Dos presas
políticas, Erika Zamora Pardo y Virginia Montes González,
acusadas de pertenecer al Ejército Revolucionario del Pueblo
Insurgente (ERPI), están en el penal de máxima seguridad
de Puente Grande, Jalisco, sometidas a tratos crueles e inhumanos, agravados
por su condición de mujeres, porque no hay en ese lugar un espacio
específico para su género.
Erika Zamora tiene 21 años, es estudiante de la UNAM, activista
del movimiento en el Comité Estudiantil Metropolitano y sobreviviente
de la masacre de El Charco; fue detenida en esa comunidad mixteca del
municipio de Ayutla, Guerrero, a donde fue a alfabetizar el 7 de junio
de 1998. Está sentenciada a tres años y medio de prisión
por portación de arma de uso exclusivo del Ejército y
a cinco años por conspiración e invitación a la
rebelión, a pesar de que no hay pruebas de esos delitos.
Virginia Montes, es enfermera, acapulqueña, de 37 años,
militante del Partido de la revolución Democrática (PRD).
Fue detenida el 11 de octubre de 1999, acusada de almacenar cartuchos,
explosivos y uniformes del ERPI, que fueron localizados en una operación
de la Policía Federal Preventiva y de la Judicial del estado
de Guerrero, en Acapulco, pero ella niega que esos materiales hayan
estado en su casa, y afirma que fueron sembrados para culparla.
Las dos fueron clasificadas como de "alta peligrosidad".
Con otros cuatro presos políticos, dirigentes y militantes de
organizaciones sociales de Guerrero, fueron trasladadas el 6 de noviembre
de 1999 al penal de máxima seguridad de Puente Grande, Jalisco.
Ese día, en el camino a Jalisco, según sus propias declaraciones,
los seis fueron torturados durante más de cuatro horas por agentes
de la Policía Judicial Federal y de la Policía Federal
Preventiva. Y las torturas fueron más severas con las dos mujeres.
Los seis vieron el cambio a otro penal como una forma de alejarlos de
la gente que los apoya, de sus familias y de sus abogados. Y para las
mujeres es además una reclusión ilegal, fuera de todo
reglamento.
Los seis presos presentaron ante el juez cuarto de Distrito de Acapulco
una demanda de amparo, que ganaron, y el juez ordenó su regreso
al Centro de Readaptación Social de Acapulco, pero aún
está en revisión.
El calificativo de peligrosas
El traslado a Puente Grande
se dio sin previo aviso a los afectados, que no tuvieron la posibilidad
de defenderse de esa decisión de la Dirección de Prevención
y Readaptación Social de la Secretaría de Gobernación,
a solicitud del gobierno del estado de Guerrero.
Como se ve en el expediente enviado por el director de Prevención
y Readaptación Social del estado de Guerrero, José Luis
Trujillo Sotelo, al juez que concedió el amparo, Joel Carranco
Zúñiga, la decisión fue planeada con semanas de
anticipación. Para justificarla, las autoridades construyeron
una historia con base en supuestos informes anónimos, en los
que se decía que los presos a quienes tienen como militantes
del ERPI, realizaban reuniones clandestinas dentro del penal y que estaban
planeando un motín para evadirse el 7 de noviembre, aprovechando
que ese día estaba programada una manifestación afuera
del penal para demandar la libertad de los presos políticos y
respeto a sus garantías.
Según la versión oficial, cuando en la cárcel de
Acapulco se descubrieron los supuestos planes de fuga, el director,
Jesús Torres Quiroz, pidió a sus superiores, y éstos
al director general de Prevención y Readaptación Social
de la Secretaría de Gobernación, Miguel Angel Yunes, que
se hicieran exámenes criminológicos para valorar a los
seis presos políticos.
En el expediente aparecen los dictámenes técnicos en los
que se dice que Erika Zamora, "por sus características de
personalidad se observa con capacidad para planear y ejecutar conductas
que van en contra de las normas socialmente establecidas".
De Virginia Montes, el dictamen dice que "no introyecta normas
y valores sociales positivos, muestra clara conflictiva con todo aquello
que representa la figura de autoridad, y se le observa con capacidad
para planear y ejecutar conductas antisociales así como para
promover la comisión de las mismas".
Por esa "peligrosidad" potencial, fueron trasladadas "a
una institución que permitirá neutralizar su mala conducta".
También se argumenta que pertenecen a una organización
guerrillera, el ERPI, que se propone cambiar al gobierno por medio de
la fuerza, y de ahí "el alto riesgo que implicaba no sólo
para el centro penitenciario, sino para ellos mismos y los demás
internos y también para el estado de Guerrero la permanencia
de estas personas en un centro de reclusión como en el que se
encontraban".
