Antesala

Digresiones. Este antesalista no sabe por qué pero esta columna se perfila desde el principio a volverse un alud de felicitaciones, saludos calurosos, felices aniversarios y otras formas, si no de la felicidad, al menos de la evanescente satisfacción. Quizá porque esto se escribe el Miércoles de Ceniza, fin del Carnaval y principio de la Cuaresma, parteaguas existencial donde el Catolicismo nos recuerda, con la famosa cruz de cenizas impresa en la frente, la única certeza que tenemos como seres vivos: ``Polvo eres y en polvo te convertirás'', como dice la fórmula castellana, o ``Dust to dust and ashes to ashes'' (``Volverá el polvo al polvo y las cenizas a ser las cenizas'', traducido libremente), que es la consigna inglesa. Debemos felicitar y felicitarnos porque estamos vivos, es decir, hemos sobrevivido al dolor, la enfermedad, la egolatría, el vicio, los desamores, la apenas desplegada libertad sexual que cuando ya estaba poniéndose buena (o sea promiscua) se nos volvió insectisida (sic). Sin embargo, la carne es débil y lo demás no importa. Por eso lo carnavalesco tiene algo de canibalesco: nos disfrazamos con la piel de otro(a), y salimos a reinventar la Guerra Florida; alguien nos persigue y uno siempre va en pos de alguien, por el mero gusto de devorar el corazón humano. Celebremos, pues, este lapso entre un polvo y otro, celebremos al polvo mismo (en el sentido castizo) y no comamos pescado porque está muy caro y un ``Vuelve a la vida'' se puede convertir en su contrario. Eimén.

Lugar común (pero absolutamente cierto): todos los (las) bebés traen torta. Y los nacimientos (bien planeados) siguen siendo una bendición. Estamos muy contentos con tu nacimiento, Inés Villoro Heredia, y ya te anotamos como sobrinita. No me falles. (Este antesalista está a punto de no repetir este chascarrillo, que se ha vuelto referencia generacional, porque más de la mitad de los lectores seguramente no vieron el Club Quintito, ni conocieron -quizá para su fortuna- al Tío Gamboín. Muchachos(as), pregúntenle a sus papás.) Y para empezar, Inés no le falló a su padre, Juan Villoro, pues su torta fue el Premio Xavier Villaurrutia, otorgado por su libro de relatos La casa pierde. Aunque ya se sabía desde el mes pasado la decisión del jurado, compuesto por nuestro decano columnista Hugo Hiriart, el novelista Daniel Sada, el poeta Francisco Hernández y la señora Alicia Zendejas, el premio le será oficialmente entregado este martes 14 a las 19:30 hrs. en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. En este caso no le podemos decir a Johnny que se moche porque todo se le va a ir en ropita de bebé, moisés, pañales y sonajas; al contrario, tendremos que mocharnos sus amigos para que él vaya ahorrando y pueda mandarla al Colegio Alemán. Como sea, ¡felicidades, Juan y Margarita!

Séptimo aniversario de Arqueología Mexicana. La mejor revista de México y Latinoamérica en su ramo (y no digo del mundo porque, desgraciadamente, entre los investigadores nacionales escasean la pluma bien educada y la pasión por el detalle original). Arqueología Mexicana ha logrado un doble éxito: ir más allá del hito sexenal (que no es poca cosa), e impulsar la divulgación no sólo de los descubrimientos más recientes (digamos uno cada semana: en nuestro suelo, levanta usted una piedra y salta una pieza prehispánica), sino de la cultura arqueológica y etnográfica puesta en buen cristiano. (Por supuesto que su mejor época fue cuando este antesalista fungió como jefe de redacción del bimensuario -pero me dejaron ir, ni modo.) De lo que no hay duda es de que su diseño, iconografía, gráficas y mapas e impresión resultan impecables (quizá sólo pondría reparos en el papel que, para mi gusto, todavía es demasiado brillante: un papel mate le haría un gran favor al lector). Además se incluye un encarte con el índice general de los vii volúmenes, sumamente útil para investigadores y aficionados (ojo, concheros) de la antropología. La portada es inevitable; quiero decir que no podrá usted, lector(a) que esconde en su clóset los tres tristes tepalcates que se encontró en las inmediaciones de alguna construcción (no vaya a ser que lo (la) acusen de traficante de objetos arqueológicos), dejar de verla en cualquier escaparate o puesto de voceadores: la reconstrucción tridimensional de la Estructura II de Calakmul, Campeche. Hágase de ella pronto, cuesta menos que un taxi de sitio a las once de la noche.

