La Jornada Semanal, 27 de febrero del 2000



Millennium

Enrique Semo

1860: CONTRASTES

Frecuentemente, las descripciones más notables del México del siglo xix provienen de la pluma de los viajeros que nos visitan. Los nacionales viven inmersos en la vida cotidiana y por eso los contrastes y las particularidades de nuestra sociedad no se les aparecen con la misma fuerza que a quien nos visita por primera vez.

Generalmente, sus primeras impresiones se refieren a su punto de llegada, el puerto de Veracruz que, a mediados del siglo xix, sigue siendo para el visitante una ciudad peligrosa y malsana. Carl Sartorius, el emigrante alemán que llegó a nuestras costas a mediados del siglo xix, escribe: ``Aquí podemos ver un grupo de negros y mulatos gesticulando de manera apasionada, más allá al indio color de cobre ofreciendo silenciosamente su fruto a la venta, el mestizo de piel clara espolea su caballo o trota sobre el lomo de un burro, detrás de sus bien cargadas mulas, mientras que el caballero criollo examina las novedades recién llegadas, fumando su cigarro. Por un lado las novedades parisinas, por el otro la ropa más ligera posible, consistente de un sombrero de paja de amplia ala, una camisa de color o blanca y un amplio pantalón. El sexo bello exhibe los mismos contrastes: por un lado, el más gran lujo, por el otro, medio desnudo.''

La condesa Paula Kollonitz, que llegó a México como parte del séquito de la familia real, pese a estar rodeada de oficiales franceses, encontró Veracruz ``deprimente'' y se sintió impresionada por la pobreza de la mayoría de sus habitantes, ``desprovistos de ropa y todavía más de limpieza''. Para Calderón de la Barca, esposa del primer embajador español al México independiente que llegó en los años 1839-1842, Veracruz era feo, y ``mientras algunos de sus habitantes carecían de pantalones, otros tenían dos a la vez''. Los pobres llevaban ropa llena de agujeros, mientras que, por contraste, los oficiales de alto grado vestían uniformes ``cubiertos de oro, hombreras colosales y plumas''. Otro viajero inglés se preguntaba: ``¿Es esta tierra algo más que una sátira dulce y sin embargo amarga, una burla al hombre y a Dios?''

Con gran agudeza, al llegar a Puebla, la emperatriz Carlota observaba: ``Fuera de las ciudades no se puede encontrar una sola persona blanca, pero apenas se llega a un lugar de importancia, aparecen como por arte de magia, prefectos en uniformes bordados y bandas tricolores, casi como en Francia, excepto que los bordados son de oro. Es un contraste tan increíble con el resto del país... Los gobiernos efímeros que se han sucedido unos a los otros por los pasados cuarenta años, nunca han sido otra cosa que minorías suplantadas por otras minorías. Nunca han tenido raíces en la población india que es la única que trabaja y hace posible la existencia del Estado.''

Las clases ricas de México eran muy exigentes con su atuendo y sus maneras, y habían desarrollado costumbres y modas muy rígidas. Cada ocasión tenía su ropa apropiada y una falta de sensibilidad a las costumbres o la moda del momento, podía resultar muy humillante, sobre todo para las mujeres. Ellas tenían mucho tiempo libre y eso significaba que pasaban mucho tiempo de visita y entreteniendo amigos. Cada una de esas actividades exigía un vestido diferente. La visita debía llevar un vestido adecuado para ser vista en la calle, mientras que la dueña de la casa podía llevar ropa menos formal, incluyendo zapatos de seda, que se calzaban sin medias. Cuando se paseaba en público, la mujer rica lo hacía siempreÊen carroza, puesto que caminar era considerado como poco elegante. El color apropiado para las mujeres de edad era el negro, en consonancia con las costumbres españolas. A veces, sobre todo en domingos, las mujeres jóvenes se vestían del mismo color austero, aun cuando no era la regla.

Pero lo que era más importante, era el origen de la ropa que, preferiblemente, debía ser de París. De nuevo según Sartorius: ``No se distinguen por el traje nacional, sino que generalmente usan el vestido europeo, prescrito por los decretos inapelables de los sastres y las casas de moda de París. Los últimos diseños en seda, lana y algodones llegan antes a México que a Rusia y la hija del funcionario de la más distante aldea de montaña, porta los vistosos productos de lujo de Lyon y Manchester, brocados de St. Gall y la joyería de París, igual que los ociosos de Baden-Baden.'' Casi nada de lo que usaban las clases altas era fabricado en el país.

La clase media rural, según Calderón de la Barca, se vestía con cierto atraso en la moda, pero podía en las festividades públicas mezclarse con la gente rica siempre y cuando permaneciera en la calle, sin entrar a sus casas. El sacerdote de nivel medio vestía una buena sotana y gozaba de cierto respeto. A veces las autoridades le proporcionaban un carruaje que llevaba un blasón especial a cuyo paso la gente se arrodillaba. Por su parte los rancheros, el otro componente de la clase media, se distinguían por la calidad de sus caballos y lo vistoso de sus trajes de domingo. Sus sillas llevaban frecuentemente adornos de plata. También llevaban atractivos sarapes. Kollnitz descubre grupos de esos hombres, viajando casi sin dinero, seguros de ser invitados y agasajados por lo atractivo de su atuendo. En el trabajo, los rancheros y los mayordomos iban vestidos de cuero y llevaban amplios sombreros, muy diferentes a los bordados de oro de los días de asueto.

También pertenecían a la clase media los oficiales, entre los cuales se encontraban los generales y coroneles que recibían nombramientos después de cada nuevo levantamiento. Sus uniformes estaban adornados con oro y plata y hechos con telas importadas. Los comerciantes extranjeros llevaban trajes más sobrios, adquiridos a precios de descuento y ligeramente anticuados que, sin embargo, los colocaban muy por encima de la inmensa mayoría de los mexicanos.

Hasta aquí las clases medias. Los campesinos y los léperos de las ciudades, en cambio, son retratados en los libros de viajeros como gente semidesnuda, cubierta de trapos. Su ropa está hecha fundamentalmente de telas de hechura doméstica o de algodones baratos importados de Estados Unidos e introducidos generalmente de contrabando. Vestían una camisa, unos pantalones ya sea de manta blanca o de piel y el eterno sarape de mil usos. Las mujeres llevaban su rebozo, aun cuando generalmente iban descalzas y llevaban a los niños atados a su espalda, generalmente semidesnudos. Inmune a las modas, esta forma de vestir de los pobres se mantiene hasta fines de siglo, casi sin cambios.