La Jornada lunes 14 de febrero de 2000

Elba Esther Gordillo
UNAM: tiempo de reconciliación

Aún no termina, es cierto, pero el conflicto universitario ha dejado atrás meses de exilio y parálisis de una comunidad de cientos de miles de estudiantes, maestros e investigadores. No es poca cosa si pensamos, sobre todo, en los enormes costos para la educación y la investigación científica del país.

El reinicio de las actividades académicas no resuelve el problema de la UNAM ni restaña heridas en la comunidad universitaria, pero permite un elemento fundamental en el camino hacia la reconciliación y la transformación de la Universidad Nacional: el reencuentro entre los universitarios.

No por sabido tendría que obviarse: en la solución de conflictos, nadie que se avenga a los principios democráticos de este país prefiere el uso de la fuerza pública antes que el diálogo. Por tanto, tras la recuperación de las instalaciones universitarias --una medicina amarga-- debe venir otra recuperación: el diálogo, el entendimiento racional y tolerante entre universitarios, el espíritu universitario en su más amplio sentido.

Luego de casi 300 días de paro, quien pierde y quien gana es la Universidad Nacional en su conjunto --como institución de Estado y comunidad académica-- y la nación entera.

Obligados a mirar hacia adelante, la Universidad Nacional, el gobierno, la sociedad, los partidos políticos, debemos procesar --cada quien desde su propio ámbito-- las múltiples lecciones de un conflicto que creció a la vera de una agenda pública que llevaba otros rumbos y tiempos, que escaló en la medida en que se entreveraba con tareas pendientes, con rezagos sociales acumulados, con problemas estructurales no resueltos.

Al involucrar a miles de jóvenes y a la universidad pública más grande del país, el conflicto nos obliga a repensar no sólo a la UNAM; nos compromete a revisar el proyecto educativo de la nación, el perfil de los estudiantes que el país requiere, el financiamiento, administración y organización de una universidad enorme en una sociedad que tras los embates de un mundo globalizado y las tareas inconclusas, no ha encontrado las posibilidades para desarrollar sus capacidades, para profesionalizar sus oficios, para acceder a mejores salarios y niveles de vida.

El conflicto universitario debe señalar el inicio de una etapa de proyectos educativos de largo aliento, generosos en planteamientos y alcances, que alimenten, a su vez, políticas públicas a la medida de una sociedad con enormes expectativas y rezagos significativos, con miles de jóvenes y pocas oportunidades.

De verse así, la solución del conflicto trasciende los muros de la propia Universidad Nacional y no acaba en la realización de un Congreso Universitario --urgente e impostergable, por cierto--. En el camino hacia la reconciliación entre los universitarios y la transformación de la UNAM no estaría de más, por el contrario, desactivar todos esos enclaves de agravio, molestia e irritación social, en los que cualquier diferendo puede encontrar un campo fértil y convertirse en protesta, en conflicto.

El destino de la Universidad Nacional depende de su comunidad; al resto nos corresponde colaborar con apoyo positivo. La decisión de los universitarios debe encontrar las condiciones más propicias no sólo para cumplirse, sino para que no se "descarrile", que no se vuelva a contaminar.

Aunque el conflicto aún no termina, las lecciones que nos ofrece son diversas y valiosas: la inestimable valía de la tolerancia, de la política, del diálogo, la importancia de la educación de nuestros jóvenes, la necesidad de una planeación estratégica.

Podríamos empezar, todos, por aplicarlas en esta etapa que se inicia, para facilitar el camino hacia el Congreso Universitario y hacia la reconciliación de una comunidad lastimada.

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