La Jornada Semanal, 23 de enero del 2000



(h)ojeadas


La ciudad de la experiencia

Hernán Lara Zavala



Fernando Curiel,
Vida en Londres,
Lecturas Mexicanas,
México, 1999.

" Si París sugiere inteligencia, Roma evoca el mundo y Nueva York llama a la actividad, la palabra que califica a Londres es experiencia'', comentabaÊel notable escritor inglés V.S. Pritchett -fallecido hace apenas unos pocos años- en un ensayo escrito en 1962. ``Londres ha sido la más poderosa y la más rica capital del mundo durante varios siglos'', continúa Pritchett. ``Fue, hasta hace apenas treinta y cinco años, la capital del mayor imperio desde los romanos e incluso hoy en día sigue siendo el centro de un intangible imperio. Londres es la fuente de la lengua que domina actualmente al mundo y esta misma ciudad fue la encargada de imprimir y de hacer presentable al idioma ante el resto de la civilización.'' Tal vez a causa de estos mismos argumentos es que Vida en Londres de Fernando Curiel nos resulta tan evocativa, tan importante y tan actual a los lectores mexicanos, máxime si consideramos que es una suerte de contraparte de aquellos escritores ingleses que incursionaron en nuestro país para comentarlo y criticarlo desde diferentes perspectivas, de lo cual no siempre salimos muy bien librados.

La primera versión del libro de Curiel, titulado entonces ¡Viva Londres!, se publicó en 1973. Hubo una edición posterior con la ligera alteración en el título de Vida en Londres en 1987 y ahora sale en una nueva reimpresión en la cuarta serie de Lecturas Mexicanas. Vida en Londres posee varias virtudes: la primera, haber capturado un momento decisivo del siglo XX una vez que Londres abandonó sus pretensiones imperialistas para convertirse en la capital de la revolución juvenil, luego del París del '68. En efecto, no sólo la ciudad de Londres sino toda Inglaterra tuvo una curiosa transformación, pues de súbito el país dejó de ser una potencia económica y militar para asumirse como el país encargado de entretener al mundo y como el gestor de una nueva revolución que Fernando Curiel llama pop, como se le denominaba en aquella época, y que tuvo alcances insospechados durante la segunda mitad del siglo XX. Es en Inglaterra donde Mary Quant crea la minifalda, donde surgen los Beatles con su sonido Liverpool y, con ello, el grupo presuntamente antagónico, aunque no tanto, de los Rolling Stones, así como toda la ola inglesa que innovó la música de rock, la vestimenta y el comportamiento de los jóvenes durante más de tres décadas. A la par de este movimiento florecieron también en Inglaterra la novela, el teatro, la poesía, el cine, la televisión, la pintura, los happenings y, sobre todo, una nueva actitud ante la vida que, a través de todos estos medios, configuró no sólo la nueva estética del mundo sino también su ética. Nadie ignora la importancia de Kingsley Amis, Philip Larkin, Doris Lessing, John Osborne, Harold Pinter, Arnold Wesker, Francis Bacon, Graham Sutherland, Henry Moore, Joseph Losey, John Schlesinger, Richard Lester, Peter Brooks, Ken Rusell o David Lean. ¿Y quién no ha admirado la presencia de Vanessa Redgrave, Glenda Jackson, Julie Christie, Sarah Miles, Maggie Smith, Peter O'Toole, David Hemmings, Michel Cane, Oliver Reed, Peter Sellers, Sean Connery y tantos más?

