Orlando Delgado
El aumento al salario mínimo
Sigilosamente, reconociendo que se estaba cometiendo un atraco, se fijaron los aumentos al salario mínimo y a los mínimos profesionales con un incremento del 10 por ciento, tal y como lo había propuesto desde hacía tres meses el gobernador del Banco de México. El incremento corresponde a la meta de inflación propuesta para este año y continúa la reducción real del salario: tomando como base 1994, los incrementos nominales del salario mínimo del área geográfica A han sido de 165.52 por ciento, al pasar de 14.27 pesos a 37.89, mientras el aumento del índice nacional de precios al consumidor fue de 209.41 por ciento a diciembre de 1999.
El deterioro de la capacidad adquisitiva al inicio del año 2000, en términos del INPC, es de 43.9 por ciento, el que irá aumentando día a día y si se alcanzara la meta inflacionaria propuesta llegará en diciembre al 52 por ciento aproximadamente; presentado de otra manera: el nuevo salario mínimo equivale a 12.24 pesos de 1994 y será de 11.13 pesos en el momento en que esté tomando posesión el gobierno electo el 2 de julio. El dato es dramático, pero oculta un parte importante de la pérdida, por los sesgos implícitos en el cálculo del índice de precios; si se tomara como base una canasta de consumo familiar, estimada a partir de consideraciones que establezcan los consumos mínimos necesarios para una alimentación con valores nutricionales adecuados, una vivienda dentro de los rangos internacionales recomendados y que se logre una vida decorosa, la precariedad de las remuneraciones mínimas legales resulta verdaderamente escandalosa.
Esta canasta de consumo familiar, elaborada en la Subsecretaría del Trabajo del Distrito Federal y presentada en diversos números del Informe de Política Laboral, con información de los precios de los productos utilizados en el propio cálculo del INPC para el Distrito Federal, para septiembre del año pasado importaba 5 mil 158.46 pesos al mes. Se requerían, en consecuencia, 4.54 salarios mínimos mensuales para poder adquirirla, lo que equivale a decir que solamente aquellos que reciben una remuneración cercana a cinco salarios mínimos están en condiciones de conseguir un nivel adecuado de consumo familiar; los datos de la Encuesta Nacional de Empleo Urbano a octubre pasado, indican que el 49.8 por ciento de la población urbana ocupada recibe hasta dos salarios mínimos y solamente el 9.7 por ciento recibe más de cinco mínimos.
Los ortodoxos neoliberales deben sentirse satisfechos, ya que lograron que, como ocurre desde hace mucho tiempo, los dirigentes sindicales aceptaran este pírrico incremento, con el argumento de que un incremento superior hubiera desalineado las variables macroeconómicas, impidiendo alcanzar el objetivo de acercarnos a la inflación de nuestros principales socios comerciales y no perder competitividad.
En la mente de los charros, seguramente, existe la consideración de que el salario mínimo es cada vez menos significativo y que las revisiones contractuales de los grandes sindicatos han logrado incrementos normalmente superiores los que, según esa misma ortodoxia, reconocen los incrementos en la productividad; de acuerdo con información de la Secretaría del Trabajo para 781 revisiones entre enero y noviembre de 1999, se lograron aumentos promedio de 16.5 por ciento en el salario de poco más de un millón y medio de trabajadores. De esta manera, los acuerdos logrados en las revisiones estarían reconociendo el incremento nominal a los mínimos en 1999, de 14 por ciento, más un crecimiento de la productividad de 2.5 por ciento.
Aún desde esta perspectiva, en la que los aumentos nominales de los salarios no deben ser superiores a la inflación esperada más el incremento en la productividad, es evidente que los nuevos salarios mínimos desconocen que también los trabajadores remunerados con este referente han incrementado su aporte productivo, lo que definitivamente implica un castigo a estos trabajadores. El mínimo, cada vez más, se convierte en un referente para explicar el crecimiento de la economía informal que hoy alcanza a 52 por ciento de la fuerza de trabajo, así como el descenso en la tasa de desempleo abierto a niveles de 2.3 por ciento, explicado por el hecho de que los buscadores de empleo se dirigen directamente al sector informal que ofrece remuneraciones de entre uno y medio y dos salarios mínimos y dejan de ser desempleados abiertos.
De este modo, el millón de empleos anuales del programa Labastida-Orive, con los niveles de remuneración que se han establecido sólo son creíbles si fueran en la economía informal, porque si se crearan en los servicios, que es el sector en el que una proporción alta de los empleados recibe el salario mínimo, lo que habría es un mayor número de vacantes que nunca se cubren o, en el mejor de los casos, tiene una rotación mayor al 80 por ciento. Por ello, como el combate a la corrupción recién anunciado, los nuevos empleos son sólo palabras.