La Jornada Semanal, 19 de diciembre de 1999
Mauricio Carrera,
Marilyn Monroe y
otros familiares,
Ediciones Coyoacán,
México,
1999..
n su segunda novela,
Mauricio Carrera ha abandonado los ambientes tórridos y conradianos de
El club de los millonarios, y a sus personajes solitarios y
extranjeros aún para sí mismos, para llevarnos a la muy gringa y
citadina Seattle, donde nos narrará las desventuras y las nostalgias
de otro extranjero, un inmigrante mexicano que sí tiene green
card, un mojado en Coca cola. Marcos González, cuyo nombre
relaciona al propio personaje con el del subcomandante Marcos (y yo le
añadiría otro tocayo: Marcos Carrasco, el que rectifica su motor, pues
así de defeño es), vive en Estados Unidos, que no en América, casado
con Sheila, una gringa a la que conoció en el Zócalo mexicano un 15 de
septiembre. A pesar de ser licenciado en relaciones internacionales,
no le queda más remedio que trabajar en una hamburguesería para pagar
a su vez la universidad de su rubia superior y pagar los pañales de su
hijo Tito, al que gusta disfrazar de Batman. En esa tierra de nadie,
en la que sabe que está por amor y a la vez no sabe por qué está (un
poco, también, como los personajes de El club de los
millonarios), Marcos González libra su ardua lucha interior, a
golpes de nostalgia por el terruño y odio a su familia política,
especialmente a su suegra, a la que llama cariñosamente Miss Bruja,
aquella que no concibe que América es un continente y por lo tanto los
mexicanos, a los que considera poco menos que subhombres, son también
americanos. Completan el reparto sus cuñados, a cual más freak,
y su suegro divorciado Robert, un travesti a quien le gusta andar
vestido de Marilyn Monroe.
Así, en la tarde previa a la noche de celebración del gringuísimo thanksgiving con todo y pavo quemado, Marcos decide llevar a cabo una estrategia guerrera: uno, aguantar todo lo que pueda frente al televisor viendo su programa de concursos preferido antes de que llegue la familia Monster, y si es posible el futbol americano (claro está); y dos, en la mera cena -qué remedio, tendrá que cenar-, contestar por fin y de una vez por todas todos los desprecios y desplantes de Miss Bruja con un sonoro y contundente I fucked it up. ``I fucked it up'', se repite. Mientras tanto, frente a la tele y en lo que le cambia los pañales a Tito y lo hace volar por los aires, rumia su pasado.
Marcos González es el mexicano más mexicano que he leído: es como un altarcito de los que venden en el mercado de Sonora, todo sincretismo él, entre su corazón roto, sus albóndigas en chipotle, su 16 de septiembre, su Paco Stanley debidamente actualizado en cadáver, su papá ruletero y broncudo, bueno para los puños. Para que el sincretismo sea más hondo aún, su parentela del otro lado es como esas máscaras de hule que venden en noviembre en los altos y en los Sanborns, aquellas a las que se les ha añadido, como otra joya de la galería del terror, la orejona efigie de Salinas.
Marilyn Monroe y otros... resume, como un gran saga gastronómica relatada desde el punto de vista de la comida, nuestro eterno dilema con los vecinos del penthouse continental: a ver quién. Nuestro entrañable protagonista lucha a golpes de referencias: sidral contra coca, Andale contra el mamón Jeopardy. Nuestro collage contra el suyo, ``cansado de esa demagogia, de que se nieguen a reconocer que California no sería nada sin nosotros, de que se la pasen recordando mi color de piel, de que no pronuncien bien mi nombre y apellido y de que a Sheila y a mí nos llamen una pareja integrada...''.
Y eso que no le toca
pizcar fresa... En el espejismo del american dream convertido
en un desierto, Marcos González da batalla con todo aquello de lo que
está hecho: su vida de colonia defeña, sus cuates del barrio -entre
ellos Lucas, el ricachón de las bromas pesadas y no tanto-, la madre
abnegada, el peleonero padre y un montón de programas de tele que, mal
que bien, son el coco de nuestra generación: nuestro color local son
los domingos Herdez y Cuqui la ratita; nuestra nostalgia y nuestra
idea de la infancia tienen el rostro del doctor Spock, el alien más
elegante de que uno se acuerda, o de Batman y Robin, debidamente
mexicanizados con sus chin, pum, cuas. Santo dilema, Marcos
González.