Vida en Londres inaugura en México un género que está a caballo entre la crónica, el ensayo, el libro de viajes, el epistolario, el reportaje, la sátira social y el diario íntimo -que Curiel llama ``para el álbum'' y que es donde se permite ciertos vuelos líricos-, acompañados de diversas ilustraciones sugerentes y evocativas que recrean todo aquello a lo que alude el autor. En este sentido, Vida en Londres recuerda algunos audaces experimentos editoriales de los años sesenta, como los emprendidos por Abbie Hofmann o Jerry Rubin, en cuanto al carácter lúdico, contestatario, desenfadado y heterogéneo de un tipo de libro que no es una novela pero que nos divierte como si lo fuera. El resultado de esta rara aglutinación de géneros es un libro ágil, polémico, paródico, culto y humorístico, que a muchos nos llevó a identificar al Fernando Curiel de aquellas épocas con un espíritu afín al de ``la onda''.

Al principio Vida en Londres da la impresión de que Curiel se queja un poco de la época que le tocó vivir en la ciudad. Ya se habían ido para siempre aquellos años que Philip Larkin evoca tan bien en aquel poema que dice: ``El sexo libre se inició en mil novecientos sesenta y tres (un poco tarde para mí). Entre la aceptación de Lady Chatterley y el primer disco de los Beatles.'' ¡Lástima! No obstante, a medida que uno avanza en la lectura, el autor nos deja ver que a la larga le tocó un espléndido momento, el inicio de los setenta, para disfrutar ``la ciudad de la experiencia'' que, al final, no sólo parece que llega a convencerlo sino que el propio autor logra hacerla suya llamándola ``Londres, mi Londres''.

El libro aborda muchos de los temas que de inmediato llaman la atención del viajero que visita Inglaterra, y particularmente Londres, por primera vez. ¿Por qué los ingleses caminarán con los pies en lugar de con las manos si todo lo demás lo hacen al revés? -se pregunta uno a cada rato. Fernando Curiel también inicia su indagación sobre el temperamento inglés preguntándose sobre la calidad de la televisión inglesa a pesar de su limitado número de canales y su ausencia de comerciales (en aquel entonces), para luego comentarnos sobre la insularidad que ha hecho que los ingleses se muestren tradicionalmente reacios a aceptar las normas del continente, trátese del sistema métrico decimal, de la moneda, de conducir por la derecha o, en su defecto, de tener horarios fijos para beber en las tabernas, jugar el interminable e inaccesible cricket, apoyar un sistema parlamentario en el que whigs y tories boicotean las propuestas de sus propios partidos precisamente porque les gusta cultivar la individualidad, la excentricidad y el derecho de disentir. Particular importancia ocupan ciertos descubrimientos de Curiel como el de los obituarios en los periódicos ingleses, que representan para ellos un auténtico género literario y que el autor califica como ``amenísimo'' y que es ``en primera instancia, una biografía en miniatura'' que ``nunca se somete, llorosa, al patetismo del lamento fúnebre''.

George Bernard Shaw solía decir que Inglaterra era un país en el que el invierno dura siete meses del año y el resto del tiempo no deja de llover. Pues bien: durante la temporada que Curiel vivió en Londres tuvo el privilegio de que hiciera un poco de calor. En el libro el autor parece quejarse de tan insólito fenómeno, pero me imagino que ahora reconocerá cuán afortunado fue pues, como todo el mundo sabe, en Inglaterra suele decirse que por meterse una tarde al cine es fácil perderse el verano.

En conjunto el libro es una magnífica evocación de una época fundamental para todos aquellos que éramos jóvenes durante los años sesenta y setenta. En Vida en Londres se percibe claramente la agudeza y el sentido del humor del observador político y social para narrar ciertos conflictos, como el engañoso golpe que recibió Frank Zappa durante uno de sus conciertos en Inglaterra, o la manifestación en contra de los envases retornables de la Schwepps, o la gran marcha que convocó a más de veinte mil estudiantes para protestar contra Margaret Thatcher, a la sazón ministra de educación del gobierno conservador, y que tan duramente golpearía, cuando llegó a primer ministra, a estudiantes y trabajadores por igual.

