La Jornada Semanal, 2 de enero de 2000



(h)ojeadas

itinerario del náufrago

eduardo hurtado

Hugo Gutiérrez Vega,
Lecturas, navegaciones y naufragios,
Ediciones del Ermitaño, Minimalia,
México, 1999.

n Lecturas, navegaciones y naufragios, un título que alude a la crónica de la desastrosa expedición de Pánfilo de Narváez a la Florida, Hugo Gutiérrez Vega recoge algunos textos que registra como admiraciones, notas de lectura, conferencias y discursos. Movido por su persistente aversión hacia todas las formas de la solemnidad, Gutiérrez Vega rehúye a toda costa la palabra "ensayo" porque considera, y con razón, que a este subgénero hecho con materiales y técnicas afines a otros medios de expresión (la carta, el diálogo, la confesión, la prosa didáctica o el diario) se le asocia irremisiblemente con el fárrago augusto de las academias.

No obstante, casi todos los textos que componen este volumen son ensayos, en el sentido que a esta punta de lanza de la producción literaria contemporánea le han dado Azorín, Unamuno, Pedro Salinas, Dámaso Alonso, Lezama Lima, Paz, Borges y otros notables autores de la lengua. En la introducción a sus reflexiones sobre el casticismo, Miguel de Unamuno escribe: "Yo, a fuer de buen español improvisador, he improvisado estas notas sobre mi pueblo, tal y como en mí lo siento." Algo muy semejante puede afirmar Hugo Gutiérrez Vega acerca de los textos que componen este libro: todos viven lejos del tratado científico y del estudio monográfico; aun aquéllos que se anuncian como discursos están más cerca de la fabulación o del testimonio alucinado, y su coherencia obedece más bien a un sabroso desordenamiento. (Si alguna vez el joven Gutiérrez Vega mostró dotes oratorias, al grado de obtener laureles de los que ahora se pitorrea sin misericordia, con los años y los constantes éxodos contrajo el gusto por el chisme, la intromisión, el comadreo y otras formas inmoderables de la curiosidad.)

Los textos que integran este volumen superan sus tentaciones eruditas a golpes de intuición y asociaciones aleatorias. Ensayista y poeta, Hugo Gutiérrez Vega es un redoblado antiespecialista y sus ideas tienen el mérito de no sumarse a ninguna doctrina conocida. Se trata de reflexiones sueltas que, como anuncia su autor, andan en busca de interlocutores o, lo que es lo mismo, de amigos y contendientes dispuestos a discutir con ellas desde su propia casa. De ahí el carácter coloquial que despunta en estas páginas. Al leerlas uno tiene la impresión de participar en una charla deleitable y animada; no hay duda de que al escribirlas el autor ha pensado en sostener una conversación con todos esos contertulios invisibles que son los lectores.

El tono conversacional se corresponde con una extraordinaria variedad temática: aquí conviven Unamuno y Efraín González Luna, Montale y Alberti, Othón y Pitol, la literatura griega y la puertorriqueña, Seferis y Palés Matos, la concupiscencia de Efraín Huerta y el sutil humorismo seductor de Marilyn Monroe. Como buen fabulador, Hugo Gutiérrez Vega va de una cosa a otra cosa: intercala citas como quien suelta refranes; refiere a Eliot y a Woodswoth, a Montale y Cannetti como esos parroquianos que en las cantinas traen a cuento las mejores máximas de sus contlapaches; da cuenta de la multiforme realidad de la existencia y acude con frecuencia y regocijo al vasto repertorio de Pero Grullo, consciente, como su admirado Unamuno, de que nunca está de más refrescar lo que de puro sabido se olvida.

Gutiérrez Vega combina la vocación anecdótica y la opinión personal con el esfuerzo de aportar un punto de vista que actualice los motivos de sus exploraciones. Aquí aparece el crítico que se empeña en establecer ciertas consideraciones generales: por momentos el estilo se torna explicativo y hasta demostrativo. Pero al final el escritor y el lector se dan la mano. Para Hugo Gutiérrez Vega leer es regresar al sueño de la escritura. Como quería Roland Barthes, sostiene con las obras una relación erótica: leer es desear la obra; pasar de la lectura a la crítica es remitir la obra al deseo de la escritura, de la cual había salido. La literatura va de un deseo al otro. "ƑCuántos escritores no han escrito sólo por haber leído?", se pregunta Barthes, y enseguida lanza la interrogante complementaria: "ƑCuántos críticos no han leído sólo por escribir?" En la intersección de estas motivaciones se multiplican los naufragios, los entusiasmos y las perplejidades del autor.

