En El Hábito, hijos de víctimas de represión y guerra sucia

 

Encuentro por los desaparecidos

Blanche Petrich * Rafael Ramírez Duarte es uno de los nombres en la larga lista de los desaparecidos políticos de los años de la guerra sucia de los setenta. "Desapareció" en 1977, en el Distrito Federal. Pavel y Tania son sus hijos. Nunca tuvieron al papá sentado con ellos a la hora de la cena y siempre les hizo falta. Pasan ya los 20 años y a la fecha ųdice Pavelų no han decidido aún si creer que su padre vive o ha muerto. Decidir que ya no vive "sería como matarlo". Por lo tanto, la dolorosa disyuntiva está abierta y mientras así sea, los jóvenes no estarán tranquilos.

Cierto día Paula, una argentina que tiene la misma edad que ellos y una historia familiar parecida, viajó de Buenos Aires a México. Se conocieron y en pocos minutos de charla sintieron ųdice Taniaų "una cercanía intensa, inmediata", nada común en la vida diaria. Cuando hablaban de sus padres desaparecidos sabían exactamente qué preguntar, qué contestar, qué sentía el otro, qué palabras colocar en los silencios. Y de ahí nació el interés de Pavel y Tania por conocer lo que en Argentina se llama HIJOS, siglas que significan Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio.

De ese encuentro se labró un pequeño puente ų"una nueva posibilidad", dice Paulaų entre los dos países, entre estos dos mexicanos y los cientos de jóvenes que buscan en el Cono Sur formas de combatir el olvido que amenaza con tragarse la memoria de sus padres. Así que Paula, Tania y Pavel lanzaron una botella al mar, una invitación en El Correo Ilustrado. Y el sábado a las tres de la tarde se sentaron a esperar en la penumbra de un cabaret en reposo, en El Hábito de Coyoacán. Confiesan que tuvieron un poco de miedo de no reunir a más de cinco despistados. Pero reunieron a más de treinta personas.

 

Maya, Estela, Alicia,

El Guaymas, Mónica

 

Maya iba en el pesero cuando abrió el diario y vio la invitación. El estómago le dio un vuelco. Sintió que alguien la llamaba. Ella no es ni mexicana ni argentina. Guatemalteca, hija de un desaparecido de 1975. Tiene 29 años y nunca había hablado fuera del ámbito familiar sobre la desaparición de su padre. Hasta ayer. Tenía cuatro años cuando el papá dejó de llegar a su casa. Nadie le explicó nada hasta que a los 13 años supo la verdad. Lloró, se quiso morir, se declaró en huelga de hambre y, efectivamente, la anorexia casi se la lleva al otro mundo. Ya en el exilio, en México, en plena adolescencia fantasiaba, se imaginaba guerrillera. O mejor, una Rambo que irrumpía por la fuerza en los sótanos de la policía y el ejército de Guatemala para buscar en sus archivos el paradero de su papá. En la cita de El Hábito ųdijo Mayaų sintió que eso, hablar en público, "es lo primero que hago por él".

Alicia de los Ríos es de Chihuahua. Sus padres eran de la Liga Comunista 23 de Septiembre. Su mamá fue desaparecida, su papá murió en combate. Nunca nadie le dijo la verdad hasta que apareció en su vida un hombre sin una pierna, Mario Cartagena, El Guaymas. El también estuvo en el acto de ayer. La mamá de Alicia era su amiga, su comanche, así que Mario decidió reventar la burbuja de ignorancia en la que vivía Alicia. Con su historia recuperada, Alicia pudo entonces participar con sus dos abuelas en Eureka, al lado de Rosario Ibarra, en las marchas y las protestas, y en la organización chihuahuense Por un México sin Desaparecidos. Eso le ha dado sentido a su vida.

Cartagena, El Guaymas, es de los pocos que se salvaron, en los setenta, de ser un desaparecido más. Nunca fue dirigente "pero sí un buen combatiente" de la liga. Cayó en manos del conocido torturador de la policía política Salomón Tanús, con un balazo en la pierna. En el campo militar donde estuvo recluido vio a la mamá de Alicia, ya en los huesos. El gobierno siempre ha negado su detención. Los captores de Mario dejaron que la herida de balazo en la pierna se gangrenara y le fue amputada. Por algún destello de suerte su madre supo dónde estaba y Rosario Ibarra, que buscaba a su hijo Jesús, y el abogado Andrade Gressler, emprendieron una acción urgente que arrojó sobre el entonces presidente José López Portillo una avalancha de 3 mil cartas de todo el mundo exigiendo la presentación con vida de Cartagena. Fue un caso excepcional. Ayer jóvenes cuyos padres pasaron por trances similares, pero sin la misma fortuna, pudieron escuchar el testimonio de El Guaymas, hombre de cabal solidaridad.

Estela, joven zapoteca de San Andrés Loxicha, Oaxaca, vivió cuatro días lo que la actriz Jesusa Rodríguez describe como "la peor tortura de todas, que es la desaparición de un ser querido". Al cabo de esos días encontró a su marido en la plancha de una morgue, asesinado. Su testimonio no es de los setenta ni los ochenta sino de 1997. "La represión es un problema ųdice Estelaų muy difícil de soportar. Porque sabes que además del daño que hacen a tu familia van a seguir muchas personas." En Loxicha hubo ese año una veintena de ejecutados, pero de 1996 a la fecha suman ya 40, algunos muertos en sesiones de tortura. Hay más de ochenta presos, presuntos eperristas, aunque ella asegura que los conflictos y la represión empezaron antes de la aparición del EPR ų1996ų en la región. Ahí cada día la situación es peor, contó, con tres bases de operación mixta (policías y militares) y un presidente municipal priísta que antes perteneció a la policía motorizada y después a la judicial. Desde hace tres años los familiares de los presos y asesinados mantienen un plantón en San Agustín pero pronto se trasladarán a la plaza de El Caballito, sobre Reforma, en pleno Distrito Federal.

Mónica es hija de refugiados chilenos. La dictadura de Pinochet rompió a su familia. Su madre fue a dar hasta Australia. Ella, a México. "Amo este país, pero llegué aquí a güevo", dice Mónica, y eso la convierte en implicada en el problema.

 

HIJOS y JIJOS

 

Diego, Matías, Camila y otros son argenmex, aún con estatus y corazón de refugiados, de ésos que toman mate con tacos. Son restos de un naufragio que se llamó JIJOS, versión mexicana del HIJOS argentino, que tuvo sus periodos de gestación, esplendor y decadencia a lo largo del último lustro. Ayer percibieron visos de reorganizarse.

Había más gente: Arturo, que se sintió convocado a la reunión porque tiene a varios amigos suyos, universitarios, presos en el Reclusorio Norte. Una ex presa política también torturada por Tanús. Un hijo de ex preso del 68. Otros veinteañeros que no tienen víctimas en la familia, pero se sienten igualmente implicados.

Todos coincidieron en que no basta quejarse, que hay que hacer algo. Como buena generación web plantearon algunas vías de acción, muchas mediante Internet. Hicieron cita para el próximo sábado, mismo lugar, misma hora (El Hábito, 15 horas). La generación joven de víctimas de la guerra sucia de Argentina abrió una brecha cuatro años atrás. Este sábado brindaron aquí su ejemplo y, como dijo Jesusa Rodríguez, la botella que arrojaron al mar arribó a 30 islas.