El obispo acosado
* Carlos Martínez García *
Ayer encabezó el obispo Samuel Ruiz la que fue su última gran ceremonia al frente de la diócesis de San Cristóbal de Las Casas. Lo hizo en medio de un gran acoso, proveniente en su mayor parte de la misma institución a la que pertenece, la Iglesia católica y su jerarquía que no admite cuestionamientos a las líneas de mando rígidas y verticales.
A diferencia de muchos observadores y comentaristas, nosotros creemos que las razones fundamentales para que el derecho de sucesión del obispo Raúl Vera a sustituir a Ruiz García en el obispado coleto se viera truncado, se debió en su mayor parte a los propios intereses del Vaticano. La burocracia romana, con Juan Pablo II a la cabeza, consideró ajeno a sus intereses teológico/políticos permitir que el dominico Vera continuara con el apoyo a la Teología de la Liberación indígena que singularizó a la diócesis de San Cristóbal con don Samuel. Que el gobierno federal mexicano hizo algunos movimientos para que el obispo coadjutor fuera removido de Chiapas, eso ni quién lo dude. Pero creer que la débil administración zedillista pudiera presionar, con éxito, al avezado Vaticano es simple y sencillamente un desconocimiento de cómo se maneja la política eclesiástica en el minúsculo Estado/Iglesia cuya sede se localiza en Roma.
A partir de los setenta, pero sobre todo en las últimas dos décadas el obispo Samuel Ruiz estuvo denunciando la marginación y explotación de los indígenas chiapanecos. Fue certero en su caracterización de la estructura económica, política y social que reproducía un modelo concentrador de riqueza en unas pocas familias y repartía miseria, enfermedades, analfabetismo y violencia entre la población históricamente depauperada: los indio(a)s. Esa es la faceta que le ganó reconocimiento en amplios sectores de la opinión pública nacional e internacional. Otra gestión, menos analizada por los especialistas que tienen dificultades para aceptar la preponderancia en las comunidades indígenas de la cosmovisión religiosa sobre lo político/económico, es la pastoral que decididamente impulsó don Samuel a mediados de los setenta. Una de sus influencias fue constatar que el enraizamiento y la acelerada expansión de los grupos evangélicos se debía, preponderantemente, a que las tareas difusoras del credo descansaban en los propios conversos indígenas. Ruiz García llegó a la conclusión de que el territorio de su vastas diócesis sólo podía ser alcanzado involucrando en tareas pastorales a numerosos grupos de catequistas, ministros y diáconos tzotziles, tzeltales, choles y tojolabales.
Incluir a los indígenas en la obra eclesiástica, respetando y revitalizando sus patrones culturales, ha tenido al paso de las décadas resultados que ningún otro obispo católico, que trabaje en poblaciones mayoritariamente indias, puede presentar en el mundo. De acuerdo con Gonzalo Ituarte, vicario general de la diócesis sancristobalense, son 7 mil los catequistas y otros agentes de pastoral quienes conforman la extensa red de activistas eclesiales (La Jornada, 25/01). Debido el reducido número de sacerdotes existentes en la diócesis (se requerirían diez veces más para cubrir la demanda de las comunidades), son los 7 mil catequistas indígenas quienes le han dado profundidad y consistencia a las líneas pastorales del obispo Samuel Ruiz. Por eso Ituarte, en su conversación con Blanche Pietrich publicada ayer en estas páginas, dice que las poblaciones indias de Los Altos, Norte y Selva de Chiapas no "dependen del padrecito. Necesitaríamos 200, 300 sacerdotes más si quisiéramos tener el modelo de Iglesia piramidal jerárquica, en la que todo el mundo obedece". Este es el verdadero peligro que ve Roma, de ahí su acoso a un obispo y una diócesis que impulsan la horizontalidad en el trabajo eclesial.
Lo que propuso un teólogo, Leonardo Boff, en varias de sus obras (particularmente en Iglesia, carisma y poder, 1984) el obispo Ruiz García lo llevó a la práctica: desclericalizar a la Iglesia católica, hacerla más democrática desde las bases de creyentes comprometidos. Boff fue perseguido inmisericordemente, cercado y obligado al silencio no soportó más el autoritarismo del Vaticano y renunció al sacerdocio. Samuel Ruiz ha sido amonestado en varias ocasiones por su teología, que pone en el centro a los indígenas, sus prácticas culturales y reflexión como génesis del trabajo eclesial. A diferencia de hostigamientos en otras partes del mundo sufridos por obispos críticos a los gobiernos --como en el caso de Polonia, donde Karol Wojtyla defendió con todo a la jerarquía católica-- en el caso de Ruiz García lo dejaron a su suerte. En sus visitas a nuestro país, la última en enero del año pasado, Juan Pablo II bien pudo darle muestras de simpatía a Samuel Ruiz, pero no lo hizo augurando con ello lo que habría de venir cuando el obispo cumpliera 75 años. Parece que el acoso de Roma a la diócesis seguirá, así lo deja ver la ausencia del nuncio Justo Mullor en la despedida de ayer que hizo el obispo Ruiz en la catedral de San Cristóbal. *