Desastres naturales y comportamiento humano
Benjamín Domínguez
Los desastres naturales en nuestro país, además de aumentar la actividad de los políticos, el trabajo de la televisión (las malas noticias son buenas noticias) y los porcentajes de poblaciones desposeídas, constituyen escenarios contundentes para estudiar la adaptación y la sobrevivencia humanas. Como ocurre ante otras adversidades, unas producidas por el hombre (contaminación, criminalidad) y otras vinculadas a los ciclos conocidos de la naturaleza (erupciones, terremotos, inundaciones), lo que se pone a prueba es la capacidad humana de previsión (muy restringida) y de adaptación (muy plástica).
Es difícil, con todos los avances
científicos, saber quiénes, cuándo y dónde
seremos infectados por el cólera y qué tan agresiva
será la infección; igualmente, no es posible anticipar
cuándo tendrá actividad el Popocatépetl y mucho
menos cuántos individuos reaccionarán con apatía,
o con problemas de salud prolongados.
Con financiamiento del Conacyt, un grupo de especialistas integrado por psicólogos, biólogos e ingenieros en biomedicina de la ESIME-IPN, estudiamos desde la perspectiva de la psicología evolutiva y de la salud, apoyados en tecnologías psicofisiológicas e inmunológicas no invasivas, el impacto general del fenómeno El Niño (alteraciones globales de la temperatura del planeta) en el comportamiento humano, específicamente nos planteamos Ƒqué factores contribuyen a elevar o bloquear el impacto emocional (estresante) de los desastres naturales? Ese proyecto de investigación multidisciplinario concluyó su compromiso en marzo de este año, pero la necesidad de estudiar sistemáticamente esos problemas ųdesafortunadamenteų continuará entre nosotros mucho más tiempo.
Los principales hallazgos del proyecto, que aparecerán en publicaciones para especialistas (de difícil acceso para quienes toman decisiones en esos terrenos), nos sugieren que aproximadamente 30 por ciento de las poblaciones afectadas por desastres naturales pueden llegar a niveles de incapacidad crónica, es decir, pueden presentar síntomas conocidos como estrés postraumático (EPT), que incluye alteraciones serias en la capacidad de concentración (necesaria para organizar desde la vida doméstica hasta el trabajo productivo), irritabilidad creciente y presencia de pensamientos y recuerdos traumáticos incontrolables, entre muchos otros, que desde luego no desaparecen con el paso del tiempo y requieren atención médica especializada.
Tras un desastre todos son víctimas, pero no todos requieren el mismo tipo y cantidad de ayuda. Muchos (casi 60 por ciento en nuestra cultura) cuentan con recursos personales para superar las adversidades. Tradicionalmente se ha recurrido para esos fines al reporte verbal de los victimados, se acostumbra preguntarles cómo se sienten, y debido a la plasticidad del lenguaje humano se obtienen respuestas dependiendo de quién haga la pregunta, si la persona entrevistada se encuentra sola o acompañada y las características de la personalidad del entrevistado.
El consenso internacional sugiere que para determinar el estado de las víctimas las entrevistas son un recurso, pero son necesarias otras mediciones objetivas que revelen quiénes son vulnerables al estrés producido por un desastre y quiénes tienen recursos suficientes para superarse con poca o ninguna ayuda especializada. La tecnología para ejecutar esas mediciones existe y se produce en el Instituto Nacional de Cardiología, pero su uso no se ha generalizado.
Otro hallazgo de interés es la relación entre el estilo para afrontar el estrés y el proceso de recuperación, es decir, entre la manera ideosincrática en que percibimos y finalmente evaluamos los eventos excepcionales, los cambios emocionales que se activan paralelamente a nuestras defensas inmunológicas y el tiempo necesario para volver a ejecutar nuestra vida normal. En general, los resultados revelaron que las personas afectadas por desastres que practican un estilo de afrontamiento "catastrofizante" (siempre encuentran el lado negativo, hasta de ganarse la lotería) presentaran mayor sintomatología de EPT, estados de inmunosupresión más prolongados y mayor incapacidad física y psicológica que aquellos con estilos de afrontamiento más adaptativos.
A su vez, en general los que presentan estilos de afrontamiento positivos cuentan más con un factor llamado "redes de apoyo social", que no es otra cosa que el número de amistades y compadres que la persona siente que se preocupan por ella. El problema tiene además muy importantes facetas comunitarias y económicas, de las que forman parte los frecuentes episodios de rapiña y corrupción que sufren adicionalmente los damnificados. En el interminable rosario de calamidades a que está expuesto un país como México, mucho debe hacerse. No será suficiente predecir los desastres, sino predecirlos con exactitud.
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