La Jornada Semanal, 27 de febrero del 2000



Angélica Abelleyra

mujeres insumisas

Fotografiar para acorralar la vida

Vida Yovanovich retrata el tiempo y sus deterioros. Hay una melancolía radical en sus fotografías y, a la vez, la convicción de que ``debemos asumir nuestros miedos y nuestras dudas''. Angélica Abelleyra nos recuerda la fotografía de la estación de tren abandonada y nos pone a pensar en el poema de Juan Ramón Jiménez: ``La madrugada tiene la tristeza de llegar en tren a una estación que no es la de uno.'' Nos unimos al homenaje que las viejas y los viejos de este país rinden a esta fotógrafa, tanto de rostros con la marca del tiempo como de apacibles desesperaciones.

Es curioso cómo todos, o casi todos, tendemos a encasillar a las personas. Por sus uñas pintadas y su pinta de señora embarazada, a Vida Yovanovich la colocaron de pronto en el grupo de las fotógrafas de flores y paisajes. Nada más podían vislumbrar en su horizonte profesional. Pero cuando, en 1983 y 1984, el grupo de artistas del Consejo Mexicano de Fotografía observó la serie Carriles, intuyó que aquella mujer alta y de cabello rizado iniciaba con su cámara un largo camino de testimoniar los abandonos, de insistir con los temas del tiempo, del rechazo y de los desgastes que con el transcurso de los años se fijan en la piel hasta llegar al alma.

Estaciones de tren desamparadas y retratos de gente a la espera del vagón tal vez inexistente, conformaron aquella primera muestra del paisaje de la desolación concebido por Vida Yovanovich, la pequeñita cubana que ya miraba el mundo a través de una cámara regalada en casa, pero que en México perfeccionó sus atisbos, al principio en los senderos de la foto comercial de moda para niños, durante la década de los setenta, y después en su profundo compromiso con la fotografía que nos confronta y acorrala, en los autorretratos que agolpan los miedos en el propio rostro y en las instalaciones que cuestionan nuestras múltiples dudas, nuestra interioridad nunca resuelta.

Vida nació en Cuba pero pudo haber visto la luz primera en el cielo de otros mil lugares. Salió a los siete años de la isla y desde entonces radica en México. Sus padres yugoslavos vivieron la guerra, huyeron de ella y ese rastro quedó impregnado de alguna manera en Vida, de manera notable. Ahora su padre escribe sus memorias y su madre continúa aceptando ser fotografiada para las series que Vida concibe bajo esa tríada siempre dolorosa aunque a veces tierna: tiempo-desgaste-abandono.

Al principio fueron los trenes; prosiguieron las muñecas-desperdicio y desde entonces las caritas de plástico captadas como amuleto en los camiones de basura se tornaron para Vida en el retrato de las niñas-mamá que cuidan a sus hermanitos o a sus propios hijos sin saborear el jugo fresco de la travesura. De esa maternidad forzada, Vida, leona como es, dio el salto a la vejez y aterrizó sin poética de por medio en su visión de las mujeres de cabello blanco, piel ajada y mirada de pasado y porvenir.

Durante muchos años acudió a un pequeño asilo detrás de la Villa de Guadalupe y no hizo más que mirar, callar, llorar, platicar, convivir y, finalmente, retratar a las ancianas que constituyeron Cárcel de los sueños: su reflexión amorosa y nada complaciente de ese periodo vital que como serie ha integrado exposiciones itinerantes por el mundo (actualmente está en Viena, tras exhibirse en París) y también se ha convertido en un libro (con prólogo de Elena Poniatowska y coedición de Casa de las Imágenes, Centro de la Imagen y el cnca), con eco en muchas sedes donde se comenta y admira.

Influida por la fotografía de Graciela Iturbide y de Dwayne Michels; admiradora de la producción de Pedro Meyer y Gerardo Suter, desde siempre Vida se sintió atraída por incursionar en los espacios internos, donde se siente protegida. Y en ellos impulsó el reinado de la luz: contornos, haces y arcos que entran sin pedir permiso entre las ventanas y las cortinas de una habitación donde las ancianas conversan, acicalan su cabello largo, espantan a las palomas o a los espíritus; donde las bañan, se enojan, sueñan junto a la fotito recortada, duermen al lado de los tanques de oxígeno y esperanÉ ¿qué? Nunca lo sabremos.

Pero, entre todas ellas, como fantasma, la propia Vida se retrata con el paso del tiempo a cuestas, sin el maquillaje de la poesía que algunos dan a la vejez; con dureza y sin retoque.

Al respecto, al ser galardonada con el Premio Casa de las Américas (Cuba, 1990) por Cárcel de los sueños, a Vida le cuestionaron que no hubiese mostrado en la serie ``el lado amable de la vejez''. ¿Dónde quedó el lado positivo que nunca vimos?'', le preguntó Graciela Iturbide, quien entonces había sido jurado. A Vida la observación le pegó con tubo. Corrió a su casa, recortó papeles que decían parte amable y vejez, tapizó las paredes de su estudio y lo que salió fue la foto en la que una anciana recostada en un sillón nos ofrece una mueca, un gesto de ansiedad o dolor, coronados por una reproducción de la Mona Lisa.

Y es que Vida no tiene remedio. ``No se puede fotografiar ni esculpir o pintar lo que uno no tiene adentro. Siempre estoy por el camino de los abandonos, del rechazo y la muerte. Hace poco traté de darme un chance durante un viaje a Europa y empecé a hacer paisajes. Fue bonito descubrirme en esta nueva etapa pero al final busqué el árbol muerto. Allí me di cuenta de que no hay vuelta de hoja, que debemos asumir nuestros miedos, nuestras dudas. Porque los miedos no desaparecen, sólo se transforman cuando los confrontas y toman un tamaño más real porque los vives. En mi caso, la vejez me sigue lastimando pero la asumo y la acepto. En general a la gente le cuesta trabajo envejecer. Y la vida es todavía más injusta con las mujeres porque en ellas no es bien vista una cabellera con canas o unas llantitas de más. Lo que en el hombre es `interesante' en la mujer se convierte en `descuido' y en muestra de que está `acabada'. No es justo. Además, México sigue siendo un país con una atención escasa hacia los ancianos y si bien la medicina hace que los viejos vivan cada vez más, la sociedad no les ofrece una vida digna y productiva. La juventud le gana siempre a la vejez y es urgente que construyamos, con hechos, `una sociedad para todas las edades', como lo están empezando a publicitar en algunas partes del mundo'', comenta.

Apasionada del autorretrato -muchos los integró a su CárcelÉ- Vida lo traslada a instalaciones como Gastado el tiempo y De frente, en las que bombardea con imágenes sin principio ni fin pero interroga nuestra débil aceptación del paso de los años. ``Me gusta el trabajo que acorrala. Finalmente, el artista tiene la oportunidad de confrontar al espectador y es algo que no voy a perderme'', sonríe la profesional de la lente que aprendió todo los secretos técnicos del oficio para poder transgredir sus propios esquemas. ``No puedes romper sin saber armar. Para mí la fotografía no es sólo encuadrar sino ver la luz, cuidar el revelado y las ampliaciones. Ahora muchos jóvenes quieren empezar rompiendo pero no han subido los escalones del oficio, no se han dado tiempo.''

Y esa es la clave de Vida Yovanovich: el tiempo. Lo retrata y se lo otorga. Como ese periodo de tres años que se tomó para involucrarse con las ancianas, para volverse una de ellas, para tornarse transparente y darse el permiso de robarles ciertas imágenes para ayudarnos a todos a dar una cara más fresca ante nuestras angustias y recelos.