La Jornada Semanal, 13 de febrero del 2000


Huxley y su Un mundo feliz, Bradbury y su Fahrenheit 451 y The Last Cigarette de Jason Waldrop, se unen en esta saga de daños y de prohibiciones. Sabatier nos cuenta que ``los enemigos del humo quieren hacer del tabaco una droga sometida al control de la Food and Drug Administration''. Sin embargo, nadie cree que el cigarro desaparezca en este siglo. Asia y Europa Oriental mantienen la humeante bandera. El resto del mundo se pone tan nervioso ante los informes (pavorosamente ciertos) que enciende un cigarro.


La guerra del fuego

Patrick Sabatier

Cuando Paul Weber encuentra por casualidad un cigarro ( ``una especie de sanguijuela blanca con la panza al aire''), no puede sino imaginar ``la era en que miles de colillas cubrían las calles de la ciudad'', antes de que el tabaco fuera totalmente proscrito de la apacible y ordenada sociedad en la que él vive. Su descubrimiento, seguido del robo del ``último cigarro'' expuesto en el Museo Nacional, da inicio a The last cigarette de Jason Waldrop, uno de los bestsellers del verano en Estados Unidos. Esta mezcla entre Un mundo feliz y Fahrenheit 451, ¿es mera ciencia ficción o es un relato premonitorio de la Norteamérica del siglo XXI practicante de una nueva prohibición? Estados Unidos, cuna de la industria del cigarro, es el principal campo de batalla de una ``guerra de cien años'', iniciada por aquéllos que ven en el tabaco ``la peor abominación de la historia americana después de la esclavitud'' (editorial del New York Times, 1996).

A principios de septiembre, los doce jurados de un tribunal de Miami deciden cuál será el monto de los daños e intereses que tendrán que pagar los cinco principales fabricantes de cigarros* declarados culpables, en julio, del cáncer que ataca a cinco fumadores representantes de otras 500 mil ``víctimas del tabaquismo'' en Florida. La suma podría ascender a más de 200 mil millones de dólares. Los fabricantes ya fueron condenados a pagar compensaciones a una de sus ``víctimas'' en California, en febrero (51 millones de dólares), y a otra más en Oregon, en marzo (ochenta y un millones de dólares). Hay aproximadamente otros sesenta procesos en curso a lo largo de todo el país. ¿Esto podría llevar a la quiebra a la industria del tabaco? Dicha industria está en la mira desde que en 1964 un reporte abrumador del Surgeon General (responsable de la salud pública) confirmó el papel del tabaquismo en el aumento de casos de cáncer en Estados Unidos.

Desde 1966, las cajetillas deben llevar avisos más claros sobre los riesgos que produce fumar. La publicidad por radio y televisión fue prohibida. Los estados de la Unión, Arizona a la cabeza, han prohibido fumar en lugares públicos (incluyendo los bares en California) y el gobierno federal reglamentó el uso del tabaco en los lugares de trabajo. El futuro del cigarro se oscureció en 1997, cuando Bennett LeBow, de Liggett, reconoció que los industriales eran conscientes desde hace mucho de la dependencia provocada por la nicotina.

En mayo de 1998, documentos confidenciales revelaron que los fabricantes habían hecho todo para aumentar la dependencia de los fumadores y que sus campañas publicitarias (como aquella en la que el héroe era el célebre Joe Camel) habían tomado como blanco a los niños y adolescentes para engancharlos antes de que cumplieran dieciocho años de edad.

La opinión pública, cada vez más hostil, llevó a las compañías a firmar en 1997 un acuerdo con cuarenta y seis estados de la Unión mediante el cual aceptaron pagar 206 mil millones de dólares en compensación por los gastos de salud inducidos por el tabaquismo, a cambio de una amnistía contra nuevas persecuciones. Prometieron parar sus campañas de promoción agresivas, en especial las que iban dirigidas a los jóvenes, y ya no lanzar nuevas marcas con cajetillas atractivas.

Pero sus enemigos quieren ir más lejos y hacer del tabaco una droga sometida al control de la Food y Drug Administration (FDA). No obstante, nadie cree que el cigarro desaparezca en el próximo siglo. La proporción de los adultos norteamericanos que fuman cayó de 42% en 1965 a 25% hoy en día, pero sigue habiendo cuarenta y cinco millones de fumadores en Estados Unidos. Y el consumo de cigarros explota en el resto del mundo (más de 8% de incremento al año en Asia, 5.6% en Europa Oriental), en donde las multinacionales del tabaco tienen hoy sus mayores beneficios. La hora del último cigarro aún no ha llegado...


Oscuros, rubios, fatales

Didier Nourisson

Fatal: el cigarro no merece otro calificativo en el transcurso del siglo XX. Primero es un hechicero, relumbrante dentro de su estuche aluminizado, seductor en su traje de papel, desconcertante cuando se convierte en humo. En los años veinte, se convierte en el atributo esencial de la seducción femenina, colocado en una boquilla larga de carey y convertido en arabescos voluptuosos. Fatal, el cigarro se convierte en un criminal al acabar este siglo: las estadísticas médicas le atribuyen decenas de millares de muertos al año.