El Milagro no es título. Es un portento, una maravilla, una quimera hecha realidad. Yo también hablo de El Milagro. El Milagro ha hecho el ídem de convertirse en la memoria de lo efímero por excelencia. El Milagro es una aventura editorial que ha logrado publicar obras de teatro mexicano y extranjero, puestas en escena, guiones de cine y hasta crónicas de Leñero, Monsiváis y Bonfil. Ediciones El Milagro ha conseguido el antiguo sueño de vender un producto literario casi tan difícil como la poesía, a base de ingenio y espíritu de empresa: incrementó la oferta de sus títulos (debe tener más de cien circulando en todas las librerías), armó su propia red de distribución, la cual ahora abarca a editoriales pequeñas y/o marginales de poesía (como la de Hotel Ambosmundos) y, no contentos con eso, puso a escribir prólogos y a traducir obras de teatro a las mejores plumas del país. (Claro que nunca falta la mosca en la sopa, como En el aire, ese atraco intelectual [¡ojo, guionistas!, otro día les cuento la historia] del que Juan Carlos de Llaca se cree autor -en realidad se dice perpetrador-, y que lleva el prólogo que se merece, de Eusebio Ruvalcaba). El consejo editorial que hizo El Milagro está formado por Tolita Figueroa, Daniel Giménez Cacho, Pablo Moya, David Olguín y Gabriel Pascal. Informes y ventas: Manzanillo 154-B, col. Roma Sur, tel.: 5564-6774.

Carlos García-Tort
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Bazar de asombros


UNA TELEVISIîN DE DAR VERGUENZA

En los años setenta, la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM acababa de echar a andar sus ambiciosos proyectos en materia de descripción y crítica de los medios masivos. Víctor Flores Olea, Julio del Río y Gerardo Estrada encabezaban las tareas de la facultad y, en el incipiente Departamento de Periodismo y Comunicación, trabajábamos con ganas Fernando Benítez, Henrique González Casanova, Antonio Delhumeau, Raúl Cremoux, Miguel Angel Granados Chapa, Gustavo Sainz, Froylán López Narváez, Enrique Ruiz García (y sus heterónimos críticos y consejeros en materias tercermundistas del atolondrado presidente Echeverría), Leopoldo Borrás, María del Carmen Ruiz Castañeda, nuestra guía por los laberintos de la historia del periodismo nacional, y el que esto escribe. Por la facultad andaban (y algunos pontificaban sin descanso) los sociólogos, politólogos, internacionalistas y especialistas en administración que hacían la crítica de todo lo que se movía en el inquieto cuerpo de una sociedad gobernada por el autoritarismo que ya acusaba los primeros signos de arteriosclerosis y no podía, aunque lo intentaba, cerrar las heridas del '68 que aún escocían y hasta sangraban. Veo a Sergio Colmenero, Raúl Olmedo, Cristina Puga, Manuel Márquez, Octavio Rodríguez Araujo, Humberto Herrero, Edmundo Hernández Vela, Judit Bokser, Silvia Molina, Gabriel Careaga, Arnaldo Córdoba y a los compañeros chilenos, argentinos, bolivianos, centroamericanos y brasileños que pagaban con creces el beau geste del permiso de residencia y de trabajo. Por esa época iniciamos las tareas de organización del Sindicato de Profesores y, muy pronto, los liberalones nos vimos rebasados por los verdaderos revolucionarios (algunos de ellos, unos años más tarde, se volvieron hasta institucionales), que eran los que tenían la razón histórica (otros agotaron pronto sus radicalismos y sus sabios oídos escucharon el canto de las sirenas del tercermundismo y de sus muchos y redonditos fideicomisos). Los liberalones, después de pasar una pintoresca y, a ratos, desagradable noche y pedazo de mañana lechosa en los separos (publiqué sobre el tema una croniquilla que titulé ``Por pendejo y por metiche estoy preso en Teocaltiche''), nos convertimos en mártires del asambleísmo y nos fuimos con nuestra música a otra parte.