Carnaby Street, Kings Road, Leicester Square, los pubs y su mágico atractivo, y particularmente el río Támesis, columna vertebral de la ciudad, desfilan por estas páginas en donde la ciudad de Londres se levanta como el personaje principal de este libro en el que un flaneur mexicano deambula por sus calles sin más propósito que el de pasarla bien, observar a la gente, adentrarse en la cultura inglesa y posteriormente brindarnos una imagen imperecedera de lo que fue la capital de la juventud en los setenta. No en vano Fernando Curiel terminó pensando que Londres era la ciudad más organizada para vivir y acaso por ello mismo terminó escribiendo sobre ella.



P o e s í a


Poesía filial

Mauricio Carrera



Cristina Rivera-Garza
La más mía,
Tierra Adentro,
México, 1998.

Poesía brutal, llamó José Joaquín Blanco a ``Algo sobre la muerte del mayor Sabines''. Poesía en la que el lector debe ponerse a la defensiva: lectura desagradable y dura. El tema de la muerte obliga a esas reflexiones. Más aún, el tema de la muerte referido a una persona amada, en este caso el padre del autor, Jaime Sabines. Poesía sobre el ser querido que agoniza: ``Mi padre tiene el ganglio más hermoso del cáncerÉ'' y el que se entierra: ``Perteneces a la tierra desde ayer.'' Poesía que tiene antecedentes en Jorge Manrique y que es mortuoria y celebratoria de la vida, que es triste y festiva, al mismo tiempo débil y viril. Lo vano de llorar junto a la necesidad de llorar: ``¡A la chingada las lágrimas!, dije,/ y me puse a llorar/ como se ponen a parir.''

La contraparte femenina de esta noción poética ante el dolor del ser cercano a la muerte se halla en La más mía, de Cristina Rivera-Garza. El título hace referencia a la madre, ``dadora de la vida'', que sin embargo es víctima de un mal que la aproxima a la muerte. Un aneurisma de la arteria carótida interna en la región supraclinoidea es el detonante del drama y de la poesía. ``Tenemos que autorizar la sierra que abrirá el abismo en el cráneo/ el filo del escalpelo que hunde y que horada.'' Lo médico convive con lo poético, lo maternal con lo filial, los recuerdos con el presente, los problemas madre-hija con la reconciliación madre-hija, en un libro que es como un largo poema de amor a una mujer, a ella: ``La magnífica/ la llena de sol/ la más fuerte/ la daga en el pan/ la casaÉ''

Mujer-madre, mujer-hija, el retrato que la autora hace de su relación con la más suya es intenso, a ratos radical, siempre tormentoso y tierno. Los problemas familiares -los reproches, las diferencias, los disgustos, los maltratos de antaño- se entrelazan con la amorosa preocupación por quien habrá de sufrir el corte en el cráneo. Esta dualidad de sentimientos es lo que le da valor al libro. ``No me pidas ternura'', especifica la poeta. ``No me maltrates./ Pídeme sólo aquello que tú me diste:/ esta dureza que hace menguar la luz a las tres/ de la tarde cuando me pongo a llorar/ por tenerte y nunca haberte tenido,/ inabarcable.''

Dureza. La autora no se pone a llorar como se ponen a parir. No hay aquí estereotipos: la madre abnegada es una ``cabrona''. La hija buena es ``la misma salvaja que tú creaste'', alguien que no duda en afirmar: ``He estado tan a punto de quererte estos días'' y que se niega a hacerlo. Al igual que Rimbaud con la belleza, la hija -la poeta- encuentra amarga la mansedumbre y la insulta.

La más mía se nutre de este conflicto y gana en una poesía combativa, de lucha no nada más con la palabra sino con los convencionalismos madre e hija, los reclamos de un aneurisma que bloquea la sangre al cerebro y al corazón, el del amor filial. Poesía que se desgarra y se sincera, los poemas de Cristina Rivera-Garza penetran como un bisturí en el hospital de neurología y en las disputas ováricas de lo femenino materno, lo femenino hija, el amamantar que no se olvida. ``Los días en que tu fuerza de mujer sólo acrecentaba/ mi debilidad de mujer'', dan paso a esa hija que bien podría parir a su propia madre: ``En el hospital donde todo se quiebra/ quiero darte a luz a ti.''

