Un "paseíto económico"

 

* Arnoldo Kraus *

Apartir de la calle Vasco de Quiroga, caminando por San Fernando, se llega a la avenida Tlalpan. Si se empieza desde el Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubirán, se pasa primero por el Hospital Juan N. Navarro, y luego por el Instituto Nacional de Cancerología. La distancia no debe ser mayor de 400 metros por lo que el tiempo de recorrido a pie, debería tomar entre siete y ocho minutos. Pero no es así; dependiendo de la hora y el congestionamiento de la acera, suele ser el doble. Y no es porque las calles estén plagadas de enfermos, sino porque el número de comercios ambulantes ahí establecidos se incrementa en forma paralela a las buenas noticias económicas del gobierno: poca inflación, moneda fuerte, generación de empleos, IMSS para todos, y el resto de la basura publicitaria que nos invade.

Queda la impresión de que los avecindados en esta acera son malos mexicanos: ni escuchan la radio ni han hecho suyos los avances económicos del país. O será, quizá, lo inverso: nuestros jerarcas financieros no han hecho un "paseíto económico" por esa zona.

Sobresalen los puestos de comida: 26. La mayoría cuenta con gas y algunos incluso con luz. La comida es variada y más de la mitad ofrece sillas. Por ser una zona de hospitales pueden observarse clientes con sondas nasogástricas, grandes tumores en cara y algunos amputados. Dentro del rubro cocina hay dos puestos de jugos, uno de frutas --por fortuna aún son nacionales--, uno que vende pepitas, un carro de hot dogs, uno de tamales, uno de chicharrones de harina, uno de elotes, uno de flanes, un vendechicles --sugarless o con azúcar--, una dulcería y dos tiendas. Hay también un puesto de herbolaria con una gran oferta de remedios, entre los que se incluye la víbora de cascabel, producto altamente aconsejable para los pacientes con cáncer u otros males desgastantes, pues la salmonella arizona, huésped del ofidio, asegura una muerte pronta.

Hay tres entrañables estantes de periódicos bien distribuidos para que los comensales puedan leer acerca de las pensiones de nuestros ministros mientras comen y, a lo largo de la calle, hay alquilacalles cuyo patrimonio se reduce a cubetas --los elegantes-- o cajas --los más neodesempleados--, así como suficientes acomodacoches que facilitan la llegada, agilizan el tráfico, reducen la preocupación de nuestros gobernantes en relación a la creación de empleos y, en ocasiones, pero sólo en ocasiones, lo dejan a uno sin automóvil.

Entre las cocinas, dos boleros, dos repartidores de propaganda y uno de lotería ofrecen sus servicios. Otras mercancías son también atractivas: un puesto que vende joyas, uno de discos, uno de ropa de bebé, otro de utensilios culinarios, uno de pulseras para los enamorados y otro de diademas. Por el frío había uno de guantes y bufandas, y por los malos tiempos, uno de relojes. Los pajareros y sus aves lectoras del destino han dejado de llegar: sea porque la contaminación los mató o porque el PRI ha rubricado el destino de las mayorías. Uno de sandalias y otro de calculadoras cierran la lista.

Al llegar a la calle de Tlalpan, los semaforistas completan el elenco: un tragafuego, uno cubierto con una máscara de Salinas de Gortari vendiéndose a sí mismo, dos de plano limosneras, un ciego pegado a su guía, uno recién llegado de Michoacán que vendía morelianas, el más elegante promovía condominios en Acapulco, dos limpiaparabrisas y, por último, uno, que incluso en el semáforo, era absolutamente desempleado --irremediablemente mexicano del 2000.

ƑQué harían estas y otras decenas de miles de personas que dependen de este tipo de servicios y limosnas para poder subsistir si no hubiese clientes o si el gobierno les cerrase las aceras? O más bien, Ƒqué haría el gobierno con ellos si hubiese un boicot contra la limosna y contra los vendedores ambulantes? Estos oficios son paradójicos y dicotómicos, y sin embargo necesarios: no pagan impuestos, pero sin ellos habría más violencia social.

Ni en los macronúmeros gubernamentales ni en los catálogos de empleo, se hace referencia a este abigarrado y triste enlistado nacional de trabajos informales. Entiendo que los boleros "acomodados", aquéllos que tienen su carrito, pagan algún derecho, al igual que quienes venden lotería. El resto, para poder sobrevivir, mantiene su lugar por medio de "un donativo" a la policía, que no tan de repente se apersona: la supervivencia informal también cuesta.

Como en tantos rubros mexicanos, los números de seres formales que viven gracias a la economía informal se desconocen. A esa larga calle de hospitales llegan cada día más de 150 personas. Todos fueron desempleados, todos viven de trabajos no registrados. A la gran mayoría, su país les ha fallado: pese a los números gubernamentales no existen empleos. *