Por esos días hablábamos mucho de los medios masivos (la prestigiosa noción nos llenaba la boca) y de sus responsabilidades y promesas. Nos dividíamos, de acuerdo con las teorías de Eco, en apocalípticos e integrados. Huelga decir que proliferábamos los primeros. Los segundos ya daban sus primeros pasos en el mundo alfombrado y lleno de vulgaridades de los mercachifles del monopolio vendedor de papitas (unos años más tarde santificadas por sus patrocinios a viajes papales), detergentes chacachacas (un actor de gran escuela hacía el show de las cubetas), bancos con ideas modernas (tantas que sus imaginaciones culminaron con el aquelarre globalofílico del Fobaproa, modelo de lo que Pound llamaría gangsterismo bancario o gran usura institucional. Lo malo es que don Ezra no se dio cuenta de las monstruosidades que se agitaban detrás de la habilidosa demagogia del payaso trágico); cigarrillos, cervezas anunciadas por rubias orgullosa y típicamente mexicanas y zapatos y zapatones de una fábrica enemiga de la contaminación y partidaria de la caminata y del acelerado desgaste de las suelas.

Estudiábamos todas las teorías y, seguidores de Orwell, anunciábamos la llegada del total control de las conciencias en 1984. Leímos con deslumbramiento y poco cuidado al ahora imprescindible McLuhan (los intelectuales orgánicos de Televisa y los tecnócratas que les daban números lo odiaban de manera feroz) y Morin, Cazeneuve, Rodríguez Méndez y Vázquez Montalbán nos daban temas para la reflexión. Mattelart, Funez y otros ilustres apocalípticos la emprendieron, con simpleza catequística, en contra de Daisy, Goofy, Rico Mac Pato y el gangoso Donald, y alguna investigadora local nos hizo notar el racismo imperialista de Tarzán de los monos.

Todas nuestras predicciones y lamentos se quedaron cortos frente a las fechorías cometidas por Televisa, Televisión Azteca y el Canal 11 durante los días de la última huelga en la UNAM. El Sr. Uzeta editorializó sin recato alguno, el Sr. Ruiz Healy convirtió su programa en antesala de la prisión y asedió al joven parista Rodrigo Figueroa, ejemplo de bien articulada palabra y de claro raciocinio, con pedagogos prusianos, administradores brigidescos y el líder del STUNAM, hombre de buena intención pero saboteado por su indigencia argumentativa. Por su parte, los señores de negro que apenas pueden enfrentar la caudalosa palabra del doctor Castillo Peraza, se quedaron en el consabido sí, pero no. Exceptúo a Lorenzo Meyer, que no se arredró frente a la cerrada unanimidad y expuso con claridad y valentía sus inteligentes discrepancias. Hace tiempo, Monsiváis tuvo que enfrentar a otro grupo de politólogos, por muchos conceptos, pepegrillescos.

Desde el inicio de una huelga votada por la mayoría de las escuelas y facultades que tenía como punto principal la defensa de la educación pública y gratuita, algunos plumíferos universitarios pedimos al señor Barnés -francamente no me sale darle el tratamiento rectoral- que se sentara a dialogar, pues, de no hacerlo, el movimiento caería en manos de los especialistas en asambleísmo sin cuartel -y con alambradas, por cierto. No quiso. Ganaron los huelguistas, dilapidaron su capital político y se enfrascaron en una dialéctica maximalista y llena de confusión. Vino el plebiscito y su fuerza de opinión fue dilapidada de manera siniestra por otros ultras que tomaron las instalaciones y derrotaron a la más rudimentaria imaginación política con sus pulsiones irrefrenables que siempre derivan en el golpe de fuerza, el garrote policiaco y las supercherías leguleyas.