La más mía es el amor y el desamor, la ternura y la rabia, los últimos momentos y las primeras letras. Es un libro de mujeres solas que se ven acompañadas en la armadura de su destino: el de ser mujeres. El sorjuanesco yo, la peor de todas, es en este volumen una forma de mostrarse con la cabeza descubierta que afirma terrible, tajante: ``Yo soy la decepción/ la única de tus dos únicas hijas que logró sobrevivir a la tortura/ la condena de crecer en mujer.''

Si en ``Algo sobre la muerte del mayor Sabines'' lo militar -presente en el título-, lo viril, la manifestación del dolor del hombre ante la muerte del padre forma esa poesía dura y brutal, ``desagradable'', en La más mía es en cambio la mujer, lo femenino, lo cabrona, lo hija de la chingada, lo madre, lo hija, lo que ocupa el espacio doloroso y combatiente de las palabras. Al cáncer, macho, el aneurisma, hembra. Una poesía finalmente amorosa y, aunque a la orilla de la plancha de la morgue, vital y colorida. A los reproches y a los pasillos de hospital le ganan los recuerdos (Manuel Alvarez Bravo), la solidaridad femenina, esas mujeres que se aman y se protegen en la vida a pesar de pronunciar las palabras tortura, madurez, cirujano, muerte, fatalidad, ellas, nosotras. ``Este es el momento de hablar'', como indica uno de los poemas, y es precisamente hablar, escribir, lo que le da sentido a esa realidad madre-hija rodeada de ``los muchos segundos sombreados/ por los moretones de la poesía''. Es la madre dadora de la vida que a pesar del mal sobrevive (el pez en el estanque como un sol, el ídolo en la escalinata de copal); es la hija dadora de la vida que incluso con sus poemas se convierte en su médico y en su medicamento: ``la penicilina de mi lengua sobre tu piel/ el vendaje de mis palabras sobre tu piel''. Es la madre que renace a pesar de su falta de piedad, es la poeta que la sana ofreciéndole: ``Si tienes dolor, pídeme un té de jeringas./ Si tienes necesidad, pídeme las muelas del azar.''



C r ó Ť i c a


Las enseñanzas del viaje

Humberto Rivas



Jorge Arturo Ojeda,
Cartas alemanas,
Fonca, Lecturas mexicanas,
México, 1999.

Aunque no muy abundante, en México existe una zona de la literatura en que los escritores han contado sus andanzas en textos literarios. Recordamos (de modo arbitrario) la Apología y las cartas de fray Servando, que sirvieron a Reynaldo Arenas para escribir El mundo alucinante, una de sus mejores novelas; los relatos de Héctor Manjarrez que coloca a sus personajes en Inglaterra; cuentos de Sergio Pitol, principalmente por Europa Central y Rusia; El mono gramático y Vislumbres de la India de Octavio Paz; los viajes a Estados Unidos y algunas ciudades de México que relata Salvador Novo, las Ciudades desiertas de José Agustín; las novelas de Praga de Humberto Guzmán, o muy recientemente Gonzalo Vélez refiere los trabajos de un mexicano enamorado en Viena. Y algunos otros más. Cartas alemanas se inscribe en esta línea, que es la del escritor viajero que comparte con el lector las vicisitudes de su periplo; es, también, un libro singular por la agudeza con que toca cada país o ciudad visitados, y de factura poco común por la claridad de su prosa.

