* Víctor M. Godínez *

La trampa fiscal

E l diccionario de la Real Academia Española atribuye varios significados al vocablo "trampa". Retengo uno: "deuda cuyo pago se demora". También menciona algunos de sus usos familiares, como los que hacen alusión al acto de "sortear con subterfugios y de mala manera las dificultades actuales, a sabiendas de que en lo venidero reaparecerán". Pues bien: México enfrenta una situación de trampa fiscal.

Los datos empiezan a emerger. Hay deudas fiscales que todavía no están contablemente reconocidas, pero que no por ello son inexistentes ni dejan de ejercer presión sobre las debilitadas finanzas federales. Son los llamados "pasivos contingentes". Unos provienen de los Proyectos de Impacto Diferido en el Registro del Gasto (conocidos como Pidiregas). Se instauraron en 1996 y consisten en obras de infraestructura de interés público ejecutadas y financiadas directamente por empresas privadas. Se estima que los Pidiregas representan compromisos fiscales por un monto equivalente cuando menos al déficit público programado para el presente año, es decir, 1.5 por ciento del producto interno bruto (PIB).

Viene luego la caja negra de las pensiones de retiro del antiguo sistema del IMSS y de los institutos de seguridad de los trabajadores públicos (federales y estatales). Hay un debate entre los especialistas acerca del monto de recursos que representa la absorción fiscal de estas obligaciones. De acuerdo con algunos estudios actuariales, estos problemas generarán compromisos de pago para las primeras tres décadas del nuevo siglo a razón de casi un punto porcentual del PIB por año.

Se añaden después las cargas fiscales representadas por la crisis de las instituciones bancarias y financieras. Como se sabe, las pérdidas por más de 80 mil millones de dólares en que se ha estimado el costo de este quebranto de la economía privada fueron irremediablemente socializadas. Este enorme pasivo genera obligaciones de pago que este año equivaldrán a un poco más de siete y media décimas de un punto porcentual del PIB. Como en los casos anteriores, el carácter "contingente" de esta obligación fiscal significa que las finanzas federales deberán afrontar durante varios lustros --y a valores reales-- esta carga.

Todo lo anterior indica que el gobierno que asuma el poder el próximo diciembre deberá pasar sin transición del mito del equilibrio fiscal y las finanzas públicas sanas --que recibirá como legado--, a la obligación de enfrentar compromisos de pago y restricciones presupuestales cuya solución no puede seguir siendo diferida ni confiada a la acción de no se sabe qué mágicas fuerzas. Las tensiones acumuladas en el campo fiscal difícilmente pueden seguir siendo contenidas. El nivel del gasto público llegó ya a uno de sus niveles más bajos en más de medio siglo y no podrá seguir siendo la única variable de ajuste presupuestal, puesto que los recortes acumulados en casi dos décadas ya "tocaron hueso": un mayor deterioro de los servicios públicos en lo que hace a su alcance, regularidad, monto y calidad no parece imaginable (salvo, desde luego, que se desee incurrir en el riesgo de seguir destruyendo el tejido y la cohesión sociales).

La reforma económica iniciada en los años ochenta y continuada en el actual periodo de gobierno fracasó rotundamente en el terreno fiscal, en el que México sigue padeciendo una tensión endémica. Una tensión que a cada ciclo reproduce de manera ampliada ineficacia económica y desigualdad social. En lugar de ofrecernos generalizar a escala nacional la oferta educativa de los Institutos Patrulla (inglés y computación para todos), algunos candidatos a la Presidencia ya podrían empezar a explicarnos qué soluciones han ideado para enfrentar este problema. Más les vale, pues la trampa que hoy es el asunto fiscal podría asumir para el próximo gobierno la primera y más elemental de sus acepciones: la de un "artificio para cazar, compuesto ordinariamente de una excavación y una tabla que la cubre y puede hundirse al ponerse encima el animal".