Al recorrer uno de esos entusiasmos,
el que siente por Alfonso Reyes, hecho de numerosas afinidades y simpatías, Gutiérrez Vega encuentra la ocasión de confirmar sus diferencias con esos grandes artistas que escriben con el puñal o mojan la pluma en veneno, y de proclamar su fidelidad a un ideal estético y ético. "Escribo porque vivo ųafirma el regiomontanoų. Y nunca he creído que escribir sea otra cosa que disciplinar todos los órdenes de la actividad espiritual y, por consecuencia, depurar todos los motivos de la conducta." A lo largo de este libro, Hugo Gutiérrez Vega, con igual candidez volteriana, dirige opiniones similares a los aspirantes a justos.

Un poco más abajo el autor recoge otras palabras del anecdotario reyista que se hacen eco con su propia manera de entender la cultura: "Me avergüenzo cada vez que se me llama 'helenista' ųcomenta Reyesų porque mi helenismo es una vocación de cazador furtivo, aunque creo que los cazadores furtivos, los que entran en los cotos cerrados y merodean en tiempo de veda, suelen cobrar las piezas mejores." Con este mismo espíritu se interna Gutiérrez Vega en territorios acotados por los estrechos códigos del Estado literario, ese que pugna por una crítica disciplinada como una policía. Vuelvo a Barthes, quien con razón señala que, para ser subversiva, la crítica no necesita juzgar: le basta redistribuir los papeles del autor y del comentador y atentar así contra el orden de los discursos. Hugo Gutiérrez Vega se adentra sin temor en ciertas zonas celosamente vigiladas por los guardianes de nuestra Jefatura literaria. Baste un ejemplo. A la opinión, fanáticamente aceptada en ciertos ámbitos, de que López Velarde es un poeta sin descendencia, el autor responde con la ironía de otorgarle al jerezano un título tan atinado como irreverente: Padre Soltero de la Literatura Mexicana.

Al explorar temas velardianos, en los que sin duda es un connaisseur calificado, Gutiérrez Vega adopta la codicia y la desfachatez de un curioso impertinente, y se pregunta como lo haría cualquier lector a la caza de asombros: Ƒcómo eran las Cervantes, las maestras de Jerez que enseñaron a Ramón las primeras letras?; Ƒcómo era el canónigo don Domingo de la Trinidad Romero, rector del seminario conciliar de Zacatecas donde estudiaba un joven sin vocación de levita llamado Ramón López Velarde?; Ƒcómo era su modesto despacho en la Secretaría de Gobernación, donde realizaba un pequeño trabajo jurídico ("chambita" en buen mexicano)?

Esta reunión de ensayos nada tiene que ver con esos tomos que año con año nos recetan ciertos autores, atrapados en las redes del periodismo culturoso y afligidos por las exigencias de algún editor fanático del fast and easy. Los textos de este libro, llenos de espontaneidad y de reacciones ante los acontecimientos más acuciantes, poseen una notable unidad de propósito. Esa unidad tiene su eje en el interés por reasignarle a la actividad literaria una vocación de bien y de belleza, en la constante presencia de la poesía, y muy especialmente en el sentido del humor.

Para Hugo Gutiérrez Vega el humor, lo único realmente serio, tiene una función pedagógica: le permite tomar al lector en donde suele hallarse: en la trivialidad
de lo cotidiano. Con armas humorísticas, con paradojas más precisas que las definiciones, el autor consigue burlar al demonio del tedio. Vale la pena mencionar algunos ejemplos.

Al evocar a las logias que junto con los grupos socialistas y los anarquistas formaban uno de los extremos de la cultura tapatía en los años cuarenta, Gutiérrez Vega recuerda, así como de paso, a un su tío que por aquellos días ostentó un memorable título masónico: Gran Oriente de Occidente.

En otro pasaje, el autor elogia las fotos que ilustran el número de Artes de México dedicado a Guadalajara, "una ciudad que debe conocer mejor su pasado para mejorar el presente", apunta con una de esas frases edificantes que a veces lo asaltan, para redondear su alocución con estas palabras: "El futuro es un país desconocido y yo no soy ni profeta ni diputado por Cocula, así es que ni lo vuelvo a mencionar."

En otro texto sembrado de erudiciones, el que dedica a Joaquín Antonio Peñalosa, dice muy serio al comentar sus charlas con el insigne presbítero potosino: "Alguna vez hablamos sobre el arzobispo Ignacio Montes de Oca y Obregón, quien fuera, junto con el obispo Arcadio Pagaza, 'árcade' de Roma (sus nombres pastoriles eran Ipandro Acaico y Clearco Meonio)."