Ojeda, en 1970, fecha de la primera carta, tendría unos veintiséis años y se embarca (literalmente) rumbo a Europa a estudiar literatura alemana. Ya en el Goslar, alejándose de los muelles de Veracruz, el autor da un indicio de la naturaleza de su viaje: ``El último día que pasé en México dije que iba a recobrar mi alma robada por los sueños de la adolescencia.'' El proyecto no defraudaría al entonces joven autor, tampoco al lector, quien recorre con el narrador un itinerario que incluye Nueva Orleans, Murnau (al sur de Munich), Italia, Berlín, España, Grecia, MoscúÉ

La mirada penetrante del joven viajero mexicano no es sólo fuente de información histórica, geográfica o de dato culto, es una mirada que se interna más allá de la realidad inmediata que capta: es un instrumento sensible que se posa sobre la cotidianidad de los personajes y los cuadros que retrata e intenta, sobre todo, comprender e interpretar a esos europeos que no están muy lejanos del fin de la segunda guerra mundial, en plena guerra monetaria y con el muro de Berlín dividiéndolos, sin saber que su demolición habría de traer más violencia al terminar los años ochenta del siglo XX.

La formación académica de Ojeda se evidencia tanto en la depurada prosa, como en los conocimientos artísticos y literarios. Aunque es curioso que durante el transcurso de la lectura de Cartas alemanas, este hecho no pesa al lector, que sigue a su guía por las geografías europeas sin apenas advertir que además de estar disfrutando de un viaje, también va aprendiendo. El adagio antiguo: enseñar con amenidad.

La crítica social y política a Alemania aparece en casi todos los apartados. El narrador ama la cultura alemana, la lengua, los poetas románticos, que más tarde traducirá; pero sus juicios son implacables:

La reflexión sobre la Alemania contemporánea casi siempre conlleva su contraparte mexicana, confiriéndole así a los textos un equilibrio estilístico y una justicia en la óptica.

Destacan por su plasticidad y su creatividad las descripciones de Roma, Grecia, y muy especialmente Praga:

Por su modo de contarlas, las peripecias del narrador enganchan al lector desde el inicio: con una prosa eficaz y equilibrada, nos hace asistir a los pormenores del mundo estudiantil que se ha reunido en Alemania a seguir diversas especialidades. Casi cada situación narrada por Ojeda en Cartas alemanas contiene su interpretación literaria o social. Esta mezcla afortunada de narración y ensayo es uno de los rasgos característicos del autor, mismo que maduró en trabajos posteriores -por ejemplo, en Muchacho solo (1976), o Piedra caliente (1995), por citar sólo dos libros de su amplia producción.

Narrar tal vez sea el arte de elegir unos cuantos elementos para trazar un cuadro, matizar la atmósfera de una situación, establecer el carácter de un personaje. El problema es saber qué elementos son los que hay que escoger. En este sentido, Jorge Arturo Ojeda dispone de intuición y talento para elegir esos pocos elementos y con ellos contarnos un viaje, un paisaje, una situación humana, hacernos cercano o entrañable un personajeÉ Cartas alemanas se publicó originalmente en 1972, pero sigue siendo actual: los monumentos y las ciudades a los que alude continúan en su sitio, las sociedades de Europa siguen transformándose y la mirada de un joven viajero siempre encontrará estimulante este movimiento que denota vida, y su anhelo será el de ver grupos humanos en los que la justicia y la libertad sean valores a los que siempre se apunte. Sí, el viajero que fue a Europa en busca de su alma no volvió con las manos vacías. El lector de Cartas alemanas también viaja y también queda recompensado .



FICHERO

Antología

Antología de la versificación rítmica, Pedro Henríquez Ureña (compilador), Colección Popular 256, FCE, México, 1999, 115 pp.

Biografía

Sánchez Solis, gran director del instituto, Rodolfo García Gutiérrez, Serie José María Heredia, Editorial La Tinta del Alcatraz/Pliego impresores, México, 1999, 18 pp.

Olaguibel y el instituto,Rodolfo García Guitérrez, Serie José María Heredia, Editorial La Tinta del Alcatraz/Pliego impresores, México, 1999, 18 pp.