Entre su peculiar parentela resalta, además de Tito Tito capotito -el bebé disfrazado de Batman que repite las palabras exactamente a medias-, el suegro disfrazado de Marilyn Monroe, que con todo y aquella peculiaridad y el trabajo que a Marcos le cuesta pasear junto a semejante rorra de dos metros y piernas peludas, que recuerda a Jack Lemmon en Some Like it Hot, es capaz de mucha más solidaridad, amistad y comprensión que la tremenda Miss Bruja, amén de cocinar mejor que la propia Sheila. A fin de cuentas, los que están en los márgenes suelen ser más tolerantes con los otros marginales. Entre Marcos y su suegro se ha logrado una bonita amistad, como la de Humphrey Bogart y el policía francés al final de Casablanca. El, y Tito, y su amada Sheila, son el territorio que lo acoge y lo rescata, dolorosamente, de aquella pregunta que por más que quiere, no lo deja: ¿por qué te fuiste? ¿Qué andas haciendo allá?
Marilyn Monroe y otros familiares es una novela muy divertida, que borda chascarrillo tras chascarrillo, que echa relajo en el sentido más mexicano del término. Es más, si algo hay que reprocharle es, quizás, una complacencia excesiva con todos los iconos nacionales, como si fuera una enorme cartelera que dice: todo (pero todo) esto es México y lo extraño de manera incondicional. Y una corrección política excesivamente puntillosa, como la de los propios gringos: he ahí una paradoja. Aun así, uno se ríe mucho y disfruta enormemente ese microcosmos de Marcos que se vuelve un espejo de la vida nacional. También uno debe confesar, no sé por qué, que se lee con dolor de estómago. En el fondo, detrás de todos los albures, del desmadre y el ja ja ja, al acabar el libro queda uno como la plaza de Coyoacán el lunes en la madrugada: hecho un verdadero asco. Y es que la duda me corroe, o a lo mejor seré muy seria, o me faltan, como a nuestra selección en los mundiales, empuje y certeza del triunfo: ¿se atreverá, de veras se atreverá Marcos a decirle a la suegra lo de I fucked it up? ¿No será como el otro Marcos, el subcomandante, al que Marcos González le pide en un momento que no le falle, que no sea de mentiritas como todo en este país? ¿A quién se le atorará el pedazo de pescuezo de los maderos de San Juan en aquella cena que puede ser la última: a Marcos, a Sheila, a la suegra o a la querible Marilyn con sus chichis de plástico? Que pierda la bruja, por favor, que por una vez aunque sea pierda la bruja...
Fernando Andrade,
Grito en el
cielo,
Juan Pablos/Instituto Municipal de Arte y
Cultura,
México, 1999.
Hay algo en los libros
de la pasión amorosa que remite no sólo al fuego desbocado, al
poderoso látigo del deseo, a la posesión sádica y masoquista, a la
minuciosa delectación de los cuerpos y sus cavidades o protuberancias,
sino de igual modo a la sensación adolescente de la primera vez. Los
poemas amorosos de Grito en el cielo nos recuerdan que la
pasión amorosa es una fuerza irresistible que derriba prejuicios
sociales y muros de contención, pero que también transforma, como una
flor que se abre para adentro, las identidades en juego de los
personajes.