Esta suspicacia frente a la propia erudición no es un mero recurso literario sino un rasgo distintivo de la personalidad de Hugo Gutiérrez Vega. Y quien lo dude, que se asome a una de las numerosas fotos
que acompañan este libro, aquella en la que el autor, impecablemente vestido de etiqueta, saluda al rey de España en el madrileño Palacio de Oriente con una reverencia y una sonrisa inocultablemente socarronas.

Posdata que intenta explotar la urgencia de los acontecimientos. El pasado 7 de noviembre se consumó en nuestro país una deprimente jornada cívica. Diez millones de mexicanos, priístas y seglares con inclinaciones doctrinarias, acudieron a las urnas para ratificar su derecho a la cargada, la inercia y el continuismo. En medio del desánimo y al borde de la postración recordé uno de los textos de Lecturas, navegaciones y naufragios, el mal llamado "Discurso de Aguascalientes", en especial el siguiente párrafo: "En estos tiempos dolorosos, agobiados por las más lacerantes contradicciones, por la corrupción, la violencia homicida, la pobreza extrema, la injusticia, la cháchara redentorista y el crecimiento de los fundamentalismos, tenemos la tentación de abominar de la política, pero la vencemos, pues es doblemente peligroso desconfiar de todo y de todos." He aquí otra constante de este libro: el interés por los asuntos políticos y sociales, la continua meditación sobre los deberes ciudadanos. En este campo, las palabras de Hugo nos alientan; su afán de conciliar la pasión y la forma nos devuelven el anacrónico empeño de apostarle a la esperanza, o por lo menos a la resistencia, esa necesaria propuesta calvinista.


N O V E L A

LOS JUICIOS DEL DESTIERRO

marco antonio cuevas campuzano

Josu Landa,
Zarandona,
Centro Vasco, A.C.,
México, 1999.

La inminente certidumbre de que va a morir lo cerca. Se apresura a realizar la apología de sus prescindibles batallas épicas, muy propias, que constituyen ahora todo el legado que puede heredar. La condición ideal para que esto ocurra debe ser cumplida; ser escuchado es lo único que el viejo reclama para sí. El patriarca Zarandona toma asiento en su sillón preferido; Mikel, el segundo hijo, se dispone a escuchar todo lo que su padre pueda contar. Pero la imagen de Imanol, el primogénito, el Hijo Pródigo, permanece a lo largo de
la charla como una sombra omnipresente, causa principal de la confesión del viejo. Para Paulino Zarandona el futuro se asemeja, hoy más que nunca, a la rigidez de un muro infranqueable; la posibilidad
de encontrar una luz tenue al final del vacío se ha esfumado.

El hecho de que el poeta y filósofo Josu Landa (Caracas, Venezuela, 1953) haya decidido conducir su primera novela, Zarandona, por los caminos de la semblanza, la añoranza, la remembranza, la nostalgia y la reminiscencia, no es un acto decidido arbitrariamente; sólo atiende a la necesidad natural de cualquier hombre, escritor o no, de contar, llegado determinado momento, su vida. Y es que, siendo forzosamente honestos, no hace falta ser un gran visionario para percatarse de que al mismo tiempo que el viejo Paulino Zarandona sintetiza, en la plática de un día, los episodios que edificaron lo que en la actualidad resulta ser su vida, el propio Josu Landa se desnuda y se retrata en el personaje de Mikel, y esboza lo que acabará siendo una larga y aguda carta al padre.

En este sentido, es verdad que el autor de Zarandona echa mano de recursos narrativos varios, pero no logra la claridad, lo denso y lo epigramático de, por ejemplo (y es un ejemplo universal), la epístola kafkiana. Mientras el escritor checo alcanza altas notas de brillo y contundencia reflexiva desde los primeros párrafos de Carta al padre; el poeta venezolano vuelve una y mil veces sobre contemplaciones sin importancia literaria: la manera en que el padre coloca los labios en una humeante taza de café negro; la posición encorvada que adopta para sentarse en un sillón, etcétera. Pareciera que dichas observaciones se justifican per se en tanto elementos descriptivos o, más aún, al ser aprovechados en ocasiones para la creación de metáforas y analogías. El único detalle es que nada de esto último aparece como recurso literario en beneficio, ahora sí, de lo que se está contando.

Zarandona está escrita en lenguaje común y corriente, casi coloquial. Sólo algunos asomos de riqueza y buen uso del mismo es lo que deja entrever su autor. Frases como "...doramos la píldora..." o "el viejo que está ya chocheando", trivializan, se suceden y terminan por ahogar los trazos poéticos ("como si el suplicio tuviera la misma sangre y carne del tiempo...") que son de esperarse en un hombre abocado a la poesía, que ha dado a luz siete poemarios y que obtuvo el Premio Carlos Pellicer por su libro Treno a la mujer que se fue con el tiempo.

