Lunes en la Ciencia, 6 de marzo del 2000


Crisis de doctorados

Juan Carlos Miranda Arroyo

En su edición de enero/febrero de este año, la revista Ciencia y Desarrollo publicó un artículo sobre el estado que guardan los estudios de doctorado en México. A lo largo del artículo escrito por Sylvia B. Ortega Salazar, Oscar M. González Cuevas y Claudia Noemí González Brambila ("La importancia de la formación de doctores en México") se describe el contexto en el que se han desarrollado los estudios de ese nivel durante los últimos años, y revela algunos datos que acaso conviene analizar con mayor detenimiento, en especial dentro del ámbito de la planeación nacional de la educación superior y el desarrollo de la investigación científica y tecnológica en el país.

Si bien el artículo de Ortega y colaboradores analiza en particular la situación de los programas de doctorado en ingeniería, la parte introductoria proporciona datos de interés para comprender la situación por la que atraviesan los estudios de doctorado que se ofrecen en México. Por ejemplo, se presenta un comparativo de cifras sobre la producción de doctores en ciencias y tecnologías en otras partes del mundo. En ese apartado se revela que España produce unos 5 mil 600 doctores en ciencia al año, Brasil casi 2 mil 500 y Uruguay más de 800, mientras que México no ha podido superar la cifra de 520, esto sólo considerando a las naciones con niveles de desarrollo económico similar.

De acuerdo con los datos publicados en ese artículo, la presencia de estudiantes de doctorado dentro de la matrícula general del posgrado en México es aún baja e insuficiente. En 1997, el total de inscritos en algún programa de doctorado representó sólo 7 por ciento de la población estudiantil de posgrado. Esa proporción es significativamente baja, sobre todo si tomamos en cuenta que la matrícula del posgrado está compuesta por unos 88 mil estudiantes (inscritos en programas de especialidad, maestría y doctorado).

Al respecto, la población total del posgrado apenas representó, en 1997, 5.5 por ciento del total de estudiantes de educación superior en México. Dicho en otras palabras, por cada mil estudiantes universitarios hay 60 matriculados en algún programa de posgrado, y de éstos sólo cuatro se encuentran en cursos de doctorado en ciencias, humanidades y tecnologías.

Por supuesto, no ha sido obra de la casualidad, sino que está asociado con una serie de políticas educativas consistentes en subsidios de castigo a las universidades públicas; limitación para el desarrollo de los programas de posgrado en proceso de crecimiento y consolidación, sobre todo en los estados; ausencia de medidas emergentes y expeditas para asegurar el empleo del cuerpo docente de posgrado, y falta de planeación en las acciones de descentralización educativa, entre otros.

pensador El diagnóstico general de los estudios de doctorado se resume en un cuadro de carencias, así como una acumulación de necesidades, en especial para la regeneración de la comunidad nacional de científicos que demanda la sociedad. Tales insuficiencias han tenido lugar durante un periodo relativamente prolongado (quizá por más de 50 años), y ha sido producto de distintas condicionantes políticas, culturales y económicas: falta de voluntad política para impulsar un sistema nacional de estudios de doctorado, ausencia de planeación y vinculación entre los proyectos de investigación y las necesidades sociales, estrechez financiera y escasos programas de apoyo a la educación de jóvenes hacia la carrera de investigador profesional, además de un absoluto rechazo hacia esas iniciativas por parte de los representantes del capital privado.

No cabe duda que la situación es sumamente preocupante, sobre todo si se consideran dos aspectos adicionales: primero, que la matrícula de posgrado se ha elevado "artificialmente" durante la última década (si se incluyera en este análisis sólo a los posgrados del padrón de excelencia del Conacyt, seguramente la presencia de los estudiantes de doctorado en el conjunto del posgrado nacional sería proporcionalmente mayor, pero aún débil para las necesidades nacionales en el ámbito científico, humanístico y tecnológico); y, en segundo lugar, que aun cuando "el doctorado representa el más alto rango de preparación profesional y académica del sistema educativo nacional" (definición de ANUIES, según Ortega y colaboradores), en nuestro país sólo 6 por ciento de los profesores universitarios de tiempo completo posee estudios de doctorado (24 por ciento tienen maestría, 6 por ciento especialización y 64 por ciento no ha realizado estudios de posgrado).

A estas alturas en que el Conacyt cumplirá 30 años de existencia, sería interesante examinar todas las cifras asociadas con la situación del posgrado, y en particular de los programas de doctorado, en un intento por evaluar las acciones institucionales que el Estado ha encomendado a ese organismo, actividad que no sólo constituye un ejercicio académico de evaluación, sino que exige la coyuntura educativa, económica, cultural y social que vive hoy México.

Un país con aspiraciones de desarrollo social, político y económico, en un marco de democracia y libertad, no puede adjudicarse ningún éxito si no cuenta con un núcleo consistente y sólidamente capaz de investigadores y especialistas del más alto nivel de preparación académica (los doctorados en ciencia y tecnología, sobre todo porque en ellos recae el liderazgo de los principales proyectos de investigación que mueven al sistema de ciencia y tecnología nacional).

Si bien es cierto que la gravedad del asunto no sólo es producto de ineptitudes burocráticas, en cierto modo la continuidad de las políticas nacionales en educación superior sólo asegurará un lento crecimiento y una baja reproducción de los académicos que requieren las universidades y, junto con ello, el desarrollo del sistema científico y tecnológico de México.

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