Crónica

Alabados sean nuestros señores. Una educación política, Régis Debray, traducción de Francisco Castaño, Plaza & Janés Editores, Barcelona, España, 1999, 474 pp.

El Instituto. Crónica de un edificio, José Yurrieta Valdéz, Serie José María Heredia, Editorial La Tinta del Alcatraz/Pliego impresores, México, 1999, 43 pp.

Historia

La consagración del ciudadano. Historia del sufragio universal en Francia, Pierre Rosanvallon, Col. Itinerarios, Instituto Mora, México, 1999, 449 pp.

Narrativa

Amarillo fúnebre, David Olguín, serie el volador, Editorial Joaquín Mortíz, México, 1999, 207 pp.

Arousiada, Leonardo Da Jandra, Col. Narradores Contemporáneos, Editorial Joaquín Mortiz, México, 1999, 299 pp.

Bernabé, Leticia Salazar Castañeda, Sociedad de Escitores de Durango/XLI Legislatura del Estado de Durango/Sistema Estatal de Educación, Durango,

México, 1999, 142 pp.

Veleidades de Numa Fernández al caer la tarde, Benjamín Valdivia, Col. Autores de Guanajuato, Ediciones La Rana, México, 1999, 270 pp.

Ensayo (político)

La obra política de Manuel Gómez Pedraza, 1813-1851, Investigación, compilación y selección de Laura Solares Robles, Instituto Mora/Instituto Matías Romero-Acervo Histórico Diplomático de la Secretaría de Relaciones Exteriores, México, 1999, 470 pp.

Ensayo (sociológico)

El mexicano y su siglo. Las transformaciones de un país y sus habitantes a lo largo de cien años, José Gutiérrez Vivó, (coordinador), Col. Tiempo de México. Con una cierta mirada, Ed. Océano, México, 1999, 251 pp.

Poesía

Circunloquios, Evaristo Muñoz Acevedo, Sociedad de Escritores de Durango, Durango, México, 1998, 131 pp.

Desnuda en el viento, María del Socorro Soto Alanís, Serie Estampas para poesía, Sociedad de Escritores de Durango/LXI Legislatura del Estado de Durango, Durango, México, 1998, 115 pp.

Grito en el cielo, Fernando Andrade Cancino, Ediciones Casa Juan Pablos/Instituto Municipal de Arte y Cultura, México, 1999, 123 pp.

Las cartas imposibles, Luis Angel Martínez Diez, Durango Editores, Durango, México, 1999, 74 pp.

Me quedo para siempre, Jorge Salmón, serie Roberto Ramos Dávila, CNCA/Ayuntamiento de Zacatecas, México, 1999, 111 pp.

Polvo de tinta, José Solórzano, Ediciones Casa Juan Pablos/Instituto Municipal de Arte y Cultura, México, 1999, 157 pp.

Resolar de lunas, Javier Adalid, Edición Aurora Suárez Chan, México, 1999, 50 pp.

Profundo inconcluso, Jorger Armando Ricartti, Instituto de Cultura del Estado de Durango/Sociedad de Escritores de Durango, Durango, México, 1999, 106 pp.

Revista

Albatros Viajero, revista mexicana de cultura, No. 16, Poemas: José Tiquet, Rocío Martínez Díaz, cuentos de: Eduardo Molina y Vedia, José Gabriel Ceballos, entre otros, México, octubre-diciembre 1999, 30 pp.

Escritos17/18, Revista del Centro de Ciencias del Lenguaje, Véronique Traverso, Michael J. Baker, Ruth Amossy, Elizabeth Alcalá y Santiago Góngora, entre otros respectivamente, Universidad Autónoma de Puebla, México, 1999, 399 pp.

Sólo historia, núm. 6, octubre-diciembre 1999, textos de Alejandro Rosas Robles, Pedro Angel Palou, Beatriz Barros, Aurora Cano Andaluz, Pablo Serrano Alvarez, entre otros, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, México, 80 pp.