En la plática que sostienen el padre y el hijo Zarandona se va hilando la historia de una familia de origen vasco de clase media baja, que vive en los tiempos de la guerra civil española. En aquella época, el otrora joven Paulino Zarandona, opositor al régimen de Francisco Franco y obstinado combatiente por la causa republicana, es, sin poder ni querer negarlo, un aldeano derrotado que por necesidad o por ambición (la ambición del que nada tiene y sólo pretende una familia y una condición lo más alejada posible de la tragedia), decide emigrar de forma casi ilegal a Caracas.

Con las pocas palabras textuales que Josu Landa pone en boca del héroe de la
novela, nos damos perfecta cuenta de que se trata de una referencia directa a las víctimas de la circunstancia franquista de 1936. Pero después la novela se conduce indistintamente y no intenta la defensa
de una ideología determinada. Se trata de acontecimientos inherentes a la vida de un hombre común, que las palabras elevan al grado de narraciones extraordinarias (en
el sentido estricto y literal del término) y que, llegado el momento, se vuelven hazañas que colman de un rancio heroísmo la insufrible lucha eterna de seres lo mismo grandes que pobres y humildes.

Zarandona es igualmente el balance espiritual, la toma de conciencia de un hijo que ha sufrido, junto con su familia, los estragos de la vida de los exiliados, que consiste en "huir con la patria en el alma, tomar fuerzas, regresar, fracasar, volver a huir con la patria ya no tanto en el alma y dejar los huesos en una patria que seguramente sentirá(n) ajena". No obstante, con una actitud poco altruista, Mikel somete a su padre a un juicio concienzudo del que saldrá poco o nada airoso. El gran "pecado" del padre, aparte de su despotismo y su pedagogía represiva y absoluta, consiste en que para él sólo existió, en cuanto a los hijos, el primogénito, el intelectual, el mejor, Imanol; que nunca permitió, suprimiendo un ambiente de libre albedrío, que cada quien desarrollara sus posibilidades, sus gustos y sus opiniones.

Al final de la "interminable" plática se plantea una sola cuestión para el viejo Zarandona: de dónde obtener la sabiduría para enfrentarse al problema o decisión tajante de saber dónde morir: en un lugar como Caracas, en el que ha transcurrido la mayor parte de su vida, pero que nunca dejará de significar un exilio; o regresar a Euskal Herria (al País Vasco), en donde la vida que alguna vez construyó no existe más.

Así, se hace patente que cuando la muerte se acerca, se experimentan deseos de confesar, de hablar y de imprimirle todo el cariz metafísico a las palabras sin futuro, y que lo único que conceden, al que las profiere, es la satisfacción de arrancar un instante de vida-nostalgia al imperturbable desenlace por todos conocido *


C U E N T O

VUELTA AL CUENTO

Humberto Rivas

Jorge Arturo Ojeda,
Carne y hueso,
Fontamara,
México, 1998.

Jorge Arturo Ojeda (México DF, 1943) publicó Personas fatales en 1975. Ese libro de cuentos ya hablaba de un autor que conoce los territorios del género y que se arriesgaba en la forma y en el tema. Recordamos "Mapache", historia de una pasión homosexual que termina a la manera de una tragedia griega; o "Lorenzo", breve reconstrucción del Movimiento Estudiantil de 1968, a través de la minuciosa autodestrucción del héroe, pieza curiosamente ausente en casi todas las antologías de la literatura dedicada a ese acontecimiento.

