La Jornada Semanal, 2 de enero de 2000


Tres por México


Eduardo Milán

A la luz de Gina Soto;
a Gabriela, mi mujer;
a Leonora, Andrés y Alejandro, mis hijos

I

Gracias a esta tierra, a su aire
por el aire que me toca en gracia.
Gracias a las palabras de esta tierra
por dejarse hablar un breve tiempo
por este extranjero que llegó y quiso
quedarse y, queriendo, se quedó. Y,
por amor aquí nacido, ama como un
recienvenido. Gracias a esta tierra
mexicana y maravillosa, ambas
profundas y leves, no sucesivas sino
simultáneas, no de sí y de no pero de
sino, muy de sí, signada.
Llamarte madre, aquí, no es un error.
Dadora, aquí, no es un error. Y dadora
dorada, aquí, tampoco es un error
sino lo justo, lo propiamente dicho.
Y lo dicho, cuando oído, rescatado
de la simple velocidad que entiende poco
del descenso, desciende con los pies
en la tierra, ya casi hechos, sobre
esta tierra precisa. Tierra de actos,
pocas veces se vio así una tierra tan
de actos, de dioses y de cactos, tan
alternos. šTanta! šTierra tanta!
šPoderosa! Y de dolidos, poderosa.
šGanada! Y poderosa de perdidos.

II

Las canciones de amor que aquí se cantan
son todas de amor, completamente
de amor y con dolor rimadas. Reconocibles
en el extranjero. El que escapa se las lleva
en sus espaldas, empujándolo. Son
como un viento. Estas canciones, canciones
mexicanas, no vienen sino suben de ti.
No bajan, hacia ti descienden estas
canciones volvedoras. Son tus deudas, tus
devoluciones, tu voluntad parada. Una y otra
vez de pie. ƑPermitirías que te llamara santa?
ƑPermitirías que te llamara santa?

El dolor, que tiene un límite, aquí
tiene una frontera. Tiene una larga frontera
metálica, cuidada no por centinelas
sino por los perros del dolor, dicho
con todo respeto por los animales
y por el dolor. Allí, dolor límite,
hay una larga frontera metálica. Y un dolor
que agencia perros y viola la gramática
y mata desesperados. Es la frontera del dolor
verdadero que pasa por la mentira del dolor
y llega hasta la médula, no metálica, ósea.
Sea, entonces, un océano de huesos,
una vergüenza depositada.

III

Entendía esta tierra
como a la base del
éxtasis y no como a la
espléndida que está
sangrando. Los que
vinieron a dar aquí
dieron y los que no
fueron tomados por la
Ella, la tierra.