La Jornada lunes 7 de febrero de 2000


* Carlos Monsiváis *

Los ultras por antonomasia

El domingo 6 de febrero, el Presidente de la República y sus colaboradores en materia de justicia y gobernabilidad reafirmaron lo que ya se sabía pero sin tanto detalle: los ultras del neoliberalismo son los más aguerridos. Se necesita creer de modo ultra en el despojo (en el despojo real y avasallante) para imponer los saqueos de Fobaproa y el IPAB), se precisa el ánimo ultra para tener en un nicho a la macroeconomía y en la calle, como danzantes, a la mayoría de la población: son ultras muy bien entrenados los que crean un conflicto, contribuyen muy poderosamente a dilatarlo (no son los únicos en este terreno, pero si los únicos capaces de infiltrar provocadores), y resuelven finalmente cortarlo de tajo sin el menor respeto a la legalidad. šAh las leyes tan invocadas y tan ausentes en cuanto a su aplicación! Se podría parodiar al inevitable Borges: "No los une la ley sino el quebranto/Será por eso que la citan tanto".

A los ultras del gobierno les pareció muy adecuado la intrusión de la Policía Federal Preventiva en Ciudad Universitaria. Lo harían sin armas, con notarios públicos, con delegados de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, tan hábil en materia de adelantos, y con el apego de la opinión pública, ciertamente cansada del paro y de las intolerancias de los otros ultras. En su diseño sólo faltó un elemento, el cálculo de realidad. El hartazgo de la sociedad no legitimaba la impunidad y la torpeza judiciales. La policía, notario en mano, y con cirugía precisa, se llevó a los separos a cerca de mil personas, muy jóvenes en su mayoría, acusados de despojo por el único certificable delito de hallarse en las instalaciones. Había órdenes de aprehensión sólo contra 34, y eso les resultó de menos, como también lo de menos era certificar la validez de las imputaciones. De allí el espectáculo ominoso de la policía arrestando jóvenes que para todo efecto jurídico comprobable no habían cometido delito alguno, y las imágenes estimulantes de esos jóvenes comportándose con entereza. Si lo ocurrido en Ciudad Universitaria le merecerá al gobierno el calificativo de "incidente", es para muchísimos un agravio. No se puede tratar como delincuentes ante los 30 o 40 millones de personas que veían televisión, a jóvenes que, al margen del juicio que merezca su visión política, no eran culpables de despojo, sino de su presencia física en Ciudad Universitaria, hecho que, hasta donde se sabe, no es por sí mismo delictuoso.

De golpe, con una decisión fácil y rápida (pensada durante nueve meses en que se aplazó cuidadosamente una respuesta racional al conflicto, para facilitarle las cosas al desastre), el gobierno de Zedillo respira satisfecho. Ha resuelto a su manera el problema, le ha enviado casi empaquetada la protesta al gobierno de Rosario Robles, le ha quitado impulso y continuidad al esfuerzo del plebiscito, canonizó el protagonismo de los medios electrónicos, ha demonizado a su modo los movimientos estudiantiles, le ha dificultado en extremo la movilidad a la izquierda partidaria, alentó en demasía los júbilos de la derecha empresarial, abrió o quiso abrir el camino para una solución similar en Chiapas, se dio el gusto de tratar con aspereza a los globalifóbicos en embrión, consolidó la amenaza para los movimientos sociales actuales o por venir, y reiteró la obviedad, el neoliberalismo mexicano es el viejo capitalismo represivo vestido a la usanza del Internet. Toda una parvada eliminada de un tiro, en la lógica presidencial o de sus asesores. Gran logro para el que ya se siente Presidente electo, Francisco Labastida, que hace muy poco exigió "mano dura", la que no tuvo tiempo de ejercer como secretario de Gobernación, es de suponerse.