Ahora, con Carne y hueso, el autor vuelve al cuento después de varias novelas y libros de viaje. El título, tal vez, apela al realismo al que se ciñe Ojeda, dejando de lado los atisbos fantásticos que pueden hallarse en el ya mencionado "Mapache" o en "Bruma", de Personas fatales, y que es un elemento que se echa de menos
en esta nueva entrega (excepto en el texto que cierra el volumen). Carne y hueso contiene cuatro narraciones que versan sobre el tema homosexual. Es notable la exigencia que el autor se impone en materia de estructura y claridad de exposición. Abre el libro "Sobra uno de los tres", relato de una relación erótica en la que la madre de uno de los personajes se interpone y es causa de la ruptura. Lo que destaca en el texto es la economía de recursos al trazar la intriga y la contundencia del examen del conflicto. Le siguen "Una mujer inesperada", recreación de una atmósfera juvenil y de los inicios de una sociedad secreta, en apariencia inofensiva; y "Mucha noche por delante", crónica de la probable iniciación sexual del protagonista en un ambiente hogareño de clase media. Los dos cumplen con el proyecto general; sin embargo, el texto final "Dos ramos de flores" es, para el lector, el más completo y acabado del conjunto: una reunión internacional de artistas en Estados Unidos es el escenario para desarrollar la trama que terminará como una pesadilla, en la mejor línea terrorífica. Mauricio, el protagonista, es invitado por el Departamento de Estado de Washington a asistir a un programa internacional de artistas plásticos, que se celebrará en un estado que bien podría ser Iowa o Kansas, por las planicies que se describen. La red de narcotraficantes que opera en la universidad sede le tiende una trampa. El intríngulis de sexo y drogas en que se ve envuelto, no es obstáculo para hacer una interesante serie de precisiones con respecto a la difícil e inevitable relación de vecinos (distantes) entre México y aquel país. Son múltiples los temas que se tocan y se intercalan (a veces con gracia, otras con
cólera) en la narración: arte, crítica, política, corrupción, erotismo... Ojeda demuestra, con Carne y hueso, que vuelve a la narración breve con una madurez perceptible en la elaboración y el control de sus personajes, en su discurso, en la distribución de sus elementos, pero sobre todo en el instinto narrativo y en la prosa elegante y eficaz que es ya un rasgo personal *


FICHERO

Antologías

* Antología de la prosa en Lengua Española, siglos XVIII y XIX, Ernesto Mejía Sánchez (compilador), Col. Lecturas Universitarias núm. 4, UNAM, México, 1999, 192 pp.

 

Biografía

* Juan Xóchitl I (El pontífice mexicano), Luis Reyes de la Maza, Col. Minimalia, Ediciones del Ermitaño, México, 1999, 373 pp.

 

Crónicas

* El Vaticano contra Dios, Via col ventro in Vaticano, el libro prohibido por el Vaticano, Los Milenarios, Ediciones B/Grupo Zeta, Barcelona, España,
1999, 350 pp.

 

Ensayo (literario)

* El mundo de Parménides. Ensayos sobre la ilustración presocrática,
Karl R. Popper, compilados por Arne F. Petersen con ayuda de Jorgen Mejer, traducción de Carlos Solis, Barcelona, España, 1999, 429 pp.

* El rey y el cadáver. Cuentos, mitos, leyendas sobre la recuperación de la integridad humana, Heinrich Zimmer, Col. Orientalia, Editorial Paidós
Mexicana, 352 pp.

 

Filosofía

* Entre la realidad y la utopía. Ensayos sobre política, moral y socialismo, Adolfo Sánchez Vázquez, Col. Sección de obras de filosofía, Universidad Nacional Autónoma de México/Fondo de Cultura Económica, México, 1999, 329 pp.

* Razón y valores en la era científico-tecnológica, Nicholas Rescher,
introducción de Wenceslao J. González, Col. Pensamiento Contemporáneo núm. 59, Ediciones Paidós/ICE de la Universidad Autónoma de Barcelona, Barcelona, España, 1999, 220 pp.

 

Historia

* Humboldt, ciudadano universal, Jaime Labastida, con una antología de textos de Alejandro de Humboldt, Col. El hombre y sus obras, SEP/CFE/El Colegio Nacional/Siglo Veintiuno Editores, México, 1999, 391 pp.

 

Poesía

* Dispersiones, Saúl Ibargoyen, Serie José Yurrieta Valdés, UAEM/Editorial
La Tinta del Alcatraz, México, 1999, 44 pp.

* Espacios entre palabras, Marta Black Jordan, (edición bilingüe), presentación
y traducción de Elsa Cross, Ediciones El Tucán de Virginia, México, 1999, 93 pp.

* El modo de estar contigo, Luis Tiscareño, Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco/La luna en la escalera, México, 1999, 63 pp.

* Frente al tiempo, Roberto Sebastián Nava Fabela, Serie José Yurrieta Valdés, UAEM/Editorial La Tinta del Alcatraz, México, 1999, 41 pp.

* Secreter, Iliana Godoy, Col. Minimalia, Ediciones del Ermitaño, México,
1999, 123 pp.

* Si no hubiéramos estado, Carlos Enrigue, Col. Hojas literarias, Serie Poesía
núm. 37, Secretaría de Cultura de Jalisco, México, 1998, 39 pp.

 

Política

* El testamento del siglo. Testador: Sr. Prisistema Político Mexicano,
Felipe Pesquera Lizardi, Plaza y Valdés Editores, México, 1999, 223 pp.