood) la Academia de Cine Francesa le dio a Wajda el César por su trayectoria fílmica; en 1983, además de llevarse el premio Louis-Delluc como la mejor película francesa de 1982, Danton, protagonizada por Gérard Depardieu, significó para Wajda otro César, ahora por su desempeño como director. En los noventa, Wajda fue reconocido al menos con otros siete premios internacionales, tres de los cuales se debieron a su trayectoria fílmica: el Félix -entregado por la Comunidad Europea-, el León de Oro de Venecia y el Iris de Cristal del Festival de Bruselas.

Esta apabullante lista de galardones cinematográficos concedidos a una filmografía formada por tan sólo treinta y cuatro títulos deja en claro la importancia de Wajda para el cine de todo el mundo y de todos los tiempos.

Lo que los premios premian

¿Qué se premia cuando se premia a Wajda? ¿Qué han visto franceses, italianos, rusos, colombianos, norteamericanos, españoles, en la obra de este director polaco? Más allá de la incontestable calidad técnica y formal que siempre ha sido la norma seguida por el director de La línea de sombra y Sin anestesia, y también más allá de sus incontables recursos estilísticos, tal vez lo más apreciado por los cinéfilos de todo el mundo sea la capacidad de Wajda para llevar a la pantalla cinematográfica una historia local, perfectamente situada en un tiempo y un espacio -el tiempo y el espacio polacos, la mayoría de las veces-, y volverla universal, haciendo de ella bien sea un paradigma o una metáfora aplicables en cualquier parte del mundo.

Cenizas y diamantes, una de las películas fundamentales para la cinematografía mundial, fue filmada en 1958, es decir, pocos años después de la llegada al poder del socialismo real, por un Wajda treintañero que ya era capaz de analizar a fondo el pasado reciente de su país y reflejarlo en una película estremecedora. Cenizas y diamantes plantea, con crudeza pero también con ternura insondable, los conflictos entre el idealismo político y el instinto humano de conservación de un miembro de la resistencia polaca que, a finales de la segunda guerra mundial, da muerte al hombre equivocado. Wajda despliega todo su talento para captar la amargura y la desilusión que los polacos sintieron al final de la guerra, cuando hasta la misma idea de nación tuvo que pasar por la durísima prueba de ver a todo un pueblo sometido a los designios de otra cultura.

Por su parte, Cenizas, realizada en 1965 (cuando Wajda lleva ya once años de pelear contra la censura del Departamento Fílmico polaco, por un lado, y contra cierto nivel de incomprensión del público, por otro) es un auténtico compendio de los encontrados y, a veces, contradictorios sentimientos patrióticos que el pueblo polaco manifestaba. Wajda tradujo esto en la historia de un oficial de los servicios de inteligencia, un hombre cuyo pensamiento se nutre en buena medida por los ideales que perseguía la antigua nobleza polaca pero que, a pesar de ello, es sensible a la injusticia social. Cenizas plantea la paradoja entre un pensamiento de signo conservador, para el que no hay nada más natural que el hecho de que un segmento social viva bien a costa de los demás, y la solidaridad social requerida para la lucha contra la dominación extranjera.

Con esta película, Wajda puso a las autoridades polacas en una situación realmente complicada: por un lado, se sentían en la obligación de defender el buen nombre de Polonia y de los polacos en general contra las propuestas ``políticamente incorrectas'' de un artista controvertido como Wajda, pero les resultaba imposible condenar una obra maestra que hablaba abiertamente de la injusticia social y criticaba -sin concesiones y con la agudeza de una daga- ciertos elementos del pasado que siguen siendo parte fundamental de la historia y la idiosincracia polacas.

