La Jornada Semanal, 2 de enero de 2000


José Luis Campos

Tajo

Aquí, sentados a orillas del Tajo,

observamos la cuidadosa navegación del sol:

peces y voces, olas de velámenes

de un río como mar.

 

Sí, atardece Lisboa.

Arrojo un pedrusco a la oscuridad de las aguas

y se precipita en una antigua inquietud de ondas,

que se extienden en crestas de dísel, en la lejanía.

 

Corremos al muelle, a la marea del portugués.

Del barco atisbo la otra ribera, el filo de cristal del río

con el resplandor de Lisboa, con un cielo de aves,

con tus ojos riendo.

 

Me asomo y no veo mis contornos.

Remolino de sombras las corrientes

cuando la brisa ancla su primavera en la piel.

Te asomas, te ríes y el Tajo nos salpica.

 

Sí, atardece Lisboa.

La ceniza de rocas es distancia de islas,

abandono de algas. Un descuido de bostezo

y el vaivén de remos de mis sombras, arenas sin orillas.


Hilos de laberinto

 

 

Porque me he perdido

En el tiempo lo mismo que en la vida...

Luis Cernuda

 

Tu ausencia

es una distancia en la piel,

remolino de un gemido

que enturbia mis ojos,

tiempo en busca de cauce.

 

Un sueño

te trae y me desvela, recoge

la luna dispersa y retrasa el amanecer,

dejando su cansancio,

el secreto de tu ternura.

 

La lentitud

de invierno de la noche

me lleva a la costumbre

de desatar hilo, para juntos perdernos

en el laberinto del despertar.