Durante 33 meses, frente al palacio de gobierno de Oaxaca
una treintena de mujeres y una cincuentena de niños de la región
de los Loxichas, han vivido en la plancha del zócalo de la capital
oaxaqueña. Muy pocas de ellas y sus hijos hablan español.
El sufrimiento de estar ahí, a la intemperie durante tanto tiempo,
ha sido tan grande como su terquedad para sacar a 87 de sus familiares
de las cárceles en que están todavía presos. Para
ellas, la prueba de que sus esposos, padres y hermanos detenidos son
inocentes es que han logrado la libertad de otros 47. Y para continuar
esa batalla, ante la falta de respuesta de autoridades estatales y federales,
trasladaron su plantón, el pasado 13 de marzo, al Distrito Federal,
instalándose frente al Senado de la República.
Los indígenas zapotecos, cuya liberación demandan estas
mujeres, están acusados de pertenecer al Ejército Popular
Revolucionario (EPR), guerrilla que hizo su aparición hace tres
años en diversas entidades del país. Desde entonces el
gobierno militarizó la zona y el terror se enseñoreó
de aquella región donde campean paramilitares encabezados, dicen
ellas, por el actual presidente municipal de San Agustín Loxicha,
Lucio Vázquez, ex policía judicial del estado, quien está
protegido por los policías estatales.
Las mujeres exigen el retiro del ejército, así como el
castigo a las guardias blancas, e indemnización a viudas -más
de 40- y huérfanos - más 50- conforme a derecho.
Donaciana Antonio Alvarado y sus compañeras relatan lo que han
sido las torturas, desapariciones y asesinatos contra sus compañeros,
uno de los cuales se murió a finales de febrero en la cárcel
de Pochutla por falta de atención médica (La Jornada,
14 de marzo 2000) y también lo que ha sido "andar de acá
para allá" con los hijos, casi 250 menores, de quienes han
debido salir de la región por temor y para luchar por la liberación
de sus parientes.
Ahora las mujeres, explica Donaciana, se turnan en grupos de 50 para
estar en el plantón. Ahí forman comisiones: "unas
van a botear para conseguir algo de dinero, a veces caen de a 50 o 100
pesos, otras piden apoyo de víveres y despensas, de cobijas.
Es difícil porque a veces sólo comen los niños".
De éstos sólo unos poquitos van a la escuela, los demás
permanecen con sus madres en el plantón o en sus comunidades.
De Oaxaca a San Agustín Loxicha, se hacen 7 horas en el transporte.
Visitar a los presos implica gastos que muchas no pueden cubrir: unos
están en el penal de la ciudad de Oaxaca, otros en Pochutla,
Miahuatlán o en el de alta seguridad de Almoloya, éste
último en el Estado de México, donde hay 11 recluidos
y hace más de un año que sus familiares no los ven "porque
no hay dinero para venir y piden muchos requisitos" que a muchas
se les dificulta cumplir además, por ser monolingues.
Cuando están en sus comunidades, las mujeres deben hacerse cargo
de la mantención del hogar y también de sembrar, limpiar
la milpa, cosechar maíz, frijol, chile y café, criar pollitos...hacen
también comales de barro, unos 3 logran hacer en un día,
que venden en la cabecera a 10 o 15 pesos cada uno. Ahora en el plantón
están vendiendo también bolsas para el mandado, tejidas
en hilo de plástico de colores que hacen los presos en la cárcel;
hay unas chiquitas, de a 10 pesos y otras más grandes, de a 25
y 30 pesos, explicó Donaciana.
El hermano de esta mujer, menudita, una de las pocas que hablan español,
estuvo preso tres años, lo soltaron "por falta de elementos"
que lo inculparan en 1999. Ella decidió continuar en el plantón
"porque queremos a nuestra gente. A nosotros nos apoyó mucho
la gente para que saliera mi hermano; yo, por mi voluntad voy a apoyar
hasta que salgan todos los presos", informó.
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