Los científicos, las dos culturas, la filosofía y la lucha de clases


Relativismo e irracionalismo

Mauricio Schoijet

El planteamiento que hizo C. P. Snow acerca de las dos culturas, la científica y la humanística, es ampliamente conocido. No hace falta ser un observador privilegiado para darse cuenta de que los científicos de las ciencias duras son no sólo ignorantes acerca de la historia y la filosofía de la ciencia, sino muy complacientes en suponer que nada o muy poco pueden enseñarles los historiadores o filósofos.

feggo1 Puedo referir una anécdota que ilustra el punto. En una comida en que se encontraba la elite de los físicos argentinos, hace nada más que unos 35 años, Juan José Giambiagi hizo alguna alusión despectiva a Mario Bunge, un físico que se había vuelto un conocido filósofo. Afirmó, entre las carcajadas de los presentes, que Bunge se ganaba la vida enseñando a los filósofos cosas que los físicos siempre habían sabido. Sin embargo, hay por lo menos un caso que demuestra la irritación, o casi la histeria, de los científicos de las ciencias duras, cuando un público no científico demuestra ingenuidad y carencia de sentido crítico respecto a un problema que bordea el ámbito de esas ciencias. Nos referimos al de Imanuel Velikovsky. En nuestra opinión, se trataba de un charlatán, que sin embargo logró una enorme resonancia, y para empezar fue publicado por una editorial respetable.

Velikovsky era un psicólogo que con base en el estudio de leyendas y tradiciones sugirió que se habían dado cambios catastróficos en el sistema solar en tiempos históricos, es decir en épocas relativamente recientes. Plantear que leyendas y tradiciones folclóricas pueden contener huellas de algún tipo de acontecimientos catastróficos no es nada descabellado. Saltar de ahí a que pueden determinarse las características de esos acontecimientos, parece muy aventurado. Pero Velikovsky además señalaba que se había dado ese tipo de acontecimientos a nivel cosmológico, sin preocuparse para nada por la cuestión de la coherencia de esos cambios con el conocimiento existente. Por ejemplo, sugería nada menos que un cambio importante en la órbita de Venus, sin preguntarse qué efecto habría tenido un cambio de ese tipo sobre el resto del sistema solar, incluyendo a nuestro planeta, en función de las leyes que lo rigen. Y eso sí es absolutamente descabellado.

ƑQué probaba esa historia, es decir, la amplia difusión de la obra de Velikovsky entre un público acrítico? La falta de penetración de la cultura científica en la sociedad, incluso en el país de ciencia más avanzada del mundo. Una reacción madura hubiera sido reconocer el problema y plantear que los científicos debían dedicar mayores esfuerzos a la divulgación, y a lograr una mayor inserción de los contenidos científicos y de la historia y la filosofía de la ciencia en el sistema educativo.

Pero los científicos no reaccionaron de esa manera, y la actitud de la mayoría, en la medida en que son conscientes de esa ignorancia, postula de manera implícita la inutilidad, para decir lo menos, de la historia, la filosofía y la sociología de la ciencia para el quehacer científico. No es una actitud totalmente injustificada. Algunos de los más conocidos filósofos de la ciencia son relativistas e irracionalistas, como lo muestra el filósofo D. C. Stove en Popper y después: cuatro irracionalistas contemporáneos (Tecnos, Madrid, 1995). Se trata de un texto absolutamente demoledor, en que Stove muestra que el relativismo y el irracionalismo campean en la obra de Karl Popper, Thomas Kuhn, Imre Lakatos y Paul Feyerabend, y que éstos utilizan una técnica confusionista de doble parla.

Los científicos pueden no comprender el problema, pero sí caer en el error de identificar la filosofía de la ciencia con la de esos filósofos, y sentir de manera intuitiva que esa filosofía en nada puede ayudarles. Pero saltan de ahí a la conclusión infundada de que la filosofía, la historia y la sociología de la ciencia en nada pueden ayudarles.

Lo anterior tiene efectos sociales. Hay un auge de una filosofía racionalista e irracionalista, promovida por varios filósofos, sociólogos e historiadores que no tienen formación en las ciencias duras, ignorancia que facilita ese auge. Y así pueden sostener, como el sociólogo francés Bruno Latour, que las pretensiones de verdad de los científicos antinucleares son tan válidas como las de los pronucleares, lo cual contribuye a crear la confusión y a desarmar a las posibles víctimas de la tecnología nuclear. O como el historiador germano Peter Weingart, que no hay diferencia entre ciencia y seudociencia, y por consiguiente la seudociencia de la eugenesia, que abrió el camino hacia el Holocausto, era tan científica como la ciencia de los genetistas que la cuestionaban, y la caracterización de seudociencia no pasaba de ser una etiqueta arbitrariamente colocada por los vencedores, con lo que trataba de blanquear a la comunidad médica alemana, que tuvo una pesada responsabilidad en la barbarie nazi.

Podemos preguntarnos las causas por las cuales hay sectores intelectuales, como los científicos sociales y los psicólogos, proclives a aceptar el relativismo y el irracionalismo. Hay que buscar la razón en la cuestión del estatuto de disciplinas como las ciencias sociales y la psicología. La ciencia moderna de la naturaleza comienza con Copérnico en 1543, en tanto que podemos suponer que las ciencias sociales empiezan con la formulación de las categorías esenciales de la teoría materialista de la historia por Marx y Engels, en 1845.

Si las ciencias sociales no han alcanzado aún el estatus de las naturales, ello puede deberse a varias razones, tales como un comienzo más tardío, fenómeno en el que seguramente influyeron los obstáculos epistemológicos, la complejidad de los fenómenos, la imposibilidad de hacer experimentos. Una actitud madura sería asumir esa situación, y partir de la suposición de que puede ser tanto o más interesante investigar en un campo aún no suficientemente consolidado, y que puede ser mucho más importante desde el punto de vista social. Pero el relativismo y el irracionalismo proveen una solución ilusoria a ese problema, a través de una desjerarquización y desvalorización de las ciencias naturales. Si no hay realmente avances científicos, si la teoría de Copérnico es tan buena como la de Ptolomeo, es decir si las ciencias duras no tienen un estatuto epistemológico privilegiado, los científicos sociales y psicólogos pueden disfrutar de una ilusoria igualación de los estatutos de las ciencias.

El esclarecimiento de este problema, que conduce necesariamente al rechazo del relativismo y del irracionalismo, tiene que tener efectos no sólo sobre los científicos y su práctica, sino sobre toda la sociedad. El desconocimiento de la historia, la filosofía y la sociología de la ciencia contribuye a desarmar a los científicos, a impedirles la percepción de lo que es la ciencia en sus aspectos más generales, y con ello a crear las condiciones para hacerlos víctimas de los charlatanes que los manipulan en favor de la política de la burguesía. Por el contrario, su conocimiento facilita la fusión de la ciencia y la filosofía en la actividad científica misma y la creación de una conciencia política que los llevará a identificarse con los sectores sociales oprimidos y a participar en sus luchas.