Rito de acercamiento y de renovación, el amor, y la sexualidad, que aunque van juntos a veces jala cada cual por su lado, son en sí mismos el emblema de la experiencia adolescente. Porque de pronto nos damos cuenta de que carecemos de recursos para afrontarlos, porque la intensidad de la experiencia nos hace sentir, otra vez, inexpertos; porque la llama que todo lo consume es otra vez la primera llama. Si cada texto publicado es una suerte de confesión personal, entendiendo el término en un sentido lato, del mismo modo que incluso la ropa que llevamos puesta es otra forma de confesarnos en público, los poemas de Grito en el cielo son la manera que tiene su autor de decirnos que vive de y para las celebraciones del deseo. Aquí están lo mismo la carrera del caballo desbocado que corre al borde de los desfiladeros, que la luna meditativa de la noche de insomnio; lo mismo la mordida en la crin que quiere hacer daño -y que lo logra-, que la ternura del amante que penetra a su amante dormido con el solo hálito de su aliento entrando por los poros. Lo mismo la posesión efectiva, con su chorro de mariposas fluyendo por el vientre, que el vagón del Metro convertido en escenografía voyeurista, donde el personaje puede armar una deliciosa fantasía sin palabras. Lo mismo la escena de vampirismo que la dialéctica que convierte al amo en esclavo y viceversa.
La economía de medios es uno de los recursos más afortunados de Fernando Andrade. Hay a menudo líneas relampagueantes, de fulgurante eficacia. Y no resisto la tentación de elaborar un catálogo instantáneo: ``Abro tu vientre con mi manada de caballos,/ Tu Rosa Mística me llama.'' ``Me basta un beso que no diga nada.'' ``La sensual mordida de tu pelvis/ me cura esta pena pasajera.'' ``Con dedos convertidos en gusanos/ devoro tu pasión de animal en celo.'' ``Vienes tortuga poderosa/ a desovar en mis arenas.'' ``Me abres tu cueva de ladrones.'' ``Penetro tu cueva de Altamira.'' ``Santificados por el coito/ dormimos el sueño de los justos.''
A veces sus poemas son una escenificación del combate amoroso. La fiebre sexual, el hambre de posesión, el baile interminable sobre las sábanas son el único resplandor que vivifica la penumbra: ``Te arrebato la leche maternal/ el jugo lácteo de tu fruto/ maduro ya para mi hambre/ de hombre en celo/ Penetro mil veces tu oquedad/ haciendo saltar tu cuerpo de catrina/ sobre escenarios donde habitan/ cifras de fósforo/ y luciérnagas dormidas.''
En otras ocasiones, lo que priva es una atmósfera contemplativa, que se presta muy bien para el soliloquio y la meditación. No sería extraño, hago una conjetura, que estas meditaciones sean como el plato de sobremesa. El amante duerme poseído por la fatiga y entonces el poeta, insomne, todavía alucinado por lo que acaba de vivir, piensa lo que le viene en gana, se pone a construir castillos en el aire. Levanta andamios con los bellos púbicos del amante que yace abandonado en los brazos de Morfeo. Me gustaría citar ``Insomnio'' como el ejemplo más logrado de este tipo de poema meditativo:
Aunque en definitiva los poemas amorosos son los más eficaces de este libro, y los que más se quedan vibrando en la memoria, me gustaría decir que Fernando Andrade también transita por otros paisajes donde lo único que aparece es la nada. Una cierta veta de nihilismo no militante logra advertirse en algunos momentos de reflujo. Me impresionaron dos de estos paisajes. El primero se llama ``Un artista''. No me cuesta trabajo pensar que el personaje de la voz es un pintor, como lo es Fernando Andrade, y que lo que hace el poema es articular una instantánea elucubración de este pintor que imagina qué es lo que quedará de su habitación una vez que él se haya ido. Quedan cuadros, quedan manuscritos, los muebles, y queda ``la humedad''/ que lo acompañó siempre''. El otro paisaje, mucho más feroz en un ansia de destrucción que me gustaría llamar beckettiana, explora una zona de la conciencia a la que no somos ajenos en este fin de siglo. La tentación de imaginar que todo se va al carajo, que el mundo se convierte -como quería Heráclito- en una bola de fuego, y que al final no queda nada. Andrade se pone en las sandalias del creador del universo, y ahora sueña una especie de génesis al revés, que reinstaura la concordia, y si no la concordia, cuando menos la placidez:
Adolfo Castañón,
Grano de
sal,
Breve Fondo Editorial,
México, 1999.
presencia, continuamente, delante de mí.