En La boda -película para la cual Wajda se basó en la espléndida novela de Wyspianski- se retrata a una sociedad que, bajo la influencia del omnipresente vodka, sueña con su ``pasado excepcional'' y habla sin parar de la necesidad de hacer algo para regresar a tal estado idílico, pero que sólo es capaz de recaer, día tras día, en el más completo conformismo. Aquí, el amor que Wajda siente por su país y por su gente se revela bajo la forma de una implacable crítica a lo que aquéllos tienen de inmovilismo: por momentos, la heroicidad se repliega ante la cobardía, la solidaridad se empapa de egoísmo y el sentimiento religioso, uno de los motores ideológicos más importantes en Polonia, se traduce fílmicamente en una figura de sotana tan quieta que parece formar parte del paisaje.

Sirvan estos tres ejemplos para ilustrar el que siempre ha sido uno de los principales propósitos de la trayectoria cinematográfica de Wajda: demostrar que el pasado, la historia de un pueblo siempre es más importante que la ideología en turno; que las costumbres y las tradiciones de la gente tienen más fuerza, al final, que todos los panfletos y la mercadotecnia política, aunque ésta dure lo que duró la ``cortina de hierro''; y que el carácter de una nación está formado más por el sentimiento y las ideas de cada persona en lo individual, que por los de una colectividad forzada a pensar de una manera específica.

Si el cine, como el resto de las manifestaciones artísticas, es incapaz de desligarse de su correspondiente carga política e ideológica, producto de su inserción en una realidad social imposible de soslayar, más vale entonces hacer de él un medio útil para difundir masivamente valores universales que no cambien -que no deben cambiar- con el tiempo, y no un simple vehículo que cualquier poderoso en turno pueda montar para justificarse ante sí mismo y ante quienes sufren su yugo. Esta ha sido, en gran medida, la lucha que Wajda ha sostenido, a pesar incluso de ciertas acusaciones -hoy por suerte casi olvidadas- de que estuvo dispuesto a plegar su genio a los requerimientos del Estado. Quien conoce aunque sea parcialmente la obra de este director imprescindible, sabeÊque la acusación es falsa: Wajda siempre se vio obligado a caminar en la delgada línea que pasa entre una película que la censura podía prohibir con un solo golpe de mano, y otra que, con sutileza y habilidad de prestidigitador, dijera lo que tenía que decir.

Oscar meets Wajda
o premio-conoce-cineasta

La crítica cinematográfica seria y hasta el último de los especialistas tienen al Oscar en muy mal concepto, debido a la propensión que la Academia norteamericana siempre ha manifestado de mirarse el ombligo. Sin embargo, al menos este año las cosas parecieron mejorar, hecho en el cual el reconocimiento al director polaco tuvo mucho peso. Lo que uno debe preguntarse es: ¿por qué una entidad como Hollywood premia a un cineasta como Wajda?

Hasta hace algunos años, la industria cinematográfica polaca dependía por completo del gobierno socialista, lo mismo en el aspecto económico que en cuanto a la temática y el tratamiento que debía dársele. Es bien sabido que Wajda logró, como nadie, esquivar la sinuosísima censura y filtrar su crítica mirada sobre la situación que se vivía en la República Popular de Polonia, por lo cual sus películas constituyeron un elemento muy importante en la formación de la conciencia popular que finalmente desembocó en la caída del régimen socialista, de la mano de Solidaridad y Lech Walesa. Es muy probable que ese Oscar tenga como razón fundamental el mayor o menorÊapoyo que la filmografía de Wajda prestó a la caída en Polonia del sistema político-económico que Estados Unidos siempre ha visto como si del demonio se tratara. Y algo muy posible es que, si Wajda hubiera nacido, crecido, aprendido a hacer cine y filmado en Estados Unidos, su espíritu independiente y sus convicciones respecto del individuo y la libertad seguramente habrían encontrado una cantidad similar de elementos criticables en la tierra del Tío Sam, que los hallados en la de Carol Wojtila. En ese hipotético caso, la Academia hollywoodense lo pensaría más de dos veces antes de galardonar a un cineasta como Wajda.