DOMINGO 19 DE MARZO DE 2000



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Millennium

En la casa del rico


Enrique SEMO


foto-CALLE DE MEXICO Manga de Clavo, la hacienda perteneciente a los Santa Anna, abarcaba unas veinte leguas cuadradas, resguardadas por puestos de vigilancia bien ubicados y pertrechados. Numerosos carruajes estaban siempre a disposición de las visitas para llevarlas a donde ellas quisieran

En las primeras décadas de vida independiente, los criollos ricos vivían en el lujo y la elegancia, pero sus casas eran muy frecuentemente poco funcionales e incluso incómodas. La riqueza y el buen gusto se manifestaban en los hermosos caballos y los equipajes, en la ropa y sobre todo las joyas, pero las viviendas no estaban a la altura de ese lujo. La regla, naturalmente, tenía sus excepciones, y dependiendo de si las casas se encontraban en las ciudades o el campo, las zonas seguras o las infestadas por bandidos, había grandes diferencias.

En el campo, el casco de la hacienda erageneralmente una pequeña fortaleza rodeada de altos muros. En una historia relatada por S. S. Hill en su Travels in Peru and Mexico (1860), un rico hacendado resistió el ataque de una numerosa banda de ladrones bien armados gracias a la solidez del muro que rodeaba su casa y los gruesos barrotes que cubrían las ventanas. Al final, los asaltantes aceptaron una buena suma de dinero a cambio de renunciar al incendio de las construcciones que componían el casco y se retiraron.

La casa principal de la Hacienda del Maguey, de la familia Gordoa, situada unos 25 kilómetros al oeste de la ciudad de Zacatecas, era en 1835 una construcción de dos pisos con gruesos muros de piedra. Habitada sólo durante algunos meses, era muy espaciosa pero su mobiliario era espartano. Entre los bienes inventariados ese año sólo hay media docena de grandes sillas de madera, una mesa, un armario y una gran cama con un colchón usado. Es posible que cada año la familia trajera de la ciudad complementos imprescindibles. Siempre limpia y bien servida, la habitación contaba con una cocina bien abastecida de vasijas y jarros de cerámica y un patio interno con un bello jardín y su correspondiente pozo.

Manga de Clavo, la hacienda perteneciente a los Santa Anna, abarcaba según Frances Calderón de la Barca, la esposa escocesa del embajador español en México, unas veinte leguas cuadradas, resguardadas por puestos de vigilancia bien ubicados y pertrechados. foto-LA  CASA Numerosos carruajes estaban siempre a disposición de las visitas para llevarlas a donde ellas quisieran. Si bien contaba con una espléndida vajilla francesa, fácil de empacar en caso de peligro, sus muebles eran pesados, rústicos y escasos, como en todas las haciendas localizadas en las zonas afectadas por la guerra civil. En el mismo testimonio, Calderón de la Barca cuenta que una condesa amiga suya amuebló su hacienda con finos enseres importados en dos ocasiones, sólo para verlos robados o destruidos por los asaltantes.

Las haciendas agrícolas o ganaderas menores servían generalmente de casas de campo y sus dueños sólo permanecían en ellas durante la estación de lluvias, para evitar las inundaciones y el lodo de las ciudades que carecían de sistemas de agua y drenaje apropiados. La ciudad de México, por ejemplo, sufrió inundaciones en los años de 1767, 1795 y 1814, que causaron grandes perjuicios. Las casas de los ricos se vieron seriamente dañadas y las chozas de los pobres fueron arrastradas por el agua. Las condiciones en la vivienda eran generalmente rústicas, como corresponde a una casa de veraneo.