En todo este conjunto de ineptitudes y de excesos, la televisión jugó un papel horrendamente acrítico, apoyó sin reservas a los ultras de la represión y dedicó todos sus esfuerzos (desde la primera semana de la huelga) a demonizar y expulsar del todo universitario a los que se oponían a la reforma del reglamento de pagos, y a poner un énfasis enfermizo en todos los pequeños y grandes errores de los paristas. Mensajes, manipulación, histerización, lenguaje reprobatorio sin matices... a todo esto le entraron los comunicadores sin pudor alguno.

Los que nos dedicamos al trabajo de informar y dar opiniones nos sentimos avergonzados por la actuación de esos compañeros que renunciaron a la inteligencia y a la objetividad, y actuaron como grotescas marionetas manipuladas por los señores del poder y del privilegio.

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Hugo Gutiérrez Vega

CONFIGURACIONES

Hugo Hiriart

Temas de cuentos de la Literatura Universal (II)

el adversario desconocido. Este es nuestro primer asunto. Se trata de aquellos casos en los que una persona se enfrenta y lastima o mata a un pariente cercano o a un amigo querido, sin saberlo. La versión más famosa es la tragedia de Edipo en la que éste mata a su padre por un incidente de tránsito. Se basa en ignorancia eficaz y dramática. Al momento en que te das cuenta de lo que has hecho, siempre conmovedor, los griegos lo llamaban ``anagnórisis''. El tema fue popular, anda por ahí en las leyendas del rey Arturo. Más recientemente, Camus hizo con él una obra de teatro, El malentendido, en el que unos padres asesinan por codicia a su propio hijo (al que no reconocen).

aliado del diablo. Reúne todos los cuentos y leyendas en los que un hombre alcanza los deseos que lo obsesionan vendiendo su alma al diablo. La más famosa versión es la historia medieval del doctor Fausto, de la que hay, no muchas, sino muchísimas versiones (hasta yo escribí una donde Fausto es mujer). Las versiones de Marlowe, Goethe y Thomas Mann son las más famosas. Aquí, para trabajarlo, busca algún deseo muy fuerte, y difícil, mejor imposible, de alcanzar, entonces haz que el personaje invoque al diablo, que siempre es interesante, y luego, a ver qué pasa.

amazonas. Eran, como sabes, guerreras de gran ferocidad. Como las mujeres estaban, en la antigüedad, tan sometidas al varón, es comprensible que los antiguos fantasearan estas criaturas. Todo tema que trastrueca los roles convencionales de la mujer y la hace asumir actitudes y roles masculinos, sobre todos los más agresivos, cae dentro de este tema. Por ejemplo, la película Nikita desarrolla el tema. Así pues, para articularlo, observa los oficios masculinos, atribúyeselos a una mujer, mira qué sucede, y ya está.

arcadia. Es el tema de un estado de felicidad primitiva perdido para el humano. A menudo es un lugar idílico, por ejemplo, una isla en los Mares del Sur, desierta, como en la película La laguna azul. Hay muchas versiones del tema en el Renacimiento, tiene que ver con la novela pastoril, que ya casi no interesa, y, más modernamente, con los niños (la Arcadia está en la infancia). Lo hace interesante que incluye críticas a la vida social, demasiado complicada e injusta, según esto. El tema se desarrolla inventando formas de perfecta felicidad.

bandido justo. Sí, Robin Hood, Arsenio Lupin, a veces, Pancho Villa o, en cierta medida, el comandante Marcos. En él se contrapone la vida libre del campo, y de los desposeídos, con la vida corte o de ciudad, artificial y esclavizante. Pero la esencia del tema es la justicia. Los románticos, Schiller, Byron, Víctor Hugo se dieron vuelo desarrollando el tema.