Exodo 25:28
Un libro para el
lector de agregado buen gusto es, sin duda, Grano de sal de
Adolfo Castañón (Ciudad de México, 1952); buen gusto, digo, en varios
sentidos: en primer lugar, el de quien apetece la buena lectura
-escritura- para acompañar el animoso estado en que nos deja la
digestión, o los gratos momentos de ocio a plenitud; otro de los
varios, el de quien nos presenta -a manera de recetario-, sus
devenires en los terrenos del placer por la carne, los vinos, las
ensaladas y el pousse-café. Esta transgresión a la cocina de
parte de Castañón nos permite acercarnos, mediante una interpretación
lúdica, a los distintos rituales en que el hombre ha convertido la
consagración al cuerpo del alimento, rodeándolo de una extensa
significación de símbolos y modales (la emblemática imagen de la mesa
-medieval si es posible- como objeto de sacrificio y celebración; el
minucioso examen de los conocimientos que a la humana bóveda del
paladar aguardan; la altanería sostenidaÊpor un juego de cubiertos de
plata y la humildad de la masa y la tortilla; el diminuto mundo de las
especias -flor del cocimiento- a la hora de los grandes festines).
Compuesto por tres partes, Grano de sal mezcla el ensayo con la sentencia, el aforismo con el recetario. Escrito a partir de un recetario del bisabuelo materno del autor, Castañón dispone el lenguaje para desenmascarar la lengua desde el templado filo de la experiencia personal. ``Grano de sal'', primera de las partes componentes del libro, se dedica a desentrañar, vía diez ensayos breves, el anecdotario de la sobremesa: la diferenciada sutilidad entre un paladar femenino, gustoso de alinearse a lo dulce y vegetativo y ``la cultura artificial, perversa y barroca en el paladar concupiscente del macho''; la revisión geográfica, la comparación cultural, el intercambio de islas paladares en el gustoso mar del gusto y los sabores; la dichosa condición afrodisiaca de los moluscos -la babosa pulpa con la que el mar envuelve sus secretos de vida-; la capacidad solar del desierto, el sabor a tierra de las serpientes, otrora imagen de veneración y de misterio; el cabello de Ariadna que une a la caza con esa satisfacción perversa de llevar a la mesa un jabalí y disfrutarlo a dentelladas, con el arco tensado todavía: la viva interpretación que nos da Castañón de los significados múltiples del ritual de la comida -o la cena- y la sencilla necesidad del alimento. Entre líneas, habiendo recorrido las altas planicies del valle mexicano, costa y desierto sin detenerse mucho, el menu du jour de los cafetines franceses, se puede llegar -entre líneas sobre todo- a una (pausa): El vino empapa lo que el pan enjuga
``El cocinero práctico -Recetario formulado por Juan E. Morán: San Gabriel, julio 13 de 1883-'', tercera parte del libro (contra la tradición de guardar bajo siete llaves en lo más oscuro del baúl los secretos culinarios de la familia), nos expone a un antepasado del autor, febrilmente preciso pero austero en sus indicaciones; parco como un almirante en cubierta, Don Juan E. Morán nos conduce -y nos concede- por los buenos caminos del pan y los pescados, los guisados y los moles, las conservas y los vinos: los pichones en vino, gallina mechada, cocada de almendra y piña, y las lenguas:
Azotada la lengua se pone a cocer por la noche con agua, vinagre, tomillo, orégano y mejorana, se muelen, pimienta clavo, ajo y canela a otro día se despelleja, se rebana y se pone una cazuela con manteca a requemar, se pica cebolla menudita se muele un jitomate asado y se fríe, luego se ponen las rebanadas de lengua y un poco de caldo de la lengua que no este gordo se le ponen (...).
Así, como en un réquiem de oficio sagrado, este ancestro peculiar por su acercamiento al arte culinario de la lengua y el lenguado...
Desgrasados los lomos se les harán sajadas, sin que pasen al otro lado y bien untados de sal pimienta en polvo, ajos molidos se cubren los costados con perejil picado, se acomodan con las cortadas para arriba y se cubre con vinagre y bien tapada la olla, se deja en fusión por cuatro días (...).
...de la lengua y el lenguaje, nos alimenta de otra manera y nos conmina al sitio sagrado de la mesa.