En cambio, las haciendas situadas en los centros mineros habitados todo el año eran muy diferentes. Sus construcciones, a veces en el más puro estilo inglés, eran espléndidas y tanto sus caminos internos como la organización eran de primera. Todo su mobiliario provenía de Europa, principalmente de Inglaterra y de Francia, ya que no se producían muebles finos en México. En cambio, los objetos de plata finamente labrados y la cerámica eran de hechura local. Había camas con finas cabeceras metálicas, pero los cobertores eran de algodón con un acabado rústico y las sábanas finas, muy poco frecuentes. En muchas ocasiones, sus salones estaban tan llenos de muebles y adornos que se veían sobrecargados.

Casi todos los ricos tenían casa en las ciudades y esas también variaban de lugar en lugar. En Veracruz, por ejemplo, había un exceso de viviendas porque, huyendo de la peste negra y otras epidemias, las familias adineradas vivían la mayor parte del año en otras partes.

En sus obras, Paula Kollnitz y S. S. Hill observaron la importancia de las colonias extranjeras, sobre todo la inglesa, compuestas por comerciantes y sus familias, y Calderón de la Barca nos legó una aguda descripción de la casa que la albergó durante su estancia en el puerto. Tenía una apariencia melancólica e inacabada, muy a tono con el clima cálido y húmedo. En la sala principal, encontró un gran piano alemán, muy bien afinado. Pieza central del mobiliario de todas las casas acomodadas, el instrumento se encontraba en el centro de una gran sala semivacía, con los escasos muebles cubiertos con profusión de cojines bordados. Las demás habitaciones, prácticamente vacías, tenían una apariencia sombría y poco acogedora.

Sin embargo el Hotel Diligencias del puerto era excelente y P. Blanchard lo describe en su diario de viaje como un verdadero palacio, con su patio rodeado de columnas de mármol y un restaurante en el cual se podía comer buena comida europea.

Barrido por frecuentes nortes, el puerto exhibía las cicatrices de la guerra civil. Las españoles ocuparon San Juan de Ulúa hasta 1825, bombardeando a veces la ciudad, y en 1838 los franceses volaron la fortaleza. El puerto había perdido su magnificencia colonial y hacia mediados del siglo XIX sólo contaba con un tercio de la población de finales del XVIII.

foto- RESIDENCIA Siempre según los viajeros decimonónicos, Puebla era lo opuesto de esa imagen decadente. Sus calles bien trazadas estaban pavimentadas, y durante la noche, alumbradas. Su sistema de agua y drenaje era adecuado y las casas de los ricos estaban bien cuidadas y rodeadas de un ambiente de refinada cultura. Las mejores estaban ubicadas en la calle principal y sus acabados eran de fina cerámica de color blanco y azul, ladrillos o brillantes colores mexicanos. Ponsett relata que la casa del obispo, en la cual se hospedó, era muy hermosa, y que contaba con una gran biblioteca y exquisitas pinturas, la mayoría de ellas, originales.

Kollnitz, la acompañante de la familia real, cuenta que fue hospedada en una amplia casa muy bien ventilada, que contaba con una elegante escalera soportada por columnas, cuartos con pisos cubiertos de ricas alfombras y un patio interno con jardines y naranjos. Las ventanas que daban a la calle tenían balcones con barandales de fina herrería y el servicio aseguraba "todo lo que un europeo, acostumbrado al lujo, podía desear". Otros viajeros destacan la limpieza, la exquisitez de la cocina y lo refinado de los servicios.

A diferencia de Veracruz, las buenas casas en Puebla escaseaban. Calderón de la Barca batalló mucho para conseguir una y finalmente tuvo que hacer un depósito de 14 mil dólares y aceptar una renta anual de 2 mil 500. Como la vivienda no estaba amueblada, fue necesario encargar los muebles a Inglaterra y Estados Unidos. Los primeros llegaron en buenas condiciones, pero los segundos vinieron muy dañados o saqueados, mientras que los espejos estaban reducidos a polvo. Todas esas viviendas, ya sea las austeras como las haciendas o las refinadas como las de Puebla, eran escenario de frecuentes bailes y tertulias, que amenizaban una intensa vida social.*