En realidad, de acuerdo con el dirigente de la Unión de Organizaciones
de la Sierra del Sur, Bertoldo Martínez Cruz, uno de los seis
recluidos en Puente Grande, el motivo del traslado es el interés
del gobierno por detener las denuncias que constantemente hacían
los presos políticos contra las violaciones a los derechos humanos
dentro del penal y en Guerrero. Además, el desarrollo de una
operación contra el ERPI, de la que fue parte la detención
de su principal dirigente, el comandante Antonio, Jacobo Silva Nogales,
de la coronel Aurora, Gloria Arenas Agís, así como de
dos presuntos simpatizantes, aprehendidos en una casa de seguridad en
Chilpancingo el 22 de octubre, Felícitas Padilla Nava y Fernando
Gatica Chino. Los cuatro presos están en el penal de Almoloya.
El camino de Acapulco
a Puente Grande
El 6 de noviembre de 1999
se desarrolló en el Cereso de Acapulco una ostentosa operación
con agentes de la Policía Judicial Federal, la Federal Preventiva
y custodios del reclusorio, para sacar a los seis presos políticos.
Erika Zamora se resistió y la llevaron arrastrando, desde los
dormitorios hasta el estacionamiento, donde los esperaban otros policías
en una camioneta Suburban que los llevó al aeropuerto.
En un avión de la PGR escucharon una voz: "A estos sí,
pártanles la madre, porque estos sí son guerrilleros,
son del ERPI y del EPR". Y esa frase anunció tormentos que
nunca antes se imaginaron.
Erika Zamora dijo después a su hermana Evelin, que la visitó
en el penal de Puente Grande, que prefería los toques eléctricos
que le dieron en el cuartel de la Novena Región Militar de Acapulco,
cuando fue detenida y torturada por militares, que los golpes que recibió
durante más de cuatro horas de camino a Puente Grande.
En el avión los sentaron de dos en dos. Al fondo Erika Zamora
y Virginia Montes. En el vuelo comenzaron las torturas y las preguntas:
"¿Cuál es tu nombre de guerra? ¿Cómo
te llamas en el ERPI? ¿A cuántos de los nuestros has matado?
¿En qué enfrentamientos has participado? ¿Quiénes
son tus dirigentes?" Y los golpes en todo el cuerpo no paraban.
Una y otra vez las mismas preguntas, sin parar, durante más de
dos horas de vuelo.
Para las mujeres los interrogatorios eran todavía más
denigrantes: "Estas cabronas son de carrera larga ¿A ver,
cuántos maridos has tenido? Y amenazaban con tirarlas al mar
desde el avión.
En el aeropuerto de Guadalajara los esperaba otro grupo de la Judicial
Federal, de la Federal Preventiva y guardias de seguridad externa del
Cefereso de Puente Grande, a quienes una voz les dijo: "A estos
sí, pártanles la madre, son guerrilleros, del ERPI y del
EPR". Los policías cumplieron la instrucción y reanudaron
las torturas en el autobús, con más crueldad que en el
aire.
Los seis presos iban callados. Las mujeres no se quejaban ni pedían
detener las torturas. En lugar de gritar o llorar, Erika decía
a sus torturadores: "Perros, perros". Con ella se ensañaron,
probablemente porque llevaba puesta una playera alusiva a la masacre
de Aguas Blancas, o por su actitud más rebelde.
Mujeres en el Cefereso de Puente Grande
Como no hay en el penal de
máxima seguridad un área para mujeres, Erika Zamora y
Virginia Montes están, con otra presa procedente del DF, en el
área de observación y clasificación.
Viven en celdas de unos 2 metros cuadrados, con una cama y un retrete,
y a diferencia de los hombres, las mujeres no tienen un espacio adecuado
para comer, para practicar deportes o para trabajar.
Sólo recibieron dos mudas de ropa interior, y tienen que hacer
muchos trámites para conseguir toallas sanitarias y objetos de
higiene personal. Les cortaron el cabello, y cuando les permiten salir
al sol, una o dos veces a la semana, tienen que caminar mirando al piso
y los brazos cruzados hacia atrás.
No les permiten leer periódicos ni revistas. Todas sus actividades
y movimientos son obligatorios, nada es voluntario. Están obligadas
a trabajar, cinco horas al día, bordando una tela con punto de
cruz que Erika calcula terminar en cuatro meses y por ese trabajo le
van a pagar 37 pesos.
Aunque las dos tienen estudios universitarios, en el Cefereso están
obligadas a estudiar desde la primaria; actualmente cursan el primer
año.
Las visitas deben cumplir una cantidad de requisitos que hacen casi
imposible que alguien los cumpla y por eso viven aisladas, muy solas.
Por medio de su abogado, José Sánchez, Virginia Montes
solicitó que intervenga la Comisión Nacional de Derechos
Humanos. Pide que constate que esta no es una cárcel para mujeres,
que ellas viven aisladas, sin posibilidades de readaptación,
que les imponen una disciplina para deshumanizarlas y hacer que pierdan
el sentido de la vida.
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