Grano de sal, libro que acrecienta la vasta obra de Adolfo Castañón, se presenta -y se une de alguna nueva manera- al balance findesiglo, mediante una revaloración -u observación propiamente dicha- de los campos concomitantes al espectro que siguen las tradiciones -y evoluciones- de una gastronomía mexicana, a partir -centro de apoyo- de las alusiones criollas de 1883 -siglo sobre siglo- de un bisabuelo apóstol del fuego y la cocina.
Guillermo Núñez Noriega,
Sexo entre
varones. Poder y resistencia
en el campo
sexual,
PUEG/UNAM/El Colegio de Sonora/
Grupo Editorial
Miguel Angel Porrúa, México, 1999.
Rodolfo Javier
Sexo entre varones. Poder y resistencia en el campo sexual es el resultado de un trabajo de investigación etnográfica realizado en la ciudad de Hermosillo, en el que el antropólogo Guillermo Núñez Noriega llevó a cabo observación participante en lugares de encuentro homoerótico y entrevistas a profundidad con hombres de diversas características sociales y modos de asumir el homoerotismo y de transgredir el rol de género (desde travestis hasta vaqueros).
En la investigación
mexicana poco se conoce sobre las múltiples situaciones de vida que
enfrentan los individuos que practican el sexo con varones y los que
llegan a desarrollar una identidad homosexual. En este sentido, el
aporte del autor es considerable al dar cuenta de los procesos
psico-socio-culturales por los que atraviesan los individuos
homoeróticos desde que las representaciones hegemónicas sobre la
sexualidad (el discurso religioso católico, la moral judeocristiana y
los discursos medicalizantes, con sus desinformaciones e ignorancias
sobre la ``anormalidad'', lo ``contranatural'', lo ``problemático'' y
lo ``enfermizo'' del placer entre hombres) los hacen darse cuenta de
su ``diferencia'' al ser atraídos eróticamente por personas del mismo
sexo, hasta el proceso de aceptación y manejo de esta
``diferencia''.
Así, durante el proceso de concientización de la ``diferencia'' los individuos homoeróticos generan culpa, temor, vergüenza, ansiedad, soledad, intentos de suicidio y otras situaciones en las que es patente el sufrimiento por ser ``diferentes''. Sin embargo, a medida que el individuo se va vinculando socialmente con otros individuos que sienten, piensan y desean como él, va transformando positivamente su autoestima. Los individuos aprenden a resignificar sus experiencias y crean mecanismos de resistencia y contradiscursos a través de los cuales cuestionan el orden hegemónico y las representaciones religiosas y sociales dominantes sobre la sexualidad, el erotismo y el género. Al respecto es muy ilustrativoÊel siguiente testimonio de Fabián, obtenido por el autor:
Antes de los diecisiete años, mi vida era muy frustrada. Me refrenaba mucho el hecho de ser homosexual. Me reprimía..., o sea que tenía amoríos a escondidas..., hasta que me dije no, tú eres un ser humano, no tienes por qué vivir a escondidas, no es un delito. Entonces me destapé, como quien dice. Batallé mucho, sufrí mucho, luché mucho, para aceptarme primeramente como homosexual. Me ayudó a aceptarme una filosofía que agarré: vida nomás hay una. Y el que sea cabrón, que me demuestre lo contrario. Y pa' qué la vamos a desperdiciar en pendejadas. Porque mi vida es mi vida y mi cuerpo es mi cuerpo. No es de mi familia, ni de la iglesia, ni de la sociedad, ni de los vecinos, ni de mi amante. Es mío.
Y como éste, en el libro se encuentran muchos testimonios que reflejan la homofobia, las problemáticas familiares y demás situaciones que se generan en un medio hostil al homoerotismo. De este modo, a lo largo del libro el lector y la lectora acceden a un mundo al mismo tiempo sufriente y divertido, como el de cualquiera, en donde pueden ``escuchar'', de viva voz, a los entrevistados hablar del ligue, el enamoramiento y la relación de pareja; de las redes de sociabilidad, los estilos de vida y los grupos de amigos; de la continencia de las expresiones en ámbitos públicos para no ``delatarse'' y para protegerse de la violencia social; y del camping o joteo como forma de interacción social entre iguales.
La lectura humanística de los testimonios de las personas entrevistadas por Núñez Noriega resulta una experiencia sorprendente y enriquecedora, tanto para homosexuales como para heterosexuales. En el caso de los individuos homosexuales, por primera vez pueden acceder a testimonios nacionales sobre las experiencias eróticas entre varones y leer historias de vida con las cuales se pueden identificar y constatar que no son los únicos ``raritos'' a los que les pasa ``eso''. En el caso de los y las lectoras heterosexuales, la lectura de padres, madres, familiares, amigos, amigas, educadores, trabajadores de la salud, psicólogos, etcétera, resultará no menos enriquecedora para tratar de comprender más a los varones homoeróticos con los que se relacionan. Y no se trata aquí de una comprensión compasiva y ``tolerante'', sino de una verdadera comprensión de la diversidad sexual en la que se cuestionen las formas en que, en la vida cotidiana, todos y todas en un momento dado ejercemos el poder para oprimir a los diferentes, esa microfísica del poder, en palabras de Foucault, a través de la cual tratamos de anular a quien no es igual a nosotros o a nosotras. Es en este sentido que hablo aquí de una lectura humanística, que puede ayudar a los homoeróticos a ``aceptarse'' y respetarse a sí mismos, y es también una lectura que puede contribuir a sensibilizar las conciencias de las personas que no comparten el gusto y el placer de las relaciones afectivas y eróticas con individuos de su mismo sexo .
José Ramón Enríquez,
Supino rostro
arriba,
Juan Pablos Editor/Ediciones sin nombre,
México,
1999.
José Ramón Enríquez
nos ha dado en este libro, Supino rostro arriba, un hermoso
poema unitario en el que denuncia el desamor y la injusticia del mundo
en un estremecedor monólogo dirigido a Cristo. Monólogo en el que
emplea un lenguaje coloquial, directo, premeditadamente tremendista,
que nos recuerda el de Dámaso Alonso, y que nada tiene que ver con la
poesía religiosa al uso contra la que estamos vacunados.
A semejanza del autor de Hijos de la ira -pienso en estas palabras: ``Ay, hijo de la ira/ era mi canto./ Pero ya estoy mejor./ Tenía que cantar para sanarme''-, es para sanarse y sanar abriéndole una llaga poética a la viejísima herida del mundo por lo que Enríquez escribe este poema, a partir del cual pudiera decir Maritain que ``la poesía toma conciencia de sí misma con una espiritualidad inmanente a la realidad''.
Una espiritualidad profundamente humana, por divina, en la que es evidente la feliz influencia de la cristología paulina, así como la doctrina de la divinización de la materia de Teilhard de Chardin. Pese a la densidad teológica y humana en la que abunda Supino rostro arriba, en ningún momento cae de las manos del lector, que sigue con fruición su lectura desde el primer verso (``Tiempo de signos. Todo. Inciertos signos'') hasta el endecasílabo final, que en la estrofa sesenta concluye el poema, confirmando su íntima comunión con Cristo: una eucaristía que es ``De tú y yo nada más. Sabernos juntos.''
Es a lo largo de estos versos, imprecación y anécdota, donde va asistiendo el lector a una desgarrada epifanía de todas las circunstancias de un Jesús-Hombre-Dios. Así, en un estremecedor monólogo de amante de lo divino, le dice cosas como ésta, que sellan su intimidad: ``¿Se debe hablar de ti con quien te niega?/ No se puede, Jesús. No. Ni se debe./ Pero sí hablar contigo.''
Para José Ramón Enríquez, en esa ausencia de Dios del mundo moderno no se pueden pronunciar otras palabras sino las dirigidas a él: ``sólo a tu soledad no tengo miedo'', finaliza, pensando expresamente en Fray Juan de Yepes cuando nos habla en sus Dichos de amor de esa mística ave, ``que siempre vuela a lo más alto'' y ``que no sufre compañía aunque sea de su misma naturaleza.''
Prosigue el poeta con un monólogo dirigido a Cristo en el que reniega de la dualidad cuerpo/alma platoniana -amén de toda una eclesiástica patrística con el obispo de Hipona a la cabeza- para rubricar con un ocioso prurito en la entrepierna, con el que se excede en lo ``premeditadamente tremendista'' que se menciona líneas arriba.
Enríquez señala a esa caterva hipócrita de torvos dignatarios, armados de cilicios, disciplinas y anatemas, que, como dijera Cristo, arrojan a las espaldas de los demás cargas onerosas que ellos no tocan con un dedo, y propugna por una imagen paulinaÊde Dios en la cual los hombres seamos miembros del cuerpo místico de Cristo: ``¿Acaso no sabéis que sois templos vivos de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?'' -les dice San Pablo a los corintios. Y es retomando esta tradición cristológica, esta sacralización del hombre tan torpemente satanizado por una retrógrada espiritualidad, como suena, transida de amor humano, la voz del poeta: ``Pues mi cuerpo, Jesús, este que toco/ es también quien te sueña/ y es la lengua del canto y la niña del ojo, y el deseo/ de encontrarme contigo, carne eterna,/ piel y vello de Dios/ y dormir en tu pecho por los siglos.''
Más adelante, el autor fustiga a los manipuladores de la angustia: ``Son ellos, los ideólogos del miedo/ que dominan al mundo/ y declaran heréticos/ deseo, naturaleza/ y mayoría de edad, los peligrosos,/ pues declaran la guerra/ aun a los que sienten/ que habitan muy seguros en las normas./ Todo aquel que respire está en peligro/ de que un día lo revista un sambenito./ ¿Pero tú donde estás? Crucificado.''
Y ante ese misterio de la crucifixión de Dios, el poeta se une a los que denunciara, con la más humilde y absoluta contrición por haber renunciado a sus sueños en algún momento: ``Hay pecado, Jesús, y yo he pecado/ al lastimar a tantos/ y al traicionar los sueños.''
Aforismos
La miseria política de nuestro tiempo. Un programa de mano para la Apocalipsis a la mexicana, Enrique Márquez, Col. Tiempo de México, El ojo infalible, Ed. Océano, México, 1999, 156 pp.
Biografía
Nuevas recordanzas, René Avilés Fabila, Col. La Torre Inclinada, Editorial Aldus, México, 1999, 287 pp.
Ciencias sociales
Una idea de las ciencias sociales, Fernando Escalante Gonzalbo, Col. Inicios de las Ciencias Sociales/2, Ed. Paidós, México, 1999, 204 pp.
Economía
La industria textil en México, Aurora Gómez-Galvarriato (coordinadora), Instituto Mora/El Colegio de Michoacán/El Colegio de México/Instituto de Investigaciones Históricas-UNAM, México, 1999, 270 pp.
Ensayo (literario)
El género curricular y la verdadera historia de Nadie, Juan Domingo Argüelles, Colección La Torre Inclinada, Editorial Aldus/Universidad Autónoma de Nuevo León, México, 1999, 95 pp.
Jugar en serio. Aventuras de Borges, Ezequiel de Olaso, Ed. Paidós, México, 1999, 160 pp.
La cultura de la polémica. Del enfrentamiento al diálogo, Deborah Tannen, Paidós, Barcelona, España, 1999, 363 pp.
Entrevista
Solo a dos voces, Octavio Paz y Julián Ríos, Col. Tierra firme, Fondo de Cultura Económica, México, 1999, 187 pp.
Historia
La sucesión presidencial en 1910, Francisco I. Madero, Col. Obras Fundamentales, Secretaría de Gobernación/Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, México, 1999, 357 pp.
Matemáticas
Misterios matemáticos. Magia y belleza de los números, Calvin C. Clawson, Editorial Diana, México, 1999, 361 pp.
Música
Notas sobre Notas, Joaquín Gutiérrez Heras, compilación y prólogo de Consuelo Carredano, Conaculta, México, 1999, 517 pp.
Narrativa
Memoria estremecida, Jesús Moncada, traducción de José Ferreras, Ed. Anagrama, Barcelona, España, 1999, 341 pp.