Ya están lejos los tiempos en los que una obrera lo liaba hábilmente a mano y su producción era baja. El emperador Napoleón III se aficiona al tabaco y se convierte en ``el hombre del cigarro''. La República lo vulgariza. En el último tercio del siglo XIX, la revolución industrial llega hasta la manufactura tabacalera. Grandes máquinas, al principio de vapor, más tarde eléctricas, lían los cigarros en cadena por miles, por decenas de miles al día. En 1894 se comercializan 242 tipos de cigarros en el mercado francés. Sus nombres evocan el exotismo, la sensualidad, el viaje o el sueño. Vendidas desde 1878, las marcas húngaras Amazone, Favorite y Grenade se presentan en manojos de doce, de veinte o de veinticinco unidades, amarradas con un lazo de color. En 1910, llegan a los cincuenta mil comerciantes franceses al menudeo (menos de treinta mil hoy en día) los primeros Gauloises y Gitanes empaquetados.

El cigarro impone el tono social. Desde el pequeñoburgués hasta la costurera, desde el estudiante hasta el ``apache'' (el chico malo), el cigarro está en todas las bocas. El Servicio de Explotación Industrial de Tabacos y Cerillos (Seita) se constituye en 1926. En busca de nuevos beneficios para un Estado con déficit presupuestario permanente, decide aumentar de manera considerable su esfuerzo publicitario. Encuentra el favor de un público aumentado por el sexo femenino, convencido de que el cigarro es el instrumento, o por lo menos el índice, de la emancipación. Varias marcas son creadas entre las dos guerras: la Balto representa a la carabela que trae el tabaco de América; los Natacha y los Anouchka conjugan el atractivo eslavo con el placer de fumar; el Week-End, contemporáneo del Frente popular, promete un mañana con muchas vacaciones. Gauloises y Gitanes adquieren una nueva presentación: el casco alado para los primeros, el abanico de la andaluza para los segundos. El cine, el cartel y la prensa difunden esas imágenes de exotismo y relajación en una sociedad donde el trabajo perdura, el tiempo apremia y las relaciones sociales carecen de afabilidad.

La segunda guerra mundial le da una dimensión internacional al cigarro. Los franceses descubren el tabaco rubio alemán, antes de rendirse al de Virginia. El atractivo del american way of life nace con los furgones de los GI (soldados americanos). En un sondeo de 1953 se les pregunta a los franceses qué ponen a la cabeza de sus preferencias americanas: los cigarros ocupan el segundo lugar después de los aparatos del hogar, pero antes que el jazz, el cine y la Coca Cola. Los cigarreros, que dominan los nuevos medios de comunicación masiva (radio y televisión), redoblan sus esfuerzos publicitarios. Los bellos extranjeros invaden el mercado francés. Sus nombres se hacen célebres. La sociedad de consumo convierte a los productos en estrellas y a las estrellas en vehículos publicitarios. El Seita responde modernizando sus cajetillas. Por ejemplo, una célebre bailadora de flamenco, Nana de Herrera, sirve de modelo para la gitana del dibujante Max Ponty. En 1953, cada francés de más de quince años consume tres cigarros por día; en 1985, este promedio aumenta a seis, un récord histórico. El cigarro ameniza la compañía, es signo de convivencia, es fácil de ofrecer e intercambiar, es expresión de simpatía, de complicidad, de generosidad, entra en el rito del regalo, es un objeto que valoriza al que lo ofrece y al que lo recibe. Aparece, según se fume, como expresión de aplomo, de sangre fría, de elegancia o de nerviosismo; se convierte en el atributo de los héroes populares del cine y las tiras cómicas. Bajo el mismo título que la mezclilla de los Levi's o el coche de dos caballos, simboliza el hedonismo de masa, la civilización de los placeres y de la relajación.

Pero mientras el cigarro triunfa en todas las bocas, y probablemente debido a esa democratización, su prestigio declina en las esferas dirigentes. En los años cincuenta los investigadores, principalmente anglosajones, prueban la nocividad del humo del tabaco y su influencia determinante en el cáncer de las vías respiratorias. Al mismo tiempo, en Francia, la seguridad social extiende su ala protectora a todos a cambio de una cotización generalizada. La preocupación por la salud pública (y por frenar los gastos que implica) ordena entonces limitar el placer del consumo individual. Una contrapublicidad que hace un llamado a la responsabilidadÊciudadana, empieza a llamar la atención sobre los riesgos del tabaquismo. La vieja Sociedad Francesa contra el Abuso del Tabaco (1868) regresa bajo el nombre de Comité Nacional contra el Tabaquismo y suma sus esfuerzos a los de las ligas contra el cáncer y otros comités de educación para la salud. El Estado se involucra. Una primera ley, bajo la iniciativa de Simone Veil, ministro de Salud en el gobierno de Jacques Chirac en 1976, restringe la publicidad del tabaco, aumenta los impuestos y limita el derecho de fumar en lugares públicos. Otra, más rigurosa, bajo el impulso del ministro socialista Claude Evin, es aprobada en 1991: prohibe la publicidad en la prensa, escrita o audiovisual; obliga a delimitar los espacios públicos para fumar y no fumar; grava los cigarros (la cajetilla de Gauloises aumenta de 9.70 francos en 1993 a 13.90 en 1998) y anima a las sociedades de educación sanitaria a perseguir a los infractores. La guerra del fuego se ha declarado. Sería raro que se interrumpiera en breve, dados los intereses económicos, políticos y hasta morales implicados en ambos frentes.

* Philip Morris (48% del mercado), R.J. Reynolds (25%), Brown & Williamson (17%), Lorillard (8%) y Liggett (2%).

Traducción de Gabriela Peyron