el bufón sabio. Bueno para comedias. Los bufones tienen contacto directo y familiaridad con el poder, reyes, presidentes, gerentes generales y demás. El bufón es un loco sabio, esto es, aparenta una tontería que no tiene, con lo que hace una crítica de la sensatez establecida, del entendimiento usual. La literatura de circo y payasos entra a presión en el tema, la lacrimosa ópera de Leoncavallo o algunas de las películas del gran Chaplin.

la busca del padre. Es el tema del huérfano que quiere saber quién es, y también el de Telémaco que, en la Odisea, parte en busca de Ulises, su padre. La historia central de Corazón diario de un niño, tiene este tema. Es asunto aventurero y se presta a viajes con incidentes variados.

el conflicto amoroso debido al origen. Es uno de los temas más frecuentados. Muchas telenovelas tienen este asunto. Romeo y Julieta y sus incontables modernizaciones, se inscriben en él. Se puede usar para hacer análisis y crítica social cuando uno de los amantes es marcadamente inferior de clase a otro. Puede ser interesante, por ejemplo, el caso de una muchacha universitaria de clase media, como tú, que se enamora de un joven brujo tepehuano. Hace tiempo escribí un cuento, ligero, muy corto y cómico, con este asunto, ¿te interesa para un guión de comedia?

conflicto entre padre e hijo. Este tema, diferente del de La busca del padre, desarrolla las turbulencias que puede haber en el paso de una generación vieja a una nueva, con diferente visión de las cosas. Está a menudo en la mitología (por ejemplo, Zeus mató a su padre el dios Cronos). Desde entonces, muchas obras de reyes y sucesores tienen el asunto: la historia de David y su hijo Absalón en la Biblia, es un caso. A veces, el motivo es simplemente la rebeliónÊde los hijos frente a la autoridad del padre. Puesto así, el tema tiene incontables versiones, desde Blanca Nieves, conflicto de madre e hija, hasta Los hermanos Karamazov de Dostoievski, donde el padre es asesinado o la Carta al padre de Kafka, donde sólo es reprendido.

cornudo. Tema muy popular éste del marido engañado por su mujer, en tono de comedia, casi siempre. (La metáfora de los cuernos la empleó por vez primera el poeta griego Lucilio.) Tiene imágenes convencionales, como la del amante escondido debajo de la cama o en el armario, y se puede jugar con ellas precisamente porque son convencionales, esto es, dándole variaciones novedosas a lo que todo mundo entiende. Versiones modernas del asunto son la película inglesa Brief Encounter y la novela El amante de Lady Chatterley, de Lawrence.

Continuaremos en la próxima carta.


DE LA POESIA

Víctor Manuel Mendiola

El ingeniero Gabriel Zaid (I)

El título de un libro nos entrega la dirección que habremos de andar. Es la flecha o el norte de un texto.

Desde luego, hay diferencias en los títulos. Los hay exactos y concentrados, como el trazo aéreo de una raya blanca en un extenso cielo bien azul. Y los hay oscuros y seductores, abiertos a todas las interpretaciones posibles. También hay títulos ambiciosamente modestos, como cuando un autor distingue la reunión de sus composiciones con el sencillo e inmenso nombre de Poemas o, todavía más, de Poesías. Los hay arbitrarios, casi sin razón alguna que los pueda justificar, colocados ahí, nomás porque sí para llenar un espacio -inútiles. En medio, las variaciones son innumerables: van desde los que sólo son una imagen pura hasta los que representan una cosa o una idea.

El título revela una actitud y una manera de ser en el acto de escribir que prepara el acto de leer. En ocasiones es el mejor verso o línea de un obra ya de por sí increíble: La divina Comedia, Himnos a la noche, Las flores del mal, La tierra baldía. En casos como éstos, donde el título es una leyenda, el nombre compite con las mejores frases o los versos más brillantes de ese libro. Es como si el lema que encabezara la futura e inmediata lectura debiera marcar un compás de entrada o, por lo menos, entregarnos la llave de la pequeña o gran sinfonía que estamos a punto de escuchar. Sucede algo así como con el famoso y vilipendiado pa-pa-pa-paaaa de Beethoven. Uno de los poetas mexicanos que mejor han entendido esta primera dificultad/oportunidad en la exhibición de un texto es Gabriel Zaid.

En cada uno de sus volúmenes, Seguimiento (1964), Campo nudista (1969), Práctica mortal (1973), Sonetos en prosa (1992), los libros -y los poemas que los constituyen- comienzan, de manera literal y estricta, desde el título. Puede ser que cuando iniciamos el trato con su obra pasemos de largo ante la primera señal puesta con absoluta conciencia y también con un anhelo de objetividad. Puede ser que miremos el rótulo y no nos impresione. Pero una vez que hemos leído algunos de sus poemas o todos ellos (cosa más o menos fácil, porque su obra es muy pequeña y crecientemente ``ajustada'' por el prurito de eliminar, en forma estadística, todo lo que es accesorio), entonces el letrero que anuncia la reunión de sus composiciones adquiere una dimensión especial. El título en los libros de poesía de Zaid tiene, como él mismo dijo en su poema/cuento ``Difícil epojé'', el cometido de ver ``toda la historia en un instante''. Esta intención es más compleja de lo que podemos ver a primera vista. Oculta una operación de una radicalidad insospechada. La aspiración de Zaid, podríamos arriesgar, consiste en el propósito de formular una declaración de principios, más que una síntesis, en el arranque mismo del libro y comprender que ``todo estaba preparado'' en el acto inaugural de la portada. Esta intención también muestra una forma de escritura sometida por una fuerza de atracción y compactamiento. En los poemas de Zaid, el lenguaje tiende a concentrarse en figuras límpidas y, de manera no tan sutil, irónicas. Hecho notable, porque la mayor parte de la poesía mexicana es expansiva, dispersa y solemne. No sólo le rinde culto a la extensión; también adora la nebulosidad. Es probable que el acendrado carácter ``proliferante'' de una parte de la poesía mexicana provenga de la correspondencia de estos gustos nada barrocos en sentido clásico. Asimismo, esta intención de rigor en la instantaneidad de los títulos indica la presencia de un espíritu que no le teme al despojamiento, al proceso donde una obra o un hombre queda reducido a los bártulos, a lo imprescindible para emprender un viaje o una tarea. Zaid parece afirmar -como decía un judío neoyorquino mexicanizado- que sólo basta un pequeño maletín de mano para sobrevivir y buscar la felicidad. Quizá uno de los aspectos más impresionantes en la vida y obra de Gabriel Zaid sea precisamente esta actitud que parece proponernos: nada más vale la pena lo que tu mano puede sostener y aprender. Las proporciones de la mano son las medidas que Zaid maneja de un modo hábil y profundo. Son, al mismo tiempo, las proporciones del compás y la regla. No en vano, él es un poeta que también es un ingeniero. Debe llevar en su bolsillo una máquina de cálculo que en realidad es una máquina lírica. Por esta razón, ha reclamado para la poesía la exactitud y el pragmatismo con los que se proyecta un puente o se construye un acueducto. También, por ello, una de las primeras cosas que sentimos al leer sus poemas es la buena factura, una sensación no sólo de que los poemas están bien urdidos, sino que pueden de verdad durar sin pretensiones ni aspavientos, pero de una forma consistente. Desde este punto de vista, Zaid es, en todos los sentidos de la expresión, un maestro y, debiéramos decir, un maestro de obras. Octavio Paz, al leer los primeros poemas de Gabriel Zaid, exclamó: ``Querido amigo: No sabe cómo le agradezco que me haya enviado sus poemas. Me han sorprendido. Me asusta, a veces un poco, su maestría.'' Esta maestría que estremece está presente en la precisión con la que el ingeniero Gabriel Zaid escoge sus títulos. En ese lugar privilegiado y muchas veces invisible, el título de un libro actúa con una claridad y una aritmética notables. Tiene tanto aplomo que nos sobrecoge, de tal forma que muy bien podríamos decir ``todo tan